domingo, 31 de octubre de 2010

1674.- FERMÍN HERRERO


Fermín Herrero (1963) es natural de Ausejo de la Sierra (Soria), pueblo en el que ha residido la mayor parte de su vida.

-POESÍA:
Anagnórisis (1995).
Echarse al monte (1997).
Un lugar habitable (2000).
Paralaje (2000).
El tiempo de los usureros (2003).
Endechas del consuelo (2006).
Tierras altas (2006).
La lengua de las campanas (2006).
De la letra menuda (2009)





Todo lo bello es frágil: los trenes
cuando olían, la escarcha en los ribazos, la boca
de los niños aún sin término, el tacto
del silencio en los camposantos a la orilla
del mar, la redondez del fruto, el ruiseñor,
su rama. Acaso la memoria. Todo lo verdadero
es frágil. Y es inútil.

(De El tiempo de los usureros, Madrid, Hiperión, 2003, p. 98)





DE: Echarse al monte
(1997)





Ocupación

En las fotos de boda, con frecuencia
hay algo abotargado en cada pose, algo
insustancial como el trabajo en cadena
bajo el meloso histrión de los arrumacos.
Acaso sea sólo el revelado, cierto viraje
al esfumino, sobre todo en los fondos.
Quién sabe. De repente me sorprendo dando vueltas
sin sentido, del otro lado, tal a mi desaliento
esta tristeza en los gris con la lluvia martillo, las persianas
bajadas, a veces los frenazos en la calle y son casi tres días
entre sábanas follándonos a ratos como en una película nipona;
de algún modo este abismarse —el olor

a condones, los vasos llenos de colillas—
apelmaza las horas, embalsa la conciencia
en estratos sucesivos como si fuera un arrozal
de Indonesia. Habría que empezar de nuevo,
atreverse a salir, como si nada. Quién sabe,
probablemente sea marzo el mes del apareamiento.




DE. Un lugar habitable
(2000)


Radiación de fondo. Límites


He pensado a menudo en las ciudades cuando regreso

al campo y al otoño. He pensado en sus calles
hasta que llegue el alba, la media noche en dexidrina,
y aun después las escarchas y las fuentes, el agua
por la cara, canguros excitantes tras los niños a pájaros.
He pensado en la rima con tacones, el vuelo de las faldas
y la complicidad a simple vista, de soslayo,
en los encuentros que perdí a causa del respeto
que enfría el aire de los ascensores.
Y mientras ando en pos del musgo, hacia el misterio
de los bosques, resueltamente ardilla o savia,
sumido en el tropel de los sentidos, atento
a los indicios de chubascos,
me acerco al pundonor de los tranvías,
amarse en las farmacias, al miedo de cajeras
matriculadas sobre el pecho —suelen
ponerles Pili—, a la ignorancia
de los números donde todo sucumbe.
Hay un gozne que engrana los opuestos
y revela el envés a quien escucha,
como la luna huera barrunta
las lluvias, inminentes.





DE: El tiempo de los usureros
(2003)


Una docena de sospechas fundadas

Cuando llueve es más fácil

darse cuenta de cómo funciona
el mundo: nadie aparta
el paraguas.
El dinero, que siempre empobrece, los hace
devorar. Se devoran, apretones
de guantes, palmaditas en la espalda, tacones
altos y tiros largos. Acuden donde sea, allí donde haya
apariencia, ganancias. No sufren ni padecen, se ponen
a modo y aun así las manos siempre
limpias pues no se manchan, no se mojan.






Gente con influencias

Atan el pequinés a la farola y entran a comprar, falda

de cuero a medio muslo y bolso a juego, medias
negras en mayo. Van seguras. Señoras de, el sueldo
del mes de sus maridos supera el salario mínimo
interprofesional que fijó el gobierno para
todo un año. Han sabido compartir con varios
sus dosis de ternura sin cambiar de monitor ni pista
de tenis, ni de peluquero, ni de masajista, vuelta
y vuelta en rayos uva, en escabeche. Tampoco
de cirujano plástico. Pagan el pan con tarjeta, a veces
me imagino sus pubis tristes recogiendo cadáveres.




DE: Tierras Altas
(2006)


Todo poema acota un espacio
y lo funda, baliza un territorio. Aquí
la altura es páramo
y remanso —los hombres callan— pero
el agua baja de los montes y su voz
desnudándose al aire me traspasa. Muchos
aquí se van y pocos
vuelven, los que se quedan vagan
como espectros rulfianos pero
su corazón sin catastrar ignora
la prisa y los registros. Aquí
los frutos son de otoño y cuando
llegan, porque las casas dan
al invierno y la flor se desploma
en ruina al pasmo de las noches
en pueblos sin escuela ni tabernas. Pero
todavía en algunos
es virtud la templanza y no se pierde
el hombre por el lucro o la apariencia. Estos
son los dominios del silencio. El tiempo
aquí se para. Y me traduce.





Mojonera

De pobres no pasamos ya, eso

está claro. Que a nadie extrañe nuestro
horizonte de pedregada rasa si nos fue
negado el mar y el día después
de la fiesta. Al arrimo del hábito somos
lo que la tierra dicta, lo que deja
en las venas sembrando bien somero. Llevamos
el olor a tomillo, la lentitud
del animal marcada a fuego, un crujido
de granzas como viento en la encina, la sed
por los rastrojos. Sólo crecemos al amparo
de la lluvia, por una linde la sangre
hierve y el frío nos reseca, de por vida,
el corazón. Por eso son anchas las paredes
de las casas y hasta los ríos son
conatos y cada cosecha elegía
y si el dolor nos cruza en lugar de ablentarlo
lo enquistamos, por donde nadie pase. Sólo
quien se resigna vive por estos pegujales,
por eso —huyendo voy de mí— nos sobra
lo poco que juntamos.




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