sábado, 24 de marzo de 2012

NÉSTOR JOSÉ MENDOZA [6.321] Poeta de Venezuela


NÉSTOR JOSÉ MENDOZA

Poeta y ensayista venezolano (Maracay, 1985). Licenciado en educación, mención lengua y literatura, en la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado el poemario Ombligo para esta noche (2007). Colabora en el suplemento literario Contenido del diario El Periodiquito, de Maracay. Miembro del Taller Literario Hojas Sueltas de Mariara, Carabobo. Coeditor de la revista El Alimento Diario del mismo grupo. Actualmente cursa la Maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), de Maracay. Reside en Mariara.

Ha publicado los libros Andamios (2012) y Pasajero (2015). En el 2011, recibió el IV Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo». Sus poemas han sido incluidos en varias antologías de poesía venezolana. Forma parte del comité de redacción de la revista Poesía y del comité organizador de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC).


I

Quedamos abiertos
desde la culpa
hasta la boca.

Un detonar de ojos en este epitafio
para descansar al lado del otro.

La gran vara no puede medirnos,
somos la altura del árbol no descubierto.



PODÁLICO

a Griselda

Estoy tan a gusto
nadando este líquido
prestado por mi madre.

A mi lado crece mi hermana.
Una misma bolsa
un mismo cordón
para ahorcarnos en esta complicidad.
Mi corazón aún está crudo,
el de mi hermana palpita su sangre
mejor que la mía.
Dios - o tal vez alguien más-
quiso que su frente mirara de cerca
el pubis de mi madre, y yo, el hígado.
Mi acompañante posee
ojos diferentes a los míos;
una mejor espina para su carne,
menos sal en sus lágrimas.

En este saco compartido,
mirándole los pies,
saboreo el agua que nos penetra
por el ombligo.



CIMA VS SIMA

Una simple letra determina
la profundidad;
que ascendamos libremente
rumbo al azul de dios
o que seamos transeúntes
del fuego.
Una simple consonante,
al parecer inofensiva
nos ama en el descenso
y nos odia en el suelo.
C-I-M-A:
Allí se acumulan las nubes
en el octavo piso,
allí los besos están compuestos
-al igual que dios-
de oxígeno, nitrógeno y argón.
S-I-M-A:
Allá cada quien es dueño
de su infarto.
Despeñaderos, caídas libres,
acantilados, barrancos, edificios.
Es maravilloso el silencio
mientras caemos,
allá el asfalto es líquido
y nadamos.



MUERTE

Cada músculo aprende
desde la infancia su descomposición.

Entre cada tejido la lombriz
hace su trabajo:
alimenta hasta engordar la carne
para estar a punto el día del festín.

Muerte tras muerte, de manera sucesiva,
la lombriz prepara lo que será una gran cicatriz.
Herida y sutura aparecen al mismo tiempo.
-No se oponen, son hermanas-

Es, sin duda, una hermosa lombriz sin cola,
ondulante.
Se parece a mí, pero no tiene miedo.
Cuando lloramos, es ella quien dictamina la sal.

No somos más que un débil saco
de sangre y huesos.
Un parpadeo, un orgasmo.
Y esa lombriz lo sabe.
Es muy puntual, llega antes de las 7:00 a.m.
Saluda amablemente a la carne que pudrirá.




PADRE

a Néstor Antonio

Padre, todos los días encuentro
piedras pulidas con tu nombre en mi bolsillo.
Tienen tus canas, volumen y dureza.
Desde hace años las encuentro fielmente,
pero nunca te había dicho.
Me sentía diminuto, mentira.
No te culpo por obligarme a mirar
las piernas del rocío antes de tiempo.
Te veo limpiar las aceras y los templos,
recoger las hojas del patio.
Dentro de tu dureza hay espuma y azúcar,
un miedo retorciéndose.
No te preocupes, prometo tender mi cama.
Tú no lo sabes, pero he inventariado tus ojos,
el brillo que tiembla dentro de ellos,
durante el día.



PRIMITIVO

Habito una cueva que abre la boca
todos los días para albergar mi carne.
Afuera, existe un hogar más espacioso,
poblado de criaturas con dientes
y cuellos interminables,
escasos árboles y mucha sed.
Todos ellos me hacen sentir
un pedazo excesivo del paisaje.

En ocasiones, mis ideas van más allá
de la sobrevivencia y el instinto.
Más allá del acostumbrado acto
de cazar, degollar y deshuesar,
de recoger agua en esta olla
que inventé hace cuatro soles.

Mi hogar es infinito y debe haber
alguien que haya inventado
el tamaño de las piedras
y el color de los animales.

Sólo me limitaré a reconocer
un dios para cada cosa que vea.
A temerle a la noche.
A nombrar cada descubrimiento.



FRAGILIDAD

En momentos de ocio
tocas tu espalda. Es tan débil
la columna, esa culebra vertical
que permanece quieta
siempre, anudando tu cabeza
a la pelvis.

A veces sueñas que alguien
te da un golpe allí,
un golpe seco y preciso,
y mueres
sin darte cuenta.

A veces una mujer la recorre
con sus dedos
y simula que camina
a través de ellos.

Revisas las uñas, te sorprende
la media luna que brota desde la raíz;
las venas que trasladan sangre
sin descanso.

Qué fácil se le hace al cuerpo
trabajar en silencio, sostener
todos los órganos.

El cuerpo está hecho
para no durar,
para tocar y ser tocado.



EVA

Detalla la circunferencia irregular
de la fruta y la confunde
con el corazón de su hombre.

Piensa que la nervadura de la hoja
es una arteria del Creador.
Quita el verde que disimula el pubis.
El peso de la hoja
interrumpe el sonido del aire;
su hombre la observa:
descubre una herida nueva
en forma vertical.

Sus ojos pierden la primera inocencia; ahora,
sus pieles se calientan mutuamente
para espantar el miedo.

Aparece el legado del desarraigo.



Pasajeros

El abrazo de los pasajeros
en este espacio limitado;
el abrazo accidental que nadie pide,
que ha llegado como ofrenda.

Cuerpos extraños acercándose,
brazos que sujetan el acero,
hombres con sus viandas cruzadas en el pecho.

Hay un poco de  inocencia
en estos perfiles:
algunos cierran  los ojos
en un sueño momentáneo,
se dejan detallar, auscultar.
Sin que lo noten, prestan una mueca íntima,
un gesto breve.
Admiro a las personas que duermen en el
autobús, que ofrendan el sueño y no lo saben.

El pasajero anciano y el pasajero joven
se encuentran en el mismo asiento.
Comparten la misma ruta y no lo saben.
Se dejan llevar a otra avenida, para extraviarse,
mudar de una vez el trayecto establecido.

La mujer que anticipa su parada
se desplaza entre tantos,
rozan su cuerpo y nada dice.

El riesgo ha hecho que mire a la cara,
ver qué hay en los ojos, si hay maldad dormida.
Gente buena me mira, en el bus, y escarbo
su costado amable, muy adentro.
La mirada serena cuesta mucho. 
Repito una oración incompleta,
que me sirva de ángel, que salve el trayecto.

El semáforo es una buena excusa
para pensar en los trámites del día.
Es suficiente la transición
sin pausas del rojo al verde,
es mi casa la brevedad del amarillo,
los tres segundos 
que unen ambos colores.



Cartografía

El mar le dio una mordida
a la cartografía de mi país.
Dejó bordes
desiguales en la tierra, dejó
ciudades con forma de sombrero,
costas hechas con trazo nervioso y estrías.

El agua de la orilla siempre
es noble con los niños,
es un mar distinto,
sin aguas violentas.

El sol justo encima,
y lo oculto con el pulgar.
Lo parto.
Ahora tengo dos soles para compartir.
El sol es riguroso:
a esta hora
importa más el sudor que los abrazos.

Cielo despejado, el cuerpo boca arriba,
toda la arena metida en el pantalón. 
Las olas agitan barcos
con banderas que no reconozco.
Tanta gente que pasa,
buscando más bronce en sus pieles,
un color metálico para tapar la palidez
y hacerla menos extranjera.
Solo tengo una mirada sencilla, miedosa,
para este paisaje,
y la sensación de un vidrio que me separa,
una tela, una malla, no sé.

  

DÓCIL

Tus proporciones se mantienen firmes
y sobresalen,
como una manera de decir
que aún la belleza de las formas
merece las caricias del amante.
No deberías estar quieta en esa tabla.
Incluso debajo de la piel amoratada
se logra ver un cuerpo bello.
Una cantidad indeterminada
de puños se ensañó contigo.
Quebró la longitud blanca del hueso,
en partes que no pueden armarse de nuevo,
o que yo, particularmente, no sé armar.
Pero todo ya pasó; no temas,
tu presencia se ha vuelto dócil.
Lograron apaciguar tus quejas
con el batazo rotundo en la frente.
El primer golpe vino desde atrás.
No te diste cuenta de la succión
y del desorden de manos,
de lo que se alojaba adentro
(las caricias que nunca se pidieron
y aquella viscosidad repulsiva).
La mesa metálica, plancha fría,
para extender tu figura.
Todo debe permanecer ordenado:
las manos no desparramadas
o colgando su inmovilidad.
La desesperación requiere
de un cierto orden,
incluso tu cuerpo
que ya no sabe cómo respirar.
La horizontalidad toma espacio,
y ahora tú eres superficie.
Busco un culpable:
no hallo al criminal.
Hay cuerpo sin sombra movible,
pero no mano que golpea y extrae la vida.
Tu organismo debería estar de pie.
Se supone que el cuerpo horizontal
solo es digno en el amor.




FEBRERO

Quieren ver el oleaje de sangre, y constatar, con parco
asombro,
qué hay detrás,
más atrás,
y ver si los huesos también sangran.
Quieren ver la emanación del dolor como
surtidores,
su humanidad confundida con el asfalto y todo
el humo.

Hay una pequeña urna donde pretenden acumular
el exceso del paisaje incómodo,
doloroso
(manos y piernas quietas
para siempre)
e hincar, hondo,
el acero del fusil.




FUNDACIÓN

Dios nació
de una naranja.
De sus colores,
refractados,
brotó el arcoíris.

El día no era opuesto
a la noche, ni la mujer
al hombre. Un único
grito unía la piel y
el agua.

Dios bajó de su burro
sin mirar el horizonte
que dejaba atrás;
solo bendijo la tierra
que habitarían
sus hijos.

Fue bueno con
sus creaciones:
prefirió construirse
antes, mucho antes,
prefirió
el ensayo,
la prueba original.
El primer pecado.

Trajo
estacas, cemento
y ladrillos; una bolsa
con semillas.

Dios temía ser hombre;
eligió ser un
niño que juega descalzo.

No quiso estar solo
en la llanura
de los animales,

por eso nos creó.



LADRILLOS

Cuesta mucho terminar esa pared
tantas veces pospuesta.
Es lo suficientemente baja
para verte desde aquí,
cuerpo laborioso y distante,
cuerpo que no sé nombrar
porque existes a medias.
Un ladrillo unido a otro es
una manera de ocultarte
o acercarte sin que te des cuenta.
La cuchara de albañil que une y aleja,
amontona bloques para borrar la figura.

El cemento y la arena mezclados con tu forma,
inmovilizan piernas y brazos, te convierten
en estatua.
Este muro señala
un espacio neutral
donde cada quien puede
desnudarse:
                              para verte
no necesito echarlo abajo,
moverlo o imaginarlo en otro patio.






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