domingo, 6 de noviembre de 2011

MAHFÚD MASSÍS [5.091]


Mahfúd Massís

Mahfúd Massís cuyo nombre real era Antonio Massís (Iquique, Chile, 1916 — Caracas, Venezuela, 9 de abril de 1990), fue un poeta y escritor chileno, de origen palestino. Fue yerno de Pablo de Rokha, otro poeta importante en la historia literaria de Chile.

Mahfúd Massís nació en Iquique en 1916. De origen palestino, su poesía evidencia elementos de la cultura latinoamericana y árabe, lo que lo convirtió en uno de los poetas más innovadores de las letras chilenas durante el siglo XX.

Para parte de la crítica nacional, que consideró sólo la variable etaria, Mahfúd Massís pertenece a la Generación Literaria de 1938. Sin embargo, su propuesta poética sólo coincide con ésta en el interés por la temática social. Sus versos levantaron el espíritu revolucionario de la época, mezclado con tópicos bíblicos, donde la maldición, la pesadumbre y el castigo juegan un rol fundamental. El crítico Naín Nómez se refiere a la obra de Massís: "Su obra poética se desarrolla desde una raigambre existencial que privilegia temas relacionados con la muerte, el horror y la angustia, a partir de imágenes y símbolos que aluden a la oscuridad y lo demoniaco. Vinculado a una clara estirpe simbolista, sus metáforas se remontan a los pensadores presocráticos, al Libro de los muertos y a la voz profética de poetas mesiánicos como Dante, Hölderlin, Poe, Rimbaud y Kafka. Retornan también en su obra, los orígenes orientales, palestinos y libaneses, reproducidos en la violencia de las imágenes, la profusión de seres milenarios que atraviesan sus poemas y las reminiscencias ditirámbicasde su verbo. La muerte es el eje del tono angustioso de sus textos".

En 1942 publicó Las bestias del duelo y Ojo de tormenta. A éstas le siguieron Los sueños de Caín (Cuentos, 1953), con el que obtuvo el Premio Renovación de Ministerio de Educación Pública de Chile; ese mismo año recibió el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile por su ensayo Walt Whitman, el visionario de Long Island; Elegía bajo la tierra (1955); Sonatas del gallo negro (1958); El libro de los astros apagados (1965), que obtuvo el Premio Alerce en 1964; Las leyendas del Cristo negro (1967); Testamento sobre la piedra (1971); Llanto del exiliado (1986); Este modo de morir (1988); Antología: poemas (1942-1988) (1990) y Papeles quemados (2001), publicado póstumamente.

Su producción literaria abarcó, fundamentalmente, la poesía y el ensayo crítico. Pero su constante labor por la cultura nacional lo llevó a ser director de la revista Polémica, presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, presidente del Instituto Árabe en Chile y agregado cultural de Chile en Venezuela (1970).

Mahfúd Massís fue esposo de la pintora Lukó de Rokha, hija del poeta Pablo de Rokha.

Después del golpe de Estado de 1973, Mahfúd Massís fue informado de que había sido exonerado de su cargo y que tenía prohibición de volver a ingresar al país, por ello permaneció en Venezuela. Desde este país desarrolló una importante labor masificando la creación artística nacional y denunciando la situación que vivieron miles de chilenos en ese período.

Después de una vida dedicada a la escritura en sus diversos géneros, Mahfúd Massís falleció el 9 de abril de 1990 en Caracas, Venezuela, su patria adoptiva.

Mahfud Massis junto a su suegro Pablo de Rokha.

Obras

Las Bestias del Duelo (Poesía, 1942)
Ojo de Tormenta (Poesía, 1942)
Los sueños de Caín (Cuentos, 1953)
Walt Whitman, el visionario de Long Island (Ensayo, 1953)
Elegía bajo tierra (Poesía, 1955)
Sonatas del gallo negro (Poesía, 1958)
El libro de los astros apagados (Poesía, 1965)
Las leyendas del Cristo Negro (Poesía, 1967)
Testamento sobre la piedra (Poesía, 1971)
Llanto del Exiliado (Poesía, 1986)
Antología: poemas (1942-1988) (Poesía, 1990)
Papeles Quemados (Poesía, 2001) Póstumo

En antologías

13 poetas chilenos (Poesía, 1948)



DESNUDO

al pie de esta Cordillera despiadada y blanca,
YO,
Mahfud Massis,
cuajo de Palestina en el Continente Americano
habitante del Tercer Mundo,
del tercer ojo,
de esta luna vacía,
alzo mi voz como un potro contra el firmamento oscuro.




El brazo invisible

Te contemplo en mí, poderosa materia, funeral pá,pano,
fugaz y vulnerable en tu forma, indestructible en tu discurrir eterno,
descubre por una vez esta lúgubre quijada,
el tramo sepulcral de mi rostro aquilino.
Invita esta noche a Barrabás, al papa negro,
no quiero ser el ángel castrado, el hijo del inmigrante en derrota.
Recoge el velo de esta aventura:¡acompáñame, pordiosero!
Asesiné la alegría; cambié la luna por esta piedra que llevo sobre
el pecho.

Alguien destruyó mi familia cierta noche. Ignoran
que soy un faraón de piedra, un ave
patriarcal que limpia el legendario Río.
¿Quién me desgarró el hombro? ¿Quién
me mordió la quijada? ¿Quién destrozó la cabeza de mi vástago?
Unos cráneos grises me comen la hierba del corazón,
la pimienta de unos ojos muertos. Un brazo oscuro,
terrible, como el ojo de Tutankamón bajo la fosa,
señala el cuero miserable de mi cabellera,
el piojo que preside mi sueño invernal, mientras acepto
la limosna del asesino, del comerciante en carbón o piedras
preciosas.

¡Oh, magos! Si existís en algún lugar, debajo de la tierra,
acordáos de mí. ¡Largos brazos, buenas piernas en mis sueños!
Que pueda matar con la mirada abierta.
Sin que el gigante sentado sobre mi alma, sin que
los remordimientos
destruyan el acto espiritual. ¡Sin que las lágrimas
me partan en dos el caballo negro del pecho!




Elegía a Ernest Hemingway

Los que arrastramos un pescado, o una vaca negra,
como el Viejo Amargo del Mar de las Antillas,
los que apacentamos una gran culebra por el llano
arrojamos tu ataúd como un sauce de pelos.

¡Qué golondrina, que sueño sobrevolaba tu corazón
cuando mostrabas el pecho en armas,
como el dios-padre de los mitos desaparecidos !
porque, ciertamente, en la niebla coloquial, en el designio raro,
eras la almendra sobre el tizón negro,
cayendo en la eternidad, riente, inmemorial, con la bala llorando
en la piedra del ojo.

Puro de alcohol, profundo como el aroma del tabaco,
augur estupefacto sobre la tierra,
montaste a la vida como a un perro,
mordiendo su oreja verde, sonriendo en la tormenta como un búfalo,
y rendido
entre el vino y la mujer, tu barba
de macho perdurable, tu barba de poderoso velamen,
era la barca fenicia y roja en el rescoldo de los días.
Desde mi cojera invernal, yo, americano inerme,
hijo de extraviadas religiones, pusilánime y fatal,
estrecho tu brazo peludo de triunfador.



Incitación al vals de un poeta

Tus hijos bebían sangre de ganso salvaje.
Tu pobre corazón dormía entre las moscas.
Sin embargo,
un día
te colgaron un trozo de cuero
en la solapa. Se te puso la cresta roja.
Caminabas con paso de gamuza por los corredores.
Pero tuviste que vender tus dientes.
El traje destinado a tu propio entierro.

Soñabas con el gran premio.
Besabas a los jurados, acariciabas sus tetas,
mientras dormías en la posada
del gato nocturno.

Quisiera detenerte, morderte una oreja.
Pedirte que vuelvas a tu oficio de hombre,
Inventes el fuego y juntes piedras.
Y que estalles cuando aparezcan los enmascarados
de la noche, les vueles el trasero
antes de que lleguen los muchachos de la prensa.




Leyendas del Cristo Negro

1 Caminaba Jesús por la ciudad,
llevando un gran martillo.

2 Y uno había en medio de la turba,
el cual dijo: He ahí al Hijo del Carpintero.
Y le pellizcó la mejilla.

3 Acontecido lo cual Jesús descargó
el martillo en medio de su rostro. Y
enfrentando la turba, dijo: Varón soy
de verdad y de justicia, mas antaño fui
golpeado y pellizcado muchas veces. Y
como viese unos niños junto a él, dijo:

4 Cada uno de estos pequeños de grandes
ojos y pies desnudos, necesitará mañana
un martillo.

5 Entonces la plebe, y los borrachos, y
las prostitutas vestidas de rojo, rodearon
a Jesús.

6 Y una mujer de grandes labios, díjole:
has venido a predicar la violencia?
Y replicó Jesús: No predico la violencia,
porque la violencia está en la naturaleza
de las cosas, y yo no soy ajeno a la naturaleza
de las cosas.

7 Y un borracho que había muerto a
su hijo, dijo a Jesús: Hablas verdad, oh
extraño; pues he ahí que anoche escuché
el canto rojo del vino, y muerto he
al hijo de mi corazón.

8 Mas Jesús, escupiendo en el rostro
del borracho, habló en el lenguaje de
las parábolas, diciendo:

9 Un hombre había que construyó su
morada junto al mar, en el sitio más peligroso.

10 Y el tifón, y los animales del mar
entraban en la morada, y grande mal
había acarreado por su mano. Y él decía:
tengo yo la culpa de que el viento
y las bestias del mar asienten en mi
casa?

11 Y dormía en el umbral de la casa, y
holgábase en ella con las hijas de los
pescadores.

12 Mas la sal y la muerte habían invadido
el aire de la casa, y había putrefacción
en sus cimientos.

13 Y los días del hombre fueron contados.

14 Por lo cual os digo, que aquel que
buscare el peligro, lo hallará, y aquel
que caminare por entre pantanos,
perderá la vida.

15 Oído lo cual, el borracho comenzó a
azotar su cabeza contra las piedras.

16 Entonces uno de la turba dijo:
Homicida es, y quería llevarle ante los jueces.

17 Dícele Jesús: Desde la matriz de tu
madre vienes cargado de culpas, cómo
juzgarás a tu hermano?

18 De verdad te digo, que para este
oficio de perseguidor de hombres
necesitas nacer dos veces.

19 Porque entre el perseguidor y el
perseguido, qué hay sino la letra muerta?

20 Diciendo lo cual, Jesús fuese por el camino.
Y ninguno se atrevió a seguirle.



Mercado persa

Entre pordioseros vestidos de mariposas,
y piojos traídos del Himalaya,
contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos.
Hay una parca rodeada de flores,
un asesino, una piedra escarlata,
y yo, pobre, cubierto de manchas de resina,
compro un pájaro en medio de la tormenta,
un ave de pecho seco, como el mío.
Quiero escuchar su trémula voz de difunto,
su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso ;
sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño,
y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,
los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.



EL DESENTERRADO

Ira, ira no más, en el terrible día,
ni amor, ni la gota fresca en la lengua;
apenas la vejiga rota al atardecer,
y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,
todo cayendo detrás, en el desván silencioso.
Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.
Serás como Osiris; se disputarán tu traje desolado.
Sobre tus infolios y tus manchas errantes: la leyenda.
Serás al fin un escriba serio, descomunal, recién afeitado.
Un júbilo de espadas cubrirá la entrada de ese otoño;
pero estarás dormido sobre la delgada alfombra, siempre sonriendo,
estólido, feliz, oyendo otro oleaje.




De: EL LIBRO DE LOS ASTROS APAGADOS


Expedición al tiempo

Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto.
Lo que cayó en el paño de las indecisiones,
el agua terca, y quedó tirado en el camino.
En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche,
frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso,
penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,
oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,
o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.

Pero hay una piel negra, un tiempo de labio leporino,
algo rasgado y esencial entre esta muerte de ahora y el candado seco de otras floraciones.
Partieron los días, como golondrinas de arena, o la amante de tristes ojos,
y cuanto intenté rescatar está como cuero tendido.
Yo te recuerdo atravesada por la jabalina del tiempo.
¡Qué largo andar ! ¡Qué largo viaje para este día !
Abarcabas el espacio negro, acariciabas el hocico de las horas, y yo, tenaz, ardiente, miserable,
retrotrayendo un azar temible, un velo despedazado en el estupor pretérito,
pero lejano, irremediable, como una nube entre la pierna abierta.



Nocturno del piano

El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos,
canta como un papa melancólico. Sus notas
caen como los huevos del esturión muerto
sobre mi corazón en esta noche.
Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata.
Rompe su levita de caballero velado ;
pero déjame solo, ahorcado en la cama.
El virrey baila el tango mientras lloramos,
agita sus orejas como toneles,
evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,
(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),
pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga,
en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.
Mata al demonio del piano, amiga mía ;
escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo
los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila
como hembra preñada
encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho,
una segundo vida que desconozco, y que rechazo
como la horma negra a la nube.



Retorno

Como el salmón que torna a la grava de la muerte,
remonto el río, calvo, seco, desdentado,
roto ya el oro de las ensoñaciones,
desdichado, veloz, cabezabajo.
Atrás : la tierra, su macho de furores,
la tierra como una esponja negra,
y un collar de sombras y pedradas en los ojos.
Tú que bajaste conmigo y eras un castaño claro,
que descendías como la mano blanca sobre la tecla negra,
dime, ¿qué fue ? ¿Qué bestia
me apretó la cintura hasta derramarme,
vagabundo, ensimismado, con un hueso en el aire de la cabeza ?
Adorabas al sol, evocabas otro lenguaje,
pero yo estaba muerto, mutilado, vivía en Asia, en Oceanía,
ostentaba la filosofía redonda de los perros,
pero el mundo era cuadrado, amor mío, ¡era cuadrado !
y tenía un florete de pestaña roja.
Nunca pude explicar. ¡Todo es inexplicable !
Todo tangible, húmedo alrededor, y se escapa como la hembra del camello. Sólo
tú tienes forma. ¡Arrójame tu vestido,
ahora que los sueños buscan una extraviada deidad, un presagio encima de la muerte.
Esta noche remonto el río, como el salmón maldito que descendió al mar y vuelve
díscolo, envuelto en pálidas alucinaciones,
saltando sobre los rápidos, entre duelos y ráfagas verdes,
pero con el embrión muerto, el ojo muerto,
buscando para caer la piedra definitiva.



El rostro caído sobre la tecla

Impasible, como una reina de los ratones,
su diminuta cabeza que el sueño ha despojado,
se quiebra como un pez en la trama invisible,
mostrando la nuca blanca
sobre el algodón y sus dioses egipcios.
De su ojo cuelga el barmellón de las sombras atadas,
y la fina
guarida de su sexo es imperceptible temblor
de algo fija y tenaz en la tormenta.
Nadie la reconoce en sueño. Nadie llora.

Duerme sobre una quijada con el cuello esfumado,
y el negro toro del taller, el toro de las fuertes traslaciones,
empuja hacia un cielo de vapor el rostro cándido.
Los que estamos cubiertos de viruelas y mordemos
la cruda oreja de Dios, homicidas serenos,
besamos la dulce, navegante cabeza en los nocturnos mares ;
apenas una ola hincha su angosto pecho, y en el aire encendido
nace un toro nuevo en el ojo
de los toreros.



BIOGRAFIA INFINITA  (1942)


De Las bestias del duelo

Mis bestias de amianto
buscan el valle del emir que vive con un pulmón de cisne.
Bebido estoy del vino del nadir, el vino armado
de recuerdos y de lanzas.
Vedme desnudo. Mi única arma es el beso,
y en mis manos apenas cabría la muerte de un poeta.

Mas, ¿qué aroma de chacales os perfuma las sienes?
¿Por qué estos negros pájaros sobre vuestra morada?
Mi alma sólo precisa del amor
y del dulce haschisch que duerme en vuestros ojos. 

Pero, ¿qué piedras, qué heredad, qué ventura azarosa,
qué garfios me atan como a un perro
a la estatua y al pie de este bosque maldito?
Imploro a la inmensidad, a los monstruos errantes
amarrados al cielo.
A la estrellas que caen a los pequeños lagos.

Pero, ay, las cadenas me ciñen todavía más lejos,
hacia donde la luz boga hace ciclos de selvas y de años,
Más allá del divino espacio adivinado
donde hasta las aletas de Dios se quebrarían:
vivo atado al negro musgo de mi alma. 



BUSQUEDA DEL PRÍNCIPE DEGOLLADO
(1942) 

Buscad mi corazón
en la hostería de los príncipes muertos.
En mis nervios se nutre un canto de leopardos
y hay un delfin dormido
                         al pie de las clemátides.

Pero decidme, ¿dónde está el príncipe comido por las lianas,
su blanco pantalón de lino, su puro
rocío devorado?
Yo sospecho del conde con los ojos de distinto color,
del centurión helado, y los peces que de noche alimentaba la amortajada del pozo.

Buscad en qué cisterna, en qué podrido acuario,
como una flor de lámpara alejada en la vida
oscila vaga y mece su cuello degollado!
¿Qué viento de lacería por los álamos brama?
¿Quién llora por el príncipe, decídmelo quién llora?

En sus cuencas hay espacio y caben
la sombra, el cielo, el lobo y la abubilla.
Su esqueleto se pudre en un nicho de plomo, amparadle.
Yo no podría, mis manos están ocupadas en el sueño
y el dulce Galip está lavando los viejos puñales.
Los que pasáis por este nicho, gdpead la puerta.
Soy el príncipe ilota. 




POEMA 1

De Elegía bajo la Tierra (1955)


Cierta noche los lobos durmieron en la casa, royeron
el viejo hueso familiar, y una pavana
de costumbres estoicas caía del naranjo, y eran
piedra de oro,
bebida, sangrienta para los extraños.

Yo era el Hombre de Java de la familia.
Comía en una sartén,
                              dormía
como un salvaje sobre los tejados.

Nadie leyó en mi corazón en la ciudad enterrada.

Perdonadme por lo que fui, por lo que seré aún todavía,
por lo que no podré ser sin enviar al mercado mi alma.
Un señor con una cola larga me saludó un día,
y desde entonces pregunto a los transeúntes cuál es mi nombre. 





POEMA 3

Soy Mahfud Massís, el Esclavo,
el heresiarca de piel negra,
el loco, el desertor, el papanatas helado bajo la nieve.
Escondo mis dientes de cabro, mi cola de rey babilónico,
mientras camino por la ciudad junto al angosto río.
Entre lívido aceite, mi vieja sombra atrabiliaria
atraviesa las ciénagas,
ladrando a la majestad lunar
con mi oscura casaca de muerto.

Puedes tocar mi rostro, su lejana mariposa de hueso.
Mi semblante de ídolo prevalece
perdido, sin alternativa en los sacos de la noche.
Vagué mil años con mi ojo miserable, comí bajo los muros,
y cierta madrugada comencé a cantar con mi gruesa voz de asesino,
a escribir estas coplas de antiguos herreros.

Como un pequeño dios celeste y pálido,
camino ahora por el mundo con mis ojos de perro,
escarbando la tierra, entre insectos y podridas anémonas,
buscando una cabeza querida,
un rostro perdido hace mucho tiempo. 





YO GUERRILLERO

De Testamentos sobre la piedra (1971)


Ya no sé cómo vivo
balbuciendo esta lengua, desconocida a mi propio corazón,
lengua sólida y líquida de procaces llamaradas,
lengua de santo humillado,
de generaciones que derribó el mar sobre el hueso pardo del hambre.

Hay ratas y magnolias en mi lenguaje.
                                          Hay lluvia.
dientes, labios amarillos,
una lámpara de asesino clavada en la puerta.
Una
noche enterré a mi padre. Anduve
solo. Siempre había un muerto
en mi copa, una mirada,
una alondra que lloraba en el lenguaje más oscuro.

Destruí
                 mis zapatos
                                       caminando.
La pobreza se colgó de mi cuello como un ganso salvaje.
De mi corazón
manó
sangre negra
como de un niño ahorcado, un poco
de agua, y este tabaco intemporal de guerrillero de este mundo.






EL CIRCO

Yo estaba peludo, triste.
                            Habían
pedido una libra de mi piel y nada
pudo estremecer el corazón de los señores.
Así me dejaron
tus leones, César de mirada errabunda,
así en esta calle de pájaros muertos.
Después, los gladiadores, la multitud, el olor
de la carroña. Aquellos carruajes
sobre las piedras.
Entonces
apareciste tú, trastornando el enigma.
Mi nombre es Rómulo, dije con las cuencas vacías.
Y no me importó morir entre tus piernas. 




Escritores Chilenos
Origen - Arabe

Matías Rafide 





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