Sergio Fernández Salvador
Nació en León en 1975.
-"Quietud", La Isla de Siltolá, 2011
-"Quietud", La Isla de Siltolá, 2011
-"Lo breve eterno", Sevilla, La Isla de Siltolá, 2013
LA CASA ABIERTA
La Terenosa
Hoy vuelves a la casa de tu infancia.
Después de tantos meses, todavía con lastre
de claustros, tutorías, tonterías
y un vago sentimiento de traición,
regresas a sus muros de caliza
y también hacia ti. Ahí siguen todos,
en el patio infinito, como siempre:
los argayos sedientos, foscos sedos
que tu padre hitara, traicioneras
maedas, caprichosos tubos de órgano,
eterno mobiliario al que un día juraste,
bajo el artesonado mudable de los cielos,
fidelidad eterna.
Con emoción recuerdas aquel verso primero
–entonces no sabías que era un verso–
que en esta misma vuelta del camino
te mostraba el camino, y a su vez
su arduo destino hoy cumple:
Mientras pise la hierba estaré bien.
(Revista Isla de Siltolá nº 7)
VARIACIÓN SOBRE UN TEMA BARROCO
Que la vida no es sueño bien se ve.
El sueño es que nosotros existamos.
(También la pesadilla, algunas veces).
LAS COSAS DE PAREJA
Está bien, te perdono.
(Al fin y al cabo perdonar no es
dar sucesivas oportunidades,
y menos aceptar, inaceptable,
la ineptitud ajena,
sino atenuar las consecuencias
de nuestro propio yerro).
NIEVE EN ZAZUAR
Sobre hundidos lagares y adobes derrotados
pesa un silencio blanco que hiere la mirada
y tal vez el recuerdo. Las bodegas
semejan, sinuosas, un palpitante mar
de lentitud polar. En la era, abandonado,
un carro rememora entumecido
su carga y su jornada. Los caminos
que su copla cobraron hoy no distinguiría,
ocultos entre linios
de viñas escarchadas. Las campanas
se sacuden la nieve perezosas,
ahuyentando palomas y sesteos
de la tarde escogida en la que aún
caen copos sonámbulos
hasta la boca abierta de unos niños.
Manto virgen, sudario inmaculado
que pródigo nos limpia y nos devuelve
la pulcra candidez de los principios.
(De Quietud,
La Isla de Siltolá, 2011)
MIRLO EN EL JARDÍN
Esas dos notas leves
en la ensordecedora sinfonía del orbe,
esas dos gotas mínimas
en el caudal innúmero del tiempo,
del manantial del sueño las robaste,
y pulcro y entregado, en tu jornada humilde
con el pico melado las alzaste
al obrador del cielo.
Si allá arriba
esquilas escuchaste, o un murmullo de hojas,
o sonidos dolientes del crepúsculo,
supiste destilarlos
con hondo sentimiento en la garganta
para ti y para nadie y para todos.
Ya te vas por las ramas y nos dejas
a los que así quedamos, pensativos,
la nostalgia, recuerdo de no se sabe qué.
(De Quietud,
Valladolid, 18/11/2008)
MUJER ANTE EL ESPEJO
DE OTRO lugar
- un lugar que no existe - y otro tiempo
es tu frío ademán ante las aguas
dormidas del espejo
mientras peinas tu trigo ensimismada,
mirada que no sé si sabría mantener
por diferente a todas con las que me confirmas.
¿ Acaso has descubierto del azogue el secreto
y a través de su helada superficie
ves como en holograma
un rebullir de átomos o ángeles,
un sinuoso fondo submarino
o la niña que fuiste y ahora eres,
la que a mujer jugaba
con un sujetador y un pintalabios?
No sabes que te observo, que vigilo
tu silencio, celoso de aquella intimidad
donde llegar no puedo, temeroso
de que algún día no sepas volver.
(De su libro, Quietud.)
[Poemas escritos por Sergio Fernández Salvador y publicados en el libro titulado Lo breve eterno, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2013, 1ª edición, (colección "Tierra"), pp. 61]
A UNA HOJA
Era de falso plátano, resuelto
ya el flavo terso en apagado ocre.
Huérfana ya de rama,
en el aire sereno bailaba suspendida,
yo no sé si jugando con el viento
o prisionera de él. Abarquillada,
parecía porfiar por no caer,
como mano crispada que aferrárase
a su vida del aire. (Tantas ya daban tumbos
por la otra, la del suelo, la peregrina errante...).
A mí solo me hablaba. Nadie más
allí había. Hasta el tiempo se diría
que se había olvidado de nosotros.
A aldabonazo hondo sonó el golpe.
Ya rodaba a su invierno y no supe decirle
que comprendía su angustia, que también
busco yo quien me diga cuando caiga
que vuelto humus o alma tendré casa en la tierra
y volveré a ser sueño y primavera.
LLUVIA
No es Dios quien por nosotros apenado
desde el alto refugio de la vigilia eterna
las aceras salpica con su llanto.
Bien lo saben las madres que se fueron.
COLECCIÓN DE MARIPOSAS
Abrir juntos el tarro,
quitar el algodón, seco ya el éter,
y sacarlas despacio, y en silencio admirar
cómo el padre con lentos alfileres
las prendía extendidas sobre el polietileno,
era sólo el final de la aventura.
En los eternos días de veranos eternos
íbamos en su busca. Del maletero huésped,
el cazamariposas —uno más—
en la espera soñaba nuestro sueño:
la Pavón diurna a orillas del Curueño
—la de ocelo naranja y la de ocelo rojo—,
la legendaria Bajá de dos colas
entrevista en el parque Güell, la Tornasolada
cerca de la herrería de Compludo,
la Gitana, alma en pena, aburriendo a un neón
en los baños inhóspitos de un camping
y un luminoso etcétera.
Hoy duermen en sus cajas sueño eterno.
¿En qué urna guardáramos,
intacta su belleza, así los sueños?
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