Carlos Borges Requena
Sacerdote jesuíta y poeta venezolano, nacido en Caracas el 22 de noviembre de 1867 y fallecido en Maracay, estado Aragua, el 21 de octubre de 1932. Fue un connotado escritor y orador, lo que lo hizo llegar a ser secretario de Cipriano Castro y luego, vencidas sus resistencias (y reticencias) al poder de Juan Vicente Gómez, actuar oficialmente como Capellán del Ejército del “Benemérito”, desde 1919 y hasta su muerte. Por la brillantez de su oratoria, “El Bagre” le encomendó varios discursos, entre los que resalta el pronunciado el 5 de julio de 1921, fecha escogida para inaugurar la casa natal del Libertador recién restaurada con motivo de la celebración del centenario de la batalla de Carabobo.
Su vida transcurrió en un pugna permanente entre su sensualidad, que se manifestaba tan descarnadamente en sus poemas, y su fervor religioso expresado con igual intensidad desde el trabajo pastoral. Fue un hombre moderno que lidió como pudo con las restricciones impuestas por su época y su condición sacerdotal, asumiendo con entereza la ambigüedad de sentimientos y posturas públicas que se impuso a sí mismo.
Boda negra
(Carlos Borges)
La autoría de este poema fue dudosa hasta que su propio autor, el poeta venezolano Carlos Borges, la reconociera mediante comunicado público, después de la muerte del poeta y músico colombiano Julio Flórez, a quien se le atribuyó en vida la paternidad del texto; quizá por su costumbre de incluir la canción dentro del repertorio de sus recitales. El mismo poema figuró, en vida de Julio Flórez, en una de las ediciones de sus obras.
Boda negra
Oye la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
- Era un amante a quien por suerte impía
su dulce bien le arrebató la Parca.
Todas las noches iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa;
la gente murmuraba con misterio:
"es un muerto escapado de la fosa".
En una noche horrenda hizo pedazos
el mármol de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada.
Y allá, en su triste habitación sombría,
de un cirio fúnebre a la llama incierta
sentó a su lado la osamenta fría,
y celebró sus bodas con la muerta.
La horrible boca la cubrió de besos,
el yerto cráneo coronó de flores,
ató con cintas sus desnudos huesos,
y le contó sonriendo sus amores.
Llevó la novia al tálamo mullido,
se acostó junto a ella enamorado,
y para siempre se quedó dormido
al esqueleto rígido abrazado.
Carlos Borges: entre la mística y la bohemia
LÁMPARA EUCARÍSTICA
1
En el templo silencioso, frío, inmenso del espacio
la enlutada noche reza su rosario de diamantes
con su manto de tinieblas, negro lúgubre, viudas
doloridas, vacilantes
como lágrimas piadosas por un paño funeral.
¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son los ojos de los ángeles
o las almas de los muertos que nos miran tristes gentes
desterrados en aqueste fosco valle del dolor?
¿Las aureolas de los santos, o las lámparas ardientes
de las vírgenes prudentes
aguardando soñolientas la venida del señor?
2
En el templo majestuoso, claro, inmenso del espacio
la radiante noche teje su guirnalda de áureas flores
que al altar del firmamento inefable aroma dan:
y se entreabren dulcemente con suavísimos fulgores
los luceros tembladores,
y es un lirio blanco Sirio, una rosa Alderabán
¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son las perlas de esos mares
infinitos? ¿Son las joyas de la virgen esparcidas?
¡O las místicas antorchas del banquete celestial?
¿Son las luces de la patria suspirada? ¿Las ya idas
esperanzas queridas
que murieron en las cruces donde esplende el ideal?
3
En la calma silenciosa de las noches estrelladas
la eternal magnificencia a la mente maravilla
al espíritu amedrenta con tremenda majestad;
más que el brillo de los soles amo yo tu lucecilla
primorosa lamparilla
que iluminas de la Hostia la profunda soledad.
Siempreviva del santuario, amorosa sulamita
que compartes la tristeza del Amado que te cela,
y calientas con sus rayos su albo lecho virginal.
¡Cómo envidio tu ventura, vigilante centinela,
tú que cuentas siempre en vela
los latidos inefables de su pecho paternal!
4
¡Oh Jesús enamorado, tierno esposo de mi alma,
no me basta ser el cirio que en las horas de alegría,
se consume en tus altares en ardiente adoración:
en tus horas de abandono quiero hacerte compañía,
haz que tenga noche y día
como lámpara eucarística encendido el corazón!
No me apartes, Jesús mío, de la estrella del sagrario;
vayan otros poseídos del piadoso noble anhelo
la grandeza de tus obras en el orbe a contemplar;
y a buscar para adorarte con ferviente, santo celo
el inmenso altar del cielo.
¡Tú me bastas, Amor mío, en el cielo del Altar!
El padre Carlos Borges (1867-1932) es el autor del bello poema místico que acabamos de leer. Difícilmente podría pensarse que también sea, según Julio Garmendia, el padre de la poesía erótica venezolana. Pero el P. Borges fue así; vivía en un vaivén entre su sentida vocación sacerdotal y una vida pública y privada que fue escándalo de los fieles y un dolor de cabeza para la jerarquía católica venezolana. Políticamente fue lo que en el lenguaje del siglo XIX se llamaba un "áulico"; siempre pegado al poder, al servicio de los tiranos Cipriano Castro (El Cabito, El Mono Lúbrico, Siempre Invicto) y Juan Vicente Gómez (El Bagre, El Benemérito General). Arturo Uslar Pietri lo pone como personaje central en su novela Oficio de Difuntos bajo el nombre de Padre Solana ("Yo nací para escandalizar. Ha sido un sino de toda mi vida"). Su mismo carácter lo llevó a una vida azarosa hasta que se encontró con Juan Vicente Gómez, quien en cierto modo lo aplacó y dio un uso a su capacidad intelectual, como su capellán y como orador cívico y sacro.
Rafael Arráiz Lucca en su Antología de la Poesía Venezolana (Panapo, Caracas, 1997), refiriéndose a Borges, nos dice:
No es una noticia sin importancia el hecho de que el poeta haya sido sacerdote de la Iglesia Católica, por el contrario, mucha de la pasión con las que están escritos sus versos tiene su fuente en la devoción sacra. Dicen sus biógrafos que se destacó como orador en el púlpito y como hombre de la Iglesia. Pero parece ser que su vida dentro de la institución milenaria no fue del todo cómoda. Conoció la expulsión, dada su pulsión tumultuosa, pero también mordió la arena del arrepentimiento y regresó al redil. El erotismo de su poesía es insoslayable: ardió en él la vena erótica de los místicos. Antonio Arráiz opinó de su obra: "Y los que oían o leían sus poemas sentíanse estremecidos por una inexperimentada fruición, semejante a la que produce la mezcla de lo dulce y de lo ácido en una fruta tropical, por aquella mezcla de pecado y de piedad, de sensual delectación y de ardiente misticismo, que revelaba en su autor la dualidad del poeta pagano, enamorado de la vida, y del poeta cristiano, con las miradas fijas en el más allá".
En vida, Borges publicó un breve tomo denominado Páginas Selectas (1917). Fue en 1955 cuando el Ministerio de Relaciones Interiores publicó una antología más completa, Páginas Perdurables, a cargo de José Manuel Núñez Ponte (Biblioteca Rocinante, Caracas), reeditada y ampliada en 1971 por Enrique Requena Mira. La obra del padre Borges es tan variada que pronto volveremos a él. Por lo pronto, les dejo un poema sensual.
RIMAS GALANTES
Quiero verte desnuda como una azucena
manecita de seda candorosa y fragante:
Quiero verte desnuda como un lirio, filena
florecita que oculta el capullo del guante.
Dulce fruta vedada, la serpiente me incita,
es goloso mi labio y con sed delirante,
beber quiero la gloria de tu miel exquisita,
manzanita que guarda la corteza del guante.
Sirio triunfa en la inmensa joyería del cielo:
Muestra al rey de la noche tu blancura radiante,
y verás como al punto Sirio rabia de celo.
Joyelito que ocultas el estuche del guante.
Aduérmete en mi mano como una paloma,
en un nido viviente que te arrulle y encante,
ya verás como sueñas el edén de Mahoma,
palomita que tiemblas en el nido del guante.
El calor de tu sangre que da fiebre chicina,
la nieve de la perla, el agua del diamante
se incendian alumbrando tu blancura divina,
duquesita que ardes en el seno del guante.
Por ti lloro; si quieres disipar la maligna
intención que me inspire un Mefisto galante
con el agua bendita de mis ojos te signa,
hermanita que sueñas en la celda del guante.
Blanca hija de Jairo en el mármol dormida,
permite que mi labio te oprima un solo instante;
mi beso es taumaturgo y te dará la vida.
Muertecita que envuelve la mortaja del guante.
LA CONFESIÓN
La regia capilla silente y oscura...
Susurro de sedas... olor femenil;
la real penitente, de altiva hermosura;
el confesor blando, discreto y gentil.
Con rostro apacible, sin una sorpresa
escucha en silencio el padre Araoz
las suaves arrullos con que la princesa,
llorando sus culpas, enmiela la voz.
- Acúsome, padre, de un mal pensamiento
que en las Ursulinas me inspiró Satán,
al ver en el vasto jardín del convento
pasearse una monja con el capellán.
Padre, en el espejo miro con orgullo
de virgen intacta mi piel de satín,
el mórbido seno de erecto capullo,
los hombros torneados color de jazmín.
Al lúbrico enano, con goce furtivo
enseño mi cuerpo desnudo por ver
del mísero tántalo, grotesco y lascivo,
cual dos llamaradas los ojos arder.
¡Ay, padre! leyendo la Santa Escritura
suspiro en el Cántico del Rey Salomón;
David me enamora con tanta bravura
y a Dalila envidio su fuerte Sansón.
Me agita un extraño impulso violento,
conjunto indecible de amor y crueldad:
cuando miro sangre, no sé lo que siento,
si horror o delicia, placer o piedad.
De mis palafrenes desgarro las ancas
a golpes de fusta...; cegué a un ruiseñor.
Y con inocentes palomitas blancas
de puro capricho mantengo mi azor.
Ardiendo en lujuria, con raros antojos
las frescas mejillas de un paje mordí,
y como sonriera llorando, en los ojos
por cada mordisco cien besos le di.
Miré a una gitana morir en la hoguera
por obra y justicia de la Inquisición,
y me causó gracia la linda hechicera
de carnes morenas tornarse en carbón.
A un bravo hugonote le daban tortura
tendido en el potro no quiso abjurar;
y yo le miraba con honda ternura,
¡tan joven, tan bello!... me puse a llorar.
Acúsome, padre, que un príncipe rubio
de mí enamorado, al Rey me pidió;
lo herí con desdenes y roto el connubio,
por mi en las batallas la muerte buscó.
Ya tengo un pecado muy grande, un delirio
de amor que al infierno me conducirá...
él es mi tortura, mi gloria y martirio...
... la erótica dama con melifluo acento
aguza, cual silbo de sierpe, su voz,
y en cálido soplo, su vívido aliento
abrasa la frente del padre Araoz.
Acúsome, padre, que mi vida llena
un amor sacrílego, soberbio y fatal...
idolatro a un hombre que Roma encadena
y en mí ve la fruta del Bien y del Mal.
Por él despreciara mi origen augusto,
él solo domina mi regia altivez,
si él lo quisiera... daríale con gusto
mi sangre, mi vida... mi real doncellez!
Perdóneme, padre... - ¿Quién es ese hombre?
- murmura el levita con trémula voz;
Decidme, Princesa... decidme su nombre...
¿Su nombre?... ¡Dios mío!... ¡El padre Araoz!
La Confesión es quizá el poema más popular del padre Carlos Borges. Varias generaciones de venezolanos lo recitaron y se puede decir que forma parte del hit parade lírico criollo. Tal vez su éxito se deba a haber sido escrito por un sacerdote y estar cargado de morboso erotismo. Esa penitente seguro que causó desazón al pobre padre Araoz, quien tal vez salió corriendo del confesionario por miedo a esta súcubo, Lilith en persona. Siempre me recordó a una joven de buena familia de Maracaibo que deseaba de esa manera a un sacerdote. Fue a finales del siglo XIX... ¡De los muertos no se habla!.
LA CONFESIÓN
La regia capilla silente y oscura...
Susurro de sedas... olor femenil;
la real penitente, de altiva hermosura;
el confesor blando, discreto y gentil.
Con rostro apacible, sin una sorpresa
escucha en silencio el padre Araoz
las suaves arrullos con que la princesa,
llorando sus culpas, enmiela la voz.
- Acúsome, padre, de un mal pensamiento
que en las Ursulinas me inspiró Satán,
al ver en el vasto jardín del convento
pasearse una monja con el capellán.
Padre, en el espejo miro con orgullo
de virgen intacta mi piel de satín,
el mórbido seno de erecto capullo,
los hombros torneados color de jazmín.
Al lúbrico enano, con goce furtivo
enseño mi cuerpo desnudo por ver
del mísero tántalo, grotesco y lascivo,
cual dos llamaradas los ojos arder.
¡Ay, padre! leyendo la Santa Escritura
suspiro en el Cántico del Rey Salomón;
David me enamora con tanta bravura
y a Dalila envidio su fuerte Sansón.
Me agita un extraño impulso violento,
conjunto indecible de amor y crueldad:
cuando miro sangre, no sé lo que siento,
si horror o delicia, placer o piedad.
De mis palafrenes desgarro las ancas
a golpes de fusta...; cegué a un ruiseñor.
Y con inocentes palomitas blancas
de puro capricho mantengo mi azor.
Ardiendo en lujuria, con raros antojos
las frescas mejillas de un paje mordí,
y como sonriera llorando, en los ojos
por cada mordisco cien besos le di.
Miré a una gitana morir en la hoguera
por obra y justicia de la Inquisición,
y me causó gracia la linda hechicera
de carnes morenas tornarse en carbón.
A un bravo hugonote le daban tortura
tendido en el potro no quiso abjurar;
y yo le miraba con honda ternura,
¡tan joven, tan bello!... me puse a llorar.
Acúsome, padre, que un príncipe rubio
de mí enamorado, al Rey me pidió;
lo herí con desdenes y roto el connubio,
por mi en las batallas la muerte buscó.
Ya tengo un pecado muy grande, un delirio
de amor que al infierno me conducirá...
él es mi tortura, mi gloria y martirio...
... la erótica dama con melifluo acento
aguza, cual silbo de sierpe, su voz,
y en cálido soplo, su vívido aliento
abrasa la frente del padre Araoz.
Acúsome, padre, que mi vida llena
un amor sacrílego, soberbio y fatal...
idolatro a un hombre que Roma encadena
y en mí ve la fruta del Bien y del Mal.
Por él despreciara mi origen augusto,
él solo domina mi regia altivez,
si él lo quisiera... daríale con gusto
mi sangre, mi vida... mi real doncellez!
Perdóneme, padre... - ¿Quién es ese hombre?
- murmura el levita con trémula voz;
Decidme, Princesa... decidme su nombre...
¿Su nombre?... ¡Dios mío!... ¡El padre Araoz!
La Confesión es quizá el poema más popular del padre Carlos Borges. Varias generaciones de venezolanos lo recitaron y se puede decir que forma parte del hit parade lírico criollo. Tal vez su éxito se deba a haber sido escrito por un sacerdote y estar cargado de morboso erotismo. Esa penitente seguro que causó desazón al pobre padre Araoz, quien tal vez salió corriendo del confesionario por miedo a esta súcubo, Lilith en persona. Siempre me recordó a una joven de buena familia de Maracaibo que deseaba de esa manera a un sacerdote. Fue a finales del siglo XIX... ¡De los muertos no se habla!.
http://lecturas-yantares-placeres.blogspot.com.es/2012/01/borges-entre-la-mistica-y-la-bohemia.html
CARLOS BORGES:
«POEMARIO»
CANTOS DEL ALMA Y DEL CUERPO,
¡ARMONÍA DEL CIELO Y LA TIERRA!
Por María Cristina Solaeche Galera
«Debe haber algún lugar en nosotros mismos
donde cesa el combate de los contrarios
y no se juega más a cara o cruz,
donde las cosas brillan con su propia lumbre,
donde la mirada resplandece en el silencio
dominios del blanco,
donde se unen el agua y el fuego sin violencia.»
JUAN LISCANO
Carlos Borges Requena, poeta, orador y ensayista, nace el 25 de noviembre de 1867, en Caracas, capital de Venezuela. Los estudios de Primaria los realiza en su ciudad natal, en el Colegio Santa María. Después de estudiar unos cursos en la Facultad de Derecho, ingresa, a los veintitrés años, en el Seminario Jesuita de Caracas y, el 10 de marzo de 1894, es ordenado sacerdote. Seis años después, en 1900, se gradúa de Doctor en Teología en la Universidad Central de Venezuela.
Carlos Borges Requena, poeta, orador y ensayista venezolano.
(Caracas, 1867 - Maracay, 1953)
Al poco tiempo de doctorarse, su inquieto y apasionado espíritu le hace irse de Venezuela buscando calma para sus humanos ardores, que, desde luego, no logra sosegar. Corriendo los primeros años del siglo XX, regresa a su país natal y se entrega de lleno a la escritura, que alterna con una vida poco recatada para religioso.
Por esta época, tiene lugar la insurrección de Cipriano Castro, quien, el 23 de mayo de 1899, en un acto de audacia sin precedentes, desde su exilio en Cúcuta (Colombia) invade Venezuela con tan solo sesenta hombres y logra hacerse con el poder presidencial que hasta entonces ostentaba Ignacio Andrade. Este hecho ha pasado a la Historia venezolana con el singular nombre de la “Invasión de los Sesenta”.
Víctima de sus excesos, Borges sucumbe ante la tentación del poder político cuando Castro, ya presidente constitucional de Venezuela desde 1901, lo llama para incorporarlo a su gabinete, nombrándole su Secretario Privado. Para esos momentos, su disipada vida es tan manifiesta que lo conduce a la suspensión sacerdotal.
Se enamora apasionadamente de una mujer de la que apenas se recuerda tan solo el sobrenombre, «Lola», pero que será la protagonista central de la mayoría de sus temas de encendido apasionamiento.
Tus caderas de ánfora,
redil de mis pecados. (1)
A partir de 1902, es colaborador de la revista El Cojo Ilustrado y otras muchas revistas literarias, en las que queda, dispersa y desorganizada, gran parte de su producción intelectual de esta época, precisamente cuando publica sus mejores poemas y ensayos.
Con la llegada de Juan Vicente Gómez, apodado “El Bagre” o “El Benemérito”, al poder en 1908, su nuevo destino es la cárcel por gritar «vivas» a favor de Castro, justamente el mismo día en que Gómez lo depone, mediante un sui géneris golpe de Estado.
Del presidio sale cargado de nefastas vivencias cuatro años después, en 1912, decidido a buscar y reencontrarse con su amor Lola. Pero ella fallece y Carlos Borges busca desesperadamente consuelo en el alcohol. Su faceta mística sale otra vez en su rescate y vuelve, cual mansa oveja, al redil eclesiástico, abjurando públicamente de su pasada vida «libertina» en la ciudad de Barquisimeto, ciudad en la que ejercerá de profesor en el seminario, desde 1915 a 1919.
De nuevo se enamora, y al mismo tiempo que lanza ardorosos sermones desde el púlpito de su iglesia en Barquisimeto, sus poemas se vuelven cada vez más sensuales. Viaja nuevamente; se cree que lo hace con su nueva enamorada, una actriz de teatro. Luego, por razones desconocidas, regresa de nuevo al refugio de la Iglesia, esta vez para dedicarse al cuidado abnegado y con esmero de un asilo católico de enfermos mentales.
En 1915, un grupo de músicos decidió darle una serenata al entonces presbítero Carlos Borges, para lo cual entonan un vals venezolano, todavía inédito, compuesto para bandolín por el músico larense Antonio Carrillo, y cuentan las crónicas que fue el propio Borges quien le dio el nombre al que será conocido como una pieza selecta del repertorio musical venezolano: Como llora una estrella.
Durante la última etapa de su vida se reconcilia con el tirano Gómez, quien lo nombra capellán castrense en 1919, cargo que desempeñará hasta sus últimos días. Con su existencia, a ratos licenciosa, a ratos santificante, además de pertenecer al grupo de íntimos amigos del dictador, escribe loas de magnanimidad como expresión de gratitud al “Benemérito” y a la Iglesia Católica, que lo recibe nuevamente en su seno.
Dotado de excelentes cualidades para la oratoria, el sátrapa lo escoge para la redacción de varios de sus discursos, entre ellos se recuerda notablemente el pronunciado en la inauguración de la Casa Natal del Libertador; sin embargo, cuando el Perú solicita a Venezuela que envíen a Borges para el discurso de la batalla de Ayacucho, “el Bagre” se niega, frustrando las posibilidades de medrar al orador Borges.
No intentemos deshacer el apretado entramado de la amalgama de su vida, que se desliza a través de la iglesia, del rendimiento a un tirano y de la literatura que lo sustenta, porque, seguramente, nos conduciría a un callejón sin salida.
Murió el 21 de octubre de 1932, en la ciudad de Maracay. El 2 de marzo de 1953, son exhumados sus restos mortales en la Zona Vieja, Cuartel A, del cementerio de la ciudad de Maracay, en el Estado Aragua.
Tan veleidoso como mimético, conoce la expulsión de la Iglesia a causa de su pasión afectiva, pero también el regreso al seminario en varias ocasiones gracias a su capacidad de retractación y arrepentimiento oportuno. Cada violento cambio en su vida es acompañado a su vez de un violento cambio en sus escritos, del fervor religioso salta a la pasión erótica y de ésta, de nuevo a aquél. Así, los poemas de sus circunstancias espirituales son hermosas jaculatorias y los amorosos, el preludio del erotismo en la lírica venezolana. Sin embargo, es más conocido por su oratoria: se le reconocen sus cualidades de gran orador en el púlpito y fuera de él en actos religiosos, civiles y militares, y su elocuencia tribunicia es notoria.
«Macabros»
Carlos Borges es autor de uno de los poemas conocidos como Macabros, cuya música se ha atribuido posteriormente al cubano Alberto Villalón. Se cree que lo escribió en torno al año 1855, cuando sufrió depresión, y es conocido con el nombre de Boda Negra, pero originalmente se titulaba Boda Macabra, que empezó a circular a partir de 1893. Sobre el cual, el mismo poeta escribe:
«Esa lúgubre fantasía de mis dieciocho años era un presentimiento. ¡Pobres versos! La Musa, vidente, al inspirármelos, me anunciaba el dolor más intenso de mi vida. Yo vi la urna blanca de mi dulce novia bajar al fondo del sepulcro. Yo vi a la tierra tragarse aquella flor de gracia y belleza. En la amargura de mi duelo puedo exclamar como Jacob: Murió Raquel en el camino… y era el tiempo de la primavera. Mi alma tiene tedio de la vida. Como el amante de la antigua canción quisiera dormirme para siempre ¡oh, eterno Amor mío! Abrazado a tus huesos».
Transcribimos aquí un extracto de lo que ya escribía apenas salido de la adolescencia. Cuentan que lo escribe basándose en unos comentarios que oye en esos años mozos, narrados por el enterrador de la región, y su ferviente imaginación traslada con su lírica al papel, en versos como estos:
Oye la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
—Era un amante a quien por suerte impía
su dulce bien arrebató la Parca.
Todas las noches iba al cementerio
a visitar la tumba de su hermosa;
la gente murmuraba con misterio:
«Es un muerto escapado de la fosa».
En una noche horrenda hizo pedazos
el mármol de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada. (2)
(…)
«Poemario»
Borges publica, a lo largo de su vida, un único libro de poemas, que titula sencillamente Poemario, de apenas 64 páginas, siempre en un continuo vaivén entre el amor divino y el amor carnal, entre el altar y el lecho. Un ser humano paradójico y extravagante. La crítica literaria ha destacado su oratoria y, por el contrario, ha olvidado, la mayoría de las veces, al poeta.
Poesía enmarcada en el Modernismo venezolano como uno de sus mejores representantes, el poeta Carlos Borges, con su paisaje interior, trasciende el adusto moralismo, en un trasiego hacia una «elocuencia poética» que ensancha su poder insinuante, la belleza sensorial donde puede refugiarse él, quien describe sentimientos muy personales reflejos del estado del ánimo. Escoge cuidadosamente sus palabras produciendo hermosos efectos de musicalidad. Recupera versos del arte mayor, escasamente utilizados, endecasílabos y alejandrinos, en versificación regular o en versos sueltos o blancos que se ajustan a la métrica pero que no tienen rima, estableciéndose esta apenas entre el verso final de la estrofa y la rima interna, con el uso abundante de recursos expresivos, figuras literarias, adjetivación ornamental y palabras cultas y sugerentes.
Una poesía que, como afirma Salvador Garmendia, nos abre la puerta del erotismo en la poesía venezolana, un erotismo ineluctable en todos sus poemas amatorios. Como dice Antonio Arráiz:
«Y los que oían o leían sus poemas sentíanse estremecidos por una inexperimentada fruición, semejante a la que produce la mezcla de lo dulce y de lo ácido en un fruta tropical, por aquella mezcla de pecado y de piedad, de sensual delectación y de ardiente misticismo, que revelaba en su autor la dualidad del poeta pagano, enamorado de la vida, y del poeta cristiano, con las miradas fijas en el más allá».
En el templo majestuoso, claro, inmenso en el espacio,
la radiante noche teje su guirnalda de áureas flores,
que el altar del firmamento inefable aroma dan:
y se entreabren dulcemente con suavísimos fulgores
los luceros tembladores,
y es un lirio blanco Sirio, una rosa Aldebarán.
(…)
¿O las místicas antorchas del banquete celestial?
¿Son las luces de la Patria suspirada? ¿Las ya idas
esperanzas tan queridas
que murieron en las cruces donde esplende el ideal?
¡Oh, Jesús enamorado, tierno esposo de mi alma,
no me basta ser el cirio que en las horas de alegría,
se consume en tus altares en ardiente adoración:
en tus horas de abandono, quiero hacerte compañía,
haz que tenga noche y día
como lámpara eucarística encendido el corazón.
(…)
¡Tú me bastas, Amor mío, en el cielo del Altar! (3)
Ese contraste seductor entre el espíritu místico y el profundo amor a la mujer, y la encantadoramente desenfrenada pasión, con que nos dice:
Besa los senos de la mar dormida
el sol enamorado, como un rey
que sus oros y púrpuras olvida
a los pies de la hermosa Loreley.
(…)
Apoyado en el áncora tu bello
brazo desnudo al marinero incita;
la cruz que pende de tu níveo cuello
sobre tu ardiente corazón palpita.
(…)
Y el corazón, la entraña adolorida
en el dorado anzuelo del Amor,
para la cruel sirena de la vida
es a un tiempo carnada y pescador. (4)
Sus votos sacerdotales nunca le impidieron vivir en sus momentos la bohemia de la época, revelándolo en sus poemas de hombre y poeta sensual y atormentado, donde los versos afloran con trasparencia su drama interno, sin falsedad alguna, a ratos espiritual, ascético adorador y arrepentido; en otros, disfrutando el gozo del amor y la sensualidad del cuerpo de la mujer amada, y común en todos, esa su nostalgia:
Puesto el oído al eco de la noche,
a la voz de las ondas y los vientos,
viajera el alma en el país brumoso
de lejanos, tristísimos recuerdos,
el grande artista sueña… ya lo invade
la inspiración del genio,
la encarnación del arte
ya informa el ideal en su cerebro…
Después… febril, apasionado, loco,
luz en los ojos y en la frente fuego
intérnase en la sombra
del gran salón desierto…
y acariciando el piano adormecido
le cuenta sus ensueños…
Escuchad…! ¡Es el canto de los astros,
la armonía del alma y de los cielos! (5)
Con esa tonalidad, sus poemas zigzaguean entre el apasionado erotismo y el paradisíaco acento místico, se le vincula al movimiento modernista; sin embargo, su lenguaje aún está imbuido de romanticismo con ramalazos neoclásicos a los que lo inclinan su formación religiosa y sus estudios eclesiásticos:
Ante la imagen de Jesús rezaba
con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mí pasó una hermana
casi rozando con mi corazón.
El demonio bíblico y maldito
me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,
corrí tras ella, la alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en un beso.
Cuando a mi puesto volví cual Judas,
con la cabeza baja avergonzado,
el buen Jesús me dijo con ternura:
«Dale otro beso…, que eso no es pecado».
Obedeciendo a Jesús prolijo
corrí tras ella, la volví a alcanzar,
y, al agarrarla, me grito: «¡Bandido!»,
pero más dulce la volví a besar. (6)
El sacerdote y el poeta Carlos Borges viven paralelamente en su vida la acción del católico militante y el éxtasis que produce el amor. La curiosa mezcla de minucioso realismo y de inspiración o intuición desenfrenadas, las expresa con una meridiana claridad profundamente significativa. Para él, el alma es un poderoso guerrero espiritual cuando este espíritu encuentra satisfacción y con ella escribe sus espirituales poemas, pero, ¡qué embriaguez de atracción voluptuosa, qué fiesta de los sentidos, qué júbilo del arrebato del amor lúbrico que lo transfigura al igual que lo hizo su amor a lo divino! ¡Qué vuelo tan audaz, que dulce extravío!
En el caso de Carlos Borges el poeta, deseoso de comprometerse entre la palabra y la vida, la vida y la palabra, rebelde y con álgidas tensiones, sólo nos queda, recapacitar el abandono en que lo sumimos y asomar valientemente, el valor que su poesía encierra aún a pesar de las sombras a la que la hemos sometido; quizás a la «Patria Literaria» y a cada uno de nosotros, lectores, nos propongamos dar por justo que su hermosa poesía haga la contrapartida a la desidia, en las lecturas que de sus poemas hagamos y en el nuevo y digno lugar en que a su obra poética coloquemos.
En la calma silenciosa de las noches estrelladas,
la eternal magnificencia a la mente maravilla
al espíritu amedrenta con tremenda majestad.
(…)
¡Oh, las pálidas estrellas! ¿Son las perlas de los mares
infinitos? (3)
Como nota de luz en el pentagrama
inmenso de los cielos,
se miran las estrellas esparcidas,
por el Eterno Artista… Los abetos,
los pinos melancólicos, los sauces,
como a gigantes liras hiere el viento;
¡extraña sinfonía de los bosques
acompañando el himno de los cielos! (5)
__________
Notas:
1. Dístico.
2. Bodas negras.
3. Lámpara Eucarística.
4. A bordo.
5. Nocturno.
6. Pero más dulce.
http://www.gibralfaro.uma.es/criticalit/pag_1716.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario