viernes, 29 de octubre de 2010

1640.- FERNANDO TORNERO


FERNANDO TORNERO (Valencia, España, 1974), profesional de Banca. A pesar de contar con algunos poemas en la adolescencia, uno de ellos premiado en el I Certamen Maika Ortiz de poesía, su labor poética comienza hace tres años. Participa en la antología de autores nóveles "Voces y acentos. Colección de versos sobre el teclado"(Ed. ACP-Asociación cultural Poesía en la red) y publica conjuntamente con el poeta Luis Gómez (Huelva) "Mano a mano" (2009, Ed. Corona del Sur, se puede descargar gratuítamente aquí: http://poesialuisgomez.netai.net/MANO_MANO.htm. En la actualidad, ha terminado dos poemarios inéditos: "Primera estación" y "Breversos". Es fácil encontrarle en facebook, página "Poemas de Fernando Tornero", y por las actividades de su ciudad relacionadas con lo literario, Jams poéticas y recitales.







La soledad está aquí.

Llevo en la espalda
su tacto sedoso,
su arquitectura trágica,
su tejido carcelero.

Soy comida en telaraña,
mi tiempo tiene
ocho patas negras,
generosa anatomía
de la muerte.

Pero todavía no,
aún pasa la luz
sus caballos ganadores,
la brisa es de senos desnudos
y melena suavísima,
y dos aves primeras
dejan el nido
por el cielo de otoño.

Aún quedan asuntos
de mucha poesía
que me reclaman.





Salir del poema.

Ensayar la poesía en la mirada.

Revelar el verso
de la sonrisa rotunda de un niño.

Buscar de las cosas
el torrente sanguíneo
que las salpica.

Acercarse a las trincheras
donde el llanto y el placer
se disputan el silencio.

Descubrir las esquinas
donde Valencia
atardece sin prisas.

Atender las sombras
que nadie esquiva
dormidas bajo el puente.

Salir del refugio seguro
de las palabras propias,
no rimar desde dentro,
ser poeta hacia afuera.






Nada es mi poesía,
¿qué mirada
no detiene la belleza?

Sólo dije que hay
pájaros invisibles
que mueven el aire,
y una cebra altísima
es el día y la noche,
y la vida es la necesaria
justicia del tiempo
a tanta soledad.

Nada es mi poesía,
está detrás
de lo que se ve,
se llega cuando,
ya ha sido.







Como un suave incidente,
una caricia involuntaria
que nos cae en la piel
y nos despierta.

Así llamaste al quietísimo
corazón que hondo
yacía en mi pecho.

Apareciste en el tiempo
en que las cosas
estaban sin sentirse,
y uno era ingrávido
a voluntad
porque nada interesaba.

Traías un jardín oculto
ceñido a tu cintura.

Desbordabas el momento
con flores de almendros
y granados.

En tus manos guardabas
el tacto inefable para el verso.

En tus ojos,
se abría pura mi sonrisa.

Tú, vida posible,
mirada vertical
sobre mis pupilas heridas.

¡Qué amor renace,
súbito, enfebrecido,
por un cuerpo que llega
y nos responde!

¿Fueron las palabras
que bogaron seguras
por el hendido silencio
hasta mí?

Tú, acontecimiento,
que reúnes
la luz meridiana
que me saca de las sombras,
como un suave incidente,
caricia involuntaria
que reclamo mía.






Ya sabes como
me inquieta
tu ausencia de ruido.

Nada se escucha
después de la despedida.

¿Es tu voz que calla
o es la tarde que acecha
los pájaros con miedo?

Sé que debo olvidarte.

Pero la memoria
del pecho
está en sus heridas,
aquí encontramos el mar,
aquí tu boca y la mía,
aquí yo, solamente…

La felicidad nos
pasó por encima
sin más.

Sé que mi corazón
calla en el primer
segundo del silencio,
donde el rechazo duele
como una puñalada.

Pero de nadie es la culpa
si no se enamora.

Mis labios entienden
el frio con paciencia.

Y por una vez
tu espalda alejándose
está bien.

Tú terminas,
yo empiezo.






Calladamente y en silencio,
te miraba.

Con el pensamiento
y la carne, la sangre
y los huesos,
te miraba.

Tus ojos índicos, atlánticos,
donde bogan mis
pacíficas ausencias.

¡Tú, belleza que a la rosa
en duelo la marchita!

¿Qué corazón sale ileso
de tu mirada?

Aprendí el nombre de las estrellas
cuando fijamente,
te miraba.

Cuando por ti, despacio,
se abría fúlgido el cielo
que oculta mi tristeza.

Siempre amanece en la claridad de tus ojos.

El alba despunta en tus párpados
que se abren.

Todo riela quietísimo
en tus sombras alejadas.

Todo yermo y todo oscuro,
si calladamente y en silencio
dejo de mirarte.

¡Ah, ojos que te vieron,
ojos cerrados que
desde los huesos,
ebrios, te siguieron!

Temo a la memoria
que olvide,
qué honda ceguera,
si calladamente,
y en silencio,
no te hubiera mirado.







Hay momentos que te miro
y no escucho por mirarte.

Las palabras se pierden
en el silencio más bello.

Un olvido necesario,
como una prioridad
de verte y no ceder,
a repartir tu presencia
en más sentidos.

No siempre se nos da
la vista, como un don,
tan amplio, tan rotundo,
como verte.







De todo aquello,
sí, eso tan fácil
tuyo que me enamora,
voy a recordar
tu mirar ingenuo
de las cosas.

No sabes cómo
dejas los ojos
sencillamente atentos,
con ese vibrar apenas
de la misma belleza,
pero que ausenta
casi eternidad,
el yo que traes mío
cuando me miras.







Bésame,
pero bésame despacio.

Con el cuidado
que pone la primavera
con las flores.

Tu boca entreabierta,
es la orilla del placer mío,
la reunión completa
de mi piel que se estremece.

Bésame,
pero bésame despacio,

Con la misma cadencia
que deshace el mar
en cada ola.

Esencia tuya que aparece
derramándose,
y que yo contengo
con el beso.

Bésame,
pero que sea despacio,
que esta es la caricia
máxima que el amor
comprende.

Ahora que el tiempo
por nosotros se detiene,
bésame despacio,
que la eternidad
existe labio sobre labio.







Practico la soledad
de escribir
como el resto
de mis soledades.

Sin preguntarme
como he llegado
a ella.

Si he seguido el perfume
del trazo
por el verso,
o he escapado
de alguna muerte
reciente,
ya no mía.

Pero un sostenido
piar de un ave
me reclama ,
y abandono este
hábito ciego,
de buscar un lugar
donde situarse,
que llaman vida.





Ya lo entiendo
eres eterna
estás hecha de belleza
y no conoces
el tiempo.

Pero en el pecho tienes
diamantes finísimos
arena de azucar
lágrimas de Medusa,
y se deshacen,
los latidos son
una tragedia indeclinable,
por eso
ángel de trigo
diosa de porcelana
reina de las raíces
de la rosas,
nada se detiene dentro,
estás en el curso
del río que nos lleva.







Ahora estoy en tu sueño.

Las paredes blancas,
el día de hoy
y esa duda de jazmín
que me persigue,
los bosques de agua,
el terciopelo de tu voz
que dice amor
en algún lugar mío,
el frágil vuelo de mariposa,
como unos dedos
que pintan el aire.

Estoy en tu sueño,
en la segura placidez
de tu memoria que descansa,
y toco a tientas su contorno,
y me quiero en él,
en silencio,
para no despertarte.








Escribo donde no juega
la fruta en mis palabras,
y lo dulce de llamarte
cae en sus espacios,
y las hojas se secan
si dudo qué azul
eras tú, qué océano.

Escribo donde se duda
la verdad en la distancia,
aunque esa seas tú,
y qué verde, qué hierba,
qué rebosante incertidumbre.







Lo supe en ese instante.

Cuando tú, tenías la sonrisa
donde el tiempo aprende
a existir tiernamente,
los labios de las cosas
que son puras aún.

Confieso que lo supe,
que tardaría en quererte,
esto sólo y nada más,
lo que es un beso y nada más.

Pero no importaba entonces,
había que vivir, vivírselo,
destapar el corazón
a la eternidad y señalarla:
ahora puedo verte,
llegas y te vas con el amor.






¿Y cuando nos hieren?,
¿por qué no avisa el dolor
de la herida y pide auxilio?.

Pero no palabras,
a veces pájaros indefensos
en la brisa afilada.

Mejor un ruido, quebranto,
una voz sincera inevitable;
como el caracol se quiebra
bajo la pisada, y uno,
de inmediato, conoce
la gravedad.

Por eso el amor tiene
la ambigüedad del hombre,
esa duda manifiesta
ante la vida, ante lo bello,
de no saber qué haremos,
qué daño, qué suerte,

cuando estemos en él.





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