miércoles, 4 de mayo de 2011

3798.- LEUMNA HAEGET


Leumna Haeget: Nacido en Lausanna (Suiza), en 1953 es autor de tres libros de poemas, Trancos de carne (1981), Cenizas abiertas (1988) La oscuridad del fuego (1996) y el más reciente Un rastro de carmín (2001) que reproducimos completo en traducción del profesor Miguel Tena (Villablino, 1966).




UN RASTRO DE CARMÍN

Justifica tus limitaciones
y ciertamente las tendrás

Juan Salvador Gaviota






Argumento

Esta noche me olvido de que existen
leyes regladas contra la lujuria
para tasarte el gozo
y recordarte
que no eres ningún dios
y que a tu boca
no le tocó una gota de ambrosía.

Me olvido de guardar la compostura,
de beberme la vida con decencia
y de amar por amor,
como si el sexo
fuera un ticket de cine caducado.

Y renuncio al papel de gilipollas
con corbata y chaqué,
señor de encargo
dispuesto a respetar la norma al uso.

Te dejo el corazón porque no entiendas
que es tu culpa mi mal,
mi mala leche.
Es que estoy hasta el gorro de exhibirme
con la hostia de ser el chico bueno
que me vienen colgando de etiqueta;
y me voy por ahí, a darme al vicio,
a comerme un marrón si cae al pelo
y a extirpar de este cuerpo abotonado
tanta puta razón por la que existo.







Coincidencia

No te busqué. Distaba,
como una asteria fría de los labios,
toda la juventud
que me robaba el clamor de tu vientre
y su memoria:
las horas lientas, el perfil oscuro
de los peces de sal,
roto el aliento,
desgajadas las rosas de la cara,
olor a mar y semen en la boca.

Ya no sabes a mí.
No queda nada
de ese antiguo sabor sobre mi carne.
Nada de esa pasión escrita a fuego
sobre el rojo coral,
mudable amigo.

Puedo morder tu piel a dentelladas,
partirte el corazón con mis traiciones,
anegar en la entraña de tu cuerpo
tanto magma de amor que me has negado
y volverte a olvidar.
Tus deudas pagas. Soy el de ayer
aquel pelele torpe, aquél que manejaste a tu capricho,
pero ya no te quiero como entonces
en que soñé el abrazo y sólo obtuve
mi soledad sin luz en el espejo.








Juegos de azar

Pides audiencia.
Gimes.
Hueles a naftalina y a ginebra.
Mascas mi desamor. Raes los besos.
Bebo angustia de sal sobre tus labios.

Hay poco que decir.
Cuando te fuiste,
dejaste hachas de luz.
Bajo mi vientre, un hueco de cristal.
¿Ya no te acuerdas?

Me llamaste infeliz,
poeta loco
sin futuro ni gloria,
malhadado,
carne del mundanal cuerpo del mundo.

Hoy acudes a mí, besas mis manos,
abierto el corazón, dulce la lengua.

Crees que es posible,
¡oh dios!,
secar la herida,
el reguero de odio,
el vino agrio,
el volcán amarillo de las sábanas.

Lo siento, amor.
El tiempo te devuelve
todo el desprecio aquel que no enjugaste.









Simulacros

Las hojas han cubierto
de nostalgia
aquel deseo prohibido en la memoria
y ese silencio borda calcinado
un cierto olor a roja plegaria de otro cuerpo.

Sé que a veces acudes
con tus labios de sombra
a verter el secreto inconfesable
de este dolor de amarme a la deriva,
cuando tal vez quisieras sorprenderme
con un placer oscuro en la mirada.

Me muero por saber qué hay en tus ojos,
qué deseo de amar cuerpos impuros,
qué ansia por vivir en cuantas vidas,
qué crecida pasión por entregarte
al primer pichabrava que te admire.

Ah, los anhelos hierven y se agitan,
dulce ceguera, negro beso esclavo,
ávido de perderse en otros huecos,
en otra soledad, en otra carne.

La puerta sigue aún semicerrada
y el corazón golpea las paredes
loco por entregarse al arrebato.








Del extremado lance

Cómo le digo a ella que tú existes,
que, al fin, mi vida no es la espuela inmota
a cuya paz o guerra me someto.

Cómo explicarle el sueño en el que vivo,
cómo el ardor que escarba las raíces,
cómo el turbio dolor que no desea
sino romper en flor la piel mojada.

Porque la quiero
como busca el día
el agua de la niebla entre las hojas cuando mendiga pétalos el alma.
Como las altas sombras de la noche van a morder el labio de una herida.

¡Oh, sí, la quiero!,
porque sabe el nombre
del hombre extraño en que me reconozco
y que tal vez sea yo
aunque no sepa
qué busco de mí mismo en quien me llama.










Posesión

Si quisieras herirme
qué fácil obtendrías de mi boca
la lengua y su agonía,
la carnal mordedura,
el vino lento de la sal, el agua,
la saliva de oro donde agotas la amargura de amarme,
sin tristeza.

Si quisieras herirme,
origen del dolor, viscosa sombra,
por qué has de suplicar,
todo lo tienes,
mi pecho de carbón,
la lluvia amable,
mi desnudo cabal, mi ariete altivo.

Y qué importa el amor.
Moja en mis labios esas flores de kif, su seda roja
en el cauce del delta titilando.

Y qué importa el amor,
si cuando hieres
enarbola mi sangre su venganza.







Jardín secreto

Deja que me diluya por tu espalda
en el fulvo sendero que inaugura
una herida creciente
alborotada
similar a una mora de verano.

Déjame andar, amiga, los alcores
de un cerrado jardín, solo, en secreto,
humedecer su savia de palomas,
hundirme en el pilón,
tundir su hierba.

Una punta de miel busca tu gozo.
Pronúnciame en la luz, en llama viva.
Dame a beber tu sed, tu vulva y boca,
el sabor de tu sangre que me quema.

Y quede de los cuerpos sólo el agua
cuando el amor nos halle en el olvido,
en la margen del tiempo, enmarañados.


Paraíso o destierro bajo los olivares de Jezel

Tiembla en la luz tu cuerpo
y tanta rabia, yunque de niebla y fuego,
te penetra.
Eco de nácar zumbas en mi vientre
con el temblor aleve de aquel beso,
y el fénix resucita entre las brasas.
Incendiada regresas de la noche.
Sometida a la carne donde pacta el pábulo su brizna de tragedia.

Vienes a mí, a sorbos de silencio,
maculada en el agua, detenida por el viento ligero de las olas.
Te asubias en mi piel,
sientes mi sexo
como la fruta ocal que no se extingue
más que en las rojas sendas de tus labios.

Bebes en plenitud
sobre las aguas nevadas del cabello,
mesas sus hondos huecos de gavanza,
blanquecinos recuerdan
las pasadas edades de la vida,
y en sus simas y émbolos te alomas.

Cubres de tibia savia tus dedos
y me elevas
al culmen donde surte el cráter desleído
que se abisma en tus ojos.
Te vuelcas en mi boca,
viertes como una llama tu lengua vespertina.
Me buscas en el tacto silente
donde habitan los mánceres del alma,
y te alejas oscura
como la vida terca
de la que nunca debes fiar o enamorarte.








Radiografía última

El cenicero turbio de colillas,
de amor sobrado, de caricias rotas
en la embriaguez del sexo sin cariño.
Vasos
con el estiaje de los besos
y un rojo sol vertido en el naufragio
de leche y sal y sangre coaguladas.
Otra piel en la tierra del incendio
artiga el corazón.
Sobre los labios, el rastro de carmín.
El vientre ardido,
la soledad batiéndose y perdiendo.

Huellas de cal,
saliva entre las lágrimas,
cenizas y sudor. Polen de nieve
mezclado entre caricia y chocolate
con el sabor del rubio americano.
Medusa seminal, el látex húmedo
para abortar
cualquier intento de homicidio.
Jirones de promesas arrugadas,
migajas de hamburguesas y pecados,
un paquete de Rex,
el crucifijo
y un sedativo de pastillas sódicas
con la rúbrica atroz de Fucidine.

El letal quitaesmaltes oleoso
borra el dolor confuso de los dedos,
como el reloj las horas de la vida
que nos roba la paz y la palabra
y esta noche de amor inexistente,
gota en el mar sin fondo de la historia.



[http://www.hwebra.com/hwebra_3/html/poesia/haeget.htm]


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