lunes, 29 de diciembre de 2014

DIEGO MOLINA REY DE CASTRO [14.364] Poeta de Perú


Diego Molina Rey de Castro

(Arequipa, Perú  1978), perteneció al taller de poesía de la Universidad de Lima. Ha sido editor de la revista Evohé -poesía y crítica literaria- y de la revista Ideele del Instituto de Defensa Legal. En el 2003 publicó el poemario Expresotranceuropeo en el libro Tetramerón, y en el 2007 el libro Homesick; en el 2012 publicó Apocalipsis y No somos más sabios después del diluvio, publicado por Paracaídas editores en el año 2014.

Ahora: meditaciones sobre la Tierra Baldía como ensayo dentro del libro de T.S. Eliot por Lustra Editores.  

También ha publicado poesía y artículos culturales en revistas de Perú, Portugal, Alemania, Canadá y Colombia. Abogado con maestría en Derecho Internacional, ha sido profesor en Georgetown University.




Distimia

Roja te presentas distimia
en la hora turquesa 
de nuestra libertad labrada
en ella duermen las voces incorregibles
de nuestra verdadera ansia
allí donde se arremolinan las nubes
y la decisión se ensombrece
el demonio del mediodía
encuentra victoria
en una secreta escaramuza.

Finales fantásticos
y súbitos
me acompañan
en la muerte
de mis tímidas guerras.

La tarde de la memoria te atraviesa
dulce distimia
tus intensiones veladas
se enroscan en mis tendones
pronuncio rezos helados
pero en la vanidad luminosa
no encuentro vibración
en las palabras.

Enfermedad de cansados monjes
tuyo es el reino en la agonía del Sol
y mi gloria inacabada
roja te presentas
como el origen
como el oxígeno de nuestra combustión
como creíble final
de esta especie
hecha de arrebatos y silencios.

Así, en una cama insatisfecha
yace nuestra 
condena: 
este es el animal caído
este es el animal que no descansa.





Trakl

Intento alcanzarte
pero ya te esfumas
en la fría visión de una habitación
desordenada.

El halo naranja se acerca y se aleja
en la tiniebla ultramar
su canto es como una medusa
atravesada por negros oleajes
en su suave e incesante dormidera.

Las palabras, una a una, erigen
sensaciones imposibles
con la clarividencia de quien quiere nacer
y aterrizar en un indomable sueño.

Quiero tocarte
pero en un bosque de fuego 
silencioso                        te diluyes.





Patología de Diógenes


III

Afuera, alguien va hacia algún lado: 
una cena, una fiesta, un velorio, una misa. 
Yo no voy a ningún sitio. 
Si tuviera dónde ir 
allí estaría. 
Pero no encuentro mejor espacio
mejor compañía
que sobre esta cama 
donde como, fumo, bebo, canto, lamo mis heridas y duermo
donde me invade un sueño profundo, sosegado, adorable, 
            semejante en todo a la muerte
donde no hago mal a nadie y no le deseo nada

al infinito.





En Kyoto

divisé un cuerpo en la habitación de al lado
hombre o mujer en igual ecuación bajo el espolón de la sombra
esta ciudad es hecha de madera y papel
y yo tengo napalm ascendiente en mis ojos
todo lo asido aquí no tiene valor

mi columna se derrumbó y con ella toda la Torre
con la voluntad o la inspiración desecadas
solicito aprobación y protección frente a esta fuerza que desborda 
            el punto de equilibrio 
confundido en los pensamientos rotos 
que amarré alrededor tuyo
que no regresarán a mí
y de espaldas a las higueras del shinto
que señalan a mis escombros   
como la piedra angular
de su templo





[3:05 a.m. se escucha la iluminación súbita del rocío
3:14 penetración azul del aire acondicionado
3:37 luces de la ciudad cruzan mi techo en ardientes paralelos/ 
3:59 tristes hojas sin clorofila se desprenden de su primera habitación en cascabeleante graznido
4:25 se demuestra la luz más blanca y violenta (huye detrás de la avenida)
5:53 el tímido atravesar de los carros y el neón olvidado.]

(Orion at sunrise)

6:01…





Padre Nuestro
(Homesick)

Que estás tras las rejas
Vuelve a la tierra a la que nos volviste
Despiértanos temprano
Estamos entumecidos bajo el peso 
De tu olvidadizo amor
Agitados y babeando 
Como bueyes de carga
Ven con la iluminación 
O ven con la muerte
Son muchos los reveses 
Desde tu destierro
No necesitamos visiones en el cielo
Ni babilonias prostitutas ni arcángeles De películas de acción
Todo eso ya lo tenemos
Preferimos un buen masaje 
O la gran pastilla
Ven preparado para lo que hemos Hecho en tu nombre
Ven íntimo y cordial
Inmaduro y débil
Para no confundirte con el resto
Como si fuéramos tu único hijo
Tráenos semillas y ropa
Pero no más cruces ni iglesias de hollín
Nosotros las fabricamos 
Con alta calidad
Ven Padre
Vestido de luz o de sombras
Para nosotros es igual
No sabemos diferenciarlas.





Yo Nací el mismo día 
que William Borroughs
(Homesick)

A las 3 de la tarde 
en un carnaval azul 
nunca estuve desnudo en un almuerzo
ni juzgué ni fui arbitrario
siempre eólico nunca parecido al fuego.
Me retuerzo de no poder incendiar 
las palabras
era un carnaval sin luna y sin rostros
el mío también era confuso y embetunado.
Bajo una corona de hojalata y tomates
recibí mi reino de paradojas 
y cruces
Sobre el hombro destrozado
y caminé en romería hasta la superficie.
A la misma hora, el mismo día
Ms. Moore se estiraba en Nueva York
su madre espantaba los cuervos
mientras ella esperaba 
a Muhammed Alí
al costado de su virginal lecho.

Ese día, Irlanda perdía 
otra independencia
en la cuna de Sir Robert Peel
mientras la matanza en Chechenia Empezaba
y los húngaros planeaban una traición.
Por la noche se amansaban las nubes
entre máscaras góticas y luminosas
que se confiesan 
como un rompecabezas
El rey Jorge se declaraba insano
frente a la turba 
finalmente agradecida
ante el gran arrabal desnudo 
del 5 de febrero.





París 
(Expresotranceuropeo)

Por la mañana
el aliento del rey de mayo
se sentía como polen
en las avenidas de una París postmoderna
entre los barrios judíos y homosexuales
los profetas de la creación
ensayan un largo sueño tardío
la extraña pelea ya ha sido vencida
efebos de los veranos
cruzan las calles napoleónicas
rozándose en un aparente sinsentido
así lo que es accidente para algunos
es la sombra triunfal
de los niños de la revolución
que cruzan en invisibles túneles de gusano
rumbo a las tierras del norte
Finlandia, Dinamarca y Suecia
sustantivos y adjetivos de una omilía igualitaria y liberal
donde abisma el frío plano con la diversidad humana
crecen en el cementerio de alces
como los dedos que apuntan a la mente
y al deseo en las viejas canciones de la raza
frente a un gran peñasco finés
que resplandece en el amanecer del Kalebala
donde la hija del aire baja al mar
para ser fecundada por el viento y las olas
en este filo continental
génesis y víspera
de la locura.





Londres 
(Expresotranceuropeo)

Desde aquí se escucha el llamado
de Londres
lleva el mismo saco gris
en primavera y en otoño
entre calles cubiertas
por el pánico
Londres cruza entre las iglesias
sin recordar el padre nuestro
Londres se cree sabio
pero no sabe inventar excusas
Londres no diferencia entre el día
y la tarde
flota debajo de las nubes
en la ciudad sin cielo
Londres lleva oro en un bolsillo
y carroña en el otro
su cuerpo es grotesco y espiritual
desde su habitación se ve el mundo
Londres es un triste abuelo
pero no es el padre.

(Desde el alféizar de la ventana lo vi huir de las calles gritando
            Dios
                        ama a sus hijos
                                    ama
                                    a sus hijos).




Reseña del poemario No somos más sabios después del diluvio del peruano Diego Molina, publicado por Paracaídas editores este 2014.





Una no-lectura del poemario de Diego Molina:
No somos más sabios después del diluvio


Por: Víctor Ruiz



[Tú eres la cantera]

Describe tu aldea y serás universal. Esa sentencia, atribuida a Tolstoi por unos, a W. B. Yeats por otros vino a mi mente mientras leía el primer poema de No somos más sabios después del diluvio, el nuevo libro de Diego Molina. Este poema es el primer paso de una iniciación en que el lector atento se verá inmerso para poder decodificar, como si de un texto sagrado se tratase, el collage intertextual e intercultural que el poeta nos presentará en las siguientes páginas. La palabra que me hizo pensar en la sentencia con que empecé este texto no podía ser otra sino «sillar», ese pedazo de piedra blanca volcánica luminosa que abrirá, desde lo íntimo, el camino de un viaje a través de las culturas, afectando, claro, pero no de un modo violento: no hay negación solo intercambio armónico, ahí el poemario reclama su estirpe musical como en otros libros de Molina, al sujeto de la enunciación.

Si tuviera que dictar una clase y utilizara este libro de Diego diría que se encuentra en el punto medio entre el expresionismo alemán (el maravilloso homenaje a Georg Trakl no es gratuito) y el surrealismo francés más bien decantado, menos trasnochado, y con toques de simbolismo. ¿Cómo no pensar en esto al ver el uso de los colores por parte de Diego? Un claro ejemplo se encuentra en el poema «Distimia» en que en vez de la hora violeta de la que hablaba Eliot en La tierra baldía, Diego da cuenta de la «hora turquesa», un color oponible y sin embargo complementario, la otra cara de la escala cromática. Así, mientras la hora violeta es para Eliot: la hora en que un taxi palpitante espera por el pasajero que quiere emprender el camino de regreso a  casa, la hora turquesa (el color verde era significaba muerte para los egipcios) es para Diego símbolo de la quietud, mas no calma, del no-movimiento, del tedio: «Este es el animal caído / este es el animal que no descansa», dice. Y se repite en otros poemas como «Tentación»: «Solo quedan verdes trazos de su letargo / Pues su obstinación pesa como un rayo».


En este libro Diego pasa de escuelas literarias con la misma facilidad con que pasa del inglés al italiano y vuelve al castellano para nutrirlo de su propia habla, de su propia lengua ¿y qué símbolo más grande que Babel para dar cuenta de esto? ¿Cuántas palabras nos bastará para nombrar a Dios?, pregunto y en mi pregunta asoman Santo Tomás de Aquino y San Agustín. El poema «Babel» es la apostilla, el reverso del libro, la nota al pie puesta en primer plano, en bold y versales para decirnos: NO SOMOS MÁS SABIOS DESPUÉS DEL DILUVIO. Se fija entonces el hecho, la incomunicación campea y habremos de necesitar 72 lenguas para decir el mundo, pero el mundo no ha cambiado, hemos cambiado nosotros. «¿Por qué las grandes historias existen siempre en el pasado?», pregunta Charles Wright en su maravilloso Zodiaco negro. Como toda gran historia esta tiene una segunda parte, una en que se ha de volver al orden inicial de las cosas mediante la instauración de un nuevo mito (recordemos a Jesús y sus lenguas de fuego que le dieron el don del entendimiento a sus discípulos), uno que se suma para formar un relato mayor y no para liquidar al anterior: presenciamos el nacimiento del cristianismo. El hecho queda fijado y es irrepetible pero se actualiza en, con y para, la nueva historia, para el nuevo orden como en este poema y su duración (Bergson dixit) es infinita: pasado y futuro están unidos en el tiempo presente; vuelve Eliot, que nació de Bergson.

NO SOMOS MÁS SABIOS DESPUÉS DEL DILUVIO y sin embargo en «Nosotros y ellos», el poeta esboza, antes que una respuesta, otra pregunta: ¿Serán, acaso, pedazos de columnas que mantienen en equilibro a esta ambiciosa torre?, los niños de Huancavelica, Isla Amabad, Casablanca, Laredo… Bajo la constelación del serpentario, otro nombre para hablar del dios solar, del ouroboros que se devora a sí mismo para mantenerse con vida, el eclipse, el dios sol que muere para volver a la vida: Jesús, Elías, Asclepio, Adonis… Al final: «contamos siempre la misma historia de “una nave cóncava heroica y extraviada / que retorna a su reino y la del hijo de un dios que muere y resucita / para volver a ser uno con su padre». Diego Molina, como siempre intuimos, deja constancia de su estirpe monárquica con este poema.

Vuelvo a decir «sillar» y entonces la palabra se asemeja a un conjuro y la «Tempestad» no es tal, la tempestad es también quieto-movimiento, como el de las estrellas que es casi imperceptible para nosotros. Vuelvo a lanzar mi conjuro, «sillar», y pienso en lo íntimo, y retorno a Eliot: «La historia del hombre es la historia del abuelo que ve jugar a su nieto con la arena desde el porche mientras otros viejos hacen lo mismo», y se me hace imposible no volver a decir SILLAR y pensar que ese polvo con que juegan los niños está hecho de la misma sustancia de que están formadas las estrellas y entonces el «Fluido blanco de éter» que menciona Diego se opone a la niebla amarilla que menciona Eliot, sí, Eliot una vez más, en «La canción de amor de Alfred. J. Prufrock». Metempsicosis o psicosis sola, el salto de un alma a otro cuerpo es la secreta patología de «Diógenes» en la que Diego sentencia: «innecesario todo esto / necesario nada que no brote del cuerpo».


NO SOMOS MÁS SABIOS DESPUÉS DEL DILUVIO, pero si el mundo se acabó tantas veces, cómo es que acabará la próxima vez, quizá volviendo a su forma de gran huevo cósmico. Si nos quedamos con esa imagen esta se proyecta en el último libro de Diego Molina, libro que da cuenta del viaje a la semilla que nuestro autor ha emprendido con este trabajo. Y desde este punto, a pesar de lo que Diego mismo piense o diga, dándose una licencia poética, parafraseando a Eliot en «Los hombres huecos», desde este punto, decía, el mundo no puede acabar con un gemido sordo. Y es que Diego nos ha remitido al comienzo, al instante (sabemos que el tiempo no existía entonces, pero no tenemos una mejor palabra) previo al Big-Bang y sin embargo ha situado al hombre en un punto preferencial para que pueda ver el nacimiento de las estrellas y eso debemos agradecérselo.











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