Carlos Guido Escudero
(1921-1945)
Carlos Guido Escudero nació en San Juan en 1921. Cursó sus estudios en Mendoza. En Córdoba abandonó la carrera de medicina. Publicó en diarios y revistas de Buenos Aires, San Luis y San Juan. 15 años después de su suicidio, la Dirección de Cultura de San Juan publica sus trabajos reunidos en el libro Poemas, tal como él lo dejara para su impresión. Agotada la edición, se realizó una segunda por la Editorial Filosofía (Buenos Aires) en 1990, de la cual ya no se registran ejemplares a la venta. En 2012, la editorial sanjuanina artesanal Elandamio Ediciones imprimió la tercera tirada del libro, la única edición en venta.
Carlos Guido Escudero,
el joven poeta que trascendió la muerte
San Juan.- A pesar de haberse quitado la vida muy joven, en 1945, su obra trasciende hasta nuestros tiempos.
Por la orilla de un alba llegarán mis dos muertes.
Una con el silencio, la otra con los días.
Mientras tanto, no me hables. No revuelvas
con tu bastón de sal mis heridas.
Deja que calle mientras voy llorándome,
mientras me muero de águilas y de víboras…”
Carlos Guido Escudero
Su muerte física no permitió, sin embargo, callar su voz. Y es que a pesar de haberse quitado la vida el primer día de enero de 1945, a un año del terremoto más pernicioso que conoció el San Juan de los últimos dos siglos, la poesía de Carlos Guido Escudero persiste como un retrato de la angustia del hombre que vivencia la pérdida de una ciudad entera ante sus ojos.
El paisaje está roto.
Vuelan pájaros ciegos sangrando por los picos.
El álamo está solo.
A su pie yace muerto su penacho de trinos.
El sauce cosechador, llora tirado de bruces
sobre la sangre del río”
expresa el poeta en una elegía al San Juan derrumbado, al desahucie por la pérdida de un pueblo. Es ese paisaje seco, solitario y derrumbado por el sacudimiento brutal de la tierra el escenario que atraviesa la breve pero contundente obra de Escudero. La fuerza poética de su escritura no se funda en la pérdida, la angustia y la muerte; sino en la conciencia, en la terrible y dura conciencia de la pérdida, la angustia y la muerte. La conciencia del dolor está radicada en el sentimiento del poeta y retratada con una sensibilidad que conmueve. Peor que el vacío por la pérdida es la conciencia misma del vacío, que hace que la nada se profundice, se intensifique; y es esa densidad de la nada la que se vuelve poesía en Escudero:
“Mi corazón de amor, sobre la vida
bajo las cuatro letras de la nada.
Y el para qué de mi camino, erguido
como el cuello de un cisne, sobre mi alma”.
Carlos Guido Escudero es el representante por antonomasia de la angustia y la nostalgia que el paisaje desértico y hostil de nuestro suelo árido provoca.
“Tu nombre y mi pueblo muerto,
-San Juan, ¡siempre irás conmigo!
son la lluvia de mi angustia”.
No podría haber escrito como lo hizo sin haber estado habitado de montañas quebradas, imponentes y secas; sin haber aprendido a caminar en sus primeros años de vida en el suelo árido de San Juan; sin haber padecido la soledad del paisaje desértico y la intensidad de un sol y de un viento que examinan y enceguecen de luz y de calor.
“Recostado en el cerro, duerme el viento,
jadeante y sudoroso.
Todo se dobla, quebrajeado y último,
con su gota de muerte entre los poros.
Allá en el álamo, con su frente de poeta,
llora su larga ausencia de kilómetros.
-Una vez le pedí que se explicara,
y no pudo. Yo no puedo explicarme a mí mismo tampoco”
estriba y pinta el poeta sobre el paisaje y sobre sí mismo.
Las incertidumbres de Escudero tienen alcance personal y colectivo, puesto que ve en sus pares contemporáneos el mismo dolor que convive en sí mismo.
“Entre engranajes pasa el hombre actual,
como señor y esclavo de ellos.
Y pasa la mujer, gestando para la máquina
el trágico combustible de músculos y de huesos”
versa el escritor resentido de la enajenación que identifica a la modernidad, cuando el hombre se alimenta de tornillos y de alambres. Su padecimiento es un padecer universal, su poesía calca la automatización de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, el sinsentido en el peregrinaje de caminos preestablecidos de antemano que alienan la existencia. El poeta -con una universalidad que no tiene cese, que no tiene fecha, que todavía podemos sentir en sus escritos- retrata la tragedia oculta de la deshumanización del hombre. Es regional y universal a la vez, individual y colectivo al mismo tiempo.
Es justamente esta capacidad de recrear el alma humana la que vuelve a la poesía de Carlos Guido Escudero una voz tan actual y persistente. Su palabra no ha perdido vigencia, no ha perdido fuerza, es capaz de resignificarse en el nuevo siglo. Su voz se multiplica en su herencia literaria, suena pululante en la breve obra que dejó en la tierra. Ni el poeta ni su poesía han muerto, todavía están hablándonos. Trascendió.
POEMA DOLOROSO DEL TIEMPO
Callo a veces largamente,
para que el tiempo diga su frase solitaria.
Y entonces comprendo que el tiempo me lleva con él.
Comprendo que el tiempo no pasa.
Que es un algo que nos lleva hacia su ser definitivo
atravesando túneles y lámparas.
Y trato de aferrarme a los minutos,
hurgando entre ellos dónde echar un ancla.
Hurgando desesperadamente,
como quien sabe que cae hacia la nada.
Y veo la razón del hijo, de la flor;
la razón del arte y de la espada.
Y veo la necedad del hombre,
que aún reza y mata.
Y entonces, huyendo desesperado,
enciendo en el silencio un grito, una carcajada,
y alcanzo a comprender
la alegría del pájaro en el alba...
POEMA MIENTRAS ME MUERO
Árbol que se deshoja sin otoño.
Pájaro que se muere sin invierno.
Azul sin golondrinas ni palomas,
deshabitado cielo.
Risa sin labios más allá de todo.
Grito para gritar cuando no puedo.
Voz de ilusión quebrada en un volcánico
silencio.
Tus ojos ya sin órbitas, volando.
Caricia de tus manos ya sin dedos.
Tu voz desencajada en los rincones
del viento.
Desintegrada realidad azul
más allá de la página del sueño...
Detrás del alba de la primavera,
mi muerte azul, que viene amaneciendo.
ELEGÍA DEL HOMBRE ACTUAL
Absorto, entre poleas, está el hombre actual.
Tiene en los puños caídos una calandria muerta
y un lirio seco.
Con severidad de número camina y se mueve.
Parece eléctrico.
Al verlo, medito en el canto de Whitman
y en el alucinado Zarathustra.
Yo, que aún creo en la primavera y en el invierno.
Yo, que aún me paro a escuchar las calandrias,
y me asombro ante un pétalo.
(He aquí tu razón, oh, soledad.
He aquí porqué estoy llorando bajo un álamo seco,
como en el umbral del dolor
mientras cae la lluvia, lento).
Entre engranajes pasa el hombre actual,
como señor y esclavo de ellos.
Y pasa la mujer, gestando para la máquina
el trágico combustible de músculos y huesos.
(Corazón, no preguntes de aquella
que apoyó su cabeza en mi hombro
y lloró con mi verso.
Tal vez nos recuerda.
Tal vez haya muerto...)
Mañana, entre engranajes desdentados
y hierros retorcidos y grasientos,
vendrá un muchacho a traernos un mensaje
de calandrias al alba y de lirios abiertos.
Vendrá, debe venir
a suplir a este hombre muerto.
A encender el fuego definitivo
entre los engranajes, los músculos y los huesos,
y a explicarnos su doctrina
con lengua de calandrias y de lirios abiertos...
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