domingo, 11 de diciembre de 2011

JORGE CUESTA [5.348]


Jorge Cuesta

Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit (1903-1942) fue un químico, poeta, ensayista y editor mexicano.
Nació en Córdoba, Veracruz, en donde realizó sus primeros estudios. En la Ciudad de México estudió la carrera de ciencias químicas. En 1927 conoció a Guadalupe Marín (entonces esposa del pintor Diego Rivera), que más tarde sería su esposa, y ese mismo año publicó su polémica Antología de la poesía mexicana moderna.
En 1928 viajó a Europa, donde estuvo en contacto con André Breton, Carlos Pellicer, Samuel Ramos y Agustín Lazo. A partir de 1930 formó parte del grupo Los contemporáneos, quienes lo llamaron "El Alquimista".
Su poesía es descarnada, racionalista, utiliza los como temas la ansiedad, el pesimismo, la vejez, la muerte, el equilibrio, etc. Privilegió la forma del soneto. Su poema más ambicioso y mejor logrado es "Canto a un dios mineral", que es agrupado por la crítica en la tradición mexicana del poema filosófico junto con "Primero Sueño" de Sor Juana Inés de la Cruz, "Muerte sin fin" de José Gorostiza, "Blanco" de Octavio Paz e "Incurable" de David Huerta.
Colaboró en la Revista Ulises, El Universal, contemporáneos, Voz nacional, Letras de México y El Nacional. En 1932 fundó la revista Examen.
Su poesía fue recopilada póstumamente en dos ediciones, una prologada por Alí Chumacero y otra por Elías Nandino y Rubén Salazar Mallén. En 1964 la Universidad Nacional Autónoma de México publicó todo lo que se conoce de su obra poética y ensayística en cuatro volúmenes.
Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942 en el sanatorio del doctor Lavista, en Tlalpan. Tenía 38 años cuando, aprovechando un descuido de los enfermeros, se colgó con sus propias sábanas de los barrotes de la cama. Había sido internado por un segundo acceso de locura que lo había llevado a acuchillarse los genitales. Recaía en una crisis de paranoia que había superado en el Hospital Mixcoac dos años antes.
Una noche, en un café, Cuesta dejó escrita la siguiente frase en un papel: "Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente". Con el tiempo estas palabras se han convertido en profecía cumplida pues, efectivamente, el suicidio de Cuesta tiene que ser revivido por cada lector que se interna en su "Canto a un dios mineral" con el ánimo de entender este poema que ha sido calificado de "hermético". Porque, en realidad, como dijo Rubén Salazar Mallén, su poesía es oscura sólo para quienes no conocen su vida o, en palabras de Alí Chumacero, su poesía es poco diferente de lo que vivió.

Bibliografía

Huerta-Nava, Raquel (compiladora). Jorge Cuesta: la exasperada lucidez. México, 2003. Contiene ensayos de Janitzio Villamar, Juan armando Rojas, Luis Enrique del Ángel, Juan Carlos H. Vera, Raquel Velasco, Norma Garza Saldívar, Édgar Valencia, Eduardo Cerecedo y Rodolfo Mata.
Alberto Pérez-Amador Adam: La sumisión a lo imaginario. Nueva edición, estudio y comento de ‘Canto a un dios mineral’ de Jorge Cuesta. Madrid / Frankfurt: Vervuert - Iberoamericana 2001 (ISBN 84-95107-67-8)



Soñaba hallarme en el placer que aflora

Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa. Soy el que
ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.

Dividido de mí quien se enamora y cuyo amor
midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa y me gana la
muerte desde ahora.

Pasa por mí lo que no habré igualado
después que pasa y que ya no aparece; su
ausencia sólo soy, que permanece.

Oh, muerte, ociosa para lo pasado,
sólo es tu hueco la ocasión y el nido del defecto
que soy de lo que ha sido.




Anatomía de la mano

La mano, al tocar el viento,
el peso del cuerpo olvida y al extremo de su vida
es su rastro último y lento.

No da al sabor instrumento su lengua ciega y
hendida,
y sólo otra duda anida su duda de movimiento.

Mas como una sed en llamas
que incierta al azar disputa toda la atmósfera en
vano,
imita al árbol sus ramas
en pos de una interna fruta la interrupción de la
mano.



Qué sombra, qué compañía

Qué sombra, qué compañía
impalpable, más cercana,
al abismo de mañana
el paso me contenía,

si está la vista vacía,
y una desierta ventana
sólo es una presa vana
de las cadenas del día.

Del tiempo, estéril contacto
con el arrepentimiento
en que se parte y olvida

la frágil ciencia del acto,

es la posesión que siento, vacante, sobre mi
vida.




Este amor no te mira para hacerte durable

Este amor no te mira para hacerte durable
y desencadenarte de tu vida, que pasa.
Los ojos que a tu imagen apartan de tu muerte
no la impiden, sólo hacen más presente tu
ruina.
No hay sitio en mi memoria donde encuentre tu
vida
más que tus ya distantes huellas deshabitadas.
Pues en mi sueño en vano tu rostro se refugia
y huye tu voz del aire real que la devora.
Dentro de mí te quema la sangre con más
fuego,
los instantes te absorben con más ansia, y tus
voces,
mientras más duran, se hunden más hondo en el
abismo
de las horas futuras que nunca te han mirado.



Tu voz es un eco, no te pertenece

Tu voz es un eco, no te pertenece,
no se extingue con el soplo que la exhala.
Tus pasos se desprenden de ti
y hacen caminar un fantasma intangible y perpetuo
que te expulsa del sitio donde vives
tan pasajeramente y te suplanta.
Tanto mi tacto extremas y prolongas
que al fin no toco en ti sino humo, sombras, sueños,
nada.
Como si fueras diáfana
o se desvaneciera tu cuerpo en el aire,
miro a través de ti la pared
o el punto fijo y virtual
que suspende los ojos en el vacío
y por encima de las cosas en movimiento.




La mano explora en la frente

La mano explora en la frente,
del sueño el rastro perdido; mas no su forma, su
ruido
latir contra el tacto siente.

Un muro tan transparente poco recluye el
olvido,
si renace su sentido y está a la mano presente.

Si bien el sueño murmura
que al fin su nada perdura sobre un tacto ciego
y frío
que su espesor no sondea
y solamente rodea el rumor de su vacío.




La flor su oculta exuberancia ignora

La flor su oculta exuberancia ignora,
y que es por una vigilante usura de un mismo
azar, que evade su clausura
la miel, y la embriaguez, que se evapora.

Que no agota su pérdida de ahora, sino que otra
mayor dicha futura
la fruta embriagará cuando madura, no lo sabe
la flor, y se devora.

Extrema el polen como vivo grano,
y ella misma se siembra y restituye a sí misma
la vida que le huye.

No mira que su gozo es hondo en vano
y no lo niega al fin si lo disputa al más profundo
abismo de la fruta.




Paraíso perdido

Si en el tiempo aún espero es que, sumiso,
aunque también inconsolable, entiendo
que el fruto fue, que a la niñez sorprendo,
no don terreno, más celeste aviso.

Pues, mirando que más tuvo que quiso,
si al sueño sus imágenes suspendo,
de la niñez, como de un arte, aprendo
que sencillez le basta al paraíso.

El sabor embriagado y misterioso,

claro al oído (el mundo silencioso y encantados
los ruidos de la vida)

vivo el color en ojos reposados,

el tacto cálido, aires perfumados y en la sangre
una llama inextinguida.




Paraíso encontrado

Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.

En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.

Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto

después de que las águilas lo dejan.

Que ambos tienen la vida sustentada, el ser, en gozo,
y el placer, en nada



Poesía coral

Canto a un dios mineral

Capto la seña de una mano, y veo
que hay una libertad en mi deseo;
ni dura ni reposa;
las nubes de su objeto el tiempo altera
como el agua la espuma prisionera
de la masa ondulosa.
Suspensa en el azul la seña, esclava
de la más leve onda, que socava
el orbe de su vuelo,
se suelta y abandona a que se ligue
su ocio al de la mirada que persigue
las corrientes del cielo.
Una mirada en abandono y viva,
si no una certidumbre pensativa,
atesora una duda;
su amor dilata en la pasión desierta
sueña en la soledad y está despierta
en la conciencia muda.
Sus ojos, errabundos y sumisos,
el hueco son, en que los fatuos rizos
de nubes y de frondas
se apoderan de un mármol de un instante
y esculpen la figura vacilante
que complace a las ondas.
La vista en el espacio difundida,
es el espacio mismo, y da cabida
vasto y nimio al suceso
que en las nubes se irisa y se desdora
e intacto, como cuando se evapora,
está en las ondas preso.
Es la vida allí estar, tan fijamente,
como la helada altura transparente
lo finge a cuanto sube
hasta el purpúreo límite que toca,
como si fuera un sueño de la roca,
la espuma de la nube.
Como si fuera un sueño, pues sujeta,
no escapa de la física que aprieta
en la roca la entraña,
la penetra con sangres minerales
y la entrega en la piel de los cristales
a la luz, que la daña.
No hay solidez que a tal prisión no ceda
aun la sombra más íntima que veda
un receloso seno
¡en vano!; pues al fuego no es inmune
que hace entrar en las carnes que desune
las lenguas del veneno.
A las nubes también el color tiñe,
túnicas tintas en el mal les ciñe,
las roe, las horada,
y a la crítica muestra, si las mira,
por qué al museo su ilusión retira
la escultura humillada.
Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.
Cuando en un agua adormecida y mansa
un rostro se aventura,
igual retorna a sí del hondo viaje
y del lúcido abismo del paisaje
recobra su figura.
Íntegra la devuelve el limpio espejo,
ni otra, ni descompuesta en el reflejo
cuyas diáfanas redes
suspenden a la imagen submarina,
dentro del vidrio inmersa, que la ruina
detiene en sus paredes.
¡Qué eternidad parece que le fragua,
bajo esa tersa atmósfera de agua,
de un encanto el conjuro
en una isla a salvo de las horas,
áurea y serena al pie de las auroras
perennes del futuro!
Pero hiende también la imagen, leve,
del unido cristal en que se mueve
los átomos compactos:
se abren antes, se cierran detrás de ella
y absorben el origen y la huella
de sus nítidos actos.
Ay, que del agua el imantado centro
no fija al hielo que se cuaja adentro
las flores de su nado;
una onda se agita, y la estremece
en una onda más desaparece
su color congelado.
La transparencia a sí misma regresa
y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
pues la memoria oprime
de la opaca materia que, a la orilla,
del agua en que la onda juega y brilla,
se entenebrece y gime.
La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
o un sólido de humo
tenga en un cielo ilimitado y tenso
un instante a los ojos en suspenso,
no aplaza su consumo.
Obscuro perecer no la abandona
si sigue hacia una fulgurante zona
la imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.
Embriagarse en la magia y en el juego
de la áurea llama, y consumirse luego,
en la ficción conmueve
el alma de la arcilla sin contorno:
llora que pierde un venturero adorno
y que no se renueve.
Aun el llanto otras ondas arrebatan,
y atónitos los ojos se desatan
del plomo que acelera
el descenso sin voz a la agonía
y otra vez la mirada honda y vacía
flota errabunda fuera.
Con más encanto si más pronto muere,
el vivo engaño a la pasión se adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes despojos.
Signos extraños hurta la memoria,
para una muda y condenada historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obcecación lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar estrellas.
La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.
Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores obscuros.
Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.
¡Qué ruidos, qué rumores apagados
allí activan, sepultos y estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje sereno.
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
en el fondo aterrado y no recibe
las ondas todavía
que recogen, no más, la voz que aflora
de una agua móvil al rielar que dora
la vanidad del día!.
El sueño, en sombras desasido, amarra
la nerviosa raíz, como una garra
contráctil o bien floja;
se hinca en el murmullo que la envuelve,
o en el humor que sorbe y que disuelve
un fijo extremo aloja.
Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
y asciende un burbujear a la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas prende,
y las prueba, las une, las suspende
la creación del lenguaje.
El lenguaje es sabor que entrega al labio
la entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aun espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta.
Multiplicada en los propicios ecos
que afuera afrontan otros vivos huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya vibra, densa y plena,
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas rocas.
Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante
en que la forma oculta y delirante
su vibración no apaga,
porque brilla en los muros permanentes
que labra y edifica transparentes,
la onda tortuosa y vaga.
Oh, eternidad, la muerte es la medida,
compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca.
Denso el silencio trague al negro, obscuro
rumor, como el sabor futuro
sólo la entraña guarde
y forme en sus recónditas moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que arde.
No al oído que al antro se aproxima
que al banal espacio, por encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus vetas
originales vayan, más secretas
de otra boca al recinto.
A otra vida oye ser, y en un instante
la lejana se une al titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
la considera extraña.
El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.
Ése es el fruto que del tiempo es dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro domina.



Jorge Cuesta, el poeta que defendió la libertad creadora.

Aún hay mucho qué analizar del poeta Jorge Cuesta (23 septiembre 1903- 13 agosto 1942), pues sus biografías se incrementan constantemente y son generadas desde distintos aspectos, como poeta, o bien como el alquimista del grupo de Los Contemporáneos, sin olvidar que es el fundador de la crítica literaria en México.

Jorge Mateo Cuesta Porte Petit desarrolló en sus ensayos diversos razonamientos y un profundo vigor intelectual, para de esa manera sacudir los cánones de la cultura en las primeras décadas del siglo XX. El título Obras reunidas II. Ensayos y prosas varias, de Jorge Cuesta, editado por el Fondo de Cultura Económica, señala que su corta vida dejó en la literatura nacional la profunda marca de una de las inteligencias más destacadas de su tiempo.

Si bien Jorge Cuesta privilegió el soneto, su poema más ambicioso y mejor logrado es Canto a un dios mineral, obra que se pertenece a la rica tradición del poema filosófico mexicano, por lo que se le coloca en las recopilaciones del género al lado de obras como Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz; Muerte sin fin de José Gorostiza; Blanco de Octavio Paz e Incurable de David Huerta.

Jorge Cuesta nació en Córdoba, Veracruz, donde realizó sus primeros estudios. En la Ciudad de México cursó la carrera de ciencias químicas. En 1927 conoció a Guadalupe Marín (entonces esposa del pintor Diego Rivera), que más tarde sería su esposa, y ese mismo año publicó su polémica Antología de la poesía mexicana moderna.

En 1928 viajó a Europa, donde estuvo en contacto con André Breton, Carlos Pellicer, Samuel Ramos y Agustín Lazo. A partir de 1930 formó parte del grupo Los contemporáneos, quienes lo llamaron El Alquimista.

Colaboró en la revista Ulises, en los periódicos El Universal y El Nacional, en las revistas Contemporáneos, Voz Nacional, Letras de México. En 1932 fundó la revista Examen. Su poesía fue recopilada póstumamente en dos ediciones, una prologada por Alí Chumacero y otra por Elías Nandino y Rubén Salazar Mallén.

Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942, cuando tenía 38 años, se colgó con sus propias sábanas de los barrotes de la cama.

La recuperación de su obra

En el tercer tomo de la colección Obras reunidas, editado por el Fondo de Cultura Económica, uno de sus compiladores, Jesús R. Martínez Malo, señala que Jorge Cuesto ejerció una apasionada defensa de la única moral  que pregonó: la libertad del artista en el ejercicio de su acto creador, desligando al arte de cualquier atadura al servicio de intereses políticos, ideológicos y partidistas.

“Esto lo demuestra en muchos de sus textos, pero sobre todo a través de su lúcida argumentación contra la escandalosa y vergonzosa consignación de su revista –Examen–; en su polémico texto sobre Marx; en los escritos en que defendió a capa y espada la autonomía universitaria, así como en sus sólidos argumentos en contra de la implantación de las políticas culturales y educativas al servicio del nacionalismo a ultranza, tan en boga en su época.

“La mayor parte del total de la producción literaria de Jorge Cuesta fue publicada en vida por el autor en las revistas que en su momento fueron las más importantes para la difusión de la vanguardia cultural en México, es decir, al reunir en un solo tomo sus ensayos y obras varias, se ofrece al lector la oportunidad de entrar en contacto con el escritor, quien ‘piensa en voz alta’ sobre los temas que le interesaron siempre”.

Otro de los compiladores del tercer tomo de Obras reunidas, del Fondo de Cultura Económica, es Christopher Domínguez Michael, quien señala que el poeta, en su corta vida, dejó en la memoria de amigos y conocidos las marcas profundas de la amistad y de la admiración hacia una de las inteligencias más destacadas de su tiempo.

“Ningún escritor mexicano tuvo una muerte tan atroz (autocastración y suicidio) y ninguno recibió de la posteridad una reparación tan cumplida. Veinte años después de su muerte comenzó la recuperación de los papeles de un poeta y crítico que nunca publicó un libro en vida”.

Los primeros en acercarse a la obra de Jorge Cuesta fueron José Emilio Pacheco y Juan García Ponce en los años sesenta del siglo XX. A partir de entonces, prácticamente todo los escritores mexicanos contemporáneos se han acercado a su producción literaria.

“Es frecuente encontrar discusiones sobre su trabajo como poeta, sobre su caso psiquiátrico, al suicida, al químico y al alquimista, al fundador de la crítica literaria en México, al observador implacable del nacionalismo cultural y de sus mitos plásticos, al espíritu liberal que combatió por el Estado laico y lo defendió, en la educación pública y en la universidad, contra el clericalismo de derechas y de izquierdas.

“Cuesta fue quien dio forma al canon de la tradición literaria y uno de los pocos intelectuales latinoamericanos que, siguiendo a Julien Benda, denunció ‘la traición de los clérigos’, ese momento fatal cuando se olvidó ‘la obligación moral de ser inteligente’ y se puso a la crítica al servicio del comunismo y del fascismo”.

Christopher Domínguez Michael señala que Jorge Cuesta ha sido el rito de transición indispensable para entrar en la tradición crítica: de autor secreto a conciencia de una literatura, ese ha sido el destino de un hombre que, habiendo vivido en las sombras, alcanza su centenario en el mediodía.

El también crítico literario destaca que fue el primer intelectual moderno de México. “Su pensamiento crítico está arraigado en la cultura contemporánea del país como si con los años sus textos hubieran proliferado hasta poblar tupidamente el jardín del porvenir. La suya es una de las pocas victorias morales que la posteridad ha concedido a un intelectual.

“Jorge Cuesta es una referencia cultural porque tuvo razón o porque consideramos sus razones como nuestras. Esa empatía la provoca el ejercicio de la crítica moderna en las condiciones de un contexto que no la acepta como tal. Parece que el escritor no fue comprendido en los años treinta del siglo pasado por lo que sería aberrante que el presente no intentara pagar una deuda tan grande”.

Chistopher Domínguez comenta también que la critica literaria de Jorge Cuesta fue el objetivo de la mayoría de sus ensayos, e inclusive leyéndolos como formas estáticas que relacionen autoras y obras, “estamos ante un caso notable de la perspicacia estética. Su obra resiste la prueba de la actualidad.

“Si entendemos al critico sólo como aquel que establece personalmente una jerarquía de valores, la atingencia de este autor sorprende por su afirmación en el gusto contemporáneo. Recordarlo es un homenaje y una forma de intentar corregir esa situación”.

Fuente:
http://www.cultura.gob.mx/noticias/libros-revistas-y-literatura/28516-jorge-cuesta-el-poeta-que-defendio-la-libertad-creadora.html







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