lunes, 27 de julio de 2015

BEN MAZER [16.638] Poeta de Estados Unidos


Ben Mazer

Ben Mazer, POETA DE EE.UU. Es graduado en la Universidad de Boston, donde sus consejeros eran Sir Christopher Ricks y Archie Burnett. Sus colecciones más recientes de poemas son Poems (The Pen & Anvil Press) and January 2008 (Dark Sky Books) ambos publicados en abril de 2010.

Poeta ganador del premio Pulitzer. 





Ben Mazer
Traducción de Mario Murgia



Poema para el primer día de primavera

En Los Ángeles el ataúd de un vampiro verás
acompañado de un simio llamado Barrabás.
En el sótano la luz del sol proyecta en las ventanas
el  polvo donde juegan simio y ataúd  por las mañanas.
Esta sombra estrella de cine fue una vez, esta fosa
es un experimento científico que el último actor goza.
Quienquiera que llegue, Thelma o Clara o Theda,
al rendir homenaje a Rita,  en silencio queda.
Los niños de la escuela a casa llegan, nada más.
El pasto está podado y de pizarra el arco pesa más y más.




Poem for the First Day of Spring

The vampire’s coffin in Los Angeles
is kept company by an ape named Barabas.
Sunlight through the basement windows all day
projects dust motes where the ape and the coffin play.
This shadow was once a movie star, this grave
is a science experiment that the last actors crave.
Whoever comes here, Thelma or Clara or Theda,
will go in silence, paying homage to Rita.
Children come home from school, but that is all.
The lawn is trimmed, and the slate arches pall.




Epílogo

Es la juventud que entiende la vejez
y tu repulsión no es sino proyección
una imagen del odio que obtienes.
He visto llegar el otoño y creo que
seguiré cada hoja que serpea por la casa
hasta donde farfullas, la punta de la soga
donde la gracia camina entre el follaje nupcial
y nadie puede confundirte con otra.  
Después, son sólo hojas que quemar.
Y cuando las flores revienten sobre la lluvia
los techos mantendrán su testigo solemne y manso
alejado de los jóvenes que viajan lejos
para colmar la nariz de aire otoñal.
Bien basta el alba como despertar.  
Y el amor es amable, aunque académico no sea.
Y qué si llenara mis cuadernos de sus palabras
esbozadas de repente sin el menor titubeo
regresaría ella a él al llegar el otoño
o se hundiría en un crudo invierno
sin contar siquiera los capullos idos ya.
Cuántas veces la lluvia otoñal se manifiesta
para arremolinarse por el río ya de tarde
o caer como un gran océano en el ocaso.
No importa, él de ella ya se ha hartado
y abandona su juventud esperando algo mejor.
Una gota expresa todas las crecidas aguas,
el viento a los árboles insufla sentimiento
y nadie, nadie puede revertir el golpeteo
de las tinieblas encerradas allí dentro. 
Miran fijo la ciudad al alba
y no pueden despertar estas mortajas de memoria.



Epilogue

It is youth that understands old age
and your repulsion is but a projection
an image of the loathing you obtain.
I’ve seen the fall come in and think I shall
follow each leaf that winds about the house
to where you stutter, the end of the tether
where grace walks through the bridal foliage
and no one could mistake you for another.
After that, they are only leaves to burn.
And when the flowers burst upon the rain
the roofs shall keep their solemn gentle witness
far from the young men who travel far
to fill their noses with the autumn air.
Daybreak is decent as awakening.
And love is gentle, though he is no scholar.
What if I filled my notebook with his words
sketched suddenly with no least hesitation
would she return to him when it came fall
or would she sink into a bitter winter
not even counting the blossoms that are gone.
How many times the autumn rain recurs
to wind about the river in the evening
or fall like one great ocean in the dawn.
No matter, he has had enough of her
and leaves his youth in hope of something better.
A drop expresses all the flooding water,
the wind instills the trees with sentiment,
and no one, no one can reverse the patter
of the darkness that’s enclosed within.
It stares across the city in the dawn
and cannot wake these shrouds of memory.




El muelle largo

Se lleva un rato caminar por el muelle largo
que está cubierto contra los elementos.
Incluyendo las propiedades contiguas
en el nuevo arrendamiento, nuestro grupo se paseaba
bajo el brillo de la luz que apartaba la noche:
el chino, el francés y el sueco
(todos de traje planchado, apenas bajados de un avión
y ansiosos de regresar al hotel
para en privado hundirse en una copa
bajo el brillo de la luz que apartaba la noche);
sus desinformados ojos no prestaban atención
(el viaje estaba sazonado con esa jerga de agente
que no vacila en su propósito,
que no está diseñada para que uno mire en realidad),
y el coleccionista de finas mercancías
que contaba millones entre los bienes almacenados
les pasaba algo de su calculador orgullo
a objetos que no podía comprometerse a vender,
las furtivas bases de su capital:
cada tipo de botella de cada tipo de año,
cada calendario impreso que se producía,
cada producto manufacturado, todo aquello
guardado sin abrir en su embalaje
igual que cuando reinaba la alegría de vivir
(para ello la mujer inglesa lo ayudaba
pues como a un amigo lo miraba).
El muelle largo era inestable frente al viento.
No nos dimos cuenta de que era un muelle
lo que habíamos recorrido, pero al extremo,
una ventana podrida por el clima se asomaba
al océano; pudimos ver adónde habíamos llegado,
sostenidos sobre el mar por pilotes enormes,
muy adentro, y meciéndonos con el viento
con poco espacio para caminar sobre el piso flojo.
Pensé en caer al mar.
El mar es azul, pero muchos tonos de azul
blanco, verde,  negro y gris se combinaban
en movimiento, elevándose hacia nosotros en una página
tras la cual la luz no esconde ecos de nada.
La nada es lo único que conocemos de lo que está ahí.
Parece pesada, más pesada que los sueños,
tan profunda como allá donde los sueños piensan ir,
en el lodoso pensamiento negro que ahí no está.
Lo que sea que es o ha sido o no,
lo que sea es otra parte, aun si aquí estamos:
todo es un paradigma:  el arco del clavadista
no es nada sino lo que tenemos a la vista.
Quiero voltear la página. Tengo miedo
de lo que está por allá, del horizonte, los barcos—
tinieblas someras, ventajas inciertas.
Me alejé del viento, como de un clavo,
y pegué la vuelta. Ahí, sobre algunas mesas largas
(entre mesas y paredes estaba mi prisión
cuando de mi caída tuve una visión)
cuyos bordes estaban levantados para formar botes,
vi enormes cantidades de tiras
de papel, muy delgadas, archivadas en largas filas.
Abrí una para ver qué tiras eran esas.
Sobre cada una —y ahora veía los barcos
que seguramente fueron tan reales como tú o yo—
el nombre anotado de cada viajero
que el horizonte en barco transgredía
cuando aquí llegaba; una tira cada entrada tenía—
un continente de fantasmas había descendido ahí,
voluminoso sobre las mesas; solo se movía la bruma
y el muelle largo se sostenía y se mecía en su lugar. 




The Long Wharf

It takes a while to walk through the long wharf
which is enclosed against the elements.
Purveying the connecting properties
to the new lease, our party sauntered there,
in the bright glare of light deflecting night,
the Chinaman, the Frenchman and the Swede
(each in a pressed suit, just off an airplane,
and eager to get back to the hotel,
to sink in privacy into a drink
in a bright glare of light deflecting night),
their uninformed eyes taking little care
(the tour was peppered with such agent’s talk
as never hesitates in its intent,
was not designed for one to really look), 
while the collector of fine bric-a-brac
who counted millions in the warehoused goods   
rubbed off a bit of calculating pride
on objects he could not commit to sell,
stealthy foundations of his capital:      
each type of bottle from each type of year,
each printed calendar that was produced,
all manufactured products, everything
preserved unopened in its packaging
just as it was when joie de vivre was king
(the Englishwoman served him to this end,
looking upon him as upon a friend).
The long wharf was unstable in the wind.
We didn’t realize it was a wharf
we had come through, but at the end of it
a weather-rotted window peered out on
the ocean, we could see how far we’d come
held up above the sea by massive beams,
a long way out, and swaying in the wind
with little place to walk on the loose floor.

I thought of falling out into the sea.   
The ocean is blue, but many shades of blue    
and white and green, and black and grey, combined
in motion, rising towards us on a page
behind which light hides echoes of nothing.       
Nothing is all we know of what is there.             
It seems so heavy, heavier than dreams,           
as deep as dreams would ever think to go,  
in the black murky movement that’s not there.
What ever is or has or hasn't been,
whatever's elsewhere whether we are here,
all is a paradigm: the diver's bow                
is nothing if not everything we know.
I want to turn the page. I am afraid
of what is out there, the horizon, ships—         
depthless darkness, uncertain vantages.
I pulled back from the wind as from a nail,
and turned to go. There on some long tables
(I had been squeezed between them and the wall
when I had had my vision of my fall)
whose sides were built up so that they were bins,  
I saw enormous quantities of slips
of paper, very thin, filed in long rows.
I opened one to see what slips they were.
Upon each one, and now I saw the ships
that must have been as real as you or I,
the name recorded of each voyager
transgressing the horizon on a ship
who entered here, each entry had a slip—            
a continent of ghosts had landed here,
thick on the tables, only the fog moved
and the long wharf stayed up and swayed in place.



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