RICARDO NIETO
(Colombia, 1878 - 1952)
Entre conversaciones de guerras civiles y literatura, nace Ricardo Nieto, en Palmira, Colombia, un 20 de octubre de 1878 del matrimonio que conformaban doña Teodolinda Hurtado, matrona y ama de hogar, y el soldado de contiendas civiles, rector de colegios y escritor de oportunidad, Juan Nepomuceno Nieto.
Según el crítico y biógrafo Armando Romero Lozano, el poeta a pesar de vivir en Palmira en medio de una sociedad rodeada de beligerancia y con apenas 12 mil habitantes, era un "hombre de ánimo pacífico que sabía dominar sus duros instintos y las fuerzas de agresión y de envidia que le circundaban; trascendía la violencia del miedo en exuberancia y en énfasis, en inquietud sin objetivo; y era vehemente conservador, u orador grandílocuo, o poeta declamatorio y altisonante". A diferencia de su padre, que fue un poeta ocasional, asume la literatura con ímpetu.
Viaja al sur del país, a la ciudad de Popayán, a realizar sus estudios. Como estudiante tiene que aportar, sirviendo de pasante o inspector en el claustro. En medio del ir y venir de soldados en enfrentamiento por la guerra de 1895 y la de 1899, los estudios se realizan trabajosamente con poca presencia de profesores y alumnos que asisten a clases. En 1897 Ricardo Nieto recibe su diploma de bachiller en letras y cuando para 1900 un nuevo conflicto surge en campos y ciudades, en el mes de junio de ese año, le otorgan su grado en derecho, profesión que no ejerció.
Sus lecturas juveniles se dieron con libros de Baudelaire, Bourget, Verlaine, Brunetiére, Guyau. Copiaba en sus cuadernos de estudiante los Poetas Malditos, y realizaba listas por encargar, autores casi todos franceses, que eran para el momento, los más representativos de las nuevas tendencias, para la evaluación crítica, la novela sicológica y la catalogada por los intelectuales del romanticismo, como poesía decadente.
Con el entonces joven poeta de la ciudad de Popayán, Guillermo Valencia, comparte oficios públicos en la ciudad de Cali. Nieto tiene el cargo de escribiente de la secretaría de gobierno, mientras que el poeta de "Anarkos" es nombrado jefe civil y militar del Departamento del Cauca. Entre otros trabajos de oficina y de docencia, transcurre la vida de Ricardo Nieto. Y es en ese ir y venir apacible en la vida burocrática, cuando llega a sus manos la obra del Mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, de quien Nieto aseguró haber recibido sus mayores influencias.
Contrajo matrimonio en 1908 con Isabel Velasco y de su matrimonio nacen dos hijas. Su extensa obra, recogida en libros como La oración de la noche, Cantos a la Virgen, Tierra caucana, o Elogios de ciudades, que tanto lo consagraron en su época, se ocupa de temas religiosos: "Santa Teresita: buenos, buenos días...!/ Alondra de ensueño, rosa de alegrías,/ flor de los cerezos, nube del arrebol/; exhala tu nombre tan suave fragancia,/ que todos los ojos se vuelven a Francia/ como si existiese el nuevo Rey-Sol"; o temas de un romanticismo que se articula con lo bucólico: "¿Quien canta entre los pinos del bosque solitario?/ ¿Qué voz se alza doliente del robledal sombrío/ mientras la lluvia blanca desgrana su rosario/ y caen las hojas muertas sobre el helado río?"
Antología poética de Ricardo Nieto
Querella fraternal
Muchacha provinciana
que al morirse la tarde lastimera,
te asomas pensativa a la ventana,
detrás de la marchita enredadera,
y buscas con los ojos tras la loma,
tal vez pensando en una historia trunca,
un novio que no asoma, que no asoma,
que no llegara nunca...
Viajero solitario
que al acercarte a la escondida aldea,
te paras a mirar el campanario,
y el camino amarillo que serpea
como un dolor sobre el escueto monte,
hasta perderse triste y silencioso
en el confín del pálido horizonte...
Enfermo que en tu alcoba
oyes el grito del reloj que deja
desde su caja obscura de caoba
caer las horas como dulce queja,
y piensas en la madre y en la novia
que te tienden los brazos desde lejos,
sin saber la amargura que te agobia,
al ver quizás por la ocasión postrera
la última rosa que prendió la tarde
como un beso de luz en tu vidriera...
Poeta taciturno
que a media–noche en la calleja avanzas,
recitando entre dientes el Nocturno,
mientras se escucha un piano adolorido
que deshoja recuerdos y esperanzas
como se queja un ave desde el nido..
Yo soy hermano de vosotros; flota
algo crepuscular en torno mío,
algo que es luz, o soledad, o nota,
o murmullo lejano de algún río...
Algo que viene desde lejos, y arde
como una estrella vespertina y tiene
la tristeza infinita de la tarde...
La parábola del leproso
Jesús marchaba hacia Belén.
El día,
tras los montes lejanos,
entre nubes de sangre se extinguía,
y la misericordia de sus oros
regaba en los oscuros olivares
y entre los gigantescos sicomoros.
Y detrás de Jesús la muchedumbre
caminaba doliente y silenciosa,
mientras el sol en la lejana cumbre
deshojaba sus pétalos de rosa...
De Belén a las puertas
hallábase un leproso
que, al contemplar la multitud, lloroso
los brazos extendió, como esas ramas
de los árboles viejos
que el tiempo cubre de úlceras y lamas.
Entonces Juan, quitándose el abrigo,
piadosamente lo entregó al mendigo;
y Pedro el jefe del rebaño hermano–
exclamó sollozando ¡te bendigo!
y sus sandalias alargó al anciano.
Jesús, entonces, se acercó. Y gozoso,
con íntimo fervor, con embeleso,
estrechando en sus brazos al leproso
dejó en sus llagas el clavel de un beso.
La multitud se estremeció...
Moría
la tarde en los lejanos horizontes
y con sus besos de piedad cubría
la frente pensativa de los montes...
Pax
Señor, dame la paz, la paz que miro
Esta tarde otoñal en mi ventana,
mientras se tiñe la extensión lejana
con la diáfana sangre de un zafiro.
A esta dulce quietud es cuanto aspiro:
ser el árbol que nace en la sabana
y no sabe por qué; que cae mañana
y no tiene en sus hojas ni un suspiro.
Señor! pón en mi espíritu la suave
serenidad de la naturaleza
que de la duda y el dolor no sabe...
señor! ya nada quiero, nada ansío,
y sólo pido a tu gentil largueza
que me transformes en rosal o en río.
Canto a Palmira
Verás, tierra de mi alma, tierra del alma
mía,
el ave migratoria que alzó su vuelo un día
hoy vuelve al sitio amado donde su nido fué;
aún trae sobre las alas el polvo del camino,
en sus pupilas agua, en su garganta el trino,
y en su interior la fe...
Tierra del alma mía para decir tu gloria
un hijo de tu seno se va a poner de pie!
Adonde fue mi vida tu imagen fue conmigo:
tu sombra bienhechora me dio calor y
abrigo;
y en medio de otras voces la tuya siempre oí;
muy frágil, muy oscura, muy pobre fué la
historia
del hijo que te besa: si ambicionó la gloria,
fué sólo – Dios lo sabe! – por ti, no más por
ti…
En ti mi pensamiento estuvo siempre fijo;
si te llamaba: madre!, me contestabas: hijo!
y en tu regazo entonces la frente iba a
posar;
para tus manos suaves jamás fuí yo un
extraño,
las mías tampoco – oh madre! – jamás te
hicieron daño:
son ellas las que ahora te quieren abrazar!
De noche… un hombre escribe. Mientras
escribe, piensa
en ti, tierra del alma. Y va la sombra densa
que envuelve lo pasado cayendo en
derredor;
y van surgiendo en torno, como un collar de
rosas,
escenas de la infancia lejanas y borrosas
que al soplo del recuerdo conservan su
calor…
Un hombre escribe… y sufre porque en su
amor quisiera
que la palabra dócil al corazón tuviera
la brillantez del mármol labrado con cincel;
si fué imposible aquello, no fué imposible–
oh santo
cariño hacia la madre! – que al principiar
mi canto,
besara con ternura tu nombre en el papel!
Refiere la leyenda que a un rey altivo y fiero
en medio de la vía detuvo un pasajero,
y el rey lo interrogó:
– ¿Quién eres? – ¿Cuál tu estirpe y cuáles
tus blasones?...
– Un hombre que te ha dado más glorias y
naciones
que las que tú heredaste: Hernán Cortés soy
yo!
Así con esa ruda, gallarda gentileza
a aquél que preguntaste tu estirpe y tu
nobleza
pudieras contestar.
Tu gloria está en tu mano viril y encallecida
por el trabajo que abre las fuentes de la
vida
y es riel sobre la pampa y es barco sobre el
mar!
No ostentas en tu escudo ni el águila
bizarra,
ni el león que muestra fiero su formidable
garra,
ni el épico dragón:
emblema de tu vida y emblema de tu escudo
(si acaso lo tuvieras) sería un brazo desnudo
golpeando sobre el yunque tu propio
corazón!
Un siglo há que viniste gentil hacia la vida,
como una flor de ensueño, rosada y
encendida
al rayo tropical;
cubrió tu seno virgen la diosa Primavera,
abanicó tu rostro moreno la palmera
y te hizo un nimbo de hojas la sombra del
guadual.
Bajo el azul glorioso, sin nubes, de tu cielo,
y sobre el verde prado, amable, de tu suelo,
cantas al Porvenir.
El himno de los fuertes que aguardan esa
hora
en que aparece roja, como una flor, la
aurora,
y llevas como lema: luchar, vencer, vivir!
Una montaña erige sus torres al oriente:
al levantarse en ella el sol pone en tu frente
su vívido coral;
y otra montaña irgue su colosal silueta
al occidente, y tiñe con tonos de violeta
tu manto de esmeralda magnífico y triunfal!
Un himno fué tu vida: el himno del trabajo
que va rompiendo bosques y va cortando a
tajo
la roca que se empina o el agrio farallón;
de tanto herir el suelo tus manos están
negras…
¿Qué importa? Esa es tu gloria, y de ello tú
te alegras
pues blanco – como el hielo – tienes el
corazón!
Tu verso es el Witman: el verso hosco y
nervudo
del gladiador que lucha impávido y
desnudo,
e imprime en donde pasa la huella de su pie;
el verso que sacude al viento su melena
y va dejando en torno pirámides de arena
y mira a lo que viene y nunca a lo que fué…
Un canto fué tu vida: el canto del progreso:
viviste con los labios abiertos para el beso
que cambia en rubia espiga las piedras del
erial;
por eso te han quedado los labios
encendidos,
y arrullan tus mañanas los ecos de los nidos,
y cantan tus victorias las dianas del maizal.
Humilde… Siempre humilde como una
sensitiva
al verte te adormeces. Pero también activa
levantas, cuando es hora, la frente al
huracán,
y miras sin temores, sin miedo, al
horizonte…
¿qué importa que se incendie intempestivo
el monte,
y que reviente en llamas la cima del
volcán?...
¿Qué importa?... Descendiente de indígena
y de hispano,
en todas ocasiones sabe tu noble mano
clavar la vieja espada o deshojar la flor;
y sabe, como el indio, decir también las
cosas:
– "¿Estoy acaso en medio de un tálamo de
rosas?..."
y sonreír ahogando los gritos del dolor!
Así has vivido siempre.
Pasaron ya cien años.
Con ellos van placeres, dolores, desengaños,
como las ondas dulces que corren hacia el
mar;
si alguno se llegase a ti en este momento
a investigar acaso cuál es tu pensamiento,
como Bolívar magno, contestarías: triunfar!
Así siempre has vivido.
Pelícano doliente,
clavaste en tus entrañas tu propio pico
ardiente
para entregar a todos tu sangre y tu piedad;
y te quedaste exangüe, pero también
dichosa,
mirando que tu sangre se transformaba en
rosa
y en tu regazo augusto dormía la libertad!
Y así vivirás siempre. Porque tu vida es eso:
amor, piedad, dulzura, fraternidad,
progreso;
para el que llora, alivio; para el que sufre,
pan;
tener abierta el alma, pero también las
manos…
Así te han visto siempre tus férvidos
hermanos.
Y así – tierra del alma – los siglos te
verán!...
El poeta Ricardo Nieto era liberal, amigo de mi padre, Germán Guerrero Obregón, concejal de Cali por los años cincuentas del siglo XX, también liberal. Escribió una elegía a Palmira, famosa en su tiempo. ME llamo RAMIRO Guerrero Muñoz y escribo en la tableta de mi hija. Tengo a la fecha noventa años y cuarenta días. Hoy recordé varios poetas vallecaucanos: Luis Carlos Villafañe, Ricardo Nieto y Antonio Llanos.
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