Rafael Morales
Rafael Morales Casas (Talavera de la Reina, provincia de Toledo, 31 de julio de 1919 - Madrid, 29 de junio de 2005) fue un poeta español.
Comenzó a escribir versos cuando apenas contaba siete años de edad. Publicó los primeros en la revista Rumbos que dirigía el escultor e imaginero Víctor González Gil. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid y obtuvo una beca para estudiar dos años en Portugal durante la Segunda Guerra Mundial; allí se licenció en Literatura Portuguesa por la Universidad de Coimbra. Entregado a una intensa actividad cultural, dirigió además el Aula de Literatura del Ateneo de Madrid y la revista La Estafeta Literaria. Escribió en "El mono azul" y fue el miembro más joven de la Liga de Intelectuales Antifascistas. En 1952 era asesor de la revista Poesía Española, editada por la Dirección General de Prensa. Fue además crítico literario en la revista Ateneo y en varios diarios españoles; en 1970 lo era del diario falangista Arriba. Colaboró activamente en la sección de Filología y Literatura de la Enciclopedia de la Cultura Española.
Rafael Morales obtuvo numerosos premios, entre los cuales destacan el Premio Nacional de Literatura de 1954, el Gibraltar que otrogaba el semanario madrileño Juventud y el internacional de poesía Ciudad de Melilla de 1993 por su libro Entre tantos adioses. Rafael Morales murió en Madrid el 29 de junio de 2005.
Su poesía, divulgada en las páginas de la revista Escorial de Madrid cuando apenas contaba 22 años, empezó por cultivar un estrofismo clásico y una gran serenidad de concepto, dentro de lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada de la Primera Generación de Posguerra; influida por la obra de Miguel Hernández (en especial, por sus sonetos) destaca su primer libro Poemas del toro (1943), obra de tema táurico (que no taurino) que inauguró la colección de poesía Adonáis; el segundo es El corazón y la tierra (1946), que toma por temas principales el amor, el paisaje y el tiempo; pero con su libro Los desterrados de 1947 escribió el primer libro de poesía social y existencial de su época y entre de lleno en la poesía desarraigada; con esta obra pasa revista a todo tipo de marginados y desheredados por la sociedad y la desgracia. Siguieron Poesías completas (1949), Canción sobre el asfalto (1954), tal vez su obra más madura, donde aborda el tema de la ciudad y sus miserias y canta con delicada sensibilidad a las pequeñas cosas, a lo humilde y olvidado (una temática similar, coincidente en el tiempo, a la de las "Odas elementales" del chileno Pablo Neruda); La rueda y el viento (1971), Prado de serpientes (1982), cuyo título se inspira en una expresión al final de La Celestina (en el "planto" de Pleberio, padre de Melibea) en que se califica así al mundo, y Obra poética completa (1999). En alguna ocasión, Morales definió su ideal poético como una aspiración a cumplir lo que llamaba la "tríada divina" de la poesía del Siglo de Oro español: «Decir con la belleza de Góngora, pensar con la hondura de Quevedo, sentir con la sensibilidad de Lope».
Con el poeta inglés Charles David Ley tradujo la obra del poeta portugués Alberto de Serpa en la colección Adonáis. Escribió además Antología y pequeña historia de mis libros (1958) y algunas narraciones de temática taurina. Entre sus libros en prosa destaca la atención que dedicó a la literatura infantil y juvenil con obras como Dardo, el caballo del bosque o Narraciones de la vieja India, Leyendas del Río de la Plata, Leyenda del Caribe, Leyenda de los Andes, Leyenda del Al-Andalus... En Granadeño, toro bravo intenta penetrar en el mundo psíquico del toro. En 1982 publicó Reflexiones sobre mi poesía. De sus trabajos finales sobresalen Entre tantos adioses (1993) y Poemas de la luz y la palabra (2003).
Obras
Poemas del toro, M., Col. Adonais, 1943.
El corazón y la tierra, Valladolid, Halcón, 1946.
Los desterrados, M., Col. Adonais, 1947.
Poemas del toro y otros versos, M., Afrodisio Aguado, 1949 (Prólogo de José María de Cossío).
Canción sobre el asfalto, M., Los Poetas, 1954 (Premio Nacional de Literatura).
Antología y pequeña historia de mis versos, M., Escelicer, 1958.
La máscara y los dientes, M., Prensa Española, 1962.
Poesías completas, M., Giner, 1967.
La rueda y el viento, Salamanca, Álamo, 1971.
Obra poética (1943-1981), M., Espasa-Calpe, 1982 (Con el libro inédito Prado de Serpientes. Prólogo de Claudio Rodríguez).
Entre tantos adioses, Melilla, Rusadir, 1993.
Obra poética completa (1943-1999), M., Calambur, 1999.
Poemas de la luz y la palabra (2003).
PAISAJE
Qué silencio tan grande el de éste campo,
qué vastas y dormidas soledades,
qué inmensidad vacía,
qué tremenda tristeza derramada por los aires,
la sierra se derrumba lentamente
sobre la mansa angustia de los valles
que elevan puros, asombrados, ciegos,
el encendido grito de los árboles,
el cielo es plomo gris que se derrumba
sobre el pavor silente del paisaje,
es un inmenso buitre hambriento y sordo,
un infinito dios amenazante.
A unos labios sin amor
¿Para qué tanto fuego y tanta loca
plenitud de color y lozanía,
si tan sólo tenéis por compañía
la soledad de vuestra misma boca?
Buscasteis el amor y se hizo roca.
¿Para quién esa llama, esa porfía,
si vuestra roja y prieta valentía
al aire más ajeno desemboca?
Esa vibrante luz desordenada,
tras la doliente piel en la que brilla
se quedará en sí misma sepultada.
O ha de quedarse pálida, amarilla,
desmayándose lenta, calcinada,
y soñando el amor desde su orilla.
A un esqueleto de muchacha
En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de carne rumorosa
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.
Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo inexistente.
Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y aquí el cabello undoso se vertía.
Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza.
Apasionada esperanza
Para ti tuve sueños. Yo quería
darlos forma, color, límite exacto,
realidad absoluta, línea, tacto,
felicidad para entregarte un día.
Puse toda mi fe, la vida mía
en cada pensamiento, en cada acto,
y sin cejar y sin ningún retracto
firme seguí por si lo conseguía.
Y ya lo ves, mintió mi pensamiento
porque burla el destino a quien se empeña
en doblegar su mar, su rudo viento,
su pecho helado, su maciza peña.
Mas el amante corazón violento
aún sigue, esposa, firme en lo que sueña.
Ausencia
Estoy solo en el campo. El mundo está vacío
sin ti. Yo palpo, triste, la soledad del cielo...,
dejo mi alma lenta que se la lleve el río,
que un pájaro se lleve mi corazón en vuelo.
La soledad, la ausencia, concrétanse en la roca,
y el silencio se expande como niebla en mis venas;
el campo me parece la ofrenda de tu boca
y acaricio tu piel si toco las arenas.
Estoy solo en el campo, sin ti, de Talavera.
Oigo por este árbol crecer tu sangre amada,
subir hasta los cielos, colmar la primavera,
mientras me sienta ausencia, suspiro.,viento, nada.
Beso
Mi sangre se me puebla de un ardor inefable
y en las manos me laten incomprensibles pájaros,
altas nubes oscuras, atormentados mares,
cuando acerco a tus sienes rumorosas mis labios.
Todo mi ser se inunda de infinito y hondura,
me fundo con el cielo, con la luz, con los campos,
y las piedras inertes y el arroyo tranquilo
se me acercan y tiemblan, venturosos y humanos.
¿Qué misterio celeste entre tus venas fluye?
¿Qué Dios omnipotente me llama entre tus labios?
¿Qué mares increíbles me llevan poderosos
entre adelfas y estrellas, entre nubes y astros?
Arrebatado, enorme, como huracán perdido,
mi corazón se evade y va hacia ti sangrando.
¡Ay, corazón herido de pasión y locura,
pájaro sordo, inmenso, que va ciego volando!
Cántico doloroso al cubo de la basura
Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel silente y penumbrosa.
Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
Deseo
Eres como la luz, muchacha mía,
dulcemente templada y transparente;
caricia toda tú, la piel te siente
con plenitud frutal de mediodía.
Eres la gloria tú que tiene el día,
el día tú creciéndome inocente
por este pecho, amor, por esta frente,
por esta sangre que la tuya guía.
Ay, terca luz, abrásame en tu cielo,
donde la maravilla me convoca
al gozo fugitivo de tu vuelo.
No me des tu calor como a la roca;
dame tu vida en él, que sólo anhelo
hallar a Dios en tu abrasada boca.
Dolor del hombre
La tristeza es arena de desierto,
sombra de soledad, sombra del aire,
larga ausencia de Dios que nos circula
por el llanto olvidado de la sangre.
Todo está triste hoy y es un desierto
mi corazón, que apenas si es de alguien;
todo está triste, sí, todo está triste
en esta inmensa y desolada tarde.
Madera de ataúd es lo que crece
en esta primavera de los árboles,
mientras proyecta el cielo largamente
su soledad vastísima en mi carne,
en mi alma sin dueño, en esta pena
que me crece y me crece interminable.
El toro
Es la noble cabeza negra pena,
que en dos furias se encuentra rematada,
donde suena un rumor de sangre airada
y hay un oscuro llanto que no suena.
En su piel poderosa se serena
su tormentosa fuerza enamorada
que en los amantes huesos va encerrada
para tronar volando por la arena.
Encerrada en la sorda calavera,
la tempestad se agita enfebrecida,
hecha pasión que al músculo no altera:
es un ala tenaz y enardecida,
es un ansia cercada, prisionera,
por las astas buscando la salida.
En una tarde de desengaño y pena
Soledad, soledad late en mis venas.
Hay un cielo vacío, indiferente,
y es una ausencia et río y sus arenas
que dora el sol lejano del poniente.
Todo está solo: el corazón y el viento
a la deriva van por la alameda.
Yo me siento vacío, sólo siento
la ausencia enorme que en mis venas queda.
Gato negro de las delicias
Es hermoso este gato de color de paraguas
mojado por la lluvia.
Miro su desamparo en medio de la calle,
miro su islita negra de terror y de asombro.
Podría tocar la noche y su silencio
si acercase mi mano a su congoja,
sentir entre mis dedos la esperanza de alguien
o quizás a Dios mismo
clamando en este gato,
en este miedo oscuro,
en este gran olvido de los hombres.
Jardín
La tarde gris es un ensueño... Apenas
si se nota la brisa, si se siente
que llueve delicada, suavemente
sobre rosas, claveles y azucenas.
Qué tranquilo el ramaje, qué serenas
las nubes lentas, leves del poniente...
OH, caricia de Dios, tibia y silente,
derramada en el aire y en mis venas.
A ti te sueño, Concepción, te evoco
en esta tarde de templada calma,
donde faltan la luz y tu sonrisa,
y, en la dulzura de la tarde, toco
la pureza celeste de tu alma,
que llega con la lluvia y con la brisa.
La agonía del toro
Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.
Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.
La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.
Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.
Las amantes viejas
¡Ay, carne de destierro, ayer amante,
reseca carne vieja y apagada,
recuerdo ya del tiempo caminante,
desierto de ilusión, rama tronchada,
flor de la ausencia pálida y constante!
¿En dónde aquella luz de la mirada
escondió su fulgor y su hermosura?
Acaso boga ya, deshabitada,
por un cielo lejano, dulce y pura,
perdida, amor, herida y olvidada.
¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo,
de suave vientecillo y de manzana,
montecillos de amor, temblor de cielo!...
Como mis flores muertas en la vana
ausencia caen para buscar el suelo.
¿En dónde está la púrpura templada
de aquellos labios de mojado fuego?
Entró en ellos la noche despiadada
y todo lo dejó desierto y ciego,
todo destierro y sombra de la nada.
Los no amados
Qué soledad del cuerpo; qué soledad del alma;
qué vacío en los ojos; qué vacío en la sangre.
Nadie escucha su pena ni su cálido aliento,
rosa ardiente en el aire.
Sus bocas para el beso, rojas de amor se abren;
sus frentes buscan manos, amorosas caricias
de algún cielo distante.
Sus manos alzan dulces, llenas de sombra,
amantes;
las levantan temblando como tristes fantasmas,
amarillas de amor, rosas muertas, al aire;
rosas ciegas que buscan a través de su noche
la luz rosada y grande.
Alto vuelo de angustia, alta torre de sangre
levantan estos hombres hacia un cielo impasible
donde no habita nadie.
Mirad los locos, altos como ramas...
Mirad los locos, altos como ramas,
llenos de inmensidad y poderío;
mirad los altos cual soberbias llamas,
amenazando al cielo con su brío.
Como harapos ardientes y violentos
esparcen sus delirios y su anhelo.
Vedlos chocar su pecho con los vientos,
pobres guiñapos locos junto al cielo.
¡Ay, qué locura de abrasado vino
arde en su honda y más profunda vena!
y van raudos, tenaces, sin destino,
hijos del cielo, ciegos en la arena.
Fantasmas de la nada y del coraje,
dioses heridos, bellos, desgarrados,
que llenan de pavor todo el paisaje
con aullidos tremendos y abrasados.
Otras veces tranquilos, misteriosos,
llenos de humilde pena y de grandeza,
se agolpan contra el suelo silenciosos
y reposan en tierra su cabeza.
Si acarician la tierra dulcemente,
sienten allá en su alma enamorada
una mujer que besa tiernamente
su pobre frente loca y desolada.
Cuando su seca, marchitada boca
acercan a la piedra, enamorados,
¡qué soledad tremenda da la roca
a sus nobles sentidos desbordados!
¡Ay, pobres locos del amor, de anhelo,
de la nada simiente y alimento,
mitad tierra sin nadie, mitad cielo,
carne de Dios en la mitad del viento!
Ocaso
Yo estaba junto a ti. Calladamente
se abrasaba el paisaje en el ocaso
y era de fuego el corazón del mundo
sobre el silencio cálido del campo.
Un no sé qué secreto, sordo, ciego,
me colmaba de amor; yo, ensimismado.
estaba fijo en ti, no comprendiendo
el profundo misterio de tus labios.
Puse la mano en tu mejilla pura
con un temblor casi de luz, de pájaro,
y vi el paisaje convertirse en ala
y arder mi frente contra el cielo alto.
¡Ay, locura de amor!, ya todo estaba
en vuelo y en caricia transformado...
Todo era bello, venturoso abierto...
y el aire ya tornóse casi humano.
Ocaso en el parque
La tarde iba cayendo. Lentamente,
como se alacia un fruto de dorada
piel sensitiva, silenciosa y pura
la luz palidecía y se mustiaba.
Con tímida ternura se afligía
sobre el aire doliente, sobre el agua
que antes brillaba con metal, con ira,
con súbitos cuchillos que pasaban...
Por la verde arboleda, entre el ramaje,
en un pálido adiós se deslizaba
y en el extremo de las ramas puras
era una pena dolorida y clara.
En la arena del parque, sobre el césped,
las fugitivas sombras se alargaban
leves y dulces, pálidas, confusas
en busca de la noche, hacia su nada.
La furia del color, su poderosa
plenitud virginal se sosegaba.
Ya el gran mineral, el rojo altivo,
el azul sideral y el escarlata
de hiriente dentellada vengativa
tenuemente cansados replegaban
sus grandes alas silenciosas, puras,
abatidas, serenas, derrotadas.
Los tiernos amarillos se extinguían
y era un suspiro fugitivo el malva,
lo gris iba creciendo, oscureciendo,
adensando negror entre las ramas.
Las sombras se fundían. Ya la noche
entre la yerba humilde se ocultaba,
se hundía entre las cosas; quedamente
invadía los huecos suave y mansa
y luego, sigilosa, se extendía,
caía sobre el mundo. Era una garra
que en el aire se hundía, que en la tierra,
lenta, implacable, firme se adentraba.
Pero la vida viva proseguía,
pero la vida viva levantaba
en medio de la sombra, de la noche
surtidores de sangre, de palabras,
dientes y risas, besos, corazones,
arracimada furia, plural ansia;
surgía entre las uñas de la sombra,
brotaba incontenible como un agua,
surgía por la boca y por los ojos
de la nocturna y planetaria máscara.
Allí estaba la vida, sí.
Era una densa palpitación,
una gozosa presencia interminable,
una gran eclosión germinal,
una gran plenitud bajo la noche,
un inmenso ramaje desplegado,
unas alas abiertas, unas ciegas raíces
bajando febricentes
hasta el profundo secreto seminal,
hasta el latente y puro corazón genesiaco.
Pasión
Tras el engaño de la capa suave,
un encendido toro va burlado
y siente con furor que el trapo alado
se le escapa ligero como un ave.
A sí va mi pasión tras ese grave
fantasma vaporoso que he soñado,
y despierto creyéndole alcanzado,
mas viento sólo entre mis brazos cabe.
Y así mi corazón, igual que el toro,
desborda su pasión huracanada
hecho dolor brevísimo y sonoro.
mas la ilusión ha sido derrotada
y la sangre se ha vuelto largo lloro
bajo el reinado firme de la espada.
Poema del cuerpo amante
Se ha inundado mi cuerpo de un anhelo constante,
ríos de espesa sombra circulan por mis sienes,
un galopar me lleva, me arrastra no sé a dónde.
Mi carne se ha poblado de mágicos corceles.
Si me acerco a la piedra olvidada y silente,
siento latir la nada en su entraña sin nadie,
siento el mundo vacío como una ausencia inmensa,
siento una soledad hondísima en la carne.
Si reposo mi mano sobre la yerba helada,
siento que apreso un grave misterio inconfundible.
¿Quién me llama del hondo de esta sordera extraña
que el árbol sube al cielo soñado en sus raíces?
Lo desierto responde, responde eternamente
a mi anhelo de hombre, a mi llamada amante.
(La tierra, indiferente, va girando y girando
mientras los hombres siembran su ya gastada carne.)
La nada la llevamos sembrada entre las venas,
por eso nos halaga la noche sorda y grande;
pero también la vida llevamos en la frente,
que huye de la tierra para buscar el aire.
Qué terrible es, amantes, esta oquedad del mundo
cuando está llena el alma de un ansia que la colma,
y ver que un inclemente destino va poniendo,
en la amorosa carne, silencio y sombra y sombra.
Tan sólo el amor puede colmar estas ausencias
cuando la carne es grito para el amor nacido.
Tan sólo el amor colma la soledad inmensa
que siente el hombre y siente a través de los siglos.
Por eso aquí a tu lado, mujer, es cuando siento
que se inunda mi carne de celestes corceles
y que todo se puebla de tu clara presencia.
Ahora rebosa el mundo su fuego entre la nieve.
Aquí a tu lado siento que mágicos ramajes
se van abriendo lentos por mi carne de amante;
felices en su vuelo me hunden y me hunden
en la honda llamada de la carne a la carne.
Presencia de la esposa
Quizá tan suave como mano, acaso
como temblor de rama sensitiva,
como estela de un ala fugitiva
o tenue luz rosada del ocaso,
llega hasta mí, perdida entre la brisa,
-ave de amor, caricia derramada-,
la dulce plenitud de tu mirada,
fundida con tu voz y tu sonrisa.
De caricia de amor se van poblando
mi alma y el paisaje en que te siento;
mi corazón se esparce con el viento
y van las naves por la mar soñando...
Olvídanse las cosas de su peso,
y, al brillar una estrella por lo oscuro,
siento tan alto el corazón y puro
que ignoro si te beso o si la beso.
Toro de amor y ausencia
Tu ausencia está en mi sangre y en mi vida,
hecha forma de toro enamorado,
que embiste por mis huesos desbordado,
buscando por mi pecho la salida.
Y este toro, constante en la embestida,
te busca por mi piel ensangrentado,
te busca por mi frente, te ha buscado
por estos labios que tu amor olvida.
Toro de amor, de llanto, de tristeza;
toro inclemente en loco desvarío,
no busque su presencia tu fiereza.
Secóse el dulce arroyo en el estío:
no besarán mis labios su pureza,
tan sólo amarga tierra, ¡toro mío!
Toros en la noche
Cuajado de tristeza y de agonía,
el encinar rotundo y soñoliento
hunde su soledad en este viento
amargo de la verde serranía.
Y la noche de hierro, sorda y fría,
parece que se pone en movimiento
cuando siente en su carne el turbulento
mugir de fieros toros en porfía.
Toda la noche suena y se estremece,
y fundida con toros y paisaje
rueda redonda, caudalosa crece.
Todo el campo se inflama de coraje,
y el viento tormentoso bien parece
un pecho desgarrado en el ramaje.
Una mano de niebla temerosa...
Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.
Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.
La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.
Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.
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