miércoles, 22 de diciembre de 2010

CLAUDIA MASIN [2.603]



Claudia Masin 

Nació en Resistencia, Chaco, República Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive en Buenos Aires desde 1990. Tiene tres libros de poemas editados: Bizarría (Nusud, Buenos Aires, 1997), Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura, Nusud, Buenos Aires, 2001), y La vista (Premio Casa de América de Poesía Americana, Visor, Madrid, 2002). Obtuvo una Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2004 por su libro inédito Abrigo.

Poemas suyos han sido incluidos en antologías tales como Poesía Latinoamericana del Siglo XXI: El turno y la transición, compilada por Julio Ortega, Ed. Siglo XXI, México (1997) y Agua de beber. Antología de poetas argentinas, compilada por Mónica D'Uva, Nusud, Buenos Aires (2001). A fines de este año se editará una antología suya titulada El secreto (Antología 1996-2006). Junto a un grupo de artistas de diversas disciplinas, es creadora y coordinadora de ciclos multimedia relacionados con la poesía (El pez que habla, 2000, y El gallo y la luna, 2005), y de ciclos de recitales de poesía (La mirada, 1998; Poligrafías, 2001; La Musik, 2004).
Claudia Masin coordina un taller de escritura poética desde 1997 y un taller de escritura psicoanalítica desde 2003.
Sobre su escritura leemos en Diario Norte, 21/8/06: "Abrigo (2004) consolida un poemario signado por la intensidad de lo breve, construyendo una secuencia de metáforas perfectas --certeras y profundas-- en que la melancolía de ausencias confronta a la presencia descarnada del abandono. Allí se percibe el desafío de una búsqueda exigente de los sentimientos cardinales que conformará un bien preciado, la certeza del poema como instinto vital. De ese libro: 'El viaje de lo visible a lo invisible/ duró la vida entera./ Ahora, dame tu abrazo/ para olvidar mi miedo a llegar, sola,/ a un país extranjero.'
La vista (2002), es un recorrido nostalgioso por imágenes cinematográficas que de alguna manera quedaron en su recuerdo y se postulan aquí como factor decisivo en la restitución de los sentimientos fundamentales frente a la incertidumbre del desamparo. '...En el sueño, alguien decía:/ donde tengas tu tesoro tendrás/ tu corazón./ Y yo me preguntaba qué pasaría si tu tesoro se perdiera,/ qué pasaría en un juego de cajas chinas/ si al llegar a la última,/ la que debería contener el objeto precioso,/ ésa, como todas las otras,/ estuviera vacía'." (Gustavo Insaurralde, "Claudia Masin, una poeta chaqueña que trasciende").
De: Carlos Trujillo
Villanova University (EEUU)









geología



Toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo.
Gastón Bachelard.

De pequeña
probablemente pensara que la geología
era la ciencia que enseñaba a vivir en la tierra.
Geo, tierra, Logía, ciencia. Era razonable,
y desde entonces Yo voy a ser geóloga
cuando sea grande, informaba,
como quien dice voy a averiguar sola
lo que nadie me sabe contar,
voy a clasificar todos los géneros
de dolor que conozco como si fueran piedras.
-Tal vez en los manuales -me decía-
entre fallas y estalactitas aparezca en una foto
yo con mi disfraz de explorador
y en una nota al pie, esta descripción:
nena de piedra hallada en una cueva
muy al norte, casi escondida,
el cuerpo cubierto de palabras talladas,
por el tiempo transcurrido, incomprensibles. 









poligrafía

Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras
al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia
se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas.
O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero
¿quién vive una vida real en una casa dibujada?

Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas de la siesta,
que hace que todos prefieran dormir. Aún así, resistías despierta.
Es extraño pensar en una vigilia en pleno día, cuando nada
escapa a la visión y cada sonido resuena
amplificado en el silencio.

Los climas violentos crean una sensación de inminencia,
la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval
o del calor intenso: una fiesta que se celebra
por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación,
y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez
frente a cosas idénticas.

En esa hora en que son intensas niñez y desdicha,
como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál
sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido,
acaso el descubrimiento de la tristeza,
esa grieta que modifica tu mundo para siempre?
No es otra cosa que ese momento
lo que dirían las palabras, si alguna palabra
dijera alguna vez algo cierto.









grafito

Una noche de luna llena, en la hamaca del jardín,
están sentadas. La madre canta una canción
que repite y repite, podría decirse hasta el cansancio,
sólo que la hija no se cansa: se encanta, se duerme.
Desde esa noche, para la hija, escribir
será escribir la pérdida de ese momento.
La escritura de la canción de la madre demora
el final de la canción misma. Las palabras
existirán para crear esa demora, un instante
suspendido entre la voz y el silencio. Y por eso,
la hija las escribirá con esa facilidad dichosa
con que sólo pueden hacerse
ciertas cosas imposibles.

(De “Geología, Nusud, Bs. As., 2000)








Madre e hijo

Despacio, despacio, que hasta aquí no llegue la prisa
de la muerte. No quiero que venga la primavera,
dijiste, no tengo ropa que ponerme. En las montañas
pareciera que siempre está a punto de desatarse
una tormenta, pero hay una sola tormenta en todo
el invierno. Cuando sucede, salimos los dos
a verla. Te tiemblan las manos como a una niña
pequeña, siempre me pregunté si de alegría
o de miedo. Todas las cosas únicas aterran.
A veces quisiera protegerte, taparte los ojos,
que no adviertas la primera gota
desprendiéndose, inevitable, del cielo. Que no sepas
que por más que hagamos silencio por meses,
por años enteros, acabaremos por decirnos una
u otra palabra, y en ese momento comenzará
a correr el tiempo.








París, Texas

Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.

(De “la vista”, Visor, Madrid, 2001)









Quisiera que me cuides
como se cuida a aquellas personas enfermas
que ignoran la grave naturaleza de su mal:
suavemente, sin ningún gesto rotundo
de amor que las alarme,
les revele de repente la verdad.
…………………
Yo ya no puedo. Cansada como si me dijeran
que el oxígeno que me robé del mundo
tiene que ser devuelto.
…………………
Cuidar lo que no tiene cura: el cuerpo,
aunque más no sea porque todavía contiene
ese secreto que nos decíamos, de niños, al oído,
y que ningún adulto recuerda.
………………….
Nunca consumé
separación alguna. Unida
a cada brizna de hierba tanto
como a mi madre, soy una cuerda
de luz que desciende del aire
y se anuda a la sombra que dejan
todas las cosas al irse.
…………………
Te dí mi cuerpo y lo recibiste
del mismo modo que si un niño te hubiera ofrecido
un tesoro incomprensible como prenda de amor:
el corazón de un pájaro, un puñado de arena.

(De “Abrigo”, Bajo la luna, Bs.As, 2007)








El regreso

¿Qué trae el padre de su largo recorrido por los campos
amplios y planos como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada capturó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.

¿Madre, por qué no dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es, y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol? ¿Si es mentira también
que con sólo raspar un carboncito contra su pecho creaba el fuego
que iluminaba la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
para soltarme de esta atadura que no ata a nada, 
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez, una vez sola,
para poder ir tomados de la mano de él,
de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas, 
no hubo padre ni habrá.

(De “La piedra”, inédito)








la estela

Que no debía ser tan complejo, me decías ¿Y por qué no? ¿Acaso no es complejo
el sutil mecanismo que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible, del cuerpo del diamante?
Es complejo encontrarnos y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo saben más que nadie,
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos
ya de niños en el jardín del fondo de la casa, sin saber
que se trataba de una espera esa curiosidad honda y atenta
a cada ruido de la siesta, a una rama que se agrieta en el calor,
al paso de sombra de un lagarto en la humedad de las paredes?
¿Por qué hemos olvidado, si lo que sí sabíamos entonces
es que es difícil cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla,
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?









la chispa

algo terrible está ocurriendo -mi amor
se está muriendo nuevamente, mi amor que ya murió:
murió y ya lo lloré. Y continúa la música,
la música de la separación: los árboles
se vuelven instrumentos.
Louise Glück

Ya lo lloré, decía, tenía que llorar porque no hay palabra así, no hay.
Cuando yo buscaba esa, la perfecta, capaz de hacer resucitar los muertos,
venía el viento, un viento norte de los que arrancan de cuajo los más rudos arbustos
y no dejaba nada en pie, porque no hay modo de remediar en el pensamiento
ni en el corazón lo que ocurre en el mundo, te lo dice cada una
de las hierbas del romero, alzando sus ramitas orgullosas en su época de esplendor,
las mismas que van a quebrarse, míseras, maltratadas por el sol al poco tiempo.
Quizás no importa nada advertir cualquier belleza, quizás importaría
si esa atención puesta por unos segundos sobre ella
pudiera salvarla. Pero el deterioro es la fuente, el agua de la que todos bebemos,
amantes, animales, raíces, el caracol dormido
al que la marea le arrebata el caparazón en la tormenta.
Si amor es lo que nunca se deteriora, lo que se entierra y vuelve,
deberá de ser ahí donde busquemos, no en los rituales conocidos
del grito y el lamento, sino en ese silencio previo al sonido humilde
con que se prende un tronco de madera tocado por una chispa,
e inicia el fuego que responde al encuentro de dos fuerzas, es decir,
al amor indestructible de las partículas del universo las unas por las otras,
nosotros mismos perdidos entre ellas.








el talismán

¿Y de qué sirve la luna llena, deslumbrante, en el cielo de esta noche
si yo camino sin verla? Los ojos de los que estamos
constantemente al borde de la caída o del tropiezo, no saben
despegarse de la tierra. De qué sirve una belleza que no sea material, que no pueda
tomarse entre las manos como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo,
como esas cosas insignificantes que un niño acarrea consigo donde vaya
y que lo sumen en el terror o el desconcierto si se pierden.
No hay belleza para mí en las cosas que no pueden volverse talismán contra las fuerzas
del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría hacer eso por nadie,
sólo la presencia material de lo que fue elegido por un amor oscuro,
cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida intacta
entre todos los peligros y accidentes que la cercan,
a pesar de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,
porque no puede protegernos de su pérdida.

(De “La plenitud”, inédito)









resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.
Montañas de utilería para que cuando llueva,
el río, en su crecida, no invada nuestras casas
y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución
de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener
al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia
tenemos para qué levantarnos cada mañana:
quien tiene a qué temer ya no está solo.

Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia
amarillas. Nos sentimos impermeables
cuando caminamos por las calles, cómplices
como sobrevivientes de un desastre secreto.
Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches. 
Los chicos soñábamos con la amistad del agua,
salir descalzos a la invasión, cada gota
un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos
tras las trincheras, cristales dibujados al vapor
con nuestros nombres. Casa del agua.
¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.
Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,
una miniatura olvidada en un estante.

Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría
animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.
Por la música que despedían de sí al ser dichas.

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.
Zarparía en silencio hasta que la tierra
se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.
¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye
sirve para huir de la próxima batalla.

¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino
- a lo sumo- presumir bajo el alero? 
¿Y si la crecida de las aguas no existiera?
Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.
Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,
a una corriente asesina que no existe. Acuario seco
en que los peces sofocados resistimos
hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto
que en las guerras se venciera por un arte sutil
de resistencia.


[http://www.bariloche2000.com/cultura/una-de-poetas/46486-una-de-poetas.html]








EL NIDO

La sonrisa radiactiva del padre
esparciendo su haz de luz mortífera
parece decir: estoy aquí
para trazar la línea,
arbitrario y generoso como Zeus.
De este lado, los pollitos
sanos y hermosos, mis hijos.
Del otro, los cadáveres, sus plumas
revoloteando en el aire
creado por mi aliento.
Otorgo el alimento y el veneno
por partes iguales.
Ordeno la fila, corto los vértices
que sobresalen, satisfechos
por la magnitud de la desgracia que puedo
hacer brotar de las piedras
como agua.







EL TIEMPO

Un hospital del pueblo
a las dos
de la tarde.

El medico
que me atiende se parece
--sospechosamente—
al médico kafkiano.
Estoy feliz
tengo mi propio
médico rural.

Admiro en mi costado
la herida hermosa, los gusanos
como flores exóticas. Escucho:
ha nacido con ella.

Una ronda de niños
se arroja mi cabeza.
Parece una moneda
de cobre en el espacio
clarísimo, en la tarde
sin sol.

--Hay una prenda para quien
la deje caer—aviso,
agitada por tanto vaivén.

Mientras circula de mano
en mano, mi boca apenas dice:
que lo hermoso se convierta
en horrible,
que lo horrible amanezca
belleza.

Bostezan
enfermeras y abuelas
a los pies de mi cama.
Son las dos de la tarde
desde hace cinco años.
Estoy aquí, ocupada
en contar el número
de pasos existentes
de la puerta hasta mí,
el número de veces
que respiro en la noche,
la eternidad me observa,
incrédula, celosa.






EL HILO

Esta mañana corrí como si ellos
vinieran detrás y ellos sonrieron
desde adentro. Mala. Soy
mala como la nena que cayó
desde un decimo piso por mirarse
demasiado en los espejos.
No era vanidad, no, era apenas
espanto.
Desciendo de tu cuerpo
qué hacer primero:
si tatuar una figura
que te muestre muriendo allí
en tu propio pecho, o desollar
despacio las piernas sonriendo,
o tal vez quemarte
los pómulos ensayando el gesto
de mamita en vigilia pero
quién te toca como lo hace
la única que te ama quién
sino la misma que te arrastra
y se va-asesina- con un rumor
de guerras, de arena, de alegría.




La cura, Hilos, Buenos Aires, 2016.


Potrillo

Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas,
esas cosas que ya no sirven para nada, 
pero no se pueden abandonar: son parte del propio cuerpo,
del camino recorrido. Es difícil soltar lo que nos ha acompañado
tanto tiempo, aunque lastime y agobie, y la espalda se incline
bajo el peso. Como si fuéramos la muesca diminuta
sobre el arma disparada en un pasado remoto,
en una tierra desconocida decidieron por nosotros, antes
de que naciéramos, hasta los muertos que tendríamos que llorar.
Pero si nos acompaña una multitud a cada paso, pienso,
el aislamiento no resuelve nada. Ni construir una cabaña
con las propias manos en el monte impenetrable,
darle la espalda al mundo y a los demás, volverse un paria
que ha rechazado su lugar entre los otros
para quedar libre de una deuda
que de todas maneras va a tener que pagar. Entonces,
si los cuerpos reunidos al principio
quedan atados por un nudo que atraviesa el tiempo, una cuerda
increíblemente firme, imposible de desatar,
¿cómo ser en la vida algo más que una especie
de fenómeno natural: un latigazo del cielo, un rayo 
que destroza sin razón y sin sentido, o al revés,
una lluvia suave que reverdece el campo seco y trae alivio
a los cultivos casi muertos? Es decir,
¿cómo ser algo más que un impulso ciego
que actúa sin voluntad de hacer el bien ni el mal,
por pura inercia desprendida del pasado, de los terrores,
los deseos, las pasiones de la tribu?
A veces creo, pero es una cuestión de fe, no sé si es cierto,
que se puede construir una familia a partir de cosas ínfimas
que no forman parte de la historia contada
a través de las palabras o del cuerpo de los que amamos.
Que podríamos descender en el tiempo
hasta el instante en que aún no habían empezado ni la fealdad
ni el miedo, a través de una memoria física que nos devuelva
la humilde y pura gracia de respirar. Hablo
de atarnos a detalles tan insignificantes que no serían jamás
parte del drama y por eso mismo no podrían
convertirse en el hueso de tu infelicidad.
Sería tan distinto, claro,
si tu familia fuera el día en que conociste el verano,
la primera experiencia de alegría bajo un chorro de agua
en el sopor pesado de la siesta, el olor de la tierra mojada
y el contacto del pasto en los pies descalzos. La risa, levantándose
como la bruma del calor hacia lo alto. Si fuera tu destino ese punto
del pasado, ese resplandor que quedó grabado a fuego,
clavado en tu carne como la herradura en la pata de un caballo joven,
de un potrillo que en el momento de entrar al establo
se retoba y corre y es capaz de fugarse de la vida que le espera.    


Sol

Es de eso que estamos enfermos: noches donde el aire debió ser
como de cristal, así de delicado y evanescente para todos,
pero para algunos fue un humo negro, traído desde el fondo
de los basurales, desde esa órbita del dolor que gira
alrededor de un cuerpo cuando está malnutrido y tiene miedo
de lo que puede venir a lastimarlo,
porque hasta la hoja seca que trae el viento es filosa
como la cuchilla del matadero para quien no tiene
manera de defenderse. Es de eso:
de los males que se depositaron
como granos de arena a lo largo de los días,
hasta que desataron por acumulación una catástrofe
que pareció espontánea, caída por sorpresa.
No hay desastre que no nos haya rozado antes
en forma de tristeza, pero si no es nuestra tristeza
seguimos adelante, como si no hubiera pasado
así de cerca. Ay de la ingenuidad
con que a veces pensamos que la indiferencia protege:
es un techo lleno de goteras que va a quedar deshecho
cuando caiga un temporal lo suficientemente fuerte
sobre nuestra casa, que no es un rancho
abandonado a su suerte, pero que tiene las raíces carcomidas
aunque aparente ser un árbol sólido. A la hora
en que algo se desploma, da igual
si parecía hermoso y fuerte. Es de eso
que estamos enfermos: de los días felices,
resplandecientes de verano
donde no faltaba nada, y crecíamos
mezquinos y soberbios hacia el sol, sin preocuparnos
por la sombra que dábamos,
sobre quiénes caía, de qué luz los privaba.


Semilla

A la memoria de David Moreyra, el chico de 18 años que murió en Rosario tras tres días de agonía después de ser linchado por una multitud tras un aparente intento de robo.


Yo quiero estar en la respiración dificultosa del chico moribundo,
el ladrón adolescente tirado en el asfalto mientras una multitud
lo muele a golpes, ser la catarata de imágenes
que aparecen para liberarlo de la fealdad de lo que ve:
es decir, ser el vértigo de sus primeros pasos inseguros
sobre el piso de tierra, la alegría de poder pararse al fin
en las dos piernas, un árbol pequeño su cuerpo,
aunque ya entonces guiado por una rama vieja,
un tutor que no lo deja crecer hacia el sol aunque le permita
recibir algo de su tibieza. Quiero vivir el día
en que se desató la cuerda y la rabia quedó suelta, a merced
del terror que iba a empezar a alimentarse en el estómago
de la bestia, su propia mala estrella concibiéndose
desde antes de su nacimiento, antes
de que pudiera hablar, pensar, antes de que supiera
que iba a vivir una vida donde el oxígeno
nunca iba a alcanzar para él, donde tendría que respirar
conteniendo el aire, como si estuviera en el fondo del océano,
y aunque hubiera suficiente para todos, más de una vez
amanecería boqueando como un pez fuera del agua,
casi muerto. Que ahí, tirado en el cemento, no haya sido
ese pez en la orilla al que las aves carroñeras miraban morir
desde su cielo, que se haya sentido de repente
como un ciervo de los pantanos o un topo malherido
en medio del monte, y haya podido saber lo que saben ellos
acerca del momento en que se pierde
todo lo que se tiene: el mundo, la selva, las largas caminatas
de la manada hacia las tierras más fértiles, el aire pesado
de los humedales, el placer físico de correr
desesperadamente, el olor de la tierra empapada
por un temporal poderoso y breve, el hambre,
la dentellada que se da
y se recibe, el corazón desbocado que se enlentece,
el dolor, la vida que se dispersa en el aire como una semilla,
un ramalazo de luz que pasa a través de las ramas y descansa
sobre el pasto mojado. Que haya sentido en la sangre,
junto con la gracia de haber estado vivo, la esperanza
de una revuelta que escriba otra historia para él,
donde la peste incubada en otros no caiga sobre su cuerpo
desde la niñez y lo maldiga.


Leona

Nunca fue el violador:
fue el hermano, perdido,
el compañero/gemelo cuya palma
tendría una línea de la vida idéntica a la /nuestra.
       
         Adrienne Rich


Las mujeres enfrentamos en la niñez un pozo
profundísimo, parecido a los cráteres que deja un bombardeo,
e indefectiblemente caemos desde una altura
que hace imposible llegar al fondo
sin quebrarse las dos piernas. Ninguna
sale intacta y sin embargo
suele decirse que se trata de un malentendido,
que no hubo tal caída, que todas las mujeres exageran.
Lleva una vida completa poder decir: esto ha pasado,
 fui dañada, acá está la prueba, los huesos rotos,
la columna vertebral vencida, porque después
de una caída como esa se anda de rodillas o inclinada,
en constante actitud de terror o reverencia.
Muy temprano el miedo es rociado como un veneno
sobre el pastizal demasiado vivo
donde de otra manera crecerían plantas parásitas,
en nada necesarias, capaces de comerse en pocos días
la tierra entera con su energía salvaje
y desquiciada. Aún así, siempre quedan
algunos brotes vivos, porque quien combate a esas plantas
que se van en vicio, después de un tiempo ya tiene suficiente,
de puro saciado se retira del campo baldío y a veces
les perdona la vida y se va antes
de terminar la tarea. No es compasión,
es como si una tempestad se detuviera
porque ya fueron suficientes las vidas arrebatadas,
las casas convertidas en una armazón de palos
y hierros podridos, que aun restauradas nunca podrían
volver a ser las mismas. La compasión, claro, es otra cosa:
no se trata de saquear una tierra con tal ferocidad
que lo que queda, de tan malogrado, ya no sirve
ni como alimento ni como trofeo de guerra.
En el corto tiempo de gracia antes de la caída,
las mujeres, esos yuyos siempre demasiado crecidos,
andamos por ahí, perdidas y felices, esperando
lo que no suele llegar: la compañía del hermano
que no tenga terror a lo desconocido, a lo sensible.
No el hermano que pueda impedir la caída
sino ese que elija caer junto a nosotras,
desobedeciendo la ley que establece
la universalidad de la conquista, la belleza
de la bota del cazador sobre el cuello partido de la leona
y de su cría. El hermano incapaz de levantar su brazo
para marcar a fuego la espalda de la hermana,
la señal que los separaría para siempre,
cada cual en el mundo que le toca: él a causar el daño,
ella a sufrirlo y a engendrar la venganza
del débil que un día se levanta, el esclavo
que incendia la casa del amo y se fuga
y elude el castigo. El mal está en la sangre hace ya tanto
que está diluido y es indiscernible del líquido
que el corazón bombea: el patrón ama esto
y el hermano lo sufre, tan malherido
como la mujer a la que él debería lastimar.
El dolor sigue su curso, indiferente,
y el pozo sigue comiéndose vida tras vida, y seguirá,
a menos que algo pase,
un acto de desobediencia casi imposible de imaginar,
como si de repente el cazador se detuviera
justo antes del disparo
porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre
de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte,
y supo que formar parte de la especie dominante 
es ser como una fiera que ha caído
en una trampa de metal que destroza lentamente
cada músculo, cada ligamento,
para que sea más fácil desangrarse que poder escapar.  



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