domingo, 27 de febrero de 2011

GEOFFREY HILL [3.175]


Geoffrey Hill

Geoffrey Hill (Bromsgrove, 18 de junio de 1932 - 30 de junio de 2016) fue un poeta inglés, profesor de Religión y Literatura Inglesa, y codirector del «Instituto Editorial» en la Universidad de Boston. En 2010 fue elegido «Profesor de Poesía» de la Universidad de Oxford.

A la edad de seis años, se trasladó con toda su familia a la localidad cercana de Fairfield, parte del condado de Worcestershire, donde acudió a la escuela primaria de Bromsgrove. En 1950 ingresó en el Keble College de Oxford para estudiar inglés, donde publicó sus primeros poemas en 1952, con tan sólo veinte años, en el volumen epónimo de Fantasy Press editado por Donald Davie (no obstante sus textos habían aparecido previamente en la revista Guardian de Oxford del Club Universitario Liberal).

Una vez graduado con honores en Oxford, se embarcó en la carrera académica y docente, enseñando en la Universidad de Leeds desde 1954 hasta 1980. Después de abandonar Leeds, permaneció durante un año académico en la Universidad de Bristol con la beca Churchill antes de ser nombrado miembro de la junta de Gobierno del Emmanuel College de Cambridge, donde enseñó desde 1981 hasta 1988. Más adelante se desplazó a los Estados Unidos, donde fue nombrado profesor de Literatura y Religión en la Universidad de Boston. En el año 2006 regresó a Inglaterra y en estos momentos reside en Cambridge.

El profesor Hill fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Leeds en 1988. También es asesor honorario del Keble College, Oxford; es Asesor Honorario del Emmanuel College de Cambridge. Académico de la Real Sociedad de Literatura Inglesa; y desde 1996 pertenece a la Academia Americana de las Artes y de las Ciencias. Está casado con Alice Goodman.

Geoffrey Hill es considerado uno de los más significativos poetas de su generación. Al margen de las corrientes de sus contemporáneos, los escritores de la década de 1950 y visiblemente apartado de los escritores de las décadas posteriores, la escritura de Hill se constituye de una gran variedad de estilos, desde la densa y sugerente escritura de King Log o Canaan hasta la sintaxis simplificada de la secuencia "The Pentecost Castle" en "Tenebrae" a los poemas más accesibles de Mercian Hymns", uno de sus libros más conocidos, una serie de treinta poemas (en algunas ocasiones llamados poemas en prosa, término que Hill rechaza) en los que se yuxtapone la historia de Offa, gobernante en el siglo VIII del reino Anglosajón de Mercia, con la propia infancia del escritor en la moderna Mercia de West Midlands.

Hill es frecuentemente descrito como un poeta difícil y exigente. Esto es consecuencia tanto de su estilo como de los temas que abarca ya que éste utiliza el gran número de recursos que ofrece la retórica tradicional, asumiendo técnicas de la vanguardia, pero también (especialmente en su obra tardía) incorpora términos del lenguaje cotidiano, incluyendo tanto eslóganes políticos, como expresiones propias de los medios de comunicación y tecnicismos.

Son motivos recurrentes en la obra de Hill la presencia de ambigüedad moral y con frecuencia episodios violentos de la historia Británica y Europea reciente, aunque en su obra las descripciones del paisaje (especialmente de su Worcestershire natal) tienen la misma intensidad que la historia.

En una entrevista en "Paris Review" (2000), Hill defendió el derecho de los poetas a ser difíciles como forma de resistencia contra las simplificaciones humillantes e interesadas impuestas por los "maestros of world".

Bibliografía

Poesía

En inglés

For the Unfallen (1958)
King Log (1968)
Mercian Hymns (1971)
Tenebrae (1978)
The Mystery of the Charity of Charles Péguy (1983)
New and Collected Poems (1994)
Canaan (1997)
The Triumph of Love (1998)
Speech! Speech! (2000)
The Orchards of Syon (2002)
Scenes from Comus (2005)
A Treatise of Civil Power (2005; 2007)
Without Title (2006)
Selected Poems (2006)

En español

Veintisiete poemas.Taller de Traducción Literaria, 2003.
Himnos de Mercia.Dvd Ediciones, S.L.2006.

Ensayos

The Lords of Limit (1984)
The Enemy's Country (1991)
Style and Faith (2003)
Collected Prose (2007)


El 30 de junio último, de 2016, falleció el gran poeta inglés Geoffrey Hill, de quien el crítico Harold Bloom se refirió como uno de los poetas británicos más importantes del siglo XX. Fue además de poeta, profesor de religión y de literatura inglesa, además de ser nombrado como “Maestro de  Poesía” en la Universidad de Oxford.

Con esta selección de poemas, realizada por uno de sus estudiosos más entusiastas, además de su traductor al castellano: Jordi Doce, Vallejo & Co. quiere rendirle un sentido homenaje, al autor del extraordinario poemario Himnos de Mercia, (único libro publicado hasta el día de hoy en español). Se incluye, además, al inicio de la selección de poemas una nota de Jordi Doce. Lamentablemente nos deja el poeta, pero nos deja una inmensa obra aún por descubrir.



Por: Geoffrey Hill
Selección de poemas y nota: Jordi Doce
Traducción: Jordi Doce (y quien se indique en cada poema)
Der. Ed. DVD

Geoffrey Hill: La lengua cavilosa

Miembro de la promoción lírica que empezó a publicar en la década de 1950, Geoffrey Hill (1932-2016) ha sido considerado por críticos como Harold Bloom y Christopher Ricks como el poeta británico más importante del último medio siglo. Su poesía –recogida en Broken Hierarchies: Poems 1952-2012 (2015)– incluye títulos centrales como For the Unfallen (1959), Mercian Hymns (1971), Tenebrae (1978), Canaan (1997) o Without Title (2006). Tras estudiar en la Universidad de Oxford, trabajó más de veinte años como profesor de literatura en la Universidad de Leeds. Pasó luego a ocupar la cátedra de literatura y religión en la Universidad de Boston (Massachusetts). Fue Professor of Poetry de la Universidad de Oxford entre 2010 y 2015, y es autor de una escueta pero incisiva obra crítica.

Las dos notas que dominan esta poesía son su perfección formal y su tono elegíaco y severo. Hill se ha ganado una reputación de poeta difícil, dueño de un lenguaje grave y alusivo, que somete a una gran tensión. Estamos ante una obra marcada, en lo expresivo, por la elipsis y la ambigüedad semántica. Sus poemas se nos muestran como precipitados de palabras, bloques textuales que giran sobre un centro no declarado. Como escribió Seamus Heaney con perspicacia:

Hill se presenta ante la palabra como un mampostero ante un bloque de piedra (…). La forzada retórica de sus poemas es una especie de arquitectura verbal, un vástago grave y resuelto del Románico inglés. La maleza nativa, esa maleza que es tanto vegetal como verbal, combinada con una ornamentación primitiva que mezcla las volutas con las formas del helecho y la hiedra, entra en colisión con los contornos del tímpano y el arco de medio punto, se enfrenta a la pesada elegancia del latín imperial.

La impresión de pétrea fijeza que ofrece esta poesía no esconde la violencia a que somete sus materiales. Como explica Heaney, la obra de Hill remite a la severa armonía de los edificios románicos, marcados por la fusión de formas naturales –herbarios y bestiarios– y la geometría deliberada del hombre. Como ellos, estos poemas aúnan elementos de indudable sofisticación literaria con otros de origen primitivo: por un lado, la elipsis, el doble sentido, la complejidad de la sintaxis y la morfología en forma de inversiones, neologismos y compuestos, y la abundancia de referencias cultas, que presuponen un buen conocimiento de la tradición europea; por otro, cierto gusto por los elementos físicos de la lengua –aliteración, rimas internas, ritmo acentual–, así como una imaginación que no rehúye la dimensión grosera y doliente de la realidad física.

La mirada de Hill rechaza toda forma de embellecimiento. Mejor dicho: la tensa lucidez de estos poemas surge de su habilidad para reconocer la belleza que habita entre las ruinas, que es también la belleza de esas ruinas que exhiben el aura del esfuerzo y la dignidad humanas. Es el mirar de quien, por boca de Merlín, puede decirse: «Reclaman mi atención los innúmeros muertos, / pues ellos son la cáscara de una rica simiente». Y aunque el imán del dolor afina su percepción del mundo natural («y miré/ al águila abatirse con garras extendidas, / salpicando de plumas sangrientas la ribera / hasta dejar desnudo el tendón palpitante»), hay en esta poesía una voluntad de empatía con el hombre que sufre y vive condenado.

Mercian Hymns, editado en 1971, fue un punto de inflexión en esta obra. No sólo es el único de sus libros adscrito al género del poema en prosa, sino el más asimilable a un impulso autobiográfico. A diferencia del idioma simbolista de los primeros libros, Himnos de Mercia despliega una música más serena y accesible, cercana en ocasiones a la evocación íntima. El estilo no es aquí menos alusivo, pero se despliega en un molde formal que favorece el sincretismo, la hibridación de registros y referencias culturales, la coexistencia de un lenguaje literario con incrustaciones vernáculas y coloquiales. Este sincretismo está en consonancia con unas páginas que vinculan la memoria personal al curso de la historia y las huellas que deja en el paisaje y en la vida de sus pobladores. Secuencia de treinta poemas en prosa, Himnos… es varios libros en uno: relato elíptico de una infancia durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado, reconstrucción elegíaca de un mundo rural al que la posguerra inglesa dio la puntilla, alzado etimológico del idioma inglés, buceo en los mitos y leyendas de la memoria colectiva.

Para terminar, he añadido dos poemas de un libro más reciente (Sin título, 2006). El más extenso, «El muchacho saltarín», es una lectura del cuadro del pintor inglés Christopher Wood (1901-1930), Boy Jumping Stream, que cuelga en el Museo de las Artes de Sheffield y que, según Hill, le hizo pensar en el niño que era en 1940. En una entrevista a la BBC, Hill comentó que sus poemas «no suelen comenzar con imágenes, sino con grupos de palabras», por lo que «El muchacho saltarín» era «una anomalía por la que siento gran afecto». La verdad es que es el cuadro de Wood es sólo un punto de partida; el poema no tarda en postular nuevos elementos que sin duda («conozco este lugar») remiten a su biografía: los huertos temerosos, las lomas de tojo, la muchacha escondida… Y ese casco de juguete que hace pensar en algunos de los poemas «bélicos» de Himnos… Las cuatro secciones del poema se van adelgazando hasta culminar en ese grito («¡vamos!») con que su autor parece animar al niño que fue, que es aún, al niño que persiste en la escritura sin importarle los años o la experiencia acumulada.

«Clemátide silvestre en invierno» es un modelo de brevedad epigramática que exhibe el talento de Hill para recrear con detalle expresionista su fascinación por el feísmo urbano y el milagro persistente del mundo natural. El lenguaje no ha perdido un ápice de su densidad alusiva, pero ahora la imaginación ha dejado el viejo mundo mítico para levantar un escenario propio de un disco de música punk.


8 poemas de Geoffrey Hill.

In memoriam


Génesis

I

Contra el aire fornido afiancé el paso
gritando los milagros del Señor.

Y lo primero fue obligar al mar
a sostener el peso de la tierra;
y al oír mi plegaria, las olas florecieron,
los ríos desovaron sus arenas.

Y en los ríos colmados y salinos
el duro y obstinado salmón se desveló
por alcanzar los montes apacibles
venciendo la corriente y el golpe de las aguas.



II

En el segundo día me levanté y miré
al águila abatirse con garras extendidas,
salpicando de plumas sangrientas la ribera
hasta dejar desnudo el tendón palpitante.

Y al tercer día proclamé: «Temed
la suave voz de la lechuza, la mueca del hurón,
el arco intencionado del halcón en el aire,
y el frío de sus ojos y el metal de sus cuerpos,
para siempre entregados a la presa».



III 

Y al cuarto día, renuncié
a esta feroz e impenitente arcilla,
al tiempo que erigía el Leviatán acuoso
como un inmenso mito para el hombre,

y al albatros, de largas alas, le hice
blanquear la ceniza de los mares
donde se cruzan Cero y Capricornio,
una inmortalidad meditabunda
como la que posee el hechizado fénix
en el árbol inmarchitable.



IV

El fénix arde, frío como la escarcha;
semejante a un espectro legendario,
el pájaro-fantasma escapa y se extravía,
volteado sobre un mar anodino.

Así, en el quinto día retorné
a la carne y la sangre y al dolor de la sangre.



V

Y al sexto día, mientras cabalgaba
impaciente entre las obras de Dios,
con espuelas saqué la sangre del caballo.

Por la sangre vivimos, la fría, la caliente,
para asolar y redimir al mundo:
no hay mito que sin sangre se mantenga.
Por la sangre de Cristo se liberan los hombres
aunque sus cuerpos yazcan en sudarios
bajo el pellejo áspero del mar;

aunque la tierra envuelva en sus entrañas
los huesos incapaces de soportar la luz.



Merlín

Reclaman mi atención los innúmeros muertos,
pues ellos son la cáscara de una rica simiente.
Si ahora se congregaran para obtener sustento,
rebasarían una manta invasora de langostas.

Arturo, Elena, Mordred: ya todos han partido
a las entretejidas galerías de hueso.
Junto a los largos túmulos de Logres se hacen uno,
y en su ciudad se yergue a espiga coronada.

De For the Unfallen (1959)
Trad. Jordi Doce (revisada por el Taller de Traducción Literaria de La Laguna)




Ovidio en el Tercer Reich

Me gustan mi trabajo y mis hijos. Dios
queda lejos, difícil. Las cosas son así.
Muy cerca de los viejos bebederos de sangre,
la inocencia no es arma de este mundo.

Una cosa he aprendido: a no menospreciar
tanto a los condenados. Ellos, en su otra esfera,
armonizan extrañamente con el amor
divino. Yo, en la mía, me sumo al coro amante.



Canción de septiembre

nacido 19.6.32 – deportado 24.9.42

Indeseable quizá fueras,
pero intocable no. De ti no se olvidaron,
ni en la hora precisa te pasaron por alto.

Como estaba previsto, falleciste. Los hechos
se encadenaron, tercos, a tal fin.
Solo Zyklón y cuero, patentado
terror, los gritos rutinarios.

(He hecho
una elegía para mí es
cierto)

Septiembre está maduro en las vides. Las rosas
se desprenden del muro. La humareda
de inocentes hogueras da en mis ojos.

Con esto basta. Es más que suficiente.




Los hombres son una parodia
de los ángeles
i.m. Tommaso Campanella, sacerdote y poeta


Algunos días
una sombra a través del tragaluz comparte
mi calabozo. Observo a una babosa
escalar por el surco destellante
de su propia baba. Los gritos,
según salen, son míos; luego,
de Dios: de Dios mis llagas y el amor, la justicia,
la desdeñosa luz, el pan, la mugre.

Yacer aquí, en mi extraña
carne, mientras un ya saciado Tormento
duerme, manchado con su rápido comer,
es una dicha ajena a los trabajos
del mundo, aunque por poco tiempo.
Pero se nos conmina a incorporarnos
cuando, en silencio, yo siquiera
apaciguar mi voz.

De King Log (1968)
Trad. Jordi Doce (revisada por el Taller de Traducción Literaria de La Laguna)


HImnos de  Mercia (J. Hill)

Himnos de Mercia


IV

Fui investido en la madre tierra, la cripta de raíces y finales. Juego de niños. Allí moré, aguardé mi momento: donde el topo

empellaba la rueda atorada, su sólido de oro; donde tediosos tejones se apiñaban en los tiros de las chimeneas romanas, las mansiones largo tiempo inesperadas de nuestra tribu.



VI

Los príncipes de Mercia eran tejón y cuervo. Esclavo de su libertad, yo excavaba y atesoraba. Huertos fructificados sobre grietas. Yo bebía de los panales de arenisca helada.

«Un niño inadaptado en casa, solitario entre hermanos». Mas yo, que ninguno tenía, alentaba una extrañeza, me entregaba a juguetes inalcanzables.

Velas de resina nudosa, ramas de manzano, el muérdago pegajoso. «Mira», decían, y de nuevo, «mira». Pero yo corría despacio; el paisaje se retiraba, regresando a su fuente.

En el patio del colegio, en los baños, los niños mostraban orgullosos sus cicatrices de moco seco, muñecas y rodillas adornadas de impétigo.



VII

Gasómetros, su rojo entre los campos. Represas de molino, piscinas de marga en completo reposo. Enjambres de anguilas. Coágulos de ranas: en una ocasión, con ramas y trozos de ladrillo, golpeó una acequia llena; luego se alejó furtivamente de la quietud y el silencio.

Ceolred era su amigo y lo siguió siendo, incluso tras el día del caza perdido: un biplano, ya entonces obsoleto e irremplazable, dos pulgadas de tosca plata densa. Ceolred lo dejó caer en barrena por un hueco abierto entre los tablones del suelo del aula, suavemente, sobre excrementos de rata y monedas.

Después del colegio atrajo a Ceolred, que se reía de miedo, hasta las viejas canteras, y lo despellejó. Luego, tras dejar a Ceolred, viajó durante horas, solo y tranquilo, en su camión de arena privado, derrelicto, de nombre Albión.



XI

Monedas tan hermosas como las de Nerón, sustanciosas y graves. Offa Rex, resonante en plata, y el nombre de sus acuñadores. Golpeaban con tacto responsable. Podían alterar el rostro del rey.

Exactitud en el diseño para prevenir la imitación; si había error, mutilación. Metal ejemplar, maduro para el comercio. Valor propio de gentes dispersas, raspadores de salinas y de establos.

Cuerpos vendados en la zanja extensa; un ojo vuelto hacia arriba. No es arriesgado, aquí, presumir la ira del rey. Reinó durante cuarenta años. Las estaciones tocaron y retocaron la tierra.

Tierra de brezos y vegas recién formadas. Mostaza silvestre, caléndulas de los pantanos. Bosque de robles crepitantes donde el jabalí surcaba el humus negro, hozando cómplice entre hojas y lombrices.



XII

Sus palas se injertaron en un suelo de resistencia variable. Se abrieron paso tenazmente hacia el tesoro. Saquearon epifanías, vértebras de la quimera, la armadura de larvas de abejas salvajes. Tundieron la piel facetada del dragón.

Se pagó a los hombres para que calafatearan los conductos del agua. Fabricaron cerveza y orinaron con esplendor; sus letrinas empaparon el estuario a través de las ortigas. Urdimbre mohosa, se han esparcido hasta vuestras colaciones.

Es otoño. Ramas de castaño entrechocan sus hojas inflamadas. El jardín se ulcera reclamando atención: culturas telúricas enriquecidas con cascos, bulbos, nódulos, los sólidos hundidos de la gravedad. He desenterrado un resplandor dorado y hediondo.

De Himnos de Mercia (1971)
Trad. Jordi Doce y Julián Jiménez Heffernan






Clemátide silvestre en invierno
i.m. William Cookson

La vieja dicha del viajero aparece, desnuda, como una flor de espino
mientras el coche enfila la ciudad entre borrosos pormenores…
clemátide silvestre derramando la falsa simiente de las vainas,
la tierra eyaculada, el sol y su mortaja blanquecina,
helechos húmedos raídos sin piedad, prensados como raspas de pescado,
y la hierba del terraplén hachada y emplumada por la escarcha,
por todas partes desperdicios, vertidos bien visibles
en esta aparición palidecida.



El muchacho saltarín

1. 

He aquí el muchacho saltarín, el muchacho
que salta mientras hablo.

Está a sus anchas en el camino real,
a oídos de la casa alta, su ciego
alero, los árboles; conozco este lugar.

La senda, en gruesas líneas fuera del campo de visión,
se acaba en cualquier parte pero no en Lyonnesse,
aunque es de Lyonnesse de donde he de traerte,

por huertos tenebrosos, a través de las lomas
de tojo de la antigua tierra comunal
devuelta en todas partes al futuro de la memoria.



2.

Brinca porque siente una seria
alegría al brincar. Los ojos de la chica

tienen vedado el paso, o bien ella
está a un paso, a cubierto, y nosotros,
sin saber cómo, debemos saberlo.

Apuesto que idolatra su cabeza plebeya
de balín, sus aladas zapatillas de lona
de nuevo Hermes, su abollado casco de juguete

sujeto con elásticos. Está ganando
una guerra justa y trascendental
contra la gravedad.



3.

Tal vez sea un caso de levitación. Yo
podría hacerlo. Dar a su nuevo cuerpo
mi remembranza. Tales incidentes ocurren.



 4.

Sigue saltando, saltarín; el muchacho que fui
grita vamos.

De Without Title (2006)
Trad. Jordi Doce




An Apology for the Revival of Christian Architecture in EnglandRelated Poem Content Details
BY GEOFFREY HILL


the spiritual, Platonic old England …
S. T. COLERIDGE, Anima Poetae

‘Your situation’, said Coningsby, looking up the green and silent valley, ‘is absolutely poetic.’ 
‘I try sometimes to fancy’, said Mr Millbank, with a rather fierce smile, ‘that I am in the New World.’ 
BENJAMIN DISRAELI, Coningsby


1 QUAINT MAZES

And, after all, it is to them we return. 
Their triumph is to rise and be our hosts: 
lords of unquiet or of quiet sojourn, 
those muddy-hued and midge-tormented ghosts. 

On blustery lilac-bush and terrace-urn 
bedaubed with bloom Linnaean pentecosts 
put their pronged light; the chilly fountains burn.   
Religion of the heart, with trysts and quests 

and pangs of consolation, its hawk’s hood   
twitched off for sweet carnality, again   
rejoices in old hymns of servitude, 

haunting the sacred well, the hidden shrine.   
It is the ravage of the heron wood;   
it is the rood blazing upon the green. 


2 DAMON’S LAMENT FOR HIS CLORINDA, YORKSHIRE 1654

November rips gold foil from the oak ridges.   
Dour folk huddle in High Hoyland, Penistone.   
The tributaries of the Sheaf and Don 
bulge their dull spate, cramming the poor bridges. 

The North Sea batters our shepherds’ cottages   
from sixty miles. No sooner has the sun   
swung clear above earth’s rim than it is gone.   
We live like gleaners of its vestiges 

knowing we flourish, though each year a child   
with the set face of a tomb-weeper is put down   
for ever and ever. Why does the air grow cold 

in the region of mirrors? And who is this clown   
doffing his mask at the masked threshold   
to selfless raptures that are all his own? 


3 WHO ARE THESE COMING TO THE SACRIFICE?

High voices in domestic chapels; praise; 
praise-worthy feuds; new-burgeoned spires that sprung   
crisp-leaved as though from dropping-wells. The young   
ferns root among our vitrified tears. 

What an elopement that was: the hired chaise 
tore through the fir-grove, scattered kinsmen flung   
buckshot and bridles, and the tocsin swung   
from the tarred bellcote dappled with dove-smears. 

Wires tarnish in gilt corridors, in each room   
stiff with the bric-a-brac of loss and gain.   
Love fled, truly outwitted, through a swirl 

of long-laid dust. Today you sip and smile   
though still not quite yourself. Guarding its pane   
the spider looms against another storm. 


4 A SHORT HISTORY OF BRITISH INDIA (I)

Make miniatures of the once-monstrous theme:   
the red-coat devotees, melees of wheels,   
Jagannath’s lovers. With indifferent aim   
unleash the rutting cannon at the walls 

of forts and palaces; pollute the wells. 
Impound the memoirs for their bankrupt shame,   
fantasies of true destiny that kills 
‘under the sanction of the English name’. 

Be moved by faith, obedience without fault,   
the flawless hubris of heroic guilt,   
the grace of visitation; and be stirred 

by all her god-quests, her idolatries,   
in conclave of abiding injuries,   
sated upon the stillness of the bride. 


5 A SHORT HISTORY OF BRITISH INDIA (II)

Suppose they sweltered here three thousand years   
patient for our destruction. There is a greeting   
beyond the act. Destiny is the great thing,   
true lord of annexation and arrears. 

Our law-books overrule the emperors.   
The mango is the bride-bed of light. Spring   
jostles the flame-tree. But new mandates bring   
new images of faith, good subahdars! 

The flittering candles of the wayside shrines   
melt into dawn. The sun surmounts the dust.   
Krishna from Radha lovingly untwines. 

Lugging the earth, the oxen bow their heads.   
The alien conscience of our days is lost   
among the ruins and on endless roads. 


6 A SHORT HISTORY OF BRITISH INDIA (III)

Malcolm and Frere, Colebrooke and Elphinstone,   
the life of empire like the life of the mind 
‘simple, sensuous, passionate’, attuned 
to the clear theme of justice and order, gone. 

Gone the ascetic pastimes, the Persian   
scholarship, the wild boar run to ground,   
the watercolours of the sun and wind.   
Names rise like outcrops on the rich terrain, 

like carapaces of the Mughal tombs   
lop-sided in the rice-fields, boarded-up 
near railway-crossings and small aerodromes. 

‘India’s a peacock-shrine next to a shop   
selling mangola, sitars, lucky charms,   
heavenly Buddhas smiling in their sleep.’ 


7 LOSS AND GAIN

Pitched high above the shallows of the sea   
lone bells in gritty belfries do not ring   
but coil a far and inward echoing 
out of the air that thrums. Enduringly, 

fuchsia-hedges fend between cliff and sky;   
brown stumps of headstones tamp into the ling   
the ruined and the ruinously strong. 
Platonic England grasps its tenantry 

where wild-eyed poppies raddle tawny farms   
and wild swans root in lily-clouded lakes.   
Vulnerable to each other the twin forms 

of sleep and waking touch the man who wakes   
to sudden light, who thinks that this becalms   
even the phantoms of untold mistakes. 


8 VOCATIONS

While friends defected, you stayed and were sure,   
fervent in reason, watchful of each name: 
a signet-seal’s unostentatious gem 
gleams against walnut on the escritoire, 

focus of reckoning and judicious prayer. 
This is the durable covenant, a room 
quietly furnished with stuff of martyrdom, 
lit by the flowers and moths from your own shire, 

by silvery vistas frothed with convolvulus;   
radiance of dreams hardly to be denied. 
The twittering pipistrelle, so strange and close, 

plucks its curt flight through the moist eventide;   
the children thread among old avenues   
of snowberries, clear-calling as they fade. 


9 THE LAUREL AXE

Autumn resumes the land, ruffles the woods   
with smoky wings, entangles them. Trees shine   
out from their leaves, rocks mildew to moss-green;   
the avenues are spread with brittle floods. 

Platonic England, house of solitudes,   
rests in its laurels and its injured stone,   
replete with complex fortunes that are gone,   
beset by dynasties of moods and clouds. 

It stands, as though at ease with its own world,   
the mannerly extortions, languid praise,   
all that devotion long since bought and sold, 

the rooms of cedar and soft-thudding baize,   
tremulous boudoirs where the crystals kissed   
in cabinets of amethyst and frost. 


10 FIDELITIES

Remember how, at seven years, the decrees   
were brought home: child-soul must register   
for Christ’s dole, be allotted its first Easter,   
blanch-white and empty, chilled by the lilies, 

betrothed among the well-wishers and spies.   
Reverend Mother, breakfastless, could feast her   
constraint on terracotta and alabaster 
and brimstone and the sweets of paradise. 

Theology makes good bedside reading. Some   
who are lost covet scholastic proof,   
subsistence of probation, modest balm. 

The wooden wings of justice borne aloof,   
we close our eyes to Anselm and lie calm.   
All night the cisterns whisper in the roof. 


11 IDYLLS OF THE KING

The pigeon purrs in the wood; the wood has gone;   
dark leaves that flick to silver in the gust, 
and the marsh-orchids and the heron’s nest,   
goldgrimy shafts and pillars of the sun. 

Weightless magnificence upholds the past.   
Cement recesses smell of fur and bone   
and berries wrinkle in the badger-run   
and wiry heath-fern scatters its fresh rust. 

‘O clap your hands’ so that the dove takes flight,   
bursts through the leaves with an untidy sound,   
plunges its wings into the green twilight 

above this long-sought and forsaken ground,   
the half-built ruins of the new estate, 
warheads of mushrooms round the filter-pond. 


12 THE EVE OF ST MARK

Stroke the small silk with your whispering hands,   
godmother; nod and nod from the half-gloom;   
broochlight intermittent between the fronds,   
the owl immortal in its crystal dome. 

Along the mantelpiece veined lustres trill,   
the clock discounts us with a telling chime.   
Familiar ministrants, clerks-of-appeal,   
burnish upon the threshold of the dream: 

churchwardens in wing-collars bearing scrolls   
of copyhold well-tinctured and well-tied.   
Your photo-albums loved by the boy-king 

preserve in sepia waterglass the souls   
of distant cousins, virgin till they died, 
and the lost delicate suitors who could sing. 


13 THE HEREFORDSHIRE CAROL

So to celebrate that kingdom: it grows   
greener in winter, essence of the year; 
the apple-branches musty with green fur.   
In the viridian darkness of its yews 

it is an enclave of perpetual vows 
broken in time. Its truth shows disrepair,   
disfigured shrines, their stones of gossamer,   
Old Moore’s astrology, all hallows, 

the squire’s effigy bewigged with frost, 
and hobnails cracking puddles before dawn. 
In grange and cottage girls rise from their beds 

by candlelight and mend their ruined braids.   
Touched by the cry of the iconoclast, 
how the rose-window blossoms with the sun!

Geoffrey Hill, “An Apology for the Revival of Christian Architecture in England” from New and Collected Poems, 1952-1992. Copyright © 1994 by Geoffrey Hill. Used with the permission of Houghton Mifflin Company. All rights reserved.
Source: New and Collected Poems 1952-1992 (Houghton Mifflin Harcourt, 1994)



Respublica

La estridente alta
cívica fanfarria
del desgobierno. Es
lo que sostenemos.

Insolencia salvaje,
conjuntos sin
distinción. Coraje
de los hombres comunes:

consumido en la chusma,
su testimonio sobrante
después de siglos
se les concedió

como un indulto.
Y otras fidelidades
otras fortalezas
rotas como fue estipulado—

Respublica,
evocada con voz quebrada,
sus leyes arcaicas
y su himnodia;

y la destruida esperanza
que tantas veces
fue traída en triunfo
de entre los muertos.

Versión de J. Aulicino
De New and Collected Poems, 1952-1992.
[http://campodemaniobras.blogspot.com/]




Los fragmentos de Asís

Para G. Wilson Knight

1

León y leona, apacibles
E inflamables bestias,
En su preciso peligro mantuvieron
Distancia y reposo –
Y allí la serpiente
Hizo brillar su cabeza
Inocentemente.

2

Pues el halcón tuvo su persecución,
Pues la muerte abrió sus ojos
De niño. Pues los ángeles superaron
A Adán: El fue amancillado
Por bálsamo. Creador, y criatura
Hecha de tierra no natural;
Aulló al cuervo: Encuéntrame;
Al lobo: Come, mi hermano;
Y al fuego: Estoy limpio.

(del libro King Log, 1968)
Traducción de Andrew Hax






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