domingo, 27 de febrero de 2011

CRISTINA DE ARTEAGA [3.169]



Cristina de Arteaga 



(1902-1984)
Cristina de Arteaga y Falguera. Una vida espiritual e intelectual plena, por María Jesús Casado Robledo.

Dos facetas conforman la vida de sor Cristina de Arteaga, una espiritual y otra intelectual, que se desarrollaron juntas dejándonos como resultado libros con una gran riqueza espiritual y libros que recogen sus años dedicados a la investigación histórica. "Cristina oraba sin cesar y trabajaba sin descanso".

"Sólo entre libros y papeles soy feliz". Esta frase escrita por Cristina a la edad de cincuenta y seis años, resume la faceta intelectual de su vida. Su afán por dejar testimonio escrito de sus sentimientos y del resultado de sus estudios e investigaciones le acompañaron siempre. Tocaba a su fin su peregrinar por la tierra, cuando Cristina escribió:

Quisiera escribir los versos
Esos… ¡que no ha escrito nadie!

Nace en Villa Santillana, Zarauz, el 6 de septiembre de 1902, en el seno de una familia aristocrática. Su padres fueron Joaquín de Arteaga Echagüe, futuro XVII duque del Infantado, e Isabel Falguera.

Los autores que han escrito su biografía encuentran en "renacentista" la palabra que mejor define el carácter de Cristina. Desde el siglo XV el espíritu renacentista acompaña a los antepasados de su linaje familiar, los Mendoza, que se convirtieron en el vehículo que facilitó la llegada del Renacimiento a Castilla. Ejemplo de ello fue su antepasada Mencía de Mendoza (1508-1554). Cristina, por tradición familiar, hereda el amor a los estudios, a la poesía y el interés por la cultura. Hagamos un recorrido por la vida de Cristina desde su niñez hasta que encuentra en la Orden de la Concepción Jerónima el lugar que tan ansiadamente estuvo buscando desde edad temprana.

Los primeros años se caracterizan por una infancia tranquila y feliz, entre Madrid capital, el Castillo de Soto de Viñuelas y Villa Santillana en Zarauz. Su padre siempre se preocupó de que Cristina y sus hermanos recibieran una educación muy esmerada desde su más tierna infancia, así como el dominio de los idiomas francés e inglés. El nivel de formación alcanzado se puso de manifiesto cuando se examinó en el Instituto de San Isidro de Madrid para obtener el grado de Bachiller, alcanzando la máxima puntuación de sobresaliente.

En 1916, con motivo de la imposición del Toisón de Oro a su padre por parte del rey Alfonso XIII, escribió su primer escrito largo, con el título "Descripción de la Ceremonia de imposición del Toisón de Oro que se verificó el 26 de febrero de 1916, a favor del marqués de Santillana". Esta fue la forma en que el rey reconoció al padre de Cristina, entonces marqués de Santillana, los desvelos vividos durante los años que dedicó a la construcción de la presa de Santillana (en Manzanares del Real) para facilitar el abastecimiento de agua a parte de la zona norte de Madrid.

Con quince años Cristina empieza a rebuscar en el archivo familiar. En esos años descubre la figura de uno de sus antepasados, el obispo Juan de Palafox y Mendoza, que le atraerá de forma muy especial, llegando a convertirse en el tema de su futura tesis doctoral.

En 1918 comienza sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, en la especialidad de Historia, y en 1921 recibe el premio especial de licenciatura. Pero, no sólo tenía facilidad para los estudios, sino también para hablar en público. Como resultado de una de sus primeras apariciones (enero de 1921), en alusión a su participación, el político y orador Emilio Castelar escribió: "el mundo está gobernado por faldas". Este comentario está muy relacionado con el tema de la intervención pública de Cristina: el cambio de visión que se tenía de la mujer estudiante (bigotuda y con lentes), así como la necesaria unión que debía existir entre las mujeres estudiantes. Para poner de manifiesto la importancia de la mujer, hizo referencia al papel relevante que tuvieron las mujeres en las Sagradas Escrituras. En cualquier cosa que hacía, Cristina ponía de manifiesto su confesión católica que en un momento de su vida desembocaría en su profesión como religiosa.

Al hilo de lo descrito, es fácil adivinar que Cristina de Arteaga, en su juventud, fue una mujer de éxito y admirada. También en aquellos años se le atribuyen romances y pretendientes. Sufrió "la grave tentación del matrimonio". Pero, a pesar de ello, Cristina tiene una gran inquietud, pues siente que ese no es su destino definitivo. Ella reconocerá unos años más tarde que a la edad de 16 años ya tenía vocación religiosa. Compagina su formación intelectual y su formación espiritual, y al igual que en el ámbito intelectual tuvo la suerte de contar con profesores destacados de la época, en el ámbito espiritual sucedió lo mismo.

En 1925 publicó su primer libro de poemas, titulado "Sembrad". En ese mismo año leyó su tesis doctoral, con calificación de sobresaliente y premio extraordinario, que versó sobre su antepasado Juan de Palafox y Mendoza, siendo una de las primeras mujeres en obtener el doctorado universitario. El prologo del libro "Sembrad" fue escrito por el ex-presidente del gobierno conservador Don Antonio Maura, unido a su padre por una gran amistad. En 1927 Joaquín Turina puso música a tres de sus poemas .

Debido a su posición social realizó viajes por Europa. De lo acontecido en estos viajes, de sus experiencias vividas, siempre escribía notas " pues sentía vivamente la necesidad de dar a conocer, de hacer públicas las cosas buenas que lo merecen". Publica en 1935 el primer libro relacionado con su tesis, el "Diario de un viaje a Alemania" que escribiera Juan de Palafox y Mendoza.

Su vocación religiosa e intelectual le invitan a buscar, a la edad de 25 años, una Orden religiosa que le permitiese compaginar ambas cosas. Pero sorprende que, además, "la Orden tenía que ser contemplativa, que le permitiese llevar una vida espiritual pura, de encierro, de silencio". Sorprende, porque la vida de Cristina siempre se había caracterizado por su gran actividad, su popularidad, acostumbrada a las comodidades, a sus apariciones públicas, a su participación en actos sociales y a la diversión. Su primera elección fue el Monasterio de Santa Cecilia, situado en Solesmes (Francia), perteneciente a la rama femenina de la Orden Benedictina.

Pero este no sería su destino final. Una enfermedad le hace abandonar la Abadía de Solesmes, sin haber tomado el hábito. Regresó con su familia, para reponerse. Pero estos años no serán de barbecho, se dedicará intensamente a la investigación histórica y a la oración. La imposibilidad de dedicar definitivamente su vida a Dios, la hace sentirse incompleta e intranquila, sigue buscando su camino. La vida de Cristina se identifica con la frase que San Agustín recoge en el capítulo I de sus Confesiones: "porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

Resultado de las horas de investigación de estos años es el libro titulado "La Casa del Infantado, Cabeza de los Mendoza". Gracias a este libro se dispone de un estudio completo sobre una de las familias más importantes de la aristocracia de nuestro País, desde sus orígenes. Por él recibió un premio en el año 1935, aunque la obra no comenzaría a editarse hasta 1940. Como complemento al estudio de los miembros de su familia escribió, posteriormente, un libro dedicado a su padre titulado "La Vida plural y dinámica del marqués de Santillana, duque del Infantado" (1949).

El 11 de marzo de 1931 Cristina tuvo un encuentro casual, en el barrio de Salamanca, con dos monjas del Monasterio de la Concepción Jerónima situado entonces en la Calle Lista de Madrid. "Cristina lo refería como un encuentro providencial. En ese contacto entendió el sentido de la misteriosa enfermedad que había sufrido en Francia. Dios quería que dedicase todos sus esfuerzos a sacar de su actual postración a la Orden Jerónima". Ese mismo día coincidió con las mismas monjas en casa de una intima amiga suya y con el que sería su entrenador espiritual a partir de entonces, Don Cipriano Martínez Gil. Hasta tal punto admiró Cristina a Don Cipriano que dejó por escrito su biografía en un libro titulado "Sembrarse".

Desde la fecha mencionada en el párrafo anterior hasta su entrada en el convento de la Concepción Jerónima de la calle Lista, el 28 de octubre de 1934, Cristina se dedica a fondo a su preparación espiritual de la mano de Don Cipriano Martínez. La Orden Jerónima está muy unida a la familia Mendoza y a los Duques del Infantado desde sus comienzos, pues se fundó en Guadalajara en el año 1373. Esta Orden tuvo ramas masculina y femenina, desapareciendo la masculina con la Desamortización de 1835. Según el Derecho Canónico en vigor entonces, a los cien años de la desaparición efectiva de la Orden masculina, se extinguía legalmente la femenina." Las monjas de la Concepción Jerónima de Madrid, viven pendientes del cercano centenario", mientras se intentaba restaurar la Orden masculina. El 29 de abril de 1935, Cristina toma el hábito en la Concepción Jerónima.

En España se está viviendo una época complicada que desemboca en una Guerra Civil (1936-1939). De nuevo Cristina tiene que apartarse de la vida monacal. En el año 1937 ingresa en el Monasterio Jerónimo de Santa Paula de Sevilla. Pero, en 1938 le golpea de nuevo la enfermedad, un fibroma en la matriz, y de nuevo ha de abandonar su retiro espiritual. Su recuperación se llevó a cabo en Zarauz.

En este lugar recibirá la visita de monseñor Gaetano Cicognani. "venía a hablarle de la misión especial que el papa Pío XII le había encomendado acerca de las monjas de clausura. Sufría el pontífice al verlas empobrecidas, abandonadas espiritual y materialmente, por el aislamiento de los monasterios y las dificultades inherentes a una clausura demasiado rígida que dificultaba el trabajo y la vida material". Esta visita es el antecedente de la gran tarea que Cristina tendría que realizar en su vida, su participación en la creación de la Federación de conventos jerónimos españoles.

Cristina regresa de nuevo a Santa Paula, y en el año 1943, "después de siete años de profesión simple, por las circunstancias de la guerra y de la enfermedad, profesé solemnemente en este monasterio de Santa Paula". Sería nombrada Priora de Santa Paula desde 1944 hasta su muerte.

Sus viajes fueron constantes, pues la eligieron presidenta de la Federación de Monasterios de Monjas Jerónimas españolas (1958) y, como tal, tenía la misión de recorrer los conventos para interesarse por su situación, y hacer el informe correspondiente, todo ello en aras de evitar el aislamiento de los conventos de clausura. A pesar de su desgaste debido, por un lado, a su gran actividad y, por otro, a sus constantes privaciones, no dejó de viajar.

Dedicó gran parte de su trabajo, y su herencia familiar, a la reconstrucción de conventos femeninos. Ejemplo de ello fueron los conventos de la provincia de Guadalajara en concreto, el de Brihuega, y el de Granada. También consiguió ayudas para la pequeña rama masculina de la Orden Jerónima. Las monjas del convento de Brihuega, después de pasar una temporada en el convento de la Concepción Jerónima de Madrid, terminaron en un monasterio nuevo construido en Yunquera de Henares, también en la provincia de Guadalajara. Usó los bienes heredados de su padre en beneficio de la Orden en que profesó.

SOR CRISTINA

Sor Cristina muestra su modernidad pues, a pesar de ser monja de clausura acude a la radio y a la televisión, debido a que los consideraba medios de comunicación modernos que le permitían llegar a más gente. A partir de estos momentos su actividad fue todavía más intensa y fecunda. Continua escribiendo, dando conferencias, "lo consideraba no sólo compatible con su vocación, sino un medio para espiritualizar la cultura y dar a conocer la vida de los claustros".

"En Santa Paula supieron aprovechar sus dotes de historiadora. Cristina consideraba que dos de sus oficios eran los de archivera y bibliotecaria. Gustaba de buscar en los archivos, tomar apuntes. Anotaba todo lo acontecido en sus viajes, al igual que su antepasado el venerable Juan de Palafox.

El lema de la orden de la Concepción Jerónima, en la que de forma definitiva profesó su vocación religiosa Sor Cristina: "Ora et labora", refleja la faceta espiritual de su vida. En estos años y hasta su muerte su vida es vivo ejemplo del mencionado lema. Oraba sin cesar, trabajaba sin descanso. Por su linaje aristocrático nunca se envaneció, pues según los que la rodearon era una persona sencilla y accesible para todos. Una bonita frase para referirse a ella es la siguiente: "mujer alegre, una alegría dulce, más de sonrisa que de ruido".

El primer honor oficial que recibió por su labor puramente cultural y a favor del arte, fue el nombramiento de hija adoptiva de la ciudad de Granada en el año 1968. En 1973 se va a cuajar algo que, si bien era sobradamente merecido, el hecho de concedérselo a una monja de clausura refleja una gran amplitud de criterio por parte de quienes tomaron la iniciativa. Se trata de su ingreso como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, llamada de Santa Isabel de Hungría. Publica en 1975 una biografía de Beatriz Galindo "la latina".

Tuvo la idea original y deliciosa de abrir al público un museo en el mismo monasterio de Santa Paula. Reunió en dos grandes alas los cuadros y antigüedades que ella había heredado de sus padres o que procedían de otras monjas, o que ya existían desde antiguo en al monasterio.

El último viaje fue a Toledo, "y en Almodóvar estuvo clavada diez días en cama con una doble ciática muy dolorosa, y aunque se recuperó, sabía que iba herida de muerte". Después de una larga agonía terminó su peregrinar por la tierra. Era el 13 de julio de 1984, a la edad de 82 años. Se encontraba corrigiendo las pruebas de imprenta de "Una mitra sobre dos mundos", la biografía de Juan de Palafox y Mendoza que comenzara a escribir como tema de su tesis y que aparecería finalmente en 1985, a la vez que otro libro dedicado a la historia de "El Carmelo de Guadalajara" y sus monjas, convento antaño protegido por los duques del Infantado.

Su Causa de Beatificación, en fase diocesana, se abrió en mayo de 2001. En septiembre de 2009 se clausura el proceso diocesano y se envía la documentación a Roma.

Sin saber quién recoge, sembrad,
serenos, sin prisas,
las buenas palabras, acciones, sonrisas...
Sin saber quién recoge, dejad
que se lleven la siembra las brisas.

Bibliografía:

"Cristina de Arteaga. Tras las huellas de San Jerónimo". Autora Araceli Casans y de Arteaga. Año 1986.
"La madre Cristina de la Cruz" Autor Jesús M. Granero. Año 1989.
"Cristina de la Cruz de Arteaga y Falguera". Autor Crescencio Palomo Iglesias. Año 2001




Amor contra amor

Me preguntan los hombres: "¿No has dudado?"
¡Cómo pude dudar, pues te sentí!
¡Si fuiste mi tormento exasperado,
si con hierro candente me has sellado
pata Ti!

Te combatí las noches y los días,
quise olvidar tu amor; ¡no lo logré!
Después de cada crisis resurgías.
Inexorablemente me decía:
"Sígueme".

Nadie sospechará lo que he sufrido.
¡Tú lo sabes, Señor!
Nunca quieras echar en el olvido
que todo el drama de mi vida ha sido
la lucha del amor contra el Amor.

Cristina de Arteaga, incluido en Dios en la poesía actual (Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1970, ed. de Ernestina de Champourcin).



CORONAS

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des corona, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba al talento
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que Tú predestinas.
Sólo Tú la tienes.
¡Si me das corona, dámela de espinas!


ENTREGA TOTAL

¡Hazlo Tú todo en mí! Que yo me preste
a tu acción interior, pura y callada.
Hazlo Tú todo en mí, que aunque me cueste
me dejaré labrar sin decir nada.

¡Hazlo Tú todo en mí! Que yo te sienta
ser en mí dirección y disciplina.
Hazlo Tú todo en mí. Que estoy sedienta
de ser canal de tu virtud divina.




Sembrad… es un libro que formalmente se caracteriza, según se ha comentado, por un apego a las formas clásicas y por una sencillez expresiva, de manera que el lenguaje apenas aparece manipulado. En él, encontramos un sujeto poético que entrega sus versos con modestia
y que los conceptualiza como su misión de amor y, en definitiva, religiosa: 


“Nada vale esta ofrenda de abril: 
lira dolorosa,/ versos… ¡poca cosa! 
mas todo el tesoro de mi juvenil 
vida generosa. (…)
¡Pero habré cumplido mi deber de paz,
mi misión de amores!” 

(“Sembrad”, Arteaga 1925: 19- 20). 


La modestia, de acuerdo a la ideología religiosa que impregna el libro, se presenta, así, como la virtud a ensalzar (“Coronas”).

Predominan, por lo demás, los poemas de temática amorosa (“Invernal”, “Le quiero”), en los que es evidente la influencia de la estética romántica: el amor se presenta, así, como un vínculo imposible, que es contemplado con nostalgia en sus momentos iniciales de plenitud:


Lo mejor del amor es su angustia primera,
la que pulsa las fibras virginales del ser;
cuando un brote de savia y un sol de primavera
despiertan en la niña… ¡la flor de la mujer! 

(“Lo mejor del amor”, ibid. 49)

Pero a pesar de que el amor humano se conceptualiza como aquello que da sentido a la existencia femenina (“Corazón de mujer”) es finalmente sustituido por el amor a la divinidad, que se presenta como “Jardinero”, al cual espera el sujeto- flor, porque, como destaca 


“No nací para ser, 
en la fiesta pagana, 
una flor de placer
que se olvida mañana” 

(“Pasaste, Jardinero”, ibid. 61- 62). 


Con todo y dada la ausencia física de Dios, el sujeto expresa frecuentemente sus dudas y titubeos, las dificultades que entraña la espera sin el convencimiento absoluto de que finalmente obtendrá recompensa: 


“Señor, no me has atendido. 
Se marchitó mi aleluya.
¡Otra pasión ha venido! (…) 
¡Ya mi voluntad no es tuya!”

 (“Un grito en las tinieblas”, ibid. 71- 72). 







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