jueves, 23 de junio de 2011

3970.- SUSANA BARRAGUÉS


Susana Barragués. Bilbao, 1979

Licenciada en Ciencias Ambientales (Universidad de León, 2001) y en Humanidades (Universidad de Burgos, 2006). Ha recibido, entre otros, el Premio de Letras Jóvenes de Castilla y León, el Premio de la Academia Castellano Leonesa de Poesía, el Premio Francisco Ynduráin a la mejor trayectoria literaria joven, el Premio Ana Maria Matute de Narrativa Corta y el Premio Nacional Injuve de Poesía. Ha publicado el libro de poemas Los hipódromos del corazón (Fundación Jorge Guillén, 2002), La campesina fascinada (Injuve, Ministerio de Igualdad, 2007) y el libro de relatos cortos Los ladrones de cerezas (Fundación Bilaketa, 2007). Durante los últimos años ha desarrollado su labor profesional como analista de vientos para el desarrollo de parques eólicos, impartiendo además los talleres de creación literaria de la Fundación IPES Elkartea de Pamplona. En 2009 fue becada para realizar un posgrado en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York, ciudad en la que reside actualmente.





Todas las cosas imperfectas

Todas las cosas imperfectas, el diente torcido, el zapato que cala, la leche que cae, las costuras, el guante perdido, la mora que explota sola antes de tiempo, en mitad del vacío.

Los adoquines sucios, las palomas sucias, los cuerpos sucios, las alambradas, las coincidencias, las aproximaciones.

La entomología, el cuerpo del hombre dentro del agua, los tendidos telefónicos, el besugo, el beige.

El metro, el centímetro, el milímetro, lo extraordinario, los decálogos, los cómputos, las colecciones inútiles, la levadura, los bultos.

Los letargos, las lechugas, las tentativas, lo insoluble, la desalación del agua del mar, el grito ¡suéltame!, el desorden.

Las vértebras, los versos, las berenjenas, los oculistas, las instrucciones de las lavadoras automáticas, el cuerpo de la madre.

Los días, el dolor, los lunares, el amor, la confusión del amor, el embrollo del amor, la maraña, el revoltijo, lo que yo te pedía y tú me diste, el tropezón, la obsesión por lo perfecto.

Todas las cosas imperfectas o la promesa de que no nos separaremos nunca.








Espejo en el espejo

Hay una mujer, junto a siete personas que hablan de la estructura de la microeconomía, que mira por la ventana, que parece ausente, que parece que sale fuera de sí misma a pensar en un helado o a pisar la hierba o simplemente a observar a una mujer callada, mirando a la ventana, entre un grupo de gente que discute sobre la estructura de la microeconomía, que parece tan ausente, que parece que hubiera salido de sí misma para pensar en un pájaro o en el dedo del pie o simplemente para escuchar una conversación entre ocho personas sobre la estructura de la microeconomía, donde una de ellas, mujer ausente mirando a la ventana, sale fuera de sí misma, y antes de irse para siempre mira y me ve, mujer tan ausente, perdida de sí misma, pensando este poema.








Flecha

Tres reclamos cortos de lechuza: (1) hu, (2) u-hu, (3) ¡u-u-uh!

En cada llamada hubo un aviso de verdad, alguien va a morir, favorable oscuridad trae la noche, voces humanas se aproximan, silencio.

“¡Se ahorcó la yegua!” Mi madre y la abuela ululan desde los montes, modulan el grito para que vibren las sílabas, pronuncian la o como u para que el aviso llegue más lejos: “¡Se ahorcú, se ahorcú!

“¿Qué comeremos?” En Cogullos sólo crece el hielo.

Una acícula de pino cae al suelo. La abuela gira el cuello, dirige la escucha, enhebra una aguja de cobre, humedece el hilo con los labios. Por su afinado oído, la lechuza sabe que hacia su corazón vuela una flecha. Abre las alas, se lanza al suelo.

Hasta el sonido de una aguja que se quiebra puede oírse sobre la nieve.







Sinceridad de la escasez

El mundo no debería
olvidar tan deprisa lo que era,
un lugar con mucha gente reunida
en torno a una mesa, con un gato
muy flaco que tiene miedo
de caer en la cazuela,
donde todo era poco y lo poco
además era escaso.

La casa olía tanto a humo, dábamos gritos, ¡aplausos,
aplausos, que viene el postre! ¡Tía, di la lección
de geografía! No, ¡sí! Y la tía recitaba
los pueblos y montes del mundo sin respirar.
No había salido
nunca de allí, de una aldea remota
de Burgos, y sin embargo
sabía qué ríos pasaban por Turkmenistán.

Aquella chimenea
siempre echaba el humo del revés, reíamos
y tosíamos del ahogo, reíamos y
tosíamos y cantábamos.

Sólo teníamos
una ventana, un agujero
por el que entraba un poco de luz
y volando se escapaba el gato
que sabía que lo que cae a la sartén
va de la cocina al plato.








La eternidad

En la eternidad estaremos
sucios y tendremos frío. Así es
como será. Además
nos encontraremos y seremos
un manojo de huesos, algo seco y crujiente
que salta por los aires al contacto como cáscaras
de pipa. No sé si alguien
imaginó la temperatura del cielo pero
yo la imagino, es un lugar que arde
muy cerca del sol, parece que quema
pero nos sentimos sucios y fríos,
sucios y fríos, y tenemos un ribete
de hielo bordado sobre las pestañas
y el vello de los brazos.
La eternidad es un lugar peligroso,
donde los nombres se deshacen
como un lazo por detrás y por delante,
hay muchas rocas y guijarros pero
fíjate lo que ocurre si aprendes a domar
el poder la palabra:
se puede decir también
“en la eternidad habrá cerveza fría”. Sólo es
un verso sin importancia y sin embargo
no hay nada que no permita
incluirlo en el poema, fallos en su lógica,
ruptura con la estructura
general simbólica anterior. Y así es
cómo será.








Beso

La niña que se abandonaba por primera vez a un beso larguísimo, y desplegaba de súbito unas grandes alas, gruesas y húmedas, que le nacían bajo las costillas.
Y mientras besaba, mitad hembra mitad ganso, esponjaba las plumas gustosamente hacia la brisa.








Reflejo

Tengo miedo de ser esa mujer que se detiene un día, frente a los escaparates de unos grandes almacenes, y descubre que no se reconoce a sí misma en su reflejo. Tengo miedo de ser esa mujer que asustada, deja caer las bolsas de la compra por el suelo, y grita señalándose a sí misma en el cristal. Tengo miedo de ser esa mujer que se recompone, mira alrededor, recoge deprisa las bolsas de la compra, y deja tras de sí a una parte de ella misma enloqueciendo frente a su reflejo en el cristal. Tengo miedo de ser esa mujer que se aleja caminando de sí misma, comentando con desconocidos, ¿Has visto a esa mujer, que grita frente a su reflejo, como si no se reconociera a sí misma?



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