martes, 27 de septiembre de 2011

4828.- ALEJANDRA PINTO



ALEJANDRA PINTO
Nací en 1969, en el mes de octubre, en Santiago de Chile. Durante mi infancia viví, producto del exilio y la violencia política, en Bélgica. Ahí aprendí a hablar flamenco. Luego viví en España donde aprendí el acento castizo y tuve contacto con el enorme acervo linguistico del castellano. Volví a Chile en 1986 y de aquí solo he vuelto a salir de viaje, especialmente a Buenos Aires, donde guardo entrañables vínculos.
Soy profesora de filosofía de secundaria. Estudié "pedagogía en filosofía" en el expedagógico, egresé en la década del noventa y he sido docente desde esa fecha.
Publiqué mi primer poemario de modo autogestionario en Ediciones de Webo, una pequeña editorial mendocina a cargo de la escritora María García. Tomé contacto con Marcelo Neyra, quien desde el otro lado de la cordillera siempre ha sido un activo promotor de lo que escribo, lo que me genera una eterna gratitud con él.
He salido finalista en algunos concursos de poesía, hasta el momento no he ganado ninguno.

WEB:http://www.alejandrapintosoffia.blogspot.com/




para dejar de amar

sigo el esquema ciego de mi cordura,
la ampulosa espina de quien antes de amar
miró hacia atrás y no encontró ramas
ni hojas que le hablaran de esperanza.
desmadejado el pelo,
el silencio sale de mi boca como una humareda
después lloraré sin esfuerzo,
hablándole bajo a tu dolor,
a tu infinita pena que me duele.
hay alguien que sufre en ti.
una estela imprecisa del dolor,
si fueran mis manos el calor de vendas
con que hacerte ciego
y a mitad del camino volverme a ti.
esta vida que solo es el equilibrio precario
antes de morir
y dios sabe que no quiero partir
sin antes haber amado.
desde un lugar que no es el corazón
decidí dejar de amarte.
desamarré las sogas
porque colgaban como esperando la horca
y es demasiado pronto para que cese
la vida imposibilitada de amor.
será que soy muy joven para morir.
que esta latitud de tercos nos deja al borde del hielo,
como si miráramos la luz y el cielo se eclipsara
porque algo nuestro nos supera,
como si existiera el destino,
como si no fuera el sol la lenta plenitud
de la carencia
porque mancha desprovisto de piel
nos golpea terco en la visión,
nos deja soñar y que hablemos del poder
como si fuéramos carentes de fuerza
y la mirada imperfecta de este luto
no lo trastocara.
enterré mi amor en ese tronco hueco
que ya se deshace.
amarré a lo distante el verbo amar que me falta,
llené de palabras el vacío cuenco de mis lunas
y soñé este amor de sol y mitad
después del trigo.










hoy regresé a tus manos

de las vueltas, hoy regresé a tus manos,
al paso exacto y diminuto en que me hago de ti,
en que me encuentro vaciada en mi cuerpo
a medio camino de ser.
entonces, tu voz lo llena todo
y mi cuerpo deja de dormir
y se aprieta en un despertar singular
como si estuviéramos rumbo al mar
y las bocas no nos acallaran.
hoy quiero volver infinitamente a tus ojos,
al desecho de malestar que se vuelve este protagonismo
del cuerpo,
junto a tus manos como un momento de trapos.
esos pasos se alejan y de la inmensidad de la vida
solo quiero tu eterna presencia,
esta perpetuidad de infinito,
de una dulzura apegada a tus labios,
a tus dedos largos,
a tu cuerpo sin daño,
a tu olor perfecto
imantado de querencia para mí.






no estoy muerta

no estoy muerta
ni enrielada
la avidez de lo vivo
la intransigencia
de lo que soy
la radicalidad
que nutro a mi pesar
suaves letras
dichas al pasar
una letra muda
una canción sobre la lluvia
como moja el agua
el sueño de mis amigas.







luz

ando pendiente de los juegos
de la luz
de cómo el vidrio empañado
se ilumina de repente
contrastando con la noche

señales de que avanzo
al menos me muevo
de ahí a inventar motivos
hay sólo un paso

que se deslice la luz
por las rendijas
que inhale sospechosa
los abismos.









quema

la soledad quema
y abomba el cuerpo
lo hincha de licores
desperdiciados
de reflejos temblorosos
entre las paredes del alma
de espirales sonoras
en las que me absorvo










hijos

temo equivocar las redichas
y alejarme de lo que escribo
siempre se vuelca algo ajeno
siempre esta distancia de tí.

eres un pequeño “tú”
un “tú” casi sonoro
casi inexistente
un “tú” diluido
que se alza y agazapa
en sus cuentas y dedos

entre los dos
están ellos
los pequeños
que anhelamos
nuestros hijos
inexistentes
que no quisiera
ver convertidos
en momias de chinchorro
con plumas en el alma

nuestros hijos vuelan
por los párpados
rápidos
de mi sueño
y se acunan a dormir
dóciles y sonoros
en los pliegues de tu alma.

nuestros hijos nos hablan,
me hablan, de tu distancia
que ratos se vuelve
la máxima proximidad
de la pena

yo les cuento del deseo
de que quisiera estar
muy junto a tí.

las madres del mundo
que se unen
y yo que tengo hijos
pero inexistentes.









secretaria

la ciudad mendiga sol
para sus heladas calles
no hay que rendirse ante el viento
hacerle cara para que conmueva
la carne
la movilidad
los lustros añosos
de mi capacidad de aguante








estrellas y bengalas

espero no confundir las estrellas con bengalas
ni los disparos con el hambre
ni los renglones de este cuaderno con los andamios de la calle

aunque me arme y me construya en letras
e irrumpa una ovasión ante un gol de ciudad chica









inventario

las piedras que guardo
en mi molino interno
los ruidos que se escurren
del verano
las puertas que retumban
en sótanos inexistentes
todo lo callado
las películas que no observo
una pelea de gatos
enfermos de territorio

como se descomprime el mimbre
la creación de los espacios
la importancia de lo interno
una buena iluminación
cómo encamino mi vida
a pesar del tedio
el bullir del silencio en mis oidos
mi ocultarme tras los velos
la mano incansable
mis suspiros
lo que no quiero nombrar
las lágrimas guardadas
el pasado que se vuelve liviano
lo que cargo
los perros desgarrando bolsas
de basura
mis primeros poemas

los colores del hielo
las tonalidades del azul
lo que combina
el miedo a lo que vendrá
mi indecisión
la tensión
lo que escribo
lo que como
lo que duermo
mi mar.

las pequeñas heridas
hechas con el papel
lo que perturba el sueño
el ruido del refrigerador
un inventario
el lunes que me espera
mi hígado resentido
los nudos del vientre
el frío
lo que suena










domingo

el otoño no perdona
deja deslizar su espalda
plateada
en los copos de avena
con los que me abrigo

no perdona mi ánimo
de (a) mar
ni la tenue sublimación
que hago de todos
mis impulsos
[esos que se retuercen
de puro solos]

la tarde alada
la tarde de domingo
invade melancólica
[el domingo invade la tarde,
melancólico]

en esta calle de casas
que se estrechan al llegar
al cielo

esta calle que permite
circular pasiones
de noche
en el día niños
que arrancan
y cuando llueve
perros corriendo
haciendo sonar
sus patas
mojadas

hace unos días
descubría que no había
a quien llamarle “tú”
en mis letras
aquél hombre
amado
no cede
no tranza ser dueño
de sus apariciones
y así sea
y amén
no hay más tensión
a la que deberme
que esta que escribo
dejo de lado
lo que no me sale
al encuentro.

intento de robo

cuando las puertas no resguardan
cuando cruzar el umbral
para vulnerar la entrada
está sólo a un empujón de
hombre-hombro

cuando el diablo irrumpe
sobre los estambres
sobre los velos
sobre el celo del cuerpo
sobre la torre de marfil

golpean las algas húmedas
mis intersticios y recovecos
para abrir mis gemidos
y gritarme, salina,
que no estoy sola
que debajo mío bulle la tierra
gime la noche, la luna o el mar

destila tristeza una vela opaca
mueren un poco los anillos
en mi corteza.










una semilla entra volando

por mi ventana ultrajada
entró una semilla
quiso anidar en mi ropa
en la cama de mi impostura
pero cedió la nieve
la inundó con su manto
sediento
y reposó tan sólo un segundo
en el que prometió
lo callado.












heráldica

si de verdad fueras libre
y las lanzas quijotescas
se nos doblaran en la mano
cerraríamos blasones y lunfardos
esperando el advenimiento del amor

pero nuestra heráldica herencia
nos perturba
nos obliga a transitar
entre señales luminosas
nuestros límites y fronteras

desde ellos hablaremos de submundo
de desencuentro
de torpezas
incluso de elegancia
porque nuestro heráldico nombre
nos tiñe de orgullo
nos acompaña
nos pone a llorar.


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