jueves, 21 de junio de 2012

JAIME SUÁREZ QUEMAIN [7.106]



Jaime Suárez Quemain 

(San Salvador, 1950 – 1980) fue un poeta y periodista salvadoreño.

En la escena poética Suárez, hijo de un boxeador, se dio a conocer al ganar un certamen estudiantil nacional en 1970. Formó parte del grupo literario “La Cebolla Púrpura” en el cual estaba incluido el escritor David Hernández; asimismo trabajó como el jefe de redacción del periódico La Crónica. Incursionó también en el teatro.

En los años 1970 frecuentaba el café Bella Nápoles en el centro de San Salvador, lugar de reunión de poetas y escritores jóvenes. De este lugar Suárez fue sacado violentamente por un grupo de desconocidos armados de metralletas. Asesinado a machetazos, su cuerpo fue abandonado en un basurero de Antiguo Cuscatlán.

Acerca de él escribe David Escobar Galindo:

Su poesía es directa, punzante, sin mucha elaboración, ni interior ni formal. Se salva por la fuerza y la sinceridad. Temperamento de signo anarquista, según lo dejó traslucir en muchos poemas.

Y José Roberto Cea:

Jaime era poeta antes de ser periodista, pero antes de ser poeta era un hombre preocupado por el destino de su pueblo(...) En cuanto a su labor poética, decimos que estaba en ese período de afirmación, en ese período de aprendizaje(…) de ahí que muchos de sus textos nos dejen un sabor de no concluidos(…) pero sí tienen la combustión del hombre que es poeta y sabe que tiene que decir su mensaje, lanzar su voz, dejar su testimonio de un tiempo duro y amargo…

Obra

Un disparo colectivo, poesía, edición póstuma. San Salvador, 1980.
El discreto encanto del matrimonio, teatro, 1980.


Los dictadores 

…los dictadores, señor, deambulan entre sombras 
Y en horas nocturnas ingresan como acólitos en 
Ceremonias donde oficiantes de negro celebran horrendos 
Ritos en contra del hombre 
Usted sabe, señor 
Que ellos podrían 
Cambiar la religión, 
De indumentaria. 
Opero usted los convierte 
En guardianes de su estómago, 
Les compra rifles 
Y juegan a la guerra 
Y luego usted, señor, 
Usted los condecora 
Y orgullosos caminan sacando 
El pecho que está lleno 
Por dentro de alacranes 
Y usted los aplaude 
Y usted los elogia 
Y goza con el clima de tranquilidad, 
De muertos en los ríos, 
De secuestros, de torturas, 
De bombas y de sangre. 
Y usted los premia 
Permitiéndoles sentarse a su mesa 
Y que entren a sus clubes 
Y se casen con su prima lejana 
Educada en Europa 
Y les pasa sus vicios 
Y ahora juegan bridge 
Y beben whisky 
Y manejan un mercedes. 
Los dictadores, señor, 
Olvidan que nacieron 
En medio de un arroyo 
Y disparan en contra del arroyo 
Y pretenden sacar aquel arroyo, 
Hasta que un día 
El arroyo es un mar 
En el que mueren podridos: 
Usted y los tiranos. 


Porque cuando estoy triste no me importa 
el mal tiempo 

Daría cualquier cosa por cambiar mi tristeza, 
Por cambiar la manera complicada 
Que me arrastra a tus manos, 
Por ocultar esta forma de mirarte, 
Este estúpido juego en el que estoy embarcado. 
Daría cualquier cosa 
Por hacer caso omiso a las palabras, 
Llegar al psicoanálisis y encontrarme dormido. 
Descubrir que soy triste como un día de lluvia. 
                                Simplemente me asfixio 
                                Y sangro simplemente. 

Porque lloro en las noches 
Cuando el miedo me envuelve. 
Porque duelen los días, porque duelen los ojos 
Y no basta la angustia 
Para borrar el agrio temblor que hay en el tiempo. 
Porque en este sendero no hay descanso posible. 
La meta es una estrella más allá de tu rostro. 
Los hombres son fantasmas vagando por el polvo 
Y la vida el camino que nos lleva al olvido. 
Las estatuas son sombras… 
Tontas prolongaciones de gente que intentó ser eterna 
Y terminó en chatarra rodeada de mendigos. 
                                    Simplemente me asfixio 
                                    Y tú no lo comprendes 
                                    Y si no lo comprendes… 
                                    Que más da que me asfixie…. 
Porque cuando estoy triste no me importa el mal tiempo 
Ni la última mordida que me lanzó el amigo, 
Ni las fauces sangrientas de un idioma extranjero. 
Me preocupan tus ojos más que el hielo del mundo. 
Me preocupas y punto




Mientras la cabeza pelona de Benito aparece 
Nocturna y criminal sobre la patria 

No deseo el poder, pido la vida. 
José Roberto Cea 

Un día te arrinconan, no te piden permiso, 
Con una mueca imbécil se ríen de tus versos, 
Se burlan de la pálida caricia 
Que lograste calcar a pedacitos, 
De la risa de tu hijo 
Que goza cuatro meses de edad 
Sin saber lo que le espera, sin comprender 
Que hay sombras malolientes que vigilan, 
Que acechan tenebrosas su inocencia 
Mientras su padre 
Deambula sin empleo por las calles, 
Jodiendo a los amigos para que el niño crezca, 
Para que evada 
Y el cañonazo frío y fantasmal del hambre, 
Ahora que es tiempo de realizar la hazaña 
—el índice de desnutrición 
En niños menores de cinco años 
Es del 67 % según las cifras del INCAP— 
Ahora que es tiempo de ver cómo resiste, 
Porque tiene que crecer, desarrollar sus puños 
Y un día reclamar lo que le deben, 
Lo necesario que se le ha quitado 
Para dárselos a otros en exceso. 
Porque un día tratarán de arrancarle la sonrisa, 
De obligarlo a marchar con el rebaño, 
De impedir que camine solidario 
Con los que avanzan de acuerdo con la historia 
Y se burlan del último discurso 
Que escucharon contritos, meditabundos, 
Haciéndose los majes, 
Los susceptibles de ser anestesiados 
Por cualquier hitlercito de bolsillo, 
Mientras la cabeza pelona de Benito 
Aparece nocturna y criminal sobre la patria. 
Porque están los que lo saben y lo gritan 
Y están los que lo saben y lo callan 
Y están los que ni siquiera lo saben 
Y esperan sentir en carne propia 
Los colmillos rompiéndoles el alma 
Para saber que es cierto, 
Que no son duendecitos inofensivos 
Los que hacen sesiones 
Y planifican la muerte colectiva, 
Y está el poeta 
Cargando sus poemas y su máquina, 
Musitando cocteles de palabras para hacer la coraza
Que proteja la sonrisa infantil del poemita 
Hecho con su mujer 
Una noche en que estuvo mucho más que inspirado 
Y la Asociación Demográfica 
Lloraba de criminal impotencia…


Un disparo colectivo 

Porque me quema a veces la nostalgia, 
El asombro en la voz, el pase en corto, 
Las perras ganas de aguantar a los fantasmas 
Que me comen el alma a dentelladas, 
Mientras se escucha en el café 
Una melodía tristona —siempre son tristes 
Si es en el café donde se escuchan— 
Y yo me desangro inútilmente, 
A borbotones pero inútilmente, 
Cuando de amor repleto 
Me voy por esas calles de dios 
Con papel tumbado por el viento 
Y se oye el crujir, el alboroto 
De ese tiempo que se cae pese a todo 
Y ya no bastan diques ni compuertas, 
Ni muros que detengan la avalancha, 
Porque los duendes ya no asustan a los niños 
Y soy —aunque no quieran— un disparo colectivo, 
Una pringa de luz en las tinieblas 
Y porque —por más que me maldigan— 
Nací para soñar 
Aunque el sueño de plano esté prohibido 
Y se acerquen los dichosos normales 
Y me quieran cambiar mi canción, 
Cargarme con sus baterías y volverme imbécil 
Que esté al tanto del último grito de la moda, 
Y del actual amante de doña Fulanita 
O del mustang azul de don Idiota, 
Y porque les molesta 
Mi profunda vocación anarquista, 
Mi sacrosanto amor por la desobediencia, 
Y quieren carme con sus palos, 
Ponerme su disfraz
Y que baile la samba que ellos bailan, 
Y porque digo no, 
Y me vale un pito, 
Y prefiero mis fantasmas 
O jugar con mi sombra. 
Y mando al carajo a “los inspectores de herejías” 
Que quieren registrarme, anularme el carnet, 
Voltear mi cerebro 
Y averiguar qué es lo que guardo, 

Y convertirme en ciudadano robot, 
Clásico ejemplo de las buenas conciencias. 


Un round a tu recuerdo 

Siempre me opuse a caminar  
Con tu estatura 
En el ojal de la camisa 
— Siempre cuestión de orgullo— 
De allí proviene el hecho 
De entregarte tan tarde este poema, 
Por lo que pasa a ser 
Algo así como un telegrama rezagado. 
La verdad  
Es que de momento 
Se me vino a los ojos tu palabra, 
Llena de la humildad 
Que cubría el eco de tu nombre. 
Vino así, 
No sé cómo, 
Sin llamar a la puerta, 
Simplemente 
Tomó mi dolor entre sus brazos 
Y me llevó hasta la vieja casa, 
Al canapé donde solías hacer la siesta 
Y fumabas tu tristeza. 
Eran los días. 
En que clinchabas tu presencia 
Con el rostro de un niño que tenía  
Doce años jugando entre tus manos, 
Y contabas tus hazañas en el ring del mundial 
Cuando el boxeo era boxeo 
Y no una exhibición amanerada. 

Ahora, viejo, 
Las cosas han cambiado,  
Ya quedó atrás el muchachito 
Que contempló tu muerte, 
La vida me hace madurar a bofetadas.  
Pero no creas
Que doy con los dientes en el polvo,  
Como tú 
Pienso que es permitido doblarse 
Pero no partirse. 
Y ahí voy, caminando, 
Finteándole a la vida su amargura, 
Cuidándome de los golpes a los bajos, 
Tratando 
De terminar en pie este largo round. 
Aunque a veces te confieso,  
He llegado a flaquear, a quedar groggy 
Y querer tramitar un suicidio voluntario. 

Pero basta un vistazo a tu retrato 
Y ya no hay vuelta de hoja, 
Sé que dejaste tu punch sobre mi verso, 
Y jab a jab 
Iré elevando mi nombre hasta tu nombre. 
Viejo, 
Tengo una deuda contigo, 
Me querías ingeniero, 
Y te salí poeta, 
Pero no es cosa de ir por ahí 
Soportando un disfraz que desentona. 
Contigo pasó lo mismo, 
Te querían curita  
Y saliste campeón de box ¡ Y qué campeón, carajo! 
“Perdona que te quite tu tiempo” 
Pero a veces 
Cuando estoy tan solteramente solo  
Y me urge hablar con alguien  
Se me viene a los ojos tu palabra…



LA CENSURA Y UNA GENERACIÓN OLVIDADA

Por Mauricio Vallejo Márquez

Siete escritores perdieron la vida en los inicios de la guerra civil salvadoreña y pasaron al olvido gracias a la persecución política. Pero a pesar del silencio su obra sigue presente mostrando un eslabón que parecía perdido en la tradición literaria de El Salvador.



Desde la sala de redacción del periódico La Crónica, Jaime Suárez Quemaìn, jefe de redacción de dicho medio, hizo su trinchera y con el poder que confiere la palabra escrita denunció sin temor las atrocidades de los diferentes Gobiernos de militares (Armando Molina y Humberto Romero), además de la confusión en la población ante tres diferentes Juntas revolucionarias de Gobierno. Muchos fueron perseguidos y desaparecidos por pensar contrario a la línea oficial que exigía silencio ante los asesinatos y torturas a los sospechosos de subversión.

Durante varios años se desempeñó como maestro y escribía poesía, cuentos, microcuentos además de crónicas y artículos. Suárez nació el 7 de mayo de 1949, siendo hijo del campeón de boxeo Alex Suárez, quien lo inspiró no sólo en sus poemas sino en su vida.

Había recibido múltiples amenazas de muerte, entre ellas unas fueron entregadas a su hermano, que era coronel. Frente a él un oficial de rango mayor le arrojó un ejemplar de La Crónica frente a él. Con evidente enojo le dijo: “decile a tu hermano que deje de escribir esas cosas, sino le vamos a dejar un mensaje en La Crónica”.

Otro día se detuvieron dos vehículos frente a La Crónica, bajaron la puerta de la cama de un pick up y tomaron posición para empezar a ametrallar las instalaciones del periódico. A pesar de este aviso, Suárez siguió escribiendo.

Cuentan que la esposa del dueño del periódico le mostró a un visitante oficial la oficina de Suárez. Un par de días después, cuando estaban imprimiendo el medio llegaron un par de hombres y ametrallaron desde afuera dicha oficina. A él no le pasó nada porque se encontraba supervisando la edición. Cuando los sujetos se fueron, el poeta subió a su oficina y recogió los casquillos y dijo: “me voy a hacer un collar con estos bolados”.
Un día volvieron a llegar donde su hermano, el coronel, y le dijeron que ahora el aviso se lo iban a dar directamente a Suárez y que le dijera que dejara de escribir. Ante la amenaza se reunió toda la familia y le pidieron que saliera del país. El poeta dijo: “si mataron a Monseñor Romero, quién soy yo”.

Como lo hacia a diario, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemaìn bebía café en Bella Nápoles, muy cerca de donde se encontraba la redacción de la Crónica. Acababa de darle un sorbo a su taza cuando el fotoperiodista César Najarro entró en el local y al ver a Suárez decidió ir a saludarlo. En ese momento entraron dos hombres, que acababan de salir de un taxi. Se acercaron a los periodistas. Uno se quedó tras Suárez y le tocó la espalda. Al levantarse Suárez, el otro hombre le puso unas esposas. De inmediato hicieron lo mismo con Najarro. Era la tarde del 11 de julio de 1980. El silencio reinó en el Café Bella Nápoles, así como sucedía en la mayoría de calles, casas y parques de El Salvador. El 12 de julio fueron encontrados ambos cuerpos en la entrada de Antiguo Cuscatlán. Ambos habían sido cruelmente torturados, Suárez había recibido varias cortadas con machete en la espalda, también le habían abierto el abdomen. Además tenía varios golpes en su tórax, rostro y extremidades, y un agujero de bala muy cerca de uno de los orificios de su nariz. Su sobrina Sonia Martínez Suárez junto a otros familiares lo llegó a reconocer, otros no tuvieron valor de verlo, aunque al escuchar después que su mano aún tenía el dedo pulgar entre su índice y dedo medio como una señal de rebeldía ante el poder.

Suárez era un verdadero luchador en contra de la injusticia. Todo atropello contra los Derechos humanos, cada verdad era publicada sin importar el precio que tuvo que pagar con los días. Se convirtió en un símbolo de la libertad de expresión.

“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio”, afirmó en su momento Suárez, una frase que es vista con normalidad en pleno 2008, pero a finales de 1970 el sólo hecho de pronunciarla en voz baja era suficiente para dejar de vivir.
Sus palabras eran leídas a diario no sólo por sus simpatizantes, sino también por sus enemigos que un día no pudieron tolerar más sus comentarios y decidieron acabar con él. El 13 de julio de 1980 el periódico español El País destacó el asesinato de Suárez:
“El secuestro de Suárez Quemaìn y Najarro ocurrió apenas cuatro horas después de que un grupo de familias campesinas llegadas del norte del país, bajo la protección armada del grupo izquierdista Ligas Populares Veintiocho de Febrero, ocuparan ayer la Embajada de Costa Rica en esta capital, para «denunciar al mundo la represión del Ejército contra los campesinos». Un policía que custodiaba la sede e intentó impedir la ocupación fue muerto de un tiro”, escribió Carlos María Gutiérrez.

Tras su muerte sus amigos publicaron una plaqueta de su autoría llamada Un Disparo Colectivo.

Jaime Suárez fue un maestro por naturaleza. Enseñó durante algunos años en los aulas de algunos centros escolares, pero también instruyó a varios escritores e intelectuales de la época, entre ellos la cantante y antropóloga Lorena Cuerno e incluso a mi padre, Mauricio Vallejo, quien lo conoció por medio de mi abuelo Oscar Antonio Vallejo cuando Suárez y él trabajaron juntos para el Ministerio de Educación.

Jaime le decía a sus amigos: “Vamos a comernos la sopa del chucho”, cuando los invitaba a comer en su casa, porque su madre, Carlota Quemaìn vda. de Suárez tenía un perrito que no comía si no le preparaban una sopa de carne de res o de pollo. Así que los poetas llegaban a diario a almorzar y se escuchaban las pláticas de: Ricardo Castrorrivas, Nelson Brizuela, Mauricio Vallejo, Rigoberto Góngora, entre otros.

También recomendaba lecturas a los jóvenes escritores que se reunían con él en el café bella Nápoles como era el caso de los hermanos Galeas: Geovani y Marvin, quienes participaron durante la guerra civil salvadoreña como miembros de radio venceremos del ERP y tras la guerra se desarrollaron como escritores.

Suárez fundó junto a Alfonso Hernández, Rigoberto Góngora, Mauricio Vallejo, Humberto Palma, Jorge Mora San, los hermanos Galeas, Nelson Brizuela, David Hernández y José María Cuéllar, la revista literaria La Cebolla Púrpura, que gozó de mucha simpatía por varios años. Todo esto mientras desarrollaba su trabajo como periodista de La Crónica.
Su oficio literario lo compartió con muchos, entre ellos sus vecinos. Cada uno de ellos tuvo el honor de que el poeta le dedicara un poema en la serie Mis Vecinos.
En la escena poética Suárez se dio a conocer al ganar un certamen estudiantil nacional en 1970, desde entonces no soltó la pluma y escribió poemas, teatro, además de sus incisivos artículos de opinión.

“Cuando asistas a la universidad ten presente que manos de albañiles la construyeron, que detrás de cada libro hay manos de tipógrafos que, aunque no te conocen, piensan en ti en cada letra que colocan, que detrás de una regla de cálculo, de una probeta y hasta del lápiz que ocupes: hay manos obreras. No los defraudes volviéndoles la espalda. Si algún día te toca anteponerle a tu nombre la palabra “doctor” o “licenciado” que no sea para estar en alianza con el gánster“, afirmaba Suárez.

Entre sus libros destacan: Un disparo colectivo, poesía, edición póstuma. San Salvador, 1980, El discreto encanto del matrimonio, teatro, 1980 y Lienzo abstracto, poesía, inédito, 1980. Además de muchos trabajos más publicados en periódicos y revistas de la época.

Jaime Suárez Quemaìn no fue un boxeador, seguramente nunca se puso los guantes ni buscó el ansiado ranking de una Federación amateur o profesional, quizá apenas sabía un poco de palabras como: rectos, ganchos. Tal vez ni le interesaba ver las peleas tanto como escribir. Pero tenía sangre de boxeador y la de una de las mayores glorias boxísticas de nuestro país. Quizá por ello él fue tan combativo. Su padre fue Alejandro de la Cruz Suárez quien figuró como campeón centroamericano en 1939.

Dentro de su poemario Un disparo Colectivo encontramos un poema conmovedor llamado Un Round a tu recuerdo, donde habla de su padre, de lo orgulloso que en ese momento se encontraba de tener un padre boxeador heroico al que le dedicaba su vida. Cuenta su familia que lo escribió un día en que se iba a suicidar, pero al ver el retrato de su progenitor en la pared en lugar de acabar con su vida tomó una pluma y comenzó el poema.

Así como su progenitor tuvo la vida de un verdadero luchador, uno que peleó contra la libertad de expresión, contra el miedo y habló sin ataduras: “Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio” afirmó Suárez y aún ahora siguen vibrando en más de algún escrito como muestra de que Suárez dejó su huella en las letras salvadoreñas.

Suárez era considerado uno de los poetas más influyentes, su trabajo literario gozaba de mucha autenticidad y tenía una forma áspera y a la vez tierna de presentar su tiempo.



UN ROUND A TU RECUERDO


A Alex Suárez




Siempre me opuse a caminar
con tu estatura
en el ojal de la camisa
—simple cuestión de orgullo.
De allí proviene el hecho
de entregarte tan tarde este poema,
por lo que pasa a ser
algo así como un telegrama rezagado.
La verdad es
que de momento
se me vino a los ojos tu palabra,
llena de la humildad
que cubría el eco de tu nombre.
Vino así,
no sé cómo,
sin llamar a la puerta,
simplemente
tomó mi dolor entre sus brazos
y me llevó hasta la vieja casa,
al canapé donde solías hacer la siesta
y fumabas tu tristeza.
Eran los días en que clinchabas tu presencia
con el rostro de un niño que tenía
doce años jugando entre otras manos,
y contabas tus hazañas en el ring del mundial
cuando el boxeo era boxeo
y no una exhibición amanerada.
Ahora, viejo,
las cosas han cambiado.
Ya quedó atrás el muchachito
que contempló tu muerte;
la vida me hace madurar a bofetadas.
Pero no creás

que doy con los dientes en el polvo;
como vos
pienso que es permitido doblarse
pero no partirse.
Y ahí voy, caminando,
finteándole a la vida su amargura,
cuidándome de los golpes a los bajos, tratando
de terminar en pie este largo round.
Aunque a veces, te confieso,
he llegado a flaquear,
a quedar groggy
y querer tramitar un suicidio voluntario.
Pero basta un vistazo a tu retrato
y ya no hay vuelta de hoja:
sé que dejaste tu punch sobre mi verso,
y jab a jab
iré elevando mi nombre hasta tu nombre.

Viejo,
tengo una deuda contigo…
me querías ingeniero
y te salí poeta,
porque no es cosa de ir por allí
soportando un disfraz que desentona.
Con vos pasó lo mismo,
te querían curita
y saliste campeón de box ¡Y qué campeón, carajo!
Perdoná que te quite “tu tiempo”,
pero a veces,
cuando estoy tan solteramente solo
y me urge hablar con alguien,
se me viene a los ojos tu palabra.



Canto a mi mismo

Un día moriré, no cabe duda.
Marcharé con mis trapos a otra parte.
Un soneto tal vez fechado en Marte,
Dirá que estuve: fui poesía cruda.

Por mis huellas sabrán que sin ayuda,
Sin un mínimo gesto y sin alarde,
De un sorbo me bebí toda la tarde
Y mi lengua jamás se quedó muda.

Solitario quizá, no pesimista,
Un poco soñador, serio, cansado,
Con una buena dosis de anarquista:
Dirán mis biógrafos austeramente.

Amó con furia, no lloro el pasado
Y se fue de este mundo simplemente. 




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