jueves, 15 de diciembre de 2011

JOSÉ BARROETA [5.398] Poeta de Venezuela


José Barroeta 


(Pampanito, Estado Trujillo VENEZUELA 1942, fallece en el año 2006). Conocido como Pepe Barroeta. Ensayista y poeta.Graduado como Abogado y Doctor en Literatura Iberoamericana, se desempeña como profesor del área de Literatura Hipanoamericana y Venezolana en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes. Figura destacada en la creación literaria venezolana, participó como miembro de los grupos literarios "Tabla Redonda","En Haa","Tropico Uno","La Pandilla Lautrèamont","Sol cuello cortado" entre otras. Lubio Cardozo en su "Estructura Lirica de José Barroeta "que sirve de prólogo a la antología "Obra poética 1971-1996", señala el carácter fáustico que acompaña su obra postrimera "Culpas de Juglar",y cómo el lenguaje ódico "se ha creado de una adusta melancolía" en la cual el poeta ya no celebra ser el "gran príncipe silvestre de los bosques y ríos de la adolescencia" sino un "rey que rememora". José Barroeta, poeta de entrañable riqueza lírica supo representar como ningún otro al hombre mitad rural mitad urbano. La pérdida de la aldea originaria, la muerte que es subvertida por el sueño y la remembranza. El tiempo inmóvil en el que el poeta parece permanentemente encontrarse y la búsqueda de paraíso extinto a través del amor, la locura y el sueño.Su obra poética fue recopilada en "Obra Poética 1971-1996" por Ediciones "El otro, el Mismo",Rectorado de la Universidad de los Andes en el año 2001.


Poesía:

Todos han muerto. Caracas, Monte Ávila Editores, 1971.
Cartas a la extraña. Dirección de Cultura, Universidad de Carabobo, 1972.
Arte de anochecer. Caracas, Monte Ávila Editores, 1975.
Fuerza del día. Caracas, Casa de la Cultura Juan Félix Sánchez y Ateneo de Caracas, 1985.
Antología. Caracas, Fundarte, 1985.
Culpas de juglar. Cumaná, Centro de Actividades Literarias José Antonio Ramos Sucre, 1996.
Obra poética. 1971-1996. Mérida, Rectorado de la Universidad de los Andes, colección El otro, el mismo, 2001).
Todos han muerto 1971-2006. Barcelona (España), Editorial Candaya, 2006

Ensayos:

La hoguera de otra edad. Aproximación a dos grupos literarios. El techo de la ballena y Tabla redonda. Mérida, Ediciones del Consejo de Publicaciones,
Universidad de los Andes, 1982.
El padre, imagen y retorno. Caracas, Monte Ávila Editores, 1993.
Lector de travesías (sobre la poesía de Luis Camilo Guevara, Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora). Mérida, Gobernación del Estado, Dirección

de Cultura. Revista Solar, CONAC, 1994. 



ARTE DE ANOCHECER


Hay un arte de anochecer.
De la entrada del cuerpo al alma,
de la niebla a la redondez
y del círculo al cielo;
hay un arte de luz,
un campo donde anochecer
es mirar la vida
con el cuerpo cerrado.
Hay un arte de anochecer,
un descenso en la entrada del día
a la completa oscuridad.
Un intermedio donde es necesario
recibir y saber todo sin estremecimiento.
Hay un arte,
un paisaje a veces amable,
a veces torvo,
donde ascenso y descenso son accesorios
de la materia limpia.
Hay un arte de anochecer.
Quien haya vivido o soñado con bosques,
luces y demonios,
lo sabe.

«Fluvial», en Arte de anochecer, 1975.



SIGNOS

Una palabra nos encierra.
El viento pule en ella. El fuego.
El mar también.
Sobre la palabra que gira alrededor
del sol
las cosas tambalean,
oscurecen o tornan en destello el cuerpo.
La palabra ocupa hasta la suerte;
al final vuelve cansada de otro hacer,
de una invisible proximidad.
Asimismo como uno tiembla bajo sus rutas
la palabra toca las puertas desoladas,
los restos del sueño,
la tierra hermosa de la nada tendida en su primer
vacío.

«Formas del caballo y del agua», en Fuerza del día, 1985.



HOSTIL

Escribo por roto.
El poema sirve de guarida
a mis escombros de espejo perverso
de transparencia de sueños dibujados
con debilidad
por el alfabeto hostil.
El poema ha sido rama
trampa del viaje.
Cuando quiero hablar conmigo de verdad
me emborracho
anoto en frentes de penumbra
fracasos y ganancias.
Olvido.
Escribo con letras grandes mi nombre,
lo piso.
Hago un mapa de silencio
enfermo.

«Cabeza de insomnio», en Culpas de juglar, 1996.



DIÁLOGOS DEL POEMA Y LA MUJER

No han llegado palabras sino actos
al poema.
¿Cómo hago yo: recojo lenguaje o actos,
los combino?
Qué debo poner en la página:
lo que oí, lo que dijeron todos antes de marchar,
el mal tiempo, el ruido que acompaña.
¿Trataré de ser claro en la página?
Espero que se cope de signos
seré riguroso y oscuro.
Ahora sí, amor mío, estoy confundido.
¿Qué debo poner?: palabras, objetos, emociones,
falsas trampas mías con la vida.
¿Qué debo confesar o expiar en esta cruz vacía
que aguanta sangre de la resurrección?
Dímelo tú y estaré contento.
No importa
si tu verbo no sirve en el poema
sirve para el fracaso.

«Cabeza de insomnio», en Culpas de juglar, 1996.



PRIMER MUNDO

Comienzo la creación
en un instante del poema separo tinieblas.
Me creo a mí mismo.
Desde la soledad saco otra soledad de mis
costillas.
Paseo el amanecer del primer mundo
nombro.
Hago el amor bajo la sombra de escorpión.
Cuando las voces del abismo callan
una miseria imperfecta sube por el cuerpo
me azota.
Las palabras del poema quiebran.

«Lugares comunes», en Culpas de juglar, 1996.



CÓDIGOS

PRIMERO y este recuerdo es de la infancia yo era
un poeta de la luz. Pasaba las horas mirando una copa
de árbol, un río, un rostro, una calle y sentía el placer
imborrable de quien sueña con un hombre y una mujer
y amanece en la vida.
Toda mirada era un festejo de sol, de estar
de abismo iluminado.
Veía extraños colores, escuchaba ruidos celestes
tocaba formas que estaban fuera de toda realidad.
Estas sensaciones las atribuía a Dios y a la luz.
La poesía como razón o como signo estaba lejos
y vivía el júbilo de una edad que separaba de la muerte.
La oscuridad, los fantasmas, los pavores magníficos
tenían una razón de alba. Vivía, festejaba sin edad
alentado por la naturaleza y sus prodigios.
SEGUNDO y es verdad fui a la vez un poeta romántico
y modernista. Esto explica mi pasión por el desorden
por los vicios y por el lenguaje deslumbrante.
Explica o explicaba porque ahora ya no sé.
TERCERO. Cuando sea la muerte habrá pasado mi cuerpo
por la infancia
por los poemas de mi lengua
por la metáfora podrida del paraíso

«Fuera de orden», en Culpas de juglar, 1996.



CANTO A MÍ MISMO

Yo era el poeta de mi tierra
y de toda la tierra.
Adentro de mí llovía y relampagueaba
y sentía siempre unas inmensas ganas
de llorar.
Yo me reía de las frutas que caen en los
tinglados y asustan el silencio
y hablaba con los muertos y con los animales
que pasan por la miseria vestidos de capitanes
largos.

Yo era un gran poeta de los muertos
como jamás hubo otro en la comarca
y me asustaba de ver subir las flores
hacia la cal ambigua de las tumbas.
Soñaba
cantaba por las noches una desgarrada melodía
y volvía a soñar entre muros y ciudades perdidas
persiguiendo sombras halladas entre el porfiado
frenesí de ausentes y de borrachos insondables.

Yo era un poeta
y me enamoraba de mí y de ti y de todas las miradas
que vienen desde lejanos pueblos a la imaginada mesa
del ecuador
a buscar estrellas y panes de cobre para maldecir
hombres
en el centro del mundo.

Comía sobras
robaba
leía el amanecer
bebía y fumaba hasta sentir un agradable
golpe en los pulmones.
Creía en la muerte y me aprestaba
a tomar el poder de mi país.
Confiaba en un grupo de poetas locos
que fueron apareciendo de puntos cardinales
distantes
incapaces de apagar sus deseos detrás de una
música rota por el olor de las botellas
y del encanto miserable.

Yo me cantaba y me celebraba a mí mismo
ganaba la vida sin hacer
buscaba que mi razón perdiera
y salía conmigo y contigo a buscar campos y ciudades
para soñar y matar a los padres de mis padres
quemar el mundo
y pagar algún día con mi cuerpo en la hoguera
el desenfreno de mi vaga ilusión.

Caía sobre mí mismo
y amaba mis fracasos.
Sentía el placer de ser otro
que escribe un poema sin principio ni fin
alerta por si viene la muerte y revienta
mi pobre y útil reino del cuerpo.

«Fuera de orden», en Culpas de juglar, 1996.



LÚDICO

Me cuesta bajar el poema del aire
allí donde me hundo con el plumaje vertical
de las palabras.
Rozando el infierno y el invierno
el poema es un dios de pies ligeros
apaleado por las estrellas.

«Vagancia City», en Elegías y olvidos, 2006.




Cuando el loco Pernía se vino caminando
desde Cabimas hasta el pueblo
–trescientos son los kilómetros que separan
un punto de otro–,
halló las aguas del Motatán crecidas.
Miró un inmenso árbol que arrancado de cuajo
por la tempestad del día
daba sus hojas muertas al paisaje del mundo,
y dijo:
“este árbol es el espíritu vegetal
de la mujer que no he tenido nunca”,
y con el goce de quien encuentra no formas
sino sentidos en la cruz,
se lo echó a cuestas y solito lo llevó hasta
el pueblo. Y luego de sembrarlo en la casa
de una de sus hermanas que lo amaba por loco,
se marchó volando con él, entre las hojas.

(“Un loco”, de Arte de anochecer).



Bajo su peso no obtendré ninguna dicha. Su demonio arderá
en la noche campestre y la silueta de sus ojos ha de ser borrada
en los inviernos. Sin embargo, cuanto trato de reconocerme,
voy a su encuentro. Abandono la ciudad y me tiendo sobre la tierra
roja
bajo el cielo rojo.

(“Testimonio”, de Todos han muerto).




Cada día mi sombra renuncia más a mí
cada día mis fábulas forman parte de un mundo
imposible y en ruinas
cada día mis espejismos y mi invencionario
dejan de ser
me abandonan en los límites de una ciudad rodeada
por montañas altas
por calles estrechas
por gentes y por casas frías.
Presiento que ahora no pertenezco a ninguna aventura
sino a la vida.

(“Invencionario”, de Culpas de juglar).




No han llegado palabras sino actos
al poema.
¿Cómo hago yo: recojo lenguaje o actos,
los combino?
Qué debo poner en la página:
lo que oí, lo que dijeron todos antes de marchar,
el mal tiempo, el ruido que acompaña.
¿Trataré de ser claro en la página?
Espero que se cope de signos
seré riguroso y oscuro
Ahora sí, amor mío, estoy confundido.
¿Qué debo poner?: palabras, objetos, emociones,
falsas trampas mías con la vida.
¿Qué debo confesar o expiar en esta cruz vacía
que aguanta sangre de la resurrección?
Dímelo tú y estaré contento.
No importa
si tu verbo no sirve en el poema
sirve para el fracaso.

(“Diálogos del poema y la mujer”, de Culpas de juglar



Yo quería escribir pero no pude
tenía la voz cerrada VALLEJO. Me había metido
en una cantina sucia como la madre
nada ni el corazón ni los huesos podían decir.
Me preguntaban y respondía con lágrimas
con cabezas rojas, celestes.
Yo quería dar y jugar y soñar un mano a mano
con la muerte
y me gustaba más la nada que el olvido
Yo no te pregunto cómo será tu muerte de poeta
enterrado entre nosotros.
No puedo y me cierro en los huesos de esa mujer
tan larga
tan extensa y tan vieja en los cielos de uno.
La tierra no ha comenzado todavía, POETA,
tú te pareces a la muerte y a lo que viví.

(“Homenaje a Vallejo”).




Eliécer
cuántos de los tuyos murieron
en la vaguada
cuántos arrastrados por las aguas
fueron a dar en cuerpo y alma
contra las rocas del juicio final.
Tú tan entregado a los trabajos y los días
agradecías al cielo el fruto de los cultivos
bebías luego tu brandy
hablabas del frío del café
de las faenas de año.
Trataste de salvar a tu hijo
pero el río y la noche se lo llevaron
lejos.
Buscas vida en el barro
sólo encuentras cuerpos podridos
casas despedazadas
mientras el teniente coronel
ordena el reparto de alimentos fúnebres
y campos de concentración para damnificados.
Tú miras Eliécer el valle de los muertos
esperando que el mundo arranque tus ojos.

(“Juicio final” de Elegías y olvidos)



Pasó el año nuevo
y reventaron los pulmones.
En mi pared bronquial
con arquitectura parcialmente alterada
por neoplasia maligna epitelial
las células se disponen en nidos y cestos
fragmentando el sonoro tejido de la noche.
Soñé contigo.
Nos tendieron desnudos en la mesa de
la Lección de Anatomía.
No pudieron arrancarnos la nubes del cuerpo
la luz del año nuevo parecía un escalpelo
en tu vesícula.
Dormí entre tus cuernos y el día
esperando el roce de las gaviotas.
Tan lejos como estamos del mar
a la hora de los imponderables
vienen siempre un oleaje y un mascarón de proa
para que soltemos las amarras.
Arriba donde el huracán hala
soy tu cadáver
el gran ocio.
Entre tus litorales y el miedo hermafrodita
el epitelio del sexo en alta mar
erecto y en enjambre.

(“Enero – 4 y 30 AM” del libro Elegías y olvidos) 





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