Juan Carlos Mieses nació en la ciudad del Seybo, en la República Dominicana, en el año de 1947. Desde temprana edad se traslada a Santo Domingo en donde recibe una educación católica que se reflejará más tarde en su literatura. En su adolescencia trabaja como actor y maestro de escuela mientras al mismo tiempo aprende francés y comienza una carrera de Leyes que interrumpe para viajar a Francia a estudiar Letras Modernas.
Juan Carlos Mieses y la apología de las palabras
Por Jaime Tatem Brache
Cuando conocí personalmente a Juan Carlos Mieses, la noche de la puesta en circulación de la novela Dimensionando a Dios, de Manuel Salvador Gautier, ya hacía mucho tiempo que estaba explorando su universo de nostalgia. Antes de terminar la primera mitad de la década de los 80, llegó a la biblioteca municipal de Salcedo un libro inolvidable: Urbi et Orbi. Lo leí y quedé fascinado con la densidad, la profundidad y la belleza de un discurso poético que, desde una perspectiva llena de ternura, no sólo recuperaba la ciudad de Santo Domingo, sino al mundo.
Mi ciudad
Inmune a mis olvidos
Sólo la veo al alba
Antes de que despierte el mundo…
Luego de vivir mucho tiempo fuera del país, ha vuelto a su puerto de origen, de donde nunca ha partido, porque su viaje es hacia el interior del ser humano, con su implícita carga de ideología y contra ideología. A través de múltiples sujetos líricos, que a la larga son uno sólo, ha recreado el mundo, o mejor: lo ha inventado entretejiendo palabras, vivencias y referentes socioculturales que transforma estéticamente con su quehacer.
La luz se escurre sobre las lilas
En el asombro de una nueva mañana.
El rumor de la espesura
Despierta los olores y las aves.
Dueño de un discurso depurado, equilibrado y limpio, Juan Carlos Mieses no es ajeno a la introspección ni cuando canta a la realidad externa con temas recurrentes como las calles coloniales, las lilas, el Ozama, las palomas, los pelícanos y el mar, porque entrelazándolos con otros tan íntimos como el amor, la noche y la soledad, transfigura la creación de un orbe que, aunque permanece, se ha perdido. Es la añoranza la que serenamente habla al oído del poeta y le dicta sus cantos.
No la trajo la lluvia esa tristeza
Ni la noche,
Viene de lejos.
De tu pasado incierto
Y del temor de haberte equivocado
En alguna parte del camino,
De no saber si otras sendas
Eran la de tu sueño,
Si sigues siendo lo que eres.
Según los documentos, nació en El Seibo, el 22 de abril de 1947; pero Mieses es más que una criatura en el tiempo, por lo que la fecha que en apariencia un día cerrará su círculo, no lo dejará prisionero entre sus límites. Él sabe –así lo soñaba Whitman– que es uno y muchos, individual y plural, como la escritura de un libro, que es, nos dice, “sólo el comienzo de una aventura que habrá de repetirse de manera personal y misteriosa en cada lector”. Así, “lo que fue una vez inefable intimidad, es ahora compartido secreto. Lo que fue mío es ahora nuestro”.
Aprendió francés para leer a Verlaine, poeta de la devoción de Rubén Darío, uno de sus maestros. Es políglota. Ha trabajado como traductor y como profesor de Lengua Española y de francés. Le ha dado dos veces la vuelta al mundo. Países como Italia, España, Portugal, Colombia, Argentina, Suiza, Estados Unidos y Singapur conocen sus pasos. Ha vivido en Jamaica, Indonesia, México, Brasil y Francia. Se ha adentrado en la selva y ha sostenido sobre los hombros del tiempo una anaconda sigilosa capaz de asfixiar la noche, es decir, que es un hombre lleno de vivencias arriesgadas y entrañables, un hombre que ha vivido grandes aventuras; pero su verdadero destino es la literatura. Así como ha atravesado fronteras geográficas y culturales, también ha surcado la frontera de los géneros literarios: es poeta, cuentista, dramaturgo y novelista.
Te irás,
Pero no en la premura de los truenos
Sino como un redoble de caballos en la tierra.
Sabrás que alguien espera tu señal
Para cerrar el mundo en tus pupilas…
Después de leer su obra, no es difícil cerrar los ojos y verlo caminar por las calles del Santo Domingo colonial, imbuido en un soliloquio con las “efímeras palomas de tu infancia”, “el asombro primero, cuando el mundo daba vértigo y tus árboles llegaban a la luna”, porque el universo que crea y recrea, a través del brillante trabajo estético de la lengua, se carga de sentidos y sugerencias, y envuelve al lector en una magia en la cual, a pesar de la penumbra, no es difícil ver y sentir el mar insistiendo en los latidos de la vida, “en tus arenas”. Su creación es vital; a pesar de su obsesión con la muerte, su canto está dirigido hacia la vida. La poesía va de la mano con él por los caminos. Tanto es así que hasta en sus cuentos (pienso en La laguna de las lilas, en Ese esperado domingo, Premio FAO, y en Ay, Rosalía), en su teatro (La cruz y el cetro) y en su novela (El día de todos) la poesía le sale al encuentro, rebosando de magia y de belleza su discurso.
Además de las obras mencionadas, ha publicado: Flagellun Dei (Premio Siboney de Poesía 1985), Gaia (Premio Pedro Henríquez Ureña de Poesía 1991), Dulce et Decorum est (Poesía, 1997), Desde las islas (Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2001) y Aquí, el Edén (Poesía, 1998). De manera que, hasta ahora, ha publicado ocho libros, entre ellos seis de poesía, uno de teatro y una novela, sin contar los textos sueltos. No voy a hablar de los trabajos inéditos (hay quienes piensan que los textos inéditos no existen); pero puedo asegurar que en narrativa recibiremos agradables sorpresas, porque el autor sigue trabajando el cuento y la novela. Además, está haciendo los trámites editoriales para que un libro de cuentos para niños y otra novela estén pronto entre sus lectores.
Es sensible ante las desigualdades y los atropellos, las injusticias y los abusos, y, sin perder altura (sorteando hábilmente el riesgo de volverse panfletario, pantano donde no pocos sucumben), hace su denuncia contra las instituciones y las instancias de poder que, a través de las ideologías que orientan sus acciones, siembran y aprovechan la maldad, la pobreza y la discordancia en el mundo; y las aborda, desenmascarándolas; y las cuestiona, con frecuencia apelando a la ironía, al humor o una visión apocalíptica.
Los que quedaron
Después de las cenizas
Lejos del alba
Sin promesas de mágicas mañanas,
Saldrán de los escombros
Esparcirán gemidos entre las ruinas
Y elevarán plegarias a la muerte,
Última amiga de la espera.
Está consciente de que de la realidad sólo poseemos “imágenes parciales” –y esto implica una concepción filosófica–; pero sabe trabajar esos fragmentos, aprehendiéndolos estéticamente hasta hacer que cada parte sea imagen de la totalidad.
Parte de trabajo literario ha sido traducido al inglés, al noruego y al occitano (tengo entendido que es el único poeta dominicano traducido a esa lengua que se habla en el sur de Francia). Llama la atención la gran unidad de cada uno de sus libros, sobre todo los de poesía, hasta el punto que, pese a que pueden leerse bajo el título que identifica cada poema como tal, en el fondo son un único poema.
Gaia
Rapsodia en torno a un tema de Eric Lindegren, Gaia obtuvo el Premio Pedro Henríquez Ureña de Poesía 1991 y fue publicado en 1992 por la Dirección de Publicaciones de la UNPHU en Santo Domingo de Guzmán, República Dominicana.
Luna
I
NO LUNA QUE ILUMINA DANZAS
de cambiantes siluetas,
compartida en el dormir
y en las visiones.
No la lánguida gota casi ausente y opaca
en los inviernos
y apenas encendida en las praderas.
Oh eco de helados resplandores
No ilusión de los magos,
ni centinela de forestas.
No la irreal y blanca de las tardes,
apenas si mirado parche de encajes,
apenas si cenicienta.
No la trasnochada
en la radiante aurora de las mañanas de placer,
ni aquella que se esconde entre raíces
de dormidas arboledas.
No luna que enumera presagios
y es heraldo callado de la muerte.
No ésta la sin color,
la translúcida,
la blanquecina,
la sin remordimiento,
la de largas planicies de plata,
la que es nublado y tambaleante fanal en las tormentas.
No la que despunta claros en las dunas
y desnuda tinieblas,
y enloquece de frío y de azul
a los perros y a los vigías.
No la villana pródiga de locuras,
ni la que brilla como moneda nueva
y el horizonte abarca
como una vela inmensa que late bajo el cielo.
No la pálida,
la intrusa,
la solitaria y bella,
la que es botón y es flor
y es pequeño dracma enterrado a medias en la arena.
No la peregrina,
la tenaz,
la sin fortuna,
la redonda,
la débil llamarada,
la simplemente luna.)
II
ES MI LUNA LUNA DE UNA NOCHE
clara
como flor que nace,
y tardía
como un alba de insomnes.
Luna
como fruta dulce,
y solitaria
como el estar de la muerte.
Luna
como pájaro que tiembla de frío
dentro del alma.
No lasciva,
no hermosa mensajera
sino fragancia,
espiral de salitre,
beso que estalla inopinadamente en la mejilla,
mano que se levanta
y dice adiós,
adiós en móviles alturas
en tanto espero
a quien hace los contornos parpadear
mientras se devanecen en siluetas,
mientras pasan rubores sobre el parque
y el mar sueña sus lejanías
y sus caracolas.
Ir al primer párrafo
Luna de Alfred de Musset
CRECE LA NOCHE
crece.
La adusta iglesia
adormece murmurados tesoros.
Es mi luna
prosódica
al invocar Musset.
Luminoso punto encima de tu nombre.
C'était dans la nuit
Siempre es la noche el mejor momento
para la espera.
Para dejar que el insomnio
devore las ilusiones,
las sombras del corazón.
Para mirar como declina
brune
lenta
la cúpula de estrellas
de este a oeste siempre
y
en esta oscura ruta de Dios
redescubrir la Creación
el gris inalcanzable,
la vía luminosa
sur le clocher jauni
y los destellos
de milagros lejanamente dispersos,
la lune
el mejor momento
para que el bronce viejo de los templos
espante las palomas,
los beatos borrachos de ingenua fe
y de secretos ritos.
Las imágenes del sueño se borrarán
con la implacable luz de la mañana,
pero no los resabios de la pena,
no la imagen de un farol insomne en la negrura,
no la penumbra de una faz
que lentamente se hunde en el pasado
como un bosque que calla bajo el invierno,
no el adiós de los mares
que ahoga la bruma...
Mientras,
más allá de gramáticas tontas
y de promesas,
brilla en tus ojos
comme un point
la luna
sur un
i.
Ir al primer párrafo
OBERTURA
EN EL PRINCIPIO ERA EL PLASMA,
la inmensidad,
los resplandores que giraban en las sombras,
las elipses
que absurdamente disipaban el cosmos.
Porque antes del dolor
hubo el latido de la creación,
el devenir sereno,
irreprochable del azar,
el ardiente sangrar de los volcanes,
el crecer y el declinar de las hogueras,
la certeza del término algún día.
Y hubo espirales de fuego,
apagados meteoros,
soledades sin límites ni cauces,
vagos despojos condenados a órbitas inútiles.
Oh cautelosa voz de pulsares arcanos
Anillos y lunas que vagaban en la profundidad,
callados asteroides
prisioneros en fronteras de luces
y silencios.
Porque antes de la muerte
hubo un largo caer de escombros
en una hondura de tinieblas
y hubo el abismo de inacabables lados
todos de sombra,
todos.
Hubo furores de estrellas
en la suave curvatura del espacio
y un crecer de linderos invisibles
todos desconocidos,
todos...
e inalcanzables.
Oh vano desplomar de los peñascos
Oscuros universos
hambrientos insaciables de calor
y de caminos,
coléricas novas que devoraban la distancia
y su otra dimensión:
el tiempo.
Oh llamas
Oh simiente de soles
Hubo la oscuridad
toda llena de vértigos y lejanías,
océanos de fuego
en donde aun laten
y se retuercen los planetas.
Porque no tiene límites el devenir,
ni los tiene el milagro.
Faltaba aun que un nuevo mundo despertara,
la Vida:
ola de carne dolorosa y breve,
infinito más arduo y más arcano
que el espacio
y el tiempo.
Eras parte de una desnuda inmensidad,
de un gran vacío,
de portales abiertos al misterio.
Oh ecuación que deshace los ropajes del caos
Faltaban aun la prueba de la soledad,
de la quietud,
de la espera.
Aquí, el Edén
TESTIMONIO
ESOS HOMBRES ERAN AMIGOS.
Juntos vieron cómo las sombras se disipaban sobre el mar,
cómo de las cenizas de un viejo año
resucitaba el alba.
Juntos soñaron la inmortalidad y el amor
mientras miraban estallar el día sobre las olas
y girar la bruma en el amanecer.
Juntos vagaron desnudos por los caminos del alma.
Pronunciaron la palabra sagrada
que abre las puertas de la inocencia,
de la belleza,
de los sueños.
Sobre las rocas coralinas
que dominan el mar,
evocaron los antiguos trovadores,
sus historias de magia y de candor.
Juntos aspiraron el salitre,
la fragancia de las algas y las constelaciones
y se sintieron pequeños bajo el latir de la noche.
Soñaron cementerios marinos,
ciudades de altas torres y bulevares,
esperaron que los años pasaran
y pasaran...
y entibiaron las horas en el ámbar consuelo de Escocia
que mareaba sus penas.
Confiados en el porvenir
se dejaron adormecer por la cadencia de los valses,
por la nostalgia de otros mundos,
por el arrullo de las mareas.
Eran días buenos para la espera,
para dejar que el tiempo se escabullera impunemente.
Eran amigos.
Ignoraban el azaroso destino
de quienes cometen el pecado de soñar.
Inocentes,
se excluyeron a sí mismos del Edén.
Eran tiempos de placeres
y no de mezquindades
o de orgullos.
Eran amigos.
Recorrieron la historia de las ilusiones
con renovado placer.
Escucharon cómo las almendras
se estrellaban maduras contra el suelo,
cómo crujía la hojarasca bajo sus pies.
Juntos respiraron el perfume de la tierra
que era dulce
como serían las tardes del mañana.
Estaban en paz con el mundo
y con visible desparpajo se reían de sí mismos.
Eran pobres
y no lo sabían entonces.
El oro no pasaba de ser una palabra reluciente,
un pretexto de piratería.
Eran sabios.
El veneno de la erudición
no les había aniquilado la timidez que compartían con los ángeles.
No sospechaban el castigo que se reserva
a quienes olvidan estar hechos de barro,
a quienes reniegan la humildad,
a quienes se dejan vencer por la lascivia
y por la gula,
a quienes se proclaman abanderados de la fertilidad
sin querer rendir culto al compartido amor.
No lo sabían.
Os digo que esos hombres eran amigos.
Juntos engañaron la soledad
con promesas precarias y brillantes
como luciérnagas.
Juntos reposaron sus cabezas
en el espaldar de los bancos
y esperanzados escudriñaron los espacios siderales.
Una y otra vez
desearon que el futuro no llegara nunca,
y callaron
mientras la luna se desplomaba azul sobre las ruinas.
Ignoraban que el tiempo ya los había traicionado.
Juntos caminaron bajo la llovizna
aullando versos de Keats.
Eran felices
y apenas si lo sospechaban.
Melosamente los seguía la fortuna
como un perro faldero.
La vorágine de la frustración
no había roído aún su inocencia.
Eran amigos.
Caminaban lentamente hasta el río.
Deambulaban hasta las tumbas de los héroes.
Sonreían
y hablaban con palabras simples.
No era necesario hacer alardes de oratoria.
Alargaban las tardes
hasta que los colores ondeaban en el viento.
El mar ardía rosa y azul tras las palmeras.
La silueta gris de los pelícanos
se columpiaba entre las olas...
Ellos callaban.
La palabra no era siempre necesaria.
A su modo
entendían lo que esperaba cada uno del mañana.
Ayer eran simples las cosas.
Prosperaba la amistad en el aroma del café,
en apretones de manos.
Ayer era gratuito el amor.
La sucesión de los atardeceres
no arrastraba póstumas amenazas.
A orillas del Ozama
las lilas no traían naufragantes resabios de Heráclito
o de Borges.
Disfrutaban del correr del agua
sin ayuda de diccionarios
o de citas.
Ayer era simple el odio.
Cerraban los ojos
y al apretar los labios
el bullir del rencor embarraba sus corazones.
Después,
venía la paz,
la tímida mirada que precede al perdón.
La mano que estrechaban avergonzados
y felices
traía también la absolución de los pecados.
No lloraron entonces
cuando aún era posible.
¿Por qué tenía que pasar el tiempo?
Ya no importa que estalle en oros el amanecer.
Que el aleteo fugaz de las palomas
se desparrame bajo el domo del día.
Que el latir de las aves
y sus arrullos
se desvanezcan en migratorios matorrales.
De nada sirve la belleza
o la ternura
si son trampas para la soledad.
No importa
que la luna sea grande o amarilla,
que el gris del mar
haga callar las olas y las gaviotas,
que las últimas garzas de la tarde
rocen calladamente la faz del lago.
En verdad
de verdad os digo:
esos hombres eran amigos.
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Ella sólo quería
4:23 p.m..
ELLA SOLO QUERIA ESTAR EN LA VENTANA
-inmóvil-
y mientras pasa el tiempo de la lluvia
gozar del frío,
de la penumbra pasajera.
A través de los tenues cristales
ver cómo los pájaros callan
y se aquietan.
¿Pero quién puede amar la lluvia que lo humilla,
el lodo en el pudor de las alcobas,
la pendiente
que en los temporales coquetea
-lasciva-
con la muerte?
Quería sentir
cómo el roce de la brisa
despertaba adormecidos miedos y caricias.
Respirar hondamente el colérico aliento
de la tempestad.
¿Pero cómo no maldecir el viento
con su poblada de hojas muertas,
con su rencor que sacude techumbres
y palomas?
Quería cerrar los ojos
ante el vértigo de los misterios.
Contemplar la inmensidad,
ver el mar en los amaneceres.
Decir adiós a los pájaros
que flotan a ras de las olas.
Acechar la palidez de las estrellas
antes de un nuevo día.
Ser parte
de las cosas cambiantes de este mundo,
de la luz,
de los ángeles,
de la risa.
Sentir el suelo,
llenar su cuerpo de polvo y de milenios
impregnarse del perfume de la inmensidad.
Contemplar las nubes con atávica fe,
redescubrir el malva y el dulzor
en el poniente.
¿Pero cómo sentir la magia del crepúsculo
desde nidos de incrédulos?
¿Cómo presentir los enigmas
desde ciénagas viles?
¿Cómo se puede ser feliz lejos del mar?
¿Cómo no maldecir el alba,
los luceros,
el doloroso nunca de las gaviotas?
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Vas a llegar tarde...
Sábado 6:56 a.m.
SE LEVANTA DE MAL HUMOR.
Maldice la taza de café que humea en sus manos.
En la radio
las noticias hablan de políticos
que hablan de políticos
que hablan...
¡VAS A LLEGAR TARDE!
Grita la voz de siempre en la cocina.
Debe atrapar un autobús.
La calle está aún en penumbras.
El autobús no pasa.
Los gallos se responden a lo lejos.
Indecisas acuarelas empañan el oriente.
Es tarde.
Piensa en el autobús,
en esa cosa abstracta que no pasará nunca.
Llegará tarde.
Se apresura.
¿Por qué le ha de importar el claro azul
del cielo,
el pino que se inclina
y que murmura?
¿Por qué le ha de importar el viento gris,
las nubes rotas,
el arrullo del ave sobre el árbol,
la libélula inmóvil en el aire?
LAS DAMAS
Una calle,
Piedra, nombres y olvido.
Restauradas palomas y murallas.
Un viejo reloj de sol contra el oriente
Que no marca la hora de grúas y sirenas
Sino aquella olvidada
Cuando la aguja férrea marcó el coral
Como una daga negra.
Calle ajena a los reclamos del presente
Lejana a las pisadas cotidianas
Abierta al horizonte
Desde un eco de sedas y redobles.
Calle que huele todavía
A bendecidas iniquidades y a caballos.
Calle de asombradas lunas y pañuelos
De promesas sangrientas en capillas privadas
Y dioses sin aliento.
Pétreo rumor de oraciones y sentencias
En nombre de unos reyes
Que no vieron el sol de las Antillas
Sino por el fulgor de las miradas
Que miraron el oro del Caribe.
Calle marina de sudores
Donde la piedra es vestigio de sagas
De destellos del sol en armaduras
De fortunas relucientes
De bárbaros señores
Y de esclavos sedientos
De tumbas, ornamentos
Y feroces galeras.
Secular compañera del Ozama
Que parece dormir bajo las lilas.
Obligado cómplice de quienes fueron
Forjadores de sueños
Y dueños del destino,
Aguerridos jinetes de un Dios de sangre y fuego
Que prometieron doblegar el mundo
Aunque se pierda el alma en el empeño.
Calle que es huella de espadas
Y testigo de esmeraldas bandadas
Sobre las ceibas.
Calle que guarda la memoria sagitaria
De fantasmas corceles y jinetes
Que surcan sobre el agua
Un ayer de pasiones nunca muertas
Hacia la lejanía de las palmeras.
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DESPEDIDA
I
Te irás,
Pero no en la premura de los truenos
Sino como un redoble de caballos en la tierra.
Sabrás que alguien espera tu señal
Para cerrar el mundo en tus pupilas.
II
Recobrarás por un momento
El vuelo de las efímeras palomas de tu infancia,
El asombro primero
Cuando el mundo era grande como el viento
Y tus árboles llegaban a la luna.
III
Volverás a escuchar el canto de tu madre
-Susurrado amuleto-
Antes del sueño,
El ruido de la lluvia en el tejado
Los sinuosos caminos de la escuela
La primera caricia no esperada.
IV
Verás de nuevo los desnudos oteros y las dunas
Las sombras de las nubes en la arena
y más allá
-Inalcanzable y tuyo-
El horizonte que te espera,
Todo lo verás en ese instante
En que la vida agota su faena.
V
Nombres paisajes rostros
Libros penas olvidos
Tú
El recuerdo las sombras
El vuelo de un insecto
La tarde
Todo será la mismo.
VI
Y nada encontrarás para decir adiós,
Todo lo llevarás contigo.
Serás todas las cosas
También nada.
VII
No harás preguntas,
Sabrás quien eres.
A la tierra estarás entrelazado
Con dulzura irrompible,
Tu cotidiano afán habrá ya terminado.
Nada tendrás
Sólo el desierto,
Pero estará contigo eternamente
En cada arena.
VIII
Volverás al desierto,
Por un instante serás todas las cosas
Y estarás muerto.
Ir al primer párrafo
TALÍA
Vienes de lejos,
Traes el recuerdo de insondables barrancos
Llenos de pájaros,
Los palmeros bosques Con sus verdes tambores despeinados,
La transparente risa detrás de los lagartos,
Las frutas tibias donde la luz palpita,
El perfil -temerosa esperanza- de las colinas
Donde tu sueño fraguaba la llanura,
El perfume a leche derramada
Sobre el fuego de las mañanas.
Los sonidos jóvenes
Como el agua de la chorreras,
Las negras mariposas que espantaban el sueño
Y que tenían la textura del legendario mar
De tus abuelos,
La lluvia
Y las palabras mágicas
Para hacerla volver a sus dominios.
II
Traes el vuelo de espirales luciérnagas,
El silbido del viento entre los muros
-Transparentes a la frescura de la noche-
Las bailarinas sombras
Y los pesados párpados
El perfume de la tierra
Y el vuelo de los insectos,
Las mañanas somnolientas
Sin fardos ni perfumes,
Las primeras sonrisas matutinas
Aún adormecidas
Y en tus ojos irreales
El asombro de la primera luz
-La luz de siempre-
III
Vienes con tu pelo que era trampa de hormigas
Y hojas muertas,
Con la mirada antigua
Que hace a las cosas ser como eran antes
Cuando los caminos daban vértigo
Como dan vértigo tus ojos,
Niña tonta y feliz
Que se pierde en el tiempo.
Ir al primer párrafo
ABSOLUCIÓN DE LO ETERNO
Fragmentos
XIV
Tu cólera es superflua,
Está en el paso oblicuo de los tiempos
Y en el terco vaivén de los océanos.
Sólo basta la espera para decir adiós.
La muerte aguarda a los que un alba
como un beso de luz
Quisiste y condenaste entre tus truenos.
XVI
Te atribuyen
El enojo del viento
La sedienta agonía de las saladas aguas
El mar que devora legiones
La incontenible ola destructora
El fuego del horror en los abismos
Que consume murallas y ciudades
La sorprendente luz del holocausto
Y el insaciable anhelo de castigos,
Y tú
en tus arenas
Impasible en la vigilia,
Esperas.
XVII
No quieres melodías
En recintos de piedra y esperanzas
Ni muros de lamentos
En ciudades donde la daga
Aguarda junto a piadosos cirios
Y al incienso.
No quieres guerras bendecidas
Por túnicas doradas y sangrientas.
Sólo quieres el alba de una tarde
que te anuncie el descanso,
La apetecida muerte después del tiempo,
Y nada.
XVIII
Tus manos
-Como los caracoles-
Son infinitas.
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