Randolfo Ariostto
República Dominicana. Nació en 1971.
Licenciado en Filosofía Y Letras de la UASD, Record Guinnes de Lectura continua en Voz Alta, poeta, ensayista y narrador de cuentos y novelas breves, produce el programa de análisis de noticias, Telematutino Universal en Mao, Valverde. Ha publicado más de 11 libros de distintos géneros.
Poemas de mi libro: Yagtsaguenbub
Randolfo Ariostto
No ciernas la mirada mujer
Cuida de ti mujer, el pueblo tiembla al pie de la acera. Las manos se esparcen sobre los latidos del viento hasta nuestros pechos. No será siempre, habrá canciones rememoradoras de impunidades, festivales de llantos menos manidos a la hora del voto y las tribunas cloacales. La justicia mujer, me duele la justicia más acá de tus senos tersos y dulces sin otra razón aparente que la inocencia de los miserables. La Cuentacuentos es chismosa y lo da todo con detalles, tarde que temprano abre las patas en medio del mercado y se le ofrece al loco del barrio:- shiiii, dice bajito, y al rato el mundo estalla enloquecido de llantos que derriban altares. No ciernas la mirada mujer, hay que ser frontales a la hora de amar, como ellos a la hora de amoratarnos las miradas.
Nuestro pueblo
Nos mira el pueblo querida, las palabras caen como mantos de luz sobre los dedos, con tanta impunidad de las cañadas y sus silencios. Los cantos son corceles que vienen, raudos, cuánto vigor al compás del insomnio, del desdoblamiento del colmado y la franquicia exclusiva de los pobres plebes desnudos de felicidad. No nos toca reír aún querida, debes entenderlo, y debes, con toda la rabia de las cortinas tras los dinteles del parque, razonar que no es nuestro pueblo ese que nos ve desde una burbuja de aire y aromatizantes extraños que seducen lo mismo que nos aturden el habla. Desnúdate mujer, hay que hacer el amor otra noche más, hasta alcanzar nuestro pueblo.
Los separables
Las sombras, gota a gota, caen sobre el escritorio, la luz ejercita su terrible esfuerzo de agobio al ritmo de la calle, de facebook, de las locas historietas de los Messenger. Aquí vienen a llamar las ansiedades de que estamos hechos los humanos, los separables, los que alzamos los ojos con el cuerpo aún untado de alivio, como si el impulso de vivir nos viniera de afuera. Tu rostro en la oscuridad del teclado desliza franjas de sosiego cuando las manecillas se juntan. La soledad del gentío reverdece los claustros oscuros de los proyectos políticos y los planes departamentales de la corporación. Al pie del monitor, nos bebemos de a sorbos todo el miedo dispensado a los humanos, a nosotros, los separables. Estas letras han de resbalar por las gargantas de los miserables hasta hacerles vomitar. Hay que salir desnudos a las calzadas y reverenciar las caídas de los crepúsculos antes que el sol, su luz, sus sombras que gota a gota caen sobre el escritorio, no sean suficientes para apaciguar la sed, el hambre, la ansiedad de amor entre los separables.
Avatar
El índice desliza una z sobre la pantalla del cel, tu rostro nace de entre mil posibilidades de asombros, esa ráfaga de silencio vencido desde aquel lado de mi ignorancia, y un dejo de causas sin efectos que persigue tu rostro dando vueltas en ti misma frente a mi, y mi angustia de verte aparecer en la pantalla cada instante del día; porque entre mil posibilidades de asombro y esta certeza de aliento reflejada en tu perfil, saberte en chat se eleva como una sociedad mutante desde lo improbable de parecer humanos en este avatar donde no sangro más que tu ojos: forjadores de escombros, de sustancia de tiempos venideros, como tomar de las manos a un desconocido y otorgarle poderes sobre el google map. No contamos con los gigas necesarios, mujer, no hay terabit para tanto rostro, y el asombro de verte aparecer, llena de eso infinito.
Rosa Elina Rivas Díaz
Sabías de las locas idas a la ciudad y sus carros de motores violentos, pero no te sedujeron, muchacha, ignoraste el moho en las noches de infames carcajadas y el estallido de insomnio de los drink.Calles que eran serpientes bajo tus pasos de arena cuando el badén besaba la palma de tus pies, las plantas de cielo que solo en tu pecho vi crecer, epifanía de tarántulas abandonadas en el asfalto de Babilonia.
No huyo a ti para recordar las cosas que muchos conocen mejor que yo, ahora requiero mirarme en tu sonrisa, esta vez más, respirar tu mirada de agua, tu vuelo incesante de palabras olorosas a guiso de la abuela, esa tecnología con que ensombrecías la angustia y el ansia insensata de volar sin necesidad de propósito. Muchacha seria y formal, qué jovial nos parecías, hecha de metales primitivos y trascendentes a la futilidad del mercado, más preciados que las parafernalias de la red.
Nos requirieron pasaporte, muchacha, nos lo pidieron con formalidad de estrado y premura de cuidados intensivos. No se reír con los ojos descalzos, no se callar con las palabras desnudas frente al silencio. No se restregar la alborada en el rostro de la tarde. Verás, te hablo como a una cosa verde que no dejaron madurar, muchacha, no te dejaron, y así no se hace. No debieras contemplar el sol con los ojos gastados, y también digo, no se dejarte partir sola, al atardecer, porque el olvido me provoca esta cosa negruzca que me estalla en el pecho, y llamo a los científicos que acordonaron a Dios, y fundo miles de almas sobre las plazas de los desalmados. No deberían burlar la humanidad hasta el cansancio, ¡carajo! Y te ves muy verde, muchacha, y eres tan verde, que si te llevan con los ojitos vendados, puede que quieras madurar.
Entre luces
Me presumo entre luces que huyen a las sombras del día como murciélagos de metal, almas calcinadas de pobres sedientos de ataúd y lágrimas. Habrá que regresar a los viejos versos de muchachitas putas tendidas sombre príncipes negros para alivianar un poco, tanta luz innecesaria.
Cadáver de sueños
La misma luz que de la sombra guarda el resabio de una paz, fresca, bajo el ala de un labio, esa, por la que suspiráramos en el altar del tiempo hasta que el fuego fraguara el holocausto del adiós. Sí, la luz, esa de color sin nombre que rodó de una mañana vulgar, de séptimo día, de nadar desnudos. Ha venido a mi ventana con una sábana enredada en el filo de su amnesia, a regresarme a mí, antes de ti. Que me deje con mi sombra, oscurecer en ti, como un cadáver de sueños…
Como en face
Tu figura no ocupa el espacio que quisiera: mujer, una noche de museo, el solsticio de una cuadra al salir del boulevard, tu figura, mujer, no está donde te quiso el instinto, no está en el detalle exacto de nuestras casas licoreras, ni en el envoltorio del mercado. Un dedo punteó la sábana, la acuarela del tiempo temerosa de tus ojos, como en face, y sin embargo no estás donde te naces, ahora, en este instante de luz eternizado como un museo de helechos. Tampoco estas donde no quisieras, porque entre el instante preciso y desarmado en que tus ojos retrataron el tiempo de nuestras soledades perdiste tu propia soledad, o fue la mía que soñó ser tuya, envuelta en acuarelas y tiempo, eternizado en tus ojos. Tú figura no ocupa el espacio que quisiera. Es que perdí mi soledad, y tu compañía que es más tuya que mi soledad, tampoco está contigo…
Felicidad
Se me antoja sublime la violencia de la multitud. Las masas, las subamamantadas, elevadas al orgasmo del sol y la autopista, extraño canto de ángeles mal vestidos, niñas sedientas de olor entre los poros y el alma, clamando mendrugos de pan, agua, luz, y un mejor modo de manosearles la calma, esa paz cotidiana que desvanece en el colmado, a la vuelta, en la farmacia, al tomar la pastilla del día después. Igual estabas allí, mujer, en la ardiente multitud de ángeles desenfrenados, tan profanada desde el primer día que mi mano cubrió tus labios por decir las palabras renegadas a los pobres.
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