domingo, 4 de septiembre de 2011

4594.- PEDRO VERGÉS


PEDRO VERGÉS
Nació en Santo Domingo el 8 de mayo 1945. Es esencialmente narrador, aunque ha publicado dos libros de poesía en España: Juegos reunidos (<Como novelista, ha sido ganador del XV Premio Blasco Ibáñez con su novela Sólo cenizas hallarás (Bolero), primera de una trilogía sobre la historia social de nuestro país que, con carácter regresivo, comienza en la época de Juan Bosch y continúa con la Era de Trujillo, en una segunda entrega que ya está próxima a aparecer con el título de Tiene lágrimas negras. Pedro Vergés es Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Zaragoza. Ha sido profesor de Literatura y Lengua en Francia y en España. Formó parte del Consejo de Redacción de la revista Hora de Poesía, de Barcelona. Después de radicarse de nuevo en su país, pasó a dirigir el Centro Cultural Hispánico, realizando una brillante labor que le mereció una condecoración del gobierno español. Fue profesor de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Actualmente dirige la Casa del Escritor Dominicano.

OBRAS PUBLICADAS:
Primeras palabras (1966), Juegos reunidos (1971), La escasa merienda de los tigres (recopilación de inéditos de Miguel Labordeta, 1975), Durante los inviernos (1977), Sólo cenizas hallarás (Bolero), (1980).







DE CÓMO DESCRIBIR LO QUE SE HACE

El poema es un pez.
Sumergido primero
por azules profundos,
baja hasta el fondo, baja
hasta el origen mismo
de la nada y del cero.
Allí esculpe moradas
con élitros y erizos
y forma nuevas ondas
enemigas de todo.
Convencido del cierre
de las puertas del sueño,
herido, permanece,
como un insecto al fuego,
cruelmente acuchillado
por agujas y espinas.
Con disfraces diversos
imita el movimiento
de los peces del agua,
y cuando no lo espera
el hombre que lo escribe
lanza una tolvanera
de sonidos y emite
una música sola,
indescifrable.









MESTIZAS

Adela, la blanca Adela,
tiene un vestido de seda.
Octavia, la negra Octavia,
tan sólo un par de sandalias.
Adela, la blanca Adela,
cuerpo de lenta palmera.
Octavia, la negra Octavia,
azul corazón de dalia.
Adela, la blanca Adela,
cuanto más blanca más negra.
Octavia, la negra Octavia,
cuanto más negra más blanca.
Adela, la negra Adela.
Octavia, la blanca Octavia.










INTERIOR

A Tirso Femández.

El olor que dos senos esparcen en un cuarto
o la luz que destila la piel de una manzana,
egregiamente hablando, elevan los sentidos.
Sobre todo si danzan alrededor las manos.
Solitarias figuras dentro de una correa,
atadas como peces o ramos de magnolias,
ponen siempre una nota de escarcha o nieve rígida,
de tenue y frágil seda que en hilachas desciende.
El pubis de una reina o los dedos de un mago,
ágiles en su oficio de encontrar los metales,
conforman en las dunas de la carne una sola
moneda, ebria y tranquila, en cuyo fondo
yace este cruel poema escrito por un loco.









ALLÁ ME ESPERA EL AGUA, LA LUNA QUE PERDÍ,
LA ROSA DE TU PECHO

Allá me espera el agua, la luna que perdí, la rosa de tu pecho.
Allá me espera el viento silbando entre la niebla.
Allá me espera un vínculo de inconexas mitades que se buscan.
Allá me espera el cansado silencio y el ultrajado
péndulo del mar.
Todo me espera, todo. Todo estará en su sitio como
un cuerpo en el aire
o una mano en la sombra que no proyecta nadie.
Todo.
La luz que tanto amé, mis frágiles naufragios escolares,
mi azul,
mi azul del aire, lleno de besos tímidos, de palomas
y cantos
También ellos me esperan con una lenta queja entre
los labios,
inmóviles y duros y como despectivos destructores
del ámbito.
Ellos me esperan, ellos, cercados por un fuego mil
veces, mil, más fuerte
que el fuego que se quema con urgencia en mis
manos.
Me esperarán, me esperan, están allí esperando.
Sé que la noche en que por fin regrese habrá un tumulto
serio
por mi barrio. Sé que habrá una pelea, un crimen
doloroso,
como siempre sucede en estos casos. Ellos no saben
cómo recibirme.
Mientras tanto se reparten la noche como hermanos
sonámbulos,
sobreviven al miedo de mirarse, danzan como elegidos
por el mar, sus cuerpos brillan, brillan, son de fósforo
todos.
Quieren romper el cerco, liberarse, pero tan sólo saben
esperar mi regreso.
Yo no sé de qué forma recogeré esa lumbre que la
tarde derrama,
derramaba. Tarde que se me escapa y huye como un
niño que huye
hacia la tarde. No sé de qué manera preguntaré a
las cosas dónde estuve o estoy,
qué debo responder a los que no se cansan nunca
de esperarme.

http://www.obsidianapress.com/pedro_verges.htm









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