Carlos Battilana nació en el año 1964 en Paso de los Libres, Corrientes, ARGENTINA. Doctor en Letras, se desempeña como docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.
Publicó los siguientes libros de poesía: Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005) y Materia (Vox, 2010). También las plaquetas Una historia oscura (Ediciones del Diego, 1999) y La hiedra de la constancia (Color Pastel, 2008). Una antología de sus poemas apareció en el volumen Presente continuo (Viajera, 2010).
1
El frío
no llega. Es mayo.
Hace muchos
mayos
que el frío no llega.
Nos ha ganado
por efecto
de los cambios
el clima
subtropical. Ya no
será
posible
recordar a Arlt,
el frío de la
noche,
la garúa que
lastima la cara
de sus personajes,
una ola
de hielo
congelando
la ciudad.
Luego de las
épocas cruciales
-los 70, los 90-
atrapados en el dosmil
comprendo
el movimiento del aire
las hojas dispersas
y el cambio climático
que ha afectado,
progresivamente,
la base
de nuestra
naturaleza.
2
He removido la tierra
hace unos días
y sin técnica
he esparcido
las semillas
del pasto. “Césped”
decía la bolsa
de plástico. He juntado
un puñado de granos
finísimos.
Con paciencia
ciega
he regado
sostenidamente
tres, cuatro días.
Pronto
surgieron
los primeros
pastos
y el espacio
de tierra
se ha convertido
al cabo
de dos semanas
en un oasis verde.
Pienso
-sin técnica,
lo sé-
si fue la naturaleza
o la cultura
las que
permitieron
el crecimiento
de esas semillas
cuyo contenido
se designa
con el nombre
de
césped.
3
El orden
nos ha herido
hasta
petrificarnos
pregunto
entonces
por la fuerza
que el cuerpo
puede
dar; si tomo un manojo
de pasto
¿las cosas
cambiarán?
Aislado
del cielo
espero de él
muchas más cosas
de las que di. ¿Será
eso posible
entre
tanta petrificación?
Reduzco
el movimiento
del cuerpo
a velocidad
crucero
encierro
mis deseos
en una habitación
y descubro
al cabo de los años
que no pude
comunicar
una especie de daño
biológico
que el tiempo
alojó
en la memoria
el daño
acaso
sí
lo que no pude
de ningún modo
fue escribir
con distinción
el efecto espeso
de los otros
el movimiento de amor.
4
El jardín
inundado
hace ya tiempo
no puede librarse
del barro
que ha taponado
las napas. Rodeado
por el miedo
a no alcanzar
eso
que ahí sucede
tocamos
con los dedos
este papel
y recordamos
a nuestros muertos
ya muy viejos
cuando ellos
también
paseaban por este jardín
y se creían
con derecho
a las plantas
a los árboles
y al aire
Hoy
veo tras la ventana
el pasto largo
las malezas
el cantero
perjudicado por la escarcha
y comprendo
-aun
respirando-
que nuestro derecho
o nuestra habilidad
consiste
en no elevarnos
siquiera
2 centímetros
por sobre el nivel
del suelo
y que cuando
tocamos
a un ser querido
cuando lo besamos
del modo más profundo
también
en algún sentido
nos despedimos
sin alcanzar a decir
del todo
que nuestros actos
ya no corresponden
al presente
sino
a una huella
o a una señal
que llamamos
“la posteridad pequeña”
De Velocidad crucero (libro inédito)
Consuelos
Bajo el peso de muchos objetos
soy una sombra
que lejos de desear
administra
las horas.
En ese estado
donde tiene más lugar
el ruido de las cosas
que el silencio
de las palabras
vivo sin saber
si
las aguas van o vienen.
Lo amable
de esto
no se comprende. Oriento
mis brazos
al oscuro mal
de lo monótono
y nadie admite
- ni siquiera los ausentes -
que es el único camino.
Como una luz fatal
la antigua tradición
seguramente
concibe
en la conciencia de este quebranto
un acto
de belleza.
Paisaje
En estos días
luego de numerosas letras
y lecturas
puedo decir
que los gritos
temblorosos de mi hijo
me desvían
me llevan como en una estepa
a los árboles
inermes, al límite
blanco donde comienza
la debilidad. Hundirme en la nieve
para que el grito
desbordado se tapone
de frío, para que la bilis
negra de cada noche
comercie su evidencia
con el hielo congelado…
Bondad, herida sutil
que los otros pueden conceder
y nosotros, nuestro tiempo amoroso,
lo que acumula
es paciencia y rencor,
aunque los sentimientos
se contradigan.
Trazo una línea
en el borde de la llanura
apoyo mis pies,
uno en cada sitio,
y como un aborigen
destrozado
por la Conquista
retiro mis viejas oraciones,
deshecho mi viejo lenguaje,
devuelvo mi memoria a la tierra
y camino,
como las arañas, o los
insectos invisibles,
en busca de una Biología
más elemental.
Parrilla
Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:
es verano
pero corre una pequeña
brisa.
Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.
No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontence en este punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.
Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.
Materia, Editorial Vox, Bahía Blanca, 2010
Las piedras del cielo
Las piedras que alguna vez
tocaron
las algas,
ellas,
no las piedras duras, sino
las piedrecitas tan sin nombre,
las piedras que con trazos
surgidos desde adentro
rozaron la sustancia de las
algas,
no su núcleo
sino sus bordes rosados,
ellas están cerca, las
rozo
o aspiro
como si aspirara un caudal
de agua o de rosas
apenas marchitas, fuera del
viento,
ellas permanecen
pero no como un Ser
sino como un Río.
Grave caudal de las horas
las piedras
se disuelven en el humo
de la mañana,
parecen flores deshechas,
pétalos, tallos…
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