miércoles, 19 de octubre de 2011

4978.- JAVIER MARTÍNEZ RAMACCIOTTI


Javier Martínez Ramacciotti (Córdoba, Argentina 1985). Cursa el último año de la Licenciatura en Letras Modernas en la UNC. Poemas suyos aparecieron en revistas, y participó de la antología de jóvenes narradores de Córdoba Es lo que hay (Editorial Babel) Mantiene el blog http://www.noeranecesariorama.blogspot.com/
Mail: javier_moncho3@hotmail.com





New Cba. Destino final.
-primera entrega-

/1/
Aunque nunca deje de haber circulación por la
Bv. San Juán, en este momento el ruido se acerca a su
grado cero, ese limbo final que si se trasapasara, algo
vaya uno a saber qué, pero algo se marchitaría. Una bocina
agita el vidrio que separa el living del departamento de su
balcón, y entonces, Adrián, en cuero y boxers rojos, hace un
ademán de moverse. Pero no, no se mueve. Aplasta el cigarrillo,
se tapa los oidos con las dos manos, grado cero, nada cambia.
Al menos no afuera, al menos no en el boulevard.

/2/
Vive en un departamento en Nueva Córdoba.
No estudia nada.
Es de aquí nomás.
A veces cuenta en boliches, mirando fijo a los ojos,
que cursa medicina, que es de Orán, que extraña mucho,
que no le alcanza la plata para el mes, que le costó acostumbrarse a
la soltura de los cordobeses, que dos veces a la semana llama por telefono a
su mamá, que ayer le avisaron que su hermana tiene hepatitis, que viaja pronto, y mirando a los ojos, cuenta, cuenta en boliches, y ya se lo ve cansado, viajando.
Pero Adrián no estudia nada, es de Córdoba Capital.
Eso sí, su hermana tiene hepatitis. Pero él no va a ir a ningún lado.




“…vengo a hablarte de una generación que quizá nunca existió…”(1)
Javier Martínez Ramacciotti*

"¿Había árboles afuera, lampiño? No, había tierra
¿Había un pueblo?
No, había tierra
¿Había gente, y animales?
No, había tierra
desierta
bíblica"

Martín Rodriguez Lampiño



-Primera Parte-

-1-
En la vereda voy a buscar el día amaneciendo
las cosas que pierden y recobran sus formas.
Y me encuentro con un muerto: a los muertos
se los esquiva con los recuerdos. O con los juegos.

Cara o seca
la moneda se detiene paralela al suelo
destella unos segundos que valen La Historia
y pienso: cuando jugábamos era a todo o todo
en una guerra donde la derrota es expulsada
al ostracismo de los imposibles
lo que manda es la histeria. Jugamos a la revolución
lo que nos duró el tiempo libre de un ocio compartido
la líbido y los músculos del cuerpo.

¿Te acordás Santiago que en el baldío
el de los yuyos incinerados
el que ahora terminó convertido
en Instituto de aprendizaje de Lengua y Cultura Oriental
en el baldío ese del fuego el humo y la intemperie
leíamos las estadística del Olé para el Gran Dt
el Anti-Cristo de Nietzsche y el libro rojo de Mao?
Cara o Seca. ¿Cuándo fue que decidimos no elegir
ninguno de los lados?

A un costado del baldío, una casona a medio terminar
el sol filtrándose por los escombros
definía el lugar de cada elemento
y por prolongación el nuestro
Íbamos a convertirnos en militantes: el segundo día
más caluroso del planeta nos fuimos transformando
en animales inocentes, vulnerables
asombrosamente tiernos:
en el claro central de la construcción sin techo
éramos unos ángeles albinos de la nueva era
sosteniendo el fuego del Desierto
con los ojos adjuntados al terrible sol.

Sobre el borde inferior de la ventana frontal
de mi casa, Pucky, mi gata extiende su lomo
es imposible adivinar sus pensamientos
pequeños bostezos en la mente.
Afuera hay un mundo con una niebla
que se pega a las cosas y las abandona también
en el límite del mundo mi gata
acaricia una certeza de los elementos
que intenta transmitir, que no puede
y que abandona después.

Cara o seca. Y la moneda era falsa
tenía más de dos lados
los tenía a todos: el único importante
el lado con nuestros rostros pegados.
¿Te acordás Santiago que en el Partido
sólo había lugar para un “nosotros”
todos compañeros
navegantes extraviados en una isla
donde sólo había oscuridad unánime
compañeros sin caras agarrados de las manos
escuchando el aullido el viento y el furor de las ansias?
Cara y Seca, Santiago
y la moneda era falsa
el único lado que interesaba era el de nuestros rostros
enfrentados,
en las cofradías de los profetas sólo se declina
una primera persona del plural subrayada
esa mantita cobijante del Nosotros
pero es bueno recordarlo ahora
en una lápida es ley terrenal
sólo cabe un nombre ajustado: Santiago.

¿Cuánta muerte cabe en una voz?
Ninguna. Cuando las palabras
sostienen un cadáver, la voz no es ya humana

Cara o seca. Desperté buscando el amanecer
y me topé con un muerto. En la ventana
mi gata en el piso mi perra.
Una de ellas tendría que hacerse cargo del poema.


-2-

Pucky, no tengo más remedio que ceder
a mirarte las pupilas que se rasgan verticales
y sentir que son dos pequeñitas medias lunas
dispuestas a girar alrededor de mi relato
como satélites emocionales. Ésta es mi verdad:
desperté buscando el amanecer y me topé con un muerto.
Ahora el calor del verano extiende su imperio
y hasta el elemento más débil
resguarda para sí en plena claridad
un silencio de duelo,
como si cerraran con fuerza los párpados
justo en frente de una bomba de luz.
Estás recostada sobre el filo de una ventana
y me das la espalda mientras mirás
cómo las baldosas de la vereda pierden y recobran
sus antiguas formas, una y otra vez.
¿Me escuchás, Pucky, cuando te hablo?
¿Onduleás la cola como si fuera una antena
intentando captar la frecuencia de mis sonidos
en el nivel más bajo, casi rozando el rumor?
Vamos de vuelta: me encontré con un muerto
y lo que te quiero contar es una canción y un apocalipsis,
un Armagedón que involucra la historia de unos amigos
y una generación olvidada
que ya nunca nadie siquiera querrá recordar.
Y sí, te digo esto y sé que estoy haciendo trampa:
como si hacer de Dj de una generación
y samplear algunas historias no fuera
un modo bastante torpe de esperar que suceda nuevamente.
Cuando hablo, espero que hable todo el mundo en mí.
Pero cuando callo, me encuentro en una burbuja
de detergente de limón
que ni bien se forma ya está explotando.
Eso es el reino de mi soledad:
un segundo en un refugio con aroma cítrico.

Pucky, escuchá, esta es parte de la canción
que compuse y que musicaliza nuestro encuentro:
El invierno no va a venir nunca más
Las montañas rememoran la nieve
El invierno aguanta la respiración
Y se ríe despacio por lo bajo
Decidió que su temporada termine
Ya de una vez por todas.
Las montañas se rascan sus puntas calvas
El frío se vuelve una palabra olvidada
Entre otras miles más.

¿Soñamos con algo parecido a una revuelta total
en alguna juntada preciosa con mis amigos?
No éramos inocentes sino vulnerables
que es una forma bastante menor
de ser culpable. Cada uno volvió a su casa
habiendo perdido la revolución antes de hacerla.
Pucky, es lamentable pero es así como funciona:
esas minúsculas hazañas que supimos conseguir
seguramente van a ser talladas en algún relato;
pero todas esas oportunidades
que fuimos infantilmente dejando pasar
como quien hace buches y se los traga,
esas oportunidades abortadas desde un inicio
de esas nadie puede atreverse a hablar:
son los gestos que heredamos a la posterioridad
como purpurina arrojada al mausoleo de la historia.

La canción continúa así. Si escuchás la melodía
vas a notar que se parece a lo que sería el silbido
de un Robinson Crusoe sentado en la playa
mientras mira el ocaso y no espera a nadie,
ni siquiera a la noche:
El invierno fue en una época
Una clara promesa del sur
Unas hélices de un ventilador
Sosteniéndonos las planta de los pies
El invierno fue una época
una promesa de un Sur
que no logramos alcanzar
Ahora no vendrá nunca más
Aguanta la respiración
Sólo observamos el sol directamente
Con unos binoculares
Hasta cegar la visión
El invierno no viene
Y nosotros pasamos la época
Raspando los ojos al sol
Tanta luz para tan escasa disposición.

Fuimos parte de un reparto que actuó
cobró su salario y se fue sin preguntar
absolutamente nada del escenario.
A veces simplemente sucedieron hechos
que nos susurraban con reticencia
que no sólo no teníamos el GPS de la Historia
sino que nos movíamos por la mecánica de los choques.
Mis amigos y yo
asistimos una vez a una marcha por la petición
de algún derecho cuyo nombré olvidé
si es que acaso en alguna ocasión lo supe,
uno de ellos salió corriendo en dirección contraria
de la que guiaba a la corriente de personas en la protesta
y al llegar al final de la fila de la gente
se sentó sobre el asfalto en posición de flor de loto.
En ese instante un miembro de la policía montada
comenzó a golpearlo mientras la marcha
se diluía contra las fachadas de algún edificio municipal.
¿Entendés, Pucky? Nosotros no supimos detectarlo,
mi amigo recibió imperturbable los golpes por detenerse
cuando todo era energía, movimiento y dirección.

Te habrás dado cuenta que todo el ambiente de la canción
tiene una clara influencia de esa sensibilidad
que alguna vez decidió llamarse “Indie”, ¿no?
Por qué entrecerrás así los ojos. Quizá no sepás
qué es eso de “Indie”. No importa, nunca nadie lo supo.
Alguna vez alguien dijo que era la voz de los barrios periféricos.
Para mi es la voz de un tipo arrojado en un cesto de basura
detrás de esos barrios periféricos, levantándose
y preguntando “¿qué día es hoy?”
Ahora fijate si realmente te suena así la canción:
El invierno no vendrá nunca más
El invierno no vendrá nunca más
Los elementos no podrán dormir
Congelados en un bloque de hielo
Tendrán que ceder al frenesí del movimiento
Y a su posterior cansancio
El invierno fue una época
Que no nos sobrevendrá más
Lo que supimos perder tirado
En algunos costados
Es lo que se salvó
Es lo que construye pacientemente
La futura felicidad del abandono
Con sus continuas formas amables

Ya no sé si me prestás atención. Perdón, pero sostener un cadáver
con las palabras hace declinar la voz a la atención
de cualquier cosa mientras que ésta no sea humana.
Y entre vos y la perra, te elijo a vos. La perra es una naturaleza
demasiado domesticada para contener la distancia que necesito.
¿Me mirás a mi, Pucky, o mirás en mi los flashes de lo que era,
como si tus ojos pardos exhumaran capas de tierra
buscando algún resto que aún testimonie una frágil persistencia?
¿Me escuchás a mí, a esto que no es una voz ni un sonido sino un rumor
o esperás que me falte el aliento y te ceda la palabra?
Hoy me desperté buscando algún amanecer
y no hice más que toparme con un muerto. No tengo porqué mentirte:
estoy en un hueco tan reducido que hay lugar
para mi solo, parado, con las manos estiradas y pegadas al cuerpo:
las paredes parecen elásticas, pero no lo son.
Pucky, te había dicho que venía a contarte una canción y un apocalipsis.
Prestá atención: esto que oíste es un evangelio.
Aprendelo de memoria. Y ahora cuando salgás al techo
a presenciar el anochecer que está sucediendo
deslizate sobre la superficie y sacudite esperando
algún bicho para jugar.
Esto que oíste es un evangelio para que memoricés y luego
capturada en el azar juguetón de la caza
aprendás a olvidar.

El invierno ya no nos vendrá
La era del hielo será confiada
De ahora en más
Sólo al reino animal


-Tercera Parte-
Palabras al hijo


Vengo a contarte la misma historia
que te relaté ayer. Esa que habla
de un fin que comienza una y otra vez.
¿Te acordás de la musiquita que llegaba
desde atrás de esa persiana de madera cerrada?
Dijimos que si eso no era el paraíso
entonces el paraíso dónde está. Fue un chiste
pero ninguno de los dos pudo reírse.
A veces quisiera confesarte que no tengo
la menor idea de las razones
por las que muevo algunas piezas del tablero,
y porqué a otras las dejo quietas;
nunca voy a confesarte porqué
voy a patear el tablero. Eso jamás.

¿Dónde comienza una parentesco,
y dónde una distancia?
A ver, ¿sos capaz de contestarme eso?

Te decía, vengo a repetirte esas palabras
que me contó a mí alguna vez otra persona.
Lo recuerdo: su cara era un algodón mojado
en almíbar y sangre. Atracción y horror
convivían en esos ojos. Horror y atracción.
Hijito, me dijo, te voy a contar el secreto
de nuestra filiación. Y ahí comenzó.
¿Te acordás del olor a humedad que
empezó a invadirnos ayer, justo
cuando iniciaba el relato? Es el agua
que está subiendo progresivamente
desde las alcantarillas;
cuando sintamos las palmas de los pies
mojadas, vamos a tener que recordar
las clases de natación del colegio
a las que siempre faltamos.
Yo no tengo la menor intención de salvarte.
Cuanto más rápido termine todo, mejor.

Los nombres que nos pusieron nunca
fueron una carga; son el pedazo de
tergopol al que nos vamos a aferrar
cuando venga la inundación. Eso lo sé.
Posiblemente sea lo único que sepa
y por eso te delego un nombre. Cualquiera.
El que mejor se acomode entre tus manos.

Vengo a repetirte la narración
que mañana voy a volver a iniciar,
y pasado también sin añadir ninguna variación.
Es el relato de una secuencia que comienza
y termina, y comienza y termina, y termina
y termina y termina y termina, pero vuelve
a comenzar incluso a despecho nuestro.
Si esa musiquita detrás de unas persianas
cerradas, si esa tonada sin escenario visible,
si esa belleza confinada en una casa que
nunca será la nuestra
no es el paraíso, ¿el paraíso dónde está?
Esta vez no me rio
porque la pregunta ya no es un chiste.


-Quinta Parte-


Y si la lluvia
es siempre una excusa para pensar
no somos quienes para desalentar
un lugar común.
Entonces, llueve y pienso y
le voy contando a mi gata que está encogida
sobre sí misma como un terrible bicho bolita.
Pucky, se llama mi gata.

Pucky, ella a la mañana se despertaba agitada
abría los ojos y era como si volviera de hacer turismo
en un campo de concentración
y tuviera las imágenes tatuadas en todo el rostro
como polaroids sostenidas por imanes
insoportablemente pesados.
¿Entendés, Pucky? No estaba triste, y eso era lo raro
volvía a la superficie del mundo con la sospecha
que había errado la dirección en algún lado,
o quizá eran esos sueños que se iban acumulando
en su nuca, como una joroba pixelada e imposible.
No sé, Pucky, no sé. Y, para serte sincero,
creo que no tengo ningún interés en saberlo.
Eso nos diferenciaba, mi total falta de intriga
para algunas cuestiones
y su ferocidad por querer comprenderlo todo.
Nos diferenciaba eso,
y su gusto que no compartía por la cerveza negra.

¿Oís cómo llueve, como las gotas se vuelven
más y más gordas y chocan contra las persianas
y las ventanas y las plantitas en las macetas
en el patio de invierno de casa?
¿Lo oís, Pucky, no es como si algo
quisiera ponerse a destruir el mundo
pero del modo más suave posible? Como una forma perversa
de destrucción, como asesinar a un bebé con caricias.

Te decía, todas pero todas las mañanas
me terminaba arrastrando a ese terror que no era tal
porque ella no estaba triste, ni tenía miedo ni angustia
pero su cuerpo erguido me arrastraba
a lo que fuera que cargara con ella:
la veía y era mirar un video-clip frenético con una secuencia
de fundidos en blancos. Y no quise conocer el nombre de ese tema
no quise saber nada, nada, nada.
¿Está mal eso, Pucky, vos que sos una gata
sospechosamente gorda y sospechosamente buena
decime por favor
si estuvo mal que esa mañana me haya despertado antes
y me haya ido sin decirle nada,
si es incorrecto desde tu visión refinada de gata sobrealimentada
que no la haya vuelto a ver más, que la haya ignorado
con la disciplina de un monje budista asustado?
Pucky: ¿estuvo bien? ¿Estuvo mal? ¿Estuvo más o menos?

Quizá debí esperar que despertara,
en ese momento cuando aún era un pez
con la mitad del cuerpo afuera boqueando
y la otra mitad empantanada en la suavidad del agua
para decirle algo que hacía rato me pinchaba las encías:
que lo que nos diferenciaba no era sólo la cerveza negra
que nos distanciaba sobre todo esa terquedad de querer
tener a mano la sinopsis, el resumen y el cuadro explicativo
del mundo todo el tiempo y sin demora.
Que las cosas para mí no tienen fondo porque
las cosas están felices en su tranquilidad de cosas.
Y le hubiera dejado un deseo:
que no buscara respuestas
que la única razón por la que buscaba respuestas
es porque intuía que la próxima iba a lograr arreglar algo
pero hay algo que tendría que haber reconocido
que una vez que cancelara las preguntas
las respuestas también se evaporarían.

Pucky, voy a salir al patio de invierno
a dejar que el agua me bañe desde la cabeza a los pies
hasta que mi piel se haga líquida y descienda
formando un charquito entre las baldosas agujereadas.
Cuando eso pase, Pucky, haceme un último favor:
salí al patio y bebeme de a poco con tu lengüita áspera
y no pensés en nada, en absolutamente nada
sólo sé una gata gorda bajo un torrencial tomando agua
de las baldosas, como quien bebe de una pila bautismal.

Notas
(1) La voz lírica debe ser escuchada como la del autor pero en el futuro, en cercanía de la adultez-vejez, haciendo un “balance” de su juventud que coincidiría con este presente.




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