viernes, 10 de febrero de 2012

JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET [5.826]




José Luis Zerón Huguet

Nacido en Orihuela en 1965. Es fundador y director de la revista sociocultural La Lucerna y fundador y director, con Ada Soriano, de la revista de creación Empireuma. Preside la Asociación Cultural Ediciones Empireuma, que ha publicado más de 15 libros.

Su producción poética editada consta de dos plaquetas: Anúteba, conjunto de poemas suyos y de Ada Soriano (Ediciones Empireuma, 1987), y Alimentando lluvias (Pliegos de Poesía del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1997). Asimismo, los libros Solumbre (Ediciones Empireuma, 1993) , Frondas (Ayuntamiento de Piedrabuena y Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 1999), El vuelo en la jaula (Cátedra Arzobispo Loazes, Universidad de Alicante, 2004) Ante el umbral, (Instituto alicantino de cultura Juan Gil-Albert, Alicante 2009), Las llamas de los suburbios (Fundación cultural Miguel Hernández, Orihuela 2010), Sin Lugar seguro,  (Ed. Germanía, Alzira-Valencia 2013).

Por otro lado, ha sido incluido en varias antologías y ha ganado varios algunos literarios de ámbito nacional. Su libro El vuelo en la jaula (Universidad de Alicante, Cátedra Arzobispo Loazes) fue seleccionado para el Premio Nacional de la crítica del año 2004 por los miembros de la Asociación Española de Críticos Literarios y los componentes del jurado.


FRONDAS

Quiero invadir tus lejanías
y no llego a atravesar tus lindes.
Hurgan mis dedos tu herida,
mas nunca alcanza su tacto esquivo.
contemplarte es mi savia,
alcanzarte ni insomnio.
Me abraza tu repudio.
Quiero saciarme en tu morada
mas comprendo que tus frutos
enamoran el hambre.
Quiero cobijarme en los claroscuros
de tus frondas,
pero me encuentro a la intemperie
de tu luz de estepa.
Quiero apagar tu fuego,
devorar sus cenizas
y me siento broza condenada a la llama.






SE han derramado los caminos en mis ojos
desfallecidos en el terrible anhelo
de mezclar el todo con la nada.
Se han encontrado desierto y selva
en el cenit de la mirada; la luz camina
sobre el polvo y la sed se entrega al arroyo.
En cada latido y en cada ruina
hace nido la extrañeza.
Mis palabras nunca alcanzarán
lo que ven mis ojos; siempre habrá
una carencia en las alas del lenguaje
y un exceso en la plenitud de la mirada


(De Ante el umbral, 2009)








La casa seguirá aquí,
mis antepasados sufrieron mucho por ella.
La casa se resiste inútilmente bella como
la vida que soñamos.
Ella me protege de mí mismo
y me ofrece una identidad,
y yo respiro profundo y escucho y tiemblo,
todo es eco de mí mismo,
prolongada sombra de una traición oscura
que se arrastra por la hierba y oculta su abismo
debajo de las certezas,
quizá sea la intensidad que dejamos escapar
ya de caída el mundo.


Es mejor callar, pero no hay silencio inocente.
¿Soy yo aquel apresurado
que quiso entenderlo todo?
¿Soy yo el mismo que padeció la belleza
de la mano de las esfinges?
¿O tal vez este Lázaro extenuado que obedece la orden
de una voz perdida en la memoria
y se levanta, respira y anda sin reconocerse?
Carezco de fuerzas para resolver mis dudas.


Hay que andar
(¿hacia dónde?),
¿Adónde ir si ya conozco todas las tierras prometidas?
¿Cuántos deseos residuales y sueños muertos conservo?
La naturaleza ya no habla,
no implora
¿Quién soy yo en tierra de nadie:
lo demolido,
lo que aún queda entre la ciudad y la autovía?
¿Cómo es posible mirar el fango y hablar del infinito?
¿Cómo conciliar la belleza y el dolor,
la sed de los patriarcas
y el llanto de mis hijos?
¿Se puede escoger entre la palabra
aún no dicha y el lenguaje del subsuelo?
Dondequiera que vayas iré yo,
lumbre que hurgas con paciencia de cirujano
en la niebla que enturbia y seca.
Seguiré la ruta que trazas contra la ruina del paisaje
y se la mostraré a mi descendencia.


Hermana inquietud, retira tus áspides
y deja para el amor sangre sana
y lágrimas prohibidas.
Oh Perséfone, haz brotar la ternura
y que de aquella oscuridad de donde vengo
brote una luz que aclare y no ciegue.









Sin Lugar seguro,(Ed. Germanía, Alzira-Valencia 2013)



He regresado a la vieja casa

     
He regresado a la vieja casa
como el hijo pródigo que busca su infancia sin hallarla
porque la mató el tiempo y la enterró bien hondo.
Y nadie sale a recibirme porque no hay nadie.
Interrogo a los ausentes
                                            y nadie responde
porque no hay nadie,
                                                     no hay nadie
en el boscaje de este azul nocturno
donde las apariencias súbitas
acometen un anhelo carnal de transparencia.
Oigo el crujir del mundo bajo mis pies.
No hay nadie
y el silencio sigue latiendo
mientras los nidos caen
y las ofrendas de la desolación arden
en la lujuria de las tierras de labor abandonadas.
Se complacen los sueños no vividos
al calor de un reino antiguo más allá del silencio,
más allá de la nada.
Revelación de un tiempo que fue alegría y desdicha
en esta morada.

Yo soy mi ayer
y convoco a la memoria para alzar de la sima
del tiempo ido toda la claridad
que mi insomnio pueda soportar,
para recatar el légamo de la nostalgia
la lumbre del escalofrío
o el destello de unas huellas.
Murmura el viento de la madrugada
y siento la inminencia del futuro,
pero yo, aduanero de unos límites perdidos,
no encuentro abrigo ni compañía más allá de las apariencias.

No hay nadie,
solo este rebosar de imágenes difusas
que relampaguean frenéticas y estallan en un fondo invisible.
No hay voces que me acompañen,
solo un son de alto voltaje
en los arbustos que ocultan la acequia seca.
No hay nadie,
solo una abertura en el espacio disipado,
un orificio que me deja entrever el secreto
de las cosas originarias.
No hay nadie,
solo mis ojos entregados
a la seducción de un tiempo que se acaba.



No cabe duda de que la melancolía lleva cogida de la mano la elegía de muchos poetas españoles recientes de diferentes órdenes. En el caso de Zerón Huguet su verso está mucho más próximo desde ese registro al de Pedro González Moreno o José Luis Morales, por ejemplo, que a poetas del tránsito entre los 80 y los 90, desde un versolibrismo que ha bebido mucho en España en la herencia de Luis Rosales. Por supuesto una melancolía humana y habitable, no inclemente como la herida extrema de las poéticas del silencio o de la melancolía insoportable, crispada en algunos, más meditativa y meditabunda en otros. No es cuestión de nombres ni de evoluciones prolijas que ya hemos contado en otros lugares, y sometidas a examen y revisión desde las nuevas miradas que se apartan tanto de la elegía levantina, como de la narratividad de los 80 del realismo cuando cayó en la cuenta. Otro tono proviene, tal y como contaba, desde este verso que no duda en ser amplio, sin ampulosidad, en hablar de autovías y de campo e infancias perdidas. Pero sobre todo de tiempo recobrado en un espacio rural, desde la casa generadora olvidada y recuperada, turbadora. Siempre sin inclinarse al quietismo expectante de Antonio Moreno, sin duda uno de los poetas más relevantes desde esa mirada, con quien tiene poco que ver el versículo abierto y narrativo de Zerón, pespunteado de un marco de referencias clasicistas como ligera envoltura. Un papel de regalo que no nos hace olvidar cómo este libro atiende mucho más a la orfandad que a ese pequeño culturalismo, con el que quizá el autor ha deseado marcar algo que no necesitaba el subrayado. En cualquier caso, aunque los poemas no mantienen siempre el do sostenido, cuando lo hacen, como en LA casa está tranquila y algún próximo, sabemos que el viaje lírico del lector de Zerón Huguet no ha sido en vano.



Rafael Morales Barba







EL manto de buganvillas cubriendo los muros,
los racimos de fucsias en el porche,
las amapolas en el talud,
el aura vibrátil de las naranjas,
las volutas errantes de la siembra
penetrando en cada ángulo de la mirada,
el lujurioso guiño de los tulipanes
y el encogimiento de los tallos aciagos,
las savias sedosas y las corrosivas,
las estelas que espesan
el tapiz de la distancia:
el afuera y el adentro en una sola llama.

Relucen los follajes rojos.
La sombra roja ciega al mundo
y niega todos los límites,
flechas de silencio, húmedas redes.
Veo el ardor, la incandescencia
de las metamorfosis,
la luz encarnada o la materia
disuelta en abisales fulguraciones.
Priapo monta a las vírgenes,
el cenit conquista todas las parcelas del instante
y en mareas de fuego
los huertos se alejan del espigón.
La retina ya no engendra

(pero abraza y redime)

y no hay jardín,
no hay cielo,
sólo montones de luz
y el eco de lo contemplado.

(De Sin lugar seguro)






(LA TORMENTA IRRUMPE EN EL VALLE...)


                Para Sole Mejías y Javier Puig

La tormenta irrumpe en el valle,
nunca la habíamos visto tan vehemente, tan bárbara. 
Como un choque de carrocerías pesadas
el fragor se prolonga en el horizonte
y un negror de humareda oculta las transparencias.
La cuchilla de luz abre la corteza del espacio
y el destello del rayo
cae sobre las tierras saqueadas
que imploran el agua que escamotean las nubes.
Percibimos la herida en todos los aromas.
No hidrata la aspereza de esta agua
que violan las fuentes olvidadas,
ni da calor la fosforescencia que a latigazos hiende
la muralla de tiniebla.
Ya no hay barandas que nos protejan de los precipicios
ni caminos que no estén condenados a la claudicación.
La tormenta nos tiene atrapados;
pero llevados a su cima,
nos armamos de valor
y a contracorriente nos acercamos a los pozos
para reparar los brocales rotos.
Hemos de enjugar las lágrimas
de nuestros hijos, que gritan aterrorizados:
es nuestro deber convencerles de que la savia
es fuerte y sabe vivir contra el tiempo.

(De Sin lugar seguro)




(LA MAÑANA CONSIENTE QUE MIS OJOS LA EXPLOREN...)


                         Para Luisa Pastor y Álvaro Giménez

La mañana consiente que mis ojos la exploren,
se me ofrece a la vista con un clamor de río
o un murmullo de manantial.
La mirada busca los colores del origen
en el instante en fuga
y se entrega a las brasas de una fisura.
Miro las lumbres vivas
              y mastico la luz
y toco la claridad con la pericia
de un recolector ilusionado con las dolorosas
bondades de su oficio.
La mañana desnuda su sangre
y las ofrendas estallan
              como un diente de león.
He vuelto a reconocerme en los viejos espejos
que ocultó una doliente lejanía.
He vuelto a escuchar la letanía de perfumes
en la fronda que tiembla y acoge
la orquesta de la vida.
La maravilla destella en quien se maravilla
y esconde ladina sus venenos
en el abismo del cenit.

(De Sin lugar seguro)








EL VUELO EN LA JAULA

(Cátedra Arzobispo Loazes, Universidad de Alicante, 2004)




Uno de los excesos de la postmodernidad ha sido la frivolización con la que se han tratado determinados conceptos, entre ellos, el “malditismo” en poesía. La comercialización de la marginalidad, o de la supuesta marginalidad, para rentabilizar el consumo de determinados objetos del arte ha condenado a un silencio mediático la autenticidad de voces que, como en el caso del poeta José Luis Zerón, han seguido con una actividad frenética en su búsqueda de nuevas formas de expresión simbólica y en una evolución temática, lejos del triunfalismo y la notoriedad de concursos; glorias efímeras en suplementos culturales. ¿Por qué no decirlo?



La presencia de un autor como José Luis Zerón Huguet dentro de las poéticas de nuestro país, a lo largo de estas dos últimas décadas, supone la constatación de una pulsión constantemente renovadora, con influencias heterodoxas que abarcan desde la mística de pensamientos filosóficos y religiosos hasta la renovación poética postromántica de Trakl.



Me ha reconocido el propio creador en más de una ocasión, durante largas conversaciones, que la escritura adolece de esa satisfacción plena que presupone expresar lo que uno quiere para describir con suma precisión los procesos que incurren en el mundo. Y desde su primer poemario, Solumbre, queda constatado, allá por los noventa.



La escritura se comprime, adquiere escasas significancias ante la complejidad del mundo cuando las palabras intentan confluir en ese hostigador proceso de mímesis y superación de la mímesis de todo lo que percibimos. Por tanto, los poemas de Solumbre (1993) o Frondas (1999) surgen de esa frustración continua de soportar la gravedad de la realidad, su desbordamiento, frente a una escritura que continuamente desafía los límites de la significación, que escruta el mundo desde el barroquismo para contener esa imposición sensorial, extensa e indómita, que claudica en el propio paisaje donde también se ha iniciado. En sus poemarios, por tanto, el lector descubre la naturaleza como un enigma del lenguaje, del lenguaje-mundo, una encrucijada que incita al acatamiento. ¿Qué acatamiento? Sin dudarlo, el de los presocráticos; somos destrucción y génesis al mismo tiempo. Un fluir que acaba y empieza, que transcurre. Y así es el tono de sus versos como podemos leer en este inédito:





Palabras para unos versos de Goethe

Si al contemplar naturaleza
siempre uno y todo se aprecian
y nada vivo es uno,
siempre es muchos,
qué fungibles entonces los sueños del hombre
y qué inútil mi conciencia
y mis ansias sembradas de preguntas.
Si nada hay dentro, nada hay fuera
porque lo que está dentro, está fuera,
¿por qué me siento condenado a errar
en la telaraña del enigma?
Si soy conciencia expansiva,
¿por qué este ser mío
Aprendió a decir yo soy
y a sentir el vértigo de su propia identidad?
¿Si he de disfrutar de la apariencia cierta
y del grave juego
de eternidades e infinitos,
por qué vivo para ser humillado
por la materia y el espíritu?





Por esta razón, el simbolismo ha sido una constante expresiva en la estética de José Luis Zerón, que vislumbramos además en Ante el umbral (2009), un poemario de madurez que supone un punto de inflexión en la trayectoria del autor, seguramente tan importante en su carácter literario como en su pulsión vital. Porque los versos de Ante el umbral toman conciencia de la devastación, de la abrasión y de la implosión de la materia como una forma vivificadora de comprender la propia vida, con sus luces y con sus sombras. El poeta ha aceptado la inutilidad de la escritura y el hermetismo de obras anteriores, sugestivo y polisémico, se traduce ahora en unas imágenes más acordes con la exactitud de los referentes y lo que simbolizan; la consolidación de una subordinación mística y mixtificadora entre mundo y palabra, entre accidente y adjetivo, entre el objeto y la sustancia de los nombres.




SE han derramado los caminos en mis ojos

desfallecidos en el terrible anhelo
de mezclar el todo con la nada.
Se han encontrado desierto y selva
en el cenit de la mirada; la luz camina
sobre el polvo y la sed se entrega al arroyo.
En cada latido y en cada ruina
hace nido la extrañeza.
Mis palabras nunca alcanzarán
lo que ven mis ojos; siempre habrá
una carencia en las alas del lenguaje
y un exceso en la plenitud de la mirada



A diferencia de unas tendencias marcadas desde finales de los ochenta, tras los postnovísimos, la poesía española se ha debatido en un nominalismo que ha dividido a los autores, movidos por intereses políticos en muchas de las ocasiones, sin percatarse de la pérdida paulatina de lectores: el ejercicio poético es desafortunado e inclemente, y está más cerca de la transgresión y del libertinaje que de una pose ideológica ante el mundo. El poeta oriolano se ha mantenido en esa distancia suficiente que exige el compromiso social, al que no ha faltado, y el halago mediático e institucional, del que siempre se h mostrado esquivo.

Porque la militancia poética de Zerón ha estado al margen de esas corrientes y su poesía ha configurado, en estos años, un imaginario propio, diferente a esas tendencias que dominaron los noventa, con unos símbolos perennes y con un lenguaje salmódico que rechaza la afectación y el yo, como se pudo comprobar en su visionario conjunto de poemas de El vuelo en la jaula (2004), anterior a Ante el umbral.

Después de un trabajo arduo de depuración formal, se logra una descripción metafórica del paisaje de nuestro entorno, pero con otra amplitud semántica; lejos del sobrecogimiento de lo que irradia el mundo, el existencialismo arraiga en estos versos como una necesidad reflexiva de un poeta que indaga en la noche, en la pudrición del vergel, en los márgenes de las charcas y en los efectos lumínicos del crepúsculo, no desde una perspectiva metafórica solamente, sino como confirmación de que la sustancia del paisaje, su intemporalidad, donde conviven la muerte y la vida constantemente, nos sobrevive, nos asombra y también nos fagocita; y en ese reconocimiento radica la autenticidad. Esta temática prevalece en algunos de los poemas de Ante el umbral:


Aprende a coitar con lo lúgubre,
más no sucumbas al encanto
de la desolación.
La plenitud de un demiurgo
te espera en la región de las fuentes;
Bastará con que te entregues al abrazo
inefable de la luz.
Prepárate para el combate del último sueño.
Las raíces hablarán de todas las fiestas efímeras
Y el fuego borrará tus huellas en el laberinto.


Vuelvo a releer algunos de los versos de Ante el umbral e intuyo esa latencia destructiva que el poeta ha experimentado para crear un discurso literario que concentra su técnica en el arraigo de un mundo propio, sin ambages, donde el paisaje, su paisaje, es una estructura del lenguaje.

A partir de El vuelo en la jaula o Ante el umbral no tiene sentido analizar la poesía de Zerón desde forma y contenido. Su poesía arrastra resonancias de un paisaje literario único porque es el mundo que ha elaborado el creador acatando la limitación de los significados y explorando, con cada uno de sus anteriores poemarios, la eficacia de sus símbolos, de sus connotaciones; ya no hay intentos de recrear -a través del lenguaje- lo que percibe, sino que sus poemas ya son continuas resonancias de sus versos, de sus poemas, de su progresión estética desde que lo conociera hace veinte años. Ha creado un mundo propio.

Zerón remite a su mundo literario y su literatura se proyecta hacia una ya concebida y otra que habrá de emerger. Esa investigación de su ritmo versátil, de su cadencia, rotunda como su antítesis, es inherente a las razones caóticas que permiten la existencia de todo lo que vive. De hecho, su poesía vive por razones caóticas que, con pasión enfermiza, el flujo del tiempo le ha permitido escribir por suerte para nosotros. Suerte, maestro.



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