miércoles, 10 de diciembre de 2014

JOSÉ JOAQUÍN CASAS CASTAÑEDA [14.221] Poeta de Colombia


José Joaquín Casas Castañeda

(1866-1951)
Escritor y político colombiano. Nació en Chiquinquirá (Boyacá), Colombia el 23 de febrero de 1866. Murió en Santafé de Bogotá el 8 de octubre de 1951. Entre sus más significativas realizaciones están la fundación de la Academia Colombiana de Historia, la Academia de Ciencias Físicas y Exactas, la Academia de Educación, la Academia Cervantina, la de Caro y Cuervo y otras más. Como poeta fue considerado como el cantor de la tierra colombiana, el poeta de la patria chica y el poeta popular de mayor inspiración nativista. Sobresalió también como escritor costumbrista. Ocupó diversos cargos administrativos e intelectuales, como la presidencia de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombiana de Historia en varias ocasiones. Fue Ministro de Educación Nacional, Relaciones Exteriores y de Guerra, Senador y Representante en el Congreso y Presidente del Consejo de Estado. Como docente, dirigió el Colegio de San Luis de Zipaquirá, restauró el colegio de San Luis Gonzaga, fundó el Colegio El Salvador en Chía (Cundinamarca) y el Liceo Pío X (Santafé de Bogotá). El Centro de Historia de Tunja le concedió la corona sublime de poeta (1939). Además, fue educador, estadista, magistrado, diplomático, académico, historiador, orador y humanista. Sus principales obras literarias son: Cristóbal Colón (poema, 1892), Canto a María, Romances de Vieja Fabla, Crónicas de Aldea, Los cantos de la Patria Chica, Escritos políticos, Cartas literarias y otros.




A solas

Me aplaca del campestre cementerio
por las sendas perderme, intransitadas,
oyendo de la brisa en las cañadas
el antiguo, monótono salterio.

¡Qué voces, de las lindes del misterio,
devuelven el rumor de mis pisadas!
¡Cuántas augustas sombras adoradas
tienen aquí su indisputado imperio!

Ah! no es esto morir! la vida es ésta!
Aquí es bello el dolor, sentido en calma,
cual nublado que el sol tiñe a su puesta;

Aquí, con Dios y mi esperanza a solas,
siento subir a dilatarme el alma
de la vecina eternidad las olas.






La tarde

Paró en las eras la afanosa cuita.
Todo en la tarde se concentra y ora:
hora de ausencias sollozantes, hora
de religiosas almas favorita.

Con largos ecos la señal bendita
recuerda al corazón que sueña o llora,
que lo inmortal en lo terreno mora,
que en nuestro ser la eternidad palpita.

La sombra de los cerros se agiganta,
y una tristeza plácida y divina
sobre el alma y el mundo se levanta.

Símbolo de la tarde que declina
un tochecillo solitario canta
entre el pencal su endecha vespertina.





De noche

Pasó el rosario. Por la usual calleja,
del ángel de la guarda en compañía,
rezando el Kirie por costumbre pía
hacia su ejido el sacristán se aleja.

Asunto pingüe de vulgar conseja,
entre la breña tétrica y bravía
con las memorias del difunto día
el agorero currucuy se queja.

Cerró la tienda doña Ester Barbosa;
cada vecino en su mansión tranquila
al toque de las ánimas reposa.

Mustio el farol municipal vigila,
y extienden por la plaza silenciosa
rumor de paz los chorros de la pila.





La casa en Ruinas

El techo de mi estancia ya encalvece;
yerbas brotan en él mustias y canas;
entra turbia la luz por las ventanas;
ya la armazón se dobla y desfallece.

Ya el huerto, exhausto de vigor, no ofrece,
sobre el bardal colgantes, sus manzanas;
do emporio fue de púrpuras y granas,
zarza y cardón sin avecillas crece.

La casa de mi cuerpo anuncia ruinas:
ya es fuerza que hasta el polvo la destruya
la muerte en sus profundas oficinas;

Huye, alma, pues, de la posada tuya,
hasta que al fin del tiempo, en sus colinas
Dios a propia mansión te restituya!





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