martes, 28 de julio de 2015

CRISTÓBAL DEL HOYO SOTOMAYOR [16.644]


Cristóbal del Hoyo Sotomayor

Cristóbal del Hoyo Solórzano y Sotomayor, Marqués de la Villa de San Andrés, Vizconde de Buen Paso (Tazacorte, isla de La Palma, Canarias, 31 de diciembre de 1677 - San Cristóbal de La Laguna, 26 de noviembre de 1762), escritor español de la Ilustración.

Nacido en Tazacorte, en las Islas Canarias, era hijo del capitán de caballos don Gaspar del Hoyo Alzola, natural de Garachico, Tenerife, y de Ana Jacinta de Sotomayor. Estudió sus primeras letras en Santa Cruz de La Palma con el presbítero Manuel de Párraga y fray Juan de Leiva; la ausencia de su padre, comprometido en el gobierno de las colonias americanas le hizo llevar una vida disoluta y desordenada y sus inquietudes lo llevaron pronto a frecuentar a los comerciantes, capitanes y viajeros del puerto y sus nuevas ideas y libros prohibidos. Se hizo así un libertino volteriano y erudito y viajó por toda Europa, de lo cual dejó constancia en un voluminoso epistolario.

Sus ideas avanzadas, propias de un novator o preilustrado, le valieron ser denunciado y encarcelado tres veces por la Inquisición: la primera en 1700 por "proposiciones heréticas, escandalosas y temerarias", con motivo de unas letanías que cantó con varios amigos a la sobrina de un inquisidor de La Palma durante un carnaval; la segunda en 1717 por las opiniones sobre la controvertida bula Unigenitus que condenaba el Jansenismo; y la tercera en 1759. de la que llegó a fugarse huyendo a Madeira y a Lisboa.

Un resumen de las acusaciones lo hace María José Collantes de Terán:

Haber hablado contra predicadores y contra sermones; mofarse de los religiosos, diciendo que predican disparates; hablar con desprecio de los milagros, particularmente contra los de Santo Domingo de la Calzada; decir que es bobería e ignorancia pensar que Dios es el que inspira para que se de limosna al pobre que pide, «porque Dios no se mete en esas cosas»; que no hay que pedir la intercesión de los santos en la vida cotidiana, porque «ellos tampoco se meten en esas cosas»; burlarse de las procesiones; tener y leer libros de Lutero y Calvino en inglés y francés; decir que San Agustín había sido adulador y que había que tener cuidado con los padres de la Iglesia; que no hay purgatorio, ni santos ni vírgenes.

En 1703, siendo capitán de caballos, solicita pasar al primer tercio que estuviese vacante en Tenerife. Consigue trasladarse al tercio del Puerto de la Orotava y en 1706 asiste con su Regimiento a la defensa del puerto de Santa Cruz de Tenerife, del intento de invasión del General Genning. Probablemente, en 1707 solicita un permiso para ir a reunirse con su padre que se encontraba en Francia. Regresa a Tenerife en 1810 con el título de Vizconde que le había conseguido su padre por Real cédula de 10 de febrero de 1708 y se establece en el Puerto de la Orotava, lugar de su Regimiento, aunque hace numerosos viajes por las islas. En la Orotava hace amistad con John Crose, cónsul de Inglaterra residente allí; en 1714 inicia un segundo viaje en compañía del mencionado cónsul por motivos comerciales, relacionados con la salida de los vinos canarios; pasó primero por Londres y luego por París. En 1716 vuelve a Tenerife y se establece en Icod de los Vinos; allí construye su casa en la hacienda de Alzola heredada de su abuela. Tras el segundo proceso inquisitorial, de 1717, muere su padre en 1722 y su sobrina doña Leonor del Hoyo interpone una querella exigiéndole el matrimonio para lavar su honra. Esta acusación de la que, al principio, no se defendió, motivó su prisión preventiva en el castillo de San Felipe del Puerto y después el 24 de abril de 1725 en el de Paso Alto de Santa Cruz de Tenerife, por su condición militar; allí aprovechó para leer a los clásicos castellanos del XVI y XVII. Tras ella anima la tertulia del marqués de Nava y es elegido castellano de Paso Alto y Regidor del Cabildo de La Laguna. Su vida trans­curre ya tranquila y sin preocupaciones; concierta la boda de su hija con Fernando de La Guerra. En 1759 es denunciado otra vez a la Inquisición y pasó su condena en el convento de San Agustín, en Las Palmas de Gran Canaria. Muere el 26 de noviembre de 1762 a los ochenta y cinco años; fue sepultado en la iglesia de los Remedios de La Laguna.

Escritos

Entre sus obras destaca la traducción del Miserere comentado y un soneto dedicado al Teide, además de sus famosas Cartas, publicadas hacia 1740 por fray Gonzalo González de San Gonzalo (no es pseudónimo), en algunas de las cuales acoge críticas muy virulentas sobre Madrid y su Corte. Reproduce con fidelidad, pero críticamente, el mundo del Antiguo Régimen y desmonta todo el mundo opresivo y asfixiante de una sociedad temerosa y excesivamente prudente, riéndose socarronamente cuando no describe con pasión y ternura a aquellos que, presos de la ignorancia y la superstición, viven vidas apagadas arrastrando su miseria social y moral. Ataca los errores del vulgo, la superstición, la idolatría. Propone a cambio libertad de pensamiento, análisis, libre examen. El cristiano, según él, hereda tonterías debido a la ignorancia en que se le mantiene. Él se considera católico y respeta la Iglesia, pero subraya que los Santos Padres no dicen nada acerca de que en la literatura puedan andar metidos malos espíritus o que el demonio tiente a través de ella. Tuvo una tertulia en La Laguna que rivalizó con la del Marqués de Villanueva del Prado.

Obras

Soledad escrita en la isla de la Madera (1733). Hay edición moderna: Soledad escrita en la isla de la Madera: (1733); edición e introducción de Andrés Sánchez Robayna, La Laguna: Universidad, Instituto de Estudios Canarios, 1985.
Cartas diferentes (1741).
Carta de Lisboa (1743).
Carta del marqués de la Villa de San Andrés y Vizconde de Buen Passo, respondiendo a un amigo suyo lo que siente de la Corte de Madrid. Dada a luz por el muy Reverendo Padre Fray Gonzalo González de la... (Madrid, s. i., ¿1740?. Hay edición moderna con el título Madrid por dentro: (1745); edición, introducción y notas de Alejandro Cioranescu, Tenerife: Aula de Cultura del Excmo. Cabildo Insular, 1983.


El Vizconde de Buen Paso, un personaje de novela

El Vizconde de Buen Paso fue un personaje singular, un aristócrata con una mentalidad más parecida a la del noble ilustrado europeo, aventurero y mujeriego, que a la del clásico aristócrata canario, de misa diaria y doble moral.

Se llamaba Cristóbal del Hoyo-Solórzano y Montemayor, con dos títulos a sus espaldas: uno, Marqués de San Andrés, y otro, Vizconde de Buen Paso. Poseía mayorazgos, vinculaciones y haciendas y fue miembro de cofradías y órdenes militares. Además, era heredero de un gran patrimonio  en Tenerife y La Palma.

Este noble se movió en un ambiente mundano, pues vivió parte de su vida en Madrid y en otras capitales europeas. Aquí, en las Canarias, se movía en un círculo más cerrado, familias todas emparentadas unas con otras, que controlaban todos los cargos civiles y militares de la isla. Sólo se rompía con la llegada de personas que venían a ocupar los cargos de la Capitanía, la Audiencia o el Obispado, y que recaían normalmente en personas del estamento nobiliario de procedencia peninsular. Por otro lado, como resultado de sus innumerables viajes al extranjero, conoció todos los ambientes culturales y sociales de Europa y, por supuesto, Madrid, donde residió muchos años.

En contraste con este medio social rico y lujoso, conoció unas islas con una población campesina, en su mayoría analfabeta, trabajando casi en un régimen de servidumbre y soportando las carencias de una economía dependiente del exterior. Es decir, en el siglo XVIII, Canarias, fiel al modelo colonial-mercantilista, exportaba materias primas agrícolas e importaba productos manufacturados, además de comprar cereales y otros productos indispensables, porque no se autoabastecía.

Por otro lado, el Vizconde se movía en una sociedad no sólo dividida en estamentos altamente diferenciados, con una mentalidad religiosa retrógrada y una práctica religiosa rayana en la superstición y el fanatismo.

El Vizconde tenía por el contrario un talante liberal, era culto, amante de la buena vida y de las mujeres, divertido, con sentido crítico, galante y burlón. Ya en vida gozaba de fama. Buena o mala  según conveniencia de unos o de otros. Muchos lo acusaban de libertino.

Desde luego, al igual que sus congéneres de clase, nunca renunció a sus privilegios, a pesar de que era consciente del estado de postración en que se encontraba la mayoría de la población isleña y la necesidad de un cambio, por lo menos en los aspectos económicos y religiosos. Pero esto fue característico de la nobleza ilustrada, no sólo en Canarias, sino en toda Europa.

Aún así, el Vizconde, a diferencia de otros ilustrados de las islas, se atrevió a criticar la superstición y  la postración cultural de las islas. No sabemos si el Vizconde tenía ideas anticlericales, propio de los ilustrados de la época. No lo parece, pues promueve la construcción de oratorios, ermitas y acepta honores religiosos. Aún así, fue crítico con el estamento clerical y valiente ante las persecuciones a las que fue sometido por los poderes públicos y la Inquisición.

El Vizconde fue encarcelado por el Comandante General, embargados gran parte de sus bienes, recluido en el convento agustino de Las Palmas por la Inquisición y sometido a la renuncia de sus convicciones. Sin embargo, se mantuvo firme y reclamó sus derechos en instancias superiores (Madrid).

Su valía intelectual está fuera de toda duda. No cabe compararlo en este sentido con ilustrados contemporáneos suyos, como Viera y Clavijo, Clavijo y Fajardo o los hermanos Iriarte, pero sus escritos en “Madrid visto por dentro” fueron un ejemplo de crítica sagaz. Su vida y su obra han sido objeto de estudio no sólo por eruditos del Archipiélago, sino por historiadores tan competentes como Domínguez Ortiz.

Veamos sucintamente su vida, más apasionante que su obra. El Vizconde procedía de una familia  entroncada con los primeros conquistadores de la isla de Tenerife. Su padre había nacido en Garachico y ejerció diversos cargos políticos en Indias y otros lugares. Pertenecía a la influyente y poderosa Orden de Calatrava, según algunos herederos de la legendaria orden templaria. Por línea materna procedía de La Palma, de donde era natural su madre, los Sotomayor. En esta isla fue donde nació el Vizconde, en Tazacorte, en el año 1677, cuyo lugar pertenecía casi totalmente a la familia de los Sotomayor. Fue bautizado en la Iglesia de los Remedios, en Los Llanos, y aprendió las primeras letras en Santa Cruz de La Palma, donde la familia también tenía casa.

Su educación juvenil, como todos los de la época, estuvo marcada por la enseñanza escolástica. Ahora bien, el vivir en un puerto como el de Santa Cruz de La Palma, con gran tráfico de barcos extranjeros, y sin la autoridad del padre, ausente, le forjó un espíritu liberal y cosmopolita, abierto a los conocimientos de todo tipo.

Muy joven, como todos los “señoritos” de la época, ingresa en las milicias canarias, aún con residencia en La Palma, donde lleva una vida licenciosa y donde tiene ya problemas con la Inquisición, por haberse burlado de una costumbre religiosa.

Ya en pleno siglo XVIII, con 26 años, llega a Tenerife, donde quiere establecerse para servir mejor en las milicias, bien residiendo en el Puerto de La Orotava o en La Laguna. Sin embargo, pronto embarca para Londres y París, en cuya última ciudad estaba su padre. Aquí tomó contacto con los enciclopedistas franceses, además de verse envuelto en aventuras amorosas, razón por la que tuvo que huir a los Países Bajos. De regreso, reside en el Puerto de La Orotava (hoy Puerto de la Cruz), aunque por supuesto tenía casa y haciendas en Icod y Garachico.


El Vizconde de Buen Paso vivió durante algunos años en el Puerto de la Cruz. Por aquel entonces conocido como Puerto de La Orotava. (FEDAC/Cabildo de Gran Canaria)


En 1714, ya siendo un hombre maduro, vuelve a viajar a Europa, seguramente por motivos económicos, pues trataba de encontrar una solución al comercio de los vinos tinerfeños con la creación de una compañía comercial canaria. Estuvo en Londres y París, donde aún vivía su padre como diplomático del rey.

De vuelta a la Isla, reside en Icod, en la zona de Las Cañas, donde tenía una hacienda. Allí tiene relaciones amorosas con una sobrina que vivía en Garachico, a la que según parece promete matrimonio. Por razones no muy claras, él se niega a casarse y después de un largo proceso, es condenado a permanecer bajo custodia en el Castillo de Paso Alto, en Santa Cruz, por orden del Comandante General. Además, se le embarga parte de sus propiedades para indemnizar a la sobrina despechada.

Después de algún tiempo en Paso Alto, logró fugarse del Castillo y, con la colaboración de familiares y amigos, huye por el Puerto de la Cruz a la isla de Madeira, y desde allí hasta Lisboa, lugar en el que vive algunos años y donde conoce a la que luego sería su esposa. Se casó por poderes, viajó luego a Madrid donde vivió durante 15 años. En la Corte de Madrid vive, según parece, ocupado en crear una compañía de vinos, en hacer vida social cortesana y en recuperar los dineros que había prestado. También lucha por conseguir un beneficio eclesiástico para sus suegros de Lugo. Aquí nació su única hija, cuya madre moriría más tarde, quedando viudo.

El Vizconde, que siempre se siente orgulloso de su condición canaria (hay varios lances que así lo atestiguan), siente nostalgia de su tierra y regresa con su hija ya en edad de casamiento.

De vuelta a Tenerife, reside en el Puerto de la Cruz para pasar luego, en 1755, a La Laguna, donde pone casa cerca de La Catedral (parroquia de Los Remedios). Aquí toma contacto con los “señoritos de la Laguna”, expresión que hace referencia a los ilustrados laguneros, donde asiste regularmente a la tertulia del Marqués de Nava.

En esta cuidad, el Vizconde es otra vez procesado por la Inquisición, que lo acusa de leer libros prohibidos y atentar contra la Fe. El Marqués mantenía una posición religiosa afín a los jansenistas, partidarios de un cristianismo evangélico e íntimo, y no tan de farándula, como el que se practicaba en su tiempo.

Como consecuencia del proceso, el Vizconde es condenado a residir durante dos años en el Convento de San Agustín de Las Palmas, siéndole embargados sus bienes.

Por fin, después de interminables recursos legales, volvió a La Laguna, donde muere a los 81 años de edad.




A las doce de la noche del 31 de diciembre de 1677 – hace ahora 340 años- nació este palmero ilustre en Los Llanos de Aridane, antigua jurisdicción del pago de Tazacorte. Recibió el bautismo en la parroquia de Los Remedios de dicha ciudad.



“¿Cómo puedo no haber sido
parto infeliz del pecado
si fui en maldad engendrado
y entre culpas concebido?
En las que nací, he vivido;
torpes fueron mis pañales
mis fajas, paños mortales,
así, de tales premisas,
son consecuencias precisas
la inmensidad de mis males”.



Fue quien introdujo la peluca en Tenerife a la usanza francesa, a pesar de los improperios y críticas que lanzaban los clérigos desde los púlpitos en contra de este nuevo complemento en el vestir. Se cuenta que un predicador no pudo seguir con su sermón en el que atacaba el uso de la peluca porque don Cristóbal se quitó la suya ante él y le dijo “Padre mío, si Vd. lo dice por mi peluca, ya me la he quitado; mire ahora contra quién predica”. 

“Heredero de los laureles conquistados por su padre en el servicio de las armas”, el Vizconde llevó también el uniforme militar. Había ascendido rápidamente en la carrera militar. Ya era capitán de caballería cuando la Escuadra Azul intentó invadir Tenerife el 6 de diciembre de 1706. Fue comisionado, junto con Diego Lercary para conducir al enviado del almirante Genings ante el Capitán de Guerra y Corregidor de dicha isla, don José de Ayala y Rojas. En 1721 era ya sargento mayor “de caballos” y luego fue nombrado jefe de las armas del partido de Icod por el Capitán General don Juan de Mur y Aguirre. En junio de 1728 fue ascendido a Teniente Coronel de Caballería y en 1761 Síndico Personero General del Cabildo. Más tarde, en 1761, fue nombrado Gobernador del Principal por la Justicia y el Regimiento de Tenerife. En aquellos instantes había guerra con Gran Bretaña.

El jocoso, independiente y travieso personaje- siempre ataviado con lujosos ropajes y cuya forma de ser y estilo de vida estaban siendo copiados por numerosos admiradores- sabía, sin embargo, que pagaría tarde o temprano por este poco usual comportamiento para la época que le tocó vivir. La envidia de sus contemporáneos no se hizo esperar y presintiéndolo, en 1719 salió de Garachico para nunca más regresar. Sin embargo, también había hecho grandes amigos.

Al morir el Marqués don Gaspar del Hoyo- padre del Vizconde -el 12 de enero de 1722, la sobrina de éste, doña Leonor del Hoyo, hizo todo lo posible para que se casase con ella, para lo que tramó varios ardides.

En una misiva que el galán envió a aquella dama decía, entre otras cosas, que el Obispo de Canarias don Lucas Conejero de Molina había sido uno de los instigadores en el asesinato del intendente Ceballos. Doña Leonor – mal asesorada por su madre y algunos competidores - puso en conocimiento del prelado el contenido de la carta. Colérico, don Lucas lo condujo ante el Tribunal Eclesiástico, donde el Vizconde no dijo una sola palabra en su defensa, “dando una lección de mansedumbre al vengativo Prelado”. Al ser nombrado éste Arzobispo de Burgos, lejos de perdonar a don Cristóbal, lo denunció ante el Consejo de Castilla. Fueron tan graves las acusaciones que se vertieron sobre el ilustre palmero en los informes, que fue mandado encarcelar por el Marqués de Valhermoso, previo embargo de sus bienes, en el castillo de Paso Alto. La real cédula fue fechada el 5 de febrero de 1725 y firmada por el monarca don Luis I.



“Divino, amante Jesús,
a quien ingrato y traidor,
pagué el más inmenso amor,
con la mas tirana cruz;
hoy ardiendo en vuestra luz,
lloro cuando os ofendí:
conozco, Señor, que fui
aborto de la maldad;
ten, por tu inmensa bondad,
misericordia de mí”.



El vizconde de Buen Paso es el mejor poeta canario del siglo XVIII. En buena parte de sus poemas logra evadirse del prosaísmo de su tiempo. Son versos severos, hondos y vigorosos, sabiamente construidos, que mantienen una dignidad grave y que, más de una vez, nos hacen pensar en Quevedo, incluso cuando, en tono de madrigal, cantan a una dama, como en este principio de una de sus cartas:


Esta carta de Pago que le escribe 
el Marqués y Vizconde a cierta dama 
que en Lisboa vive,
asesina deidad que el daño esconde
de unos ojos azules que maltratan,
y es contra ley que vivan, pues que matan.


O cuando canta al Teide en un bello soneto en que el poeta y el volcán, en una alternancia de contrarios, parece que juegan al "sí" y al "no" de su vivir distinto, con un zigzagueo de nueve contrapuntos que va ganando altura hasta la última antítesis:


¡Oh cuan distinto, hermoso Teide helado,
te veo y vi, me ves ahora y viste!
Cubierto en risa estás, cuando yo triste,
y cuando estaba alegre, tú abrasado.
Tú mudas galas como el tiempo airado,
mi pecho a las mudanzas se resiste;
yo me voy, tú te quedas, y consiste
tu estrella en esto y en crueldad mi hado.
¡Dichoso tú, pues mudas por instantes
los afectos! ¡Oh, quién hacer pudiera
que fuéramos en eso semejantes! 

Para ti llegará la primavera
y a ser otoño volverás como antes;
mas yo no seré ya lo que antes era.



Entre sus poesías hay sonetos, octavas', décimas, romances y quintillas.
Abundan los títulos como estos: A una dama muy dama, que se casó con un hombre que no era nada más que hombre, A un Señora que le dijo que era muy bellaco. Romance jocoso respondiendo por una Señorita. Pero su mejor poema es, sin duda, la Traducción del Miserere. Más que traducción es una paráfrasis del salmo bíblico, hecha en el castillo de Paso-Alto, pocos días antes de su fuga.
Son 17 décimas perfectas, de estructura vigorosa, enteramente autobiográficas. Valbuena Prat enfrenta "esta voz varonil y ascética" del Vizconde con "las glosas en música de los teatrales, traviatescos, y profanamente ligeros misereres de Eslava" *. El poeta, contrito y humillado, confiesa ante Dios "la inmensidad de sus males", reconociéndose "ingrato y traidor", "entre culpas concebido" y "parto infeliz del pecado". El dolor y las lágrimas abren surcos por los versos, hasta retorcerle el corazón y la palabra en doloridos retruécanos":


¿Cómo pudo no haber sido
parto infeliz del pecado,
si fui en maldad engendrado
y entre culpas concebido?
En las que nací he vivido.

Torpes fueron mis pañales;
mis fajas, paños mortales;
y así de tales premisas
son consecuencias precisas
la inmensidad de mis males.

Rómpanse mis torpes labios
en su divina alabanza
y en santa heroica mudanza
llore yo tantos agravios.

De mi culpa son resabios,
e infame agradecimiento
de mi vil entendimiento;
y así, rendido al desdoro,
siento la nada que lloro.

Lloro lo poco que siento.
Incienso, Dios infinito,
lleva para ti aceptado, 
espíritu atribulado
de un corazón ya concrito.

Lloro humilde mi delito;
y, pues los suspiros pagas,
quiero, Señor, que deshagas
mi corazón; y, deshecho,
que suba en humo a tu pecho
y baje en fuego a mis llagas. 










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