domingo, 9 de enero de 2011

ÁNGEL ESCOBAR [2.814]


Ángel Escobar 

(Guantánamo, Cuba 1957 – La Habana, 1997). Graduado de Artes Dramáticas en la Escuela Nacional de Arte en 1977 y en 1984 en Artes Escénicas por el Instituto Superior de Arte (ISA). Premio David de poesía en 1978 y Premio Roberto Branly en 1985. Publicaciones Viejas palabras de uso (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1978). Epílogo famoso (Ed. Letras Cubanas, 1985). Allegro de sonata (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1984), Todavía (Ediciones Unión, 1991), Cuando salí de La Habana (Ediciones Olifante-Iberocaja, Zaragoza, España, 1996).

Reconocido como uno de los grandes poetas cubanos de todos los tiempos a pesar de su corta vida.



EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS

1

Abuelo alza su simple arquitectura.
¿Quién dijo que habrá sombra
debajo del retrato?
Yo adopto su mirada
de santo majadero,
y voy, cortando el viento,
con huesos que recuerdan
el ruido de sus pasos.

(De: Viejas palabras de uso)

Arde el recuerdo afuera,
y el sol llega y lo estira.
Lo veo desde mi nuca,
desde mi rincónsolo, acurrucado,
sin ganas de catarle su estatura.

(De: Viejas palabras de uso).


XII

Aunque ayer te marchaste
(yo sé adónde porque en el cotín
no estaba la escopeta)
y ahora le falte fuego
al esqueleto
y se amanezca con lluvia
en la garganta, yo te escribo:
aunque todavía seamos
menores que la muerte
y mi carta no vaya a ningún lado.

(De: Viejas palabras de uso).




INSTANTE AJENO

Aparecen las lilas, y más allá, despacio,
una mujer levanta un monumento: inmóvil,
una niña, arropada mira si ese girar
--círculo, torbellino, sombra, espacio, agujero--
que no cesan los cuervos de ensayar en las
ramas
será la vida,
o si es la nieve abajo, especular,
inmóvil como ella, contemplando el afán
de aquellos cuervos que en mitad del día
trastean
en las más altas ramas de las lilas.
Abre los brazos, inclina la cabeza, insiste,
echa a volar.
Debajo --ay--, debajo qué espejo frío
conmemora las huellas de unos pies
que no volvieron.

Moscú, 1984
(Del Libro: Todavía).




LA EDAD

Alicia, ya Lewis Carrol te dejó. Y ahora,
ahora eres tú quien corre, la que indaga
debajo de una piedra. Hay manchas
y limites torcidos. Hay otra imagen y otra,
y hay otro espejo y rostros y muñecas
recitando una historia de borrachos.
Hay gorriones--una vez vi un candil-- y
hay
ómnibus apáticos.

Domingo. Dominó. Domine. Deus.
Blanca, Blanca Armenteros,
Alicia te dejó.
"Toma tu píldora"--húyete
me dicen.
--Di el paso al frente y ahora
ya está
dado
al frente al frente al frente
al lado al lado al lado
al frente al frente al frente
al lado al lado al lado
Blanca, Blanca Armenteros.
Ya Lewis Carroll qué sé yo.

(De Libro: Abuso de confianza).




EPIGRAMA FATAL

Quién fuera Isolina Carrillo--
que compuso Dos gardenias,
un bolero que escucha toda América,
y no Angel Escobar--
que escribió Abuso de confianza--
tuvo que pagar para que lo editaran,
y no lo lee ni su primo más cercano.

(Del Libro El exámen no ha terminado).




EL BUSCADO

Esta mujer que me ama
aunque para todos sea yo un canalla,
y no es mi madre--
lo que la justificaría ante el fanatismo
de los otros--, y no sale
a cobrar la recompensa,
y me besa a pesar de la proclama,
es pobre (lo que no es dato simple);
trae el terror y lo hosco del suplicio
en la mirada,
pero también trae un clavel, y trae
todo lo que coloca en mitad de mi miedo,
algodón ante el hierro
y un recuerdo que me dobla la vida,
y trae esa sonrisa, aquella
que a pesar de todo lo que sucede afuera,
donde exigen mi cabeza y algo me aniquilará-
o me aniquiló ya cual mal villano,
esta mujer, te digo, oh pretendiente a Alcaide,
me hará morir contento.

(Del Libro: El exámen no ha terminado




ACTO

"Y ahora que harán con nosotros", digo
"Pienso que serán agradecidos", me dice así mirando
como ella miraría, repitiendo los ojos que Orfeo vuelve.
"No dije cómo sino qué", grito, atorándome el grito.
"Y pienso resolverán los problemas", me dice y ya no están
ni Eurídice ni nadie que ha mirado,
y por lo tanto yo tampoco estoy, que no,
porque estoy ido, ella no escucha ni la estoy mirando,
y es que da miedo verle la costumbre.
Por eso le hablo, como que no escucha:
"Yo dije qué y lo sabes, tampoco dije cuándo".

( de Malos pasos)




Odio a las pausas

No te das cuenta que "sin embargo" me haces?
(...)
Pero, ¿por qué te vas no más apareciendo?
(...)
¿Por qué me dejas y por qué te ausento?
¿Por qué el volante se hace un dos tan doble?
¿A qué otra puerta llegas? ¿Yo a qué puertas?
¿Por qué decimos "Todo tan bueno"?
¿Dónde quedó aquel era? ¿No es? ¿No comparece?
¿En qué otro estante tiembla la medalla?
¿Qué otro polvo, qué tiempo, qué premura nos separan las caras?

( de Cuando salí de La Habana)




Un día antes de poner fin a su vida, el 13 de febrero de 1997, Ángel Escobar fecha el que hasta ahora conocemos como su último poema. Es un texto que no tiene título y que está dedicado a su amigo, el pintor Nelson Villalobo :



La permutación de las cosas son en Villalobo
la creación de un mundo soterrado que cuando
está en sí, y siempre lo está, hace nacer
de lo aparentemente muerto y trivial
una primavera que carga con todas las estaciones.

Usted puede
que se le acerquen ahora, yo siempre he estado
allí, aquí, acullá, en eso que él ha querido
llamar villalobismo. Y por qué no,
cada uno tiene un modo de entenderse a sí mismo,
y él está buscando o ya encontró esa manera,
se mira y se ve, y eso es un privilegio,
ser su propio espejo, que tu obra te refracte,
y que nunca te repita como se repite a diario
el juego de las decapitaciones.

Vea Ud. e intuya
este incurrir de Villalobo en formas que se fugan,
y si son capaces, en su fugacidad, adquieren la
fijeza, y ese desprenderse imantado
alegría o tristeza, y siempre la sorna de los estilos
que se buscan ya estando en el palacio
de la significación.

Fuente: Esquife revista electrónica de arte y literatura
Nº 30 - Febrero de 2002 - La Habana - Cuba -




DESPUÉS DE TI

Sentado en una piedra, ya casi otro,
miro,
pero es tan solo el viento el que por aquí pasa,
gruñe, gira resbalando en sus ejes,
cancaneando.
Borra un tamaño
el viento. En una piedra es otro.

Recostado en la punta de un reflejo, de un muro,
en el pescante
llamo,
pero ya no estás tú – de ti ni un rastro -,
ni alguien, no hay ya nadie en la puerta.
Sobra un grito.
Acuclillado, roto, en pie, voceando
duermo
sin encontrar tu voz. Tan solo se oyen
las sordas palabras
que darán al ruido de los huesos.



CIELO RASO

Soy un hombre común;
sin embargo tengo que cargar con esta muerta.
Los periódicos la mortifican,
el frío le carcome los huesos, el calor
le echa a perder los ojos.
A mí me tiene sin cuidado.
Yo que puedo hacer. Qué puedo hacer. Qué puedo.
conozco los espacios; me detengo;
cuento algunas estrellas –
sin embargo en mi espalda sigue
este bulto atascado. No es mi cuerpo –
la cosa es otro nombre que vigilan
y asedian los insectos. Qué hice o no
para así merecerlo. Las filosofías me abandonaron.
Ya se sabe que yo tengo miedo. Nadie aquí
me acompaña. Los dientes rotos, los pies sueltos
no me sirven de nada. Ya no puedo correr.
Soy un hombre común y aquí sigue la muerta.
Alguien debería mostrarme un sitio
donde depositarla. Es tanto como no puedo
ver. Y me pudro con ella. Un ramito
de flores quizá podría sacarme a mí
del incierto sentido en que me escondo.
No soy un niño. No vengo de la playa.
Ayúdeme a saber. No basta el azul tierno de Cuba.
También yo tengo frío y el calor me zahiere.
La piedra, el mar son otros.
Nada se transfigura.
Soy un hombre común.
Sin embargo tengo que cargar con esta muerta.
Qué puedo hacer. Qué puedo.


BEULAH

El humo y las nubes sobre la ciudad.
Y sobre mí mi nombre.
Las torres suspendidas, los edificios altos,
los postes desperdigados
como suspiros de huérfanos
sobre la tierra.
Y sobre mí tu nombre,
tus dos brazos, los pechos, la boca sacudida
por palabras sangrientas.
Las colillas, los fósforos quemados,
los cartones de ayer,
los confetis, las serpentinas que enamoran los pies
cuando se ven sobre el asfalto.
Y sobre mí la gestión de los cielos amarillos –
tu recuerdo.
Los dientes picados, los horrendos zapatos.
el perro que llega, los tipos que ladran
en malogradas mesas consentidas
sobre losas lavadas, vueltas a lavar
y luego
percudidas por los escupitajos sordos de ahora.
Y sobre mí tú sola.
O con tu fiesta viajando en autostop
hacia provincias cercanas o lejanas.
Tú cerca, tú lejana como una maldición
que me persigue apenas con dos manos –
tus ojos.
Tus dos ojos. Sobre toda la tierra.
Y sobre mí, los míos.
Y sobre mí, yo mismo. Aquel
a quien ya nadie perdona.




EL RAPTO EN LA LEJANÍA

Cuando crees que estás solo en el mundo
y que el infierno es esta habitación vacía,
viene un pájaro, o algo que puede ser un pájaro,
y golpea sin cesar en tu puerta. Entra
en tus nervios, se arremolina y sube
a tu cabeza, baja a tu corazón y se hace
la ceniza que te habla de otro día. Vuela, 
cesa, fuego o serpiente, música ciega,
y de algún modo te acerca un cigarrillo,
un sorbo de café, o al sesgo te habla o gime
¿es tu madre? ¿es tu hermano? ¿un muerto?
y ves, en mitad del erizo, entre los cuatro
muros que no dan y no toman, ni te exponen
ni salvan, cómo se alza ante ti, rey y mendigo
solo en ella y por ella y para ella en ti,
la Virgen de la Caridad del Cobre. Y es
la última costa, la isla que resguarda tu pecho –
y allí el anhelo, el roce de la melancolía: rompe,
bojea: el alma al aire, al sol – solo deseo.
Eso que te sacude, y te mantienen en vilo sobre el risco,
qué es sino tan solo todo lo que tú puedes dar,
es decir, todo lo que has perdido. Y lo has perdido
cuando crees que estás solo en el mundo
y que el infierno es esta habitación vacía.




FRAGMENTOS

Algo que no me deja dormir ni estar despierto
te acompaña a esta hora. No esperes al gallo
de la resurrección. No esperes nada.
Hacen su ruido y caen, muertos y vivos caen.
Ratas pordioseras e inmisericordes se enrolan
en tu sangre. Estás perdido – estas no son palabras,
es la mudez la que te indica la piedra del tormento;
el silencio buscando su equilibrio antes y después
de cada sílaba puesta en ejercicio. Tu sí rechina.
Tu no te vuelve añicos. No llores: las lágrimas
hacen el mal más lento. La ola que vuelve
solo tirará ahogados en la playa. No busques
consuelo cerca del mar a esta hora. No pienses
en los bosques del sur pues son tu sepultura.
Ni en los bosques ni en el mar tendrás descanso.
Tampoco sirve que quieras corregir el pasado.
Y en esta ciudad sucia el futuro es un mero subterfugio.
No eres cobarde ni valiente: te lo dice el instante
que ha de astillarse a esta hora. Tú entero
no eres el fiel de ninguna balanza. No añores
la paciencia. De cualquier modo no hay
a quien maldecir por haberte engañado.
Quédate así contigo. Yo miraré despacio,
si es que puedo, y amanece algún día,
los breves romerillos silvestres que el aire ha enviciado.



SI TE VEO

En medio del tumulto de sombras
soy otra sombra más: cuerpo sin rostro,
paja, espanto ciego.
Rastro sin pie: humana perdición de la costumbre.
Gritos de agrimensores, desplante, frío
el estímulo te deja: soporta el don de más,
haz que el contrito de tu entraña te deje
y se acuchille y llore. Una vez dije: “Ven”.
Vino la nada, el leve reclamo de lo mismo.
Un zapato, un violín, un cenicero – lo que se lleva 
atado a la costumbre. Yo velo en medio de la noche,
yo quedo solo – el día golpea y te marca y muele.
No hay más allá que el torpe vocerío.
Y los jimaguas que tocan en la encrucijada – 
Lucifer baila; más no sabe lo que le espera.
Dios, pon mi cabeza y quítame el frío.
El calor da sus tumbos. Manos y manos solas.
Un silencio, un portazo: dos virutas –
los aserraderos con los ojos por dentro,
la carne ínclita por ti se inclina, el cuerpo
corcovea y se hincha: dale tu dolor,
como si no hubiera más,
dale, y espera sentado: ya no hay cantos con bares.
Todo es la perdición, el doble que te acecha y te hace.
Una tórtola para mí; nadie me da una flor,
ni un ramito de albahaca: mal consuelo.



AÑORO

Dame un siquitraque, una matraca;
párteme la siquitrilla. Préstame
tu maquinita de hacer ruido, Dios. 
Quiero un fósforo, soy un pabilo – 
Sécame: me gasto en ti sintigo:
déjame ver la luz sobre las hojas.
¿Podría ser una brizna de hierba,
no un mugido, no espuma? Sácame
de esta celda. Dame un vuelo, un pétalo,
no la hurañez, lo estéril de estas cuatro
paredes. Dime que puedo ser otro; sé
mi prójimo. Ayúdame a saltar
de este edificio de Occidente. Di
que te encontraré – 
ven en forma de mujer, sé mi custodio.
Aplaca el frío de las vísceras: hazme
Correr, no me dejes sentado sobre mí.
Hay un poco de gloria, de azul – no dejes
que astille tu vidriera. Arena, sol y sitio
a mi huesa. Embúllame; no me dejes
caer. Soy sí, soy no: un tal vez,
la carestía, y me apego al fracaso.
Soy el negro lucero de tu juicio; ponme,
componme – haz de mí un hombre:
soy el colegial, el niño de tu impulso;
tomo la piedra, y soy la piedra, Dios,
déjame ser.



ESPLENDE

Este temblor es mío, mi única
propiedad privada. Y esta zanja
qué hace el dolor en mi alegría.
Qué hago en este edificio de Occidente.
todo se fuga, menos el yo incumplido – 
puedo ser irrepetible y solo. Todos
mis argumentos dan en lo sagrado.
Y tengo un corazón que apuesto
como síntoma de Dios. El verano
llega a mi temblor, y así los sicomoros.
Una simple palabra me aniquila.
No puedo pronunciarla. Soy de mí,
soy de ti – ya no estás solo o sola,
donde quiera que estés, mírame ser contigo.
Es lo único que nos pertenece. Entre
monedas y platos, no estés cautivo o cautiva
de esa desfachatez y ese desplante – temblor,
ante el acoso, solo el temblor del alma.
La vida no es el chantaje que dicen,
y tampoco la muerte – he visto,
siento,
y arreglar eso no puede nada, nadie.








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