miércoles, 23 de febrero de 2011

3125.- JUAN CARLOS LÁZARO


Juan Carlos Lázaro es poeta, editor y periodista peruano. Nació en Lima (Perú) en 1952. Por su edad pertenece a la generación peruana de los años setenta en la que se encuentran José Watanabe, Abelardo Sánchez León, María Emilia Cornejo, Jorge Pimentel, Mario Montalbetti, Juan Ramírez Ruíz, entre otros. Sin embargo su poesía está distanciada del coloquialismo que caracterizó a esta generación y cala, más bien, en las fuentes de un hondo lirismo que descubre y revela la realidad individual y colectiva.
Su andadura poética de inició en 1972 con la publicación de un conjunto de poemas que inauguraron las ediciones de La Tortuga Ecuestre. También ha publicado en Repertorio Latinoamericano (Buenos Aires), El caimán barbudo (La Habana) y Zen (San Francisco). En 2004 obtuvo el accésit de publicación del Premio Internacional de Poesía Julio Tovar (Tenerife, España). En otro plano, Juan Carlos Lázaro se ha desempeñado como analista político en diferentes diarios de Lima y edita por su propia cuenta las revistas Hechos & argumentos (política y cultura) y Sol & Niebla (poesía).
Obras

Las palabras (Lima, Editorial Lumen, 1977)
Gris amanece la urbe del hambre (Lima, Lluvia editores, 1987)
La casa y la hojarasca (Lima, Taller editorial Eco, 2001)
Entre la sombra y el fuego (2008)



El río y el puente

te sigo y me sigues
por estas calles oscuras

te sigo y me sigues
sin preguntas
ni respuestas

cada uno es la sombra del otro
en busca de su propio cuerpo

sobre el río y el puente
se lamenta una trompeta

igual que nosotros se siguen
los gatos en los techos

y más allá los astros
y las estrellas.







Un puente que fuma

fumo en el puente

sueño que soy
un puente que fuma

otros hombres lloran
porque no sueñan
ni aman ni fuman

abajo el río fluye
y también sueña que es un puente
y también sueña que fuma

la niebla nos envuelve
la niebla nos confunde

el puente fuma
y sueña
que es un río

y el río fuma
como un hombre.






Quiero llegar a Ecbátana

Quiero llegar a Ecbátana
aunque ya no exista Ecbátana.
Apenas sé que Ecbátana fue
la comarca extranjera de Tobit,
que en Ecbátana, Sara –hija de Ragüel
fue entregada en boda a siete hombres,
y que en Ecbátana el sol
pesaba como bronce en la piel.
Quiero llegar a Ecbátana
acaso porque Ecbátana no es
más que una palabra. Y eso
ya es demasiado. Amén.







La casa y la hojarasca

La hojarasca y el agua detenida
son todo lo vivo y lo real
de este patio y de esta casa.
El resto son fantasmas.
Que lo diga sino el centinela rojo
que dormita en el torreón de la esquina
y que sueña con la próxima batalla.
La sombra del general
se mueve tras las persianas.
Con él van su kepí, sus charreteras,
su sable, sus botas, su capa.
En su recámara crepuscular
a la luz de una vela escribe
con mano trémula: “A la patria…”
El caballo blanco relincha,
agita su cola en el aire
espantando a una moca lunática.
Una criada vestida de luto, pálida,
prepara la mesa para la cena
a la que sólo acuden
entre candelabros dorados
el pasado, el polvo, la nada.
El resto son fantasmas.







Tras la frontera

Otros poetas
-los que viajan tanto no sé cómo-
describen pueblos lejanos
cuando hablan de sus amores en Wivenhoe,
de su aventura con una muchacha en San Francisco
o del recuerdo de una señora en Amsterdam…
En cambio yo, para hablar de ti,
no puedo describir Wovenhoe o San Francisco,
ni Amsterdam u otra ciudad ultramarina
porque nunca he salido de mi país.
Los únicos paisajes tras nuestro amor
son estas calles secretas en un barrio de Sudamérica,
los puentes que juntan la ciudad cortada
y desaparecen con la lluvia
y los ficus añosos y sus pajarracos
que nos protegen del smog.
Lo demás son el aire, la tierra y el agua.
Pero no la escarcha de Wivenhoe en invierno,
ni los barcos fantasmas que parten de San Francisco,
ni la niebla de Amsterdam después de las seis.




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