sábado, 30 de julio de 2011

BENJAMÍN LEÓN [4.358]


Benjamín León

(La Serena-Chile, 1974). Profesor de Español y Filosofía. Ganó el XII Premio Internacional de Poesía Flor de Jara (2009), el XI Concurso Nacional de Poesía Juegos Florales de Vicuña (2009) y el Premio Federico Varela (2014). Ha recibido la Beca de Creación Literaria que entrega el Consejo Nacional de la de Cultura y las Artes los años 2008, 2014 y 2016. Ha publicado Tankas de Pájaros (2008), La luz de los metales (2009), Para no morir (2012), Canciones para animales ciegos (2013).



I

Pájaros, formas de haber amado lo volátil de la noche y la imposible huella del rocío.
Luz, hebra de inextinguible cauce sobre el cuerpo que alimenta la sed y la tiniebla.

Yo no escribí los símbolos del agua,
no perpetré la forma a veces tierra de tu voz hecha caída y escaso regocijo en la espesura.

Yo descifré los últimos metales que en tu cuerpo giraron escondidos
y fui el abrigo bajo el viento de las alas, la posibilidad futura de los astros, el suelo abarcador de las raíces.

Sólo aprendí la paz de la pobreza, la paz de estar desnudo en la temblanza, el gris amanecer de los metales.




De "La luz de los metales"


La utilidad de las barcas

Fraguar el mundo. Cruzar lo inmóvil de la tarde
que rápida atraviesa tu cintura. Enumerar los ríos
y suponerse pérdida o metal
que ronda en los imanes o en los bosques,
después de haber cesado.
Oír el exterminio de los frutos: la multitud que escribe
la infancia y el fulgor, sus túnicas heridas,
que forman la heredad y la espesura.
Surgir de la impureza,
abrir el manantial hasta que incendie
el cuerpo del amor recién cantado.




AMANECER DE CAMPOSANTO

Amanecer de camposanto:
qué soledad más cierta.
Los príncipes se apagan a esta hora
en que la luz acude.
Entre las piedras va mi voz,
doblándose en las calles de este duelo
que no se extingue.
El frío no pretende ser
pero es un litoral abierto,
un cáñamo esperando la ventisca
después de haber caído,
después de haber llorado con el hielo
de todas las ausencias.
Amanecer aún:
color que se resguarda y que aproxima
el frío y la ternura
donde la noche fue,
donde el silencio fue,
donde tu cuerpo estuvo.
Pero la soledad es larga y nos convoca
en su jilguero libre
que nos contiene. No tenemos patria,
quizás nunca tuvimos,
pero este campo lleva nuestros nombres
poblándose en su ropa y en su alero;
y no tenemos agua que nos calme
mientras el día ignora sus medallas
y no recuerda despertar
el sueño abarcador de nuestra sombra.




Soneto de amor carnal

Con tacto y con locura te rodeo,
cuerpo desnudo, cuerpo obsceno, mío,
savia genital contra el propio lecho
que busca acelerado que lo tome.
Que dentro de tu cuerpo soy la piel,
que dentro de tu boca soy el aire,
que muerdo cuando muerdo tus deseos
y enciendes las espaldas en gemidos.
Diva fresca, ciudad de lengua tibia,
disturbio destinado entre tus piernas,
yo sólo veo amor sobre tu cuerpo.
Detengo en los orgasmos los papeles;
confusos desde el vientre del amor
y somos del olor, la madrugada.




Paisaje final

Hoy será el viajero en tu paisaje
el leve despertar dentro del nicho.Pálida la frente,
ojos dolor del mundo.El cisne ya no tiene un lago.
Hoy se ha muerto el hombre.





7 poemas de Canciones para animales ciegos (2013),

I

Indivisible el frío cruza mi corazón:
ciudades de la noche cayendo por el miedo.
Arbustos oxidados que se extienden en furia
deshacen su memoria. Hurgo lugares, soplo
en la fosforescencia, pregunto en timidez
de qué temible manto nos arroja la noche,
qué máscara tendrá su rostro desahuciado,
qué forma su color para los niños huérfanos.
Discurro entre metales, en su velocidad,
bajo lo atroz del rumbo de su milicia ciega,
y tiemblo desolado mirando los errores:
sólo palomas grises nacen de los olivos.


II

Hacia el degüelle van los animales ciegos,
sus corazones gimen, sus voluntades sangran
y en sus pupilas yacen la luz y la certeza.
El peso de la noche se extiende por sus lomos,
y la humedad carcome con hambre e injusticia.
Cruzan entre cadáveres de anónimos hermanos,
lloran en mansedumbre la desaparición,
arrastran la cadena que sostiene el insomnio.
Huelen traición y mierda, oyen los alaridos,
oyen cuchillas, fierros, desagües del horror,
envolturas de plástico, urgencias y balanzas
que asoman a la mano que amarga la sentencia.
Hacia el degüelle van los animales ciegos,
mi corazón les llora, mi corazón es prójimo:
hierba de su dolor, su voz, su semejanza.


III

Ha crecido maleza sobre mi corazón
y ciegas las palomas rondan la podredumbre.
Oigo sus alas grises, sus pechos desangrando
sobre la faz del frío. Oigo el inmóvil rumbo
de los caballos tristes que pesan en la edad,
y el rostro de los hombres donde nombro los siglos.
Escucho las jaurías que gritan por el hambre,
habitantes paridos en el error y el miedo,
hijos que conocieron lo oscuro del asfalto.
He bebido el dolor y el miedo en las orillas,
y sin embargo existo, traspaso la sentencia,
el hábito del mundo que emerge de los hombres.
Ha crecido maleza sobre mi corazón
y oscuros minerales escriben el silencio.


IV

Los perfumes del miedo retumban en la noche,
ciudades sin la luz cayendo en los manteles.
Las féminas clausuran los túneles secretos,
los frutos que la siega llevó con los metales;
no pregunto sus nombres, no dispongo sus límites,
no escribo la traición que se esconde en la ira.
Ya sé lo que es errar: atravesar la niebla,
abrir el corazón y que la noche ocurra
tatuándonos la frente. Ya sé lo que es errar:
herirse en el silencio, enumerar los pájaros.


V

Escucho entre los frutos que ven la podredumbre
el duelo de los siglos. En ese cáliz bebo,
rondo la copa y bebo, digo la libertad
donde la noria extingue su lágrima y su sombra.
Miro en el funeral del pueblo su esperanza,
no sé de qué lugar vuelve a nacer su fuerza,
no sé de qué estertor vuelven a mí sus huesos.
Esta demolición no es una voz vencida,
aún los animales asoman a los límites.
portada-libro


VI

Conozco la ceguera y el corazón del hombre.
Observo su ignorancia, los nudos de la luz,
la multiplicación de sus quebrados huesos,
el ansia de carroña: el rol de los mortales.
Agonizan albergues, antiguas madrigueras,
oscuras maquinarias que al llanto petrifican:
la inexistencia ocurre, la inanición escribe.
Urge la orilla y duele. Hay una herida al borde,
donde los hombres caen después de la fatiga,
donde el vinagre traza su delgada infección,
donde retiene el polvo las úlceras del tiempo.
Esto es lo que tortura, lo inútil de la sombra:
haber nacido y luego temer al mal y al bien.


VII

Forjar la luz, abrir su canto matinal,
llegar a la palabra y enumerar su cuerpo.
Herir la desnudez como el aceite virgen
que expande su sonido al fondo de la carne,
y cruza en lo gozoso o en la profunda muerte
y se vuelve metal, semilla, sangre o tierra
y nace a lo terrible. Abrir lo ciego, abrir
su pálpito más puro, su costura más débil,
y perpetuar el grito con un lenguaje nuevo
para que el fuego ocurra, para que ocurra el agua,
para escribir la sal y el silencio y la sombra.






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