Busto de Antonio de Viana situado en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife.
Antonio de Viana
Antonio de Viana (La Laguna, Tenerife, 1578 - ¿1650?) fue un historiador, médico y poeta canario. Estudió en Sevilla la Licenciatura de Medicina, que terminó en 1606. Es posiblemente en esta ciudad donde conoció a Lope de Vega.
Desde 1607 prestó sus servicios al Cabildo de Tenerife para llevar a cabo la atención de los enfermos del hospital. También en Sevilla ocupó la plaza de médico cirujano del Hospital del Cardenal. En 1630, ante el notable aumento de su fama, sus contemporáneos tinerfeños consiguieron convencerle y llevarle nuevamente a la isla, con su antiguo cargo espléndidamente remunerado. En 1633 se trasladó a Las Palmas, donde ejerció gran parte de su profesión. Fue médico del obispo Murgas, elevando aún más su reputación entre miembros de tribunales y altas personalidades de otros órganos que por aquel entonces residían en la ciudad grancanaria.
En cuanto a su faceta de historiador y poeta se le achaca que en sus escritos se haya inventado parte de los nombres guanches que aparecen. Viera y Clavijo también se basó en algunos de los escritos del poeta Viana para parte de la Historia de Canarias, con el consiguiente error en la denominación de los nombres aborígenes que han perdurado a nuestro tiempo.
Obras
Antigüedades de las Islas Afortunadas (1604), poesía de gran valor que aporta una importante información sobre la costumbres y etnografía isleñas.
Conquista de Tenerife.
Aparecimiento de la imagen de Candela'' (1637), ensayo.
Antonio de Viana (La Laguna, Tenerife, 1578 -?)
POETA
Antonio Hernández de Viana nace en La Laguna en el año 1578. Siguiendo la costumbre de la época, invirtió el orden de sus apellidos, pasando a la posteridad literaria como Antonio de Viana. Su padre, Francisco Hernández, era sastre y almotacén mientras que su madre, María de Viana, era de ascendencia portuguesa. Su condición de mestizo, como la de la gran mayoría de los canarios de entonces, le sirvió como argumento para emparentarse con el ficticio Juan de Viana, personaje conquistador inventado al que presenta como pariente suyo y al que nombra en la relación de conquistadores en su Canto XI.
Estudiosos como María Rosa Alonso y Alejandro Cioranescu han escrutado y aportado importantes datos biográficos sobre el poeta. Sabemos que estudió en Sevilla durante su primer periodo de formación (1595-1598) y que después se trasladó a su tierra natal para contraer matrimonio y para solucionar diversos trámites referentes a una herencia. En Tenerife permanecerá hasta 1599, cuando, nuevamente, parte hacia la ciudad hispalense donde, en 1605, termina sus estudios de medicina, titulándose como “licenciado, médico cirujano”, retornando de nuevo a La Laguna ese mismo año.
A raíz de una epidemia que azotó la isla entre los años 1601 y 1602, el Cabildo tinerfeño propone a Viana como “médico de la Isla”, aunque éste nunca vio normalizada su situación debido a una serie de escollos administrativos y económicos, por lo que decide regresar a Sevilla en 1611, donde permance alrededor de diez años. A lo largo de este periodo continua formándose en su profesión, doctorándose y acumulando experiencia como cirujano mayor en el Hospital del Cardenal y de la Real Armada.
En 1631 el Cabildo de Tenerife vuelve a negociar los servicios de Viana y éste decide dejar atrás la estabilidad de la capital hispalense y acepta la oferta. Poco después de su llegada, ve rotas sus expectativas, ya que la morosidad burocrática y el asesinato en La Laguna de dos de sus hijos (1632) terminan por hacerle tomar la decisión de abandonar para siempre su isla natal y marchar a Gran Canaria, lo cual hizo en 1633, aunque en la isla vecina tampoco le supieron retener. Un año después se marcha definitivamente de Canarias y se instala en Sevilla donde, desgraciadamente, se pierde su huella biográfica. Se cree que pudo morir en el año 1650, fecha en la que se tiene constancia de la última certificación médica firmada por el médico-poeta.
Durante su segunda estancia en Sevilla, Viana conoce a Lope de Vega y éste le dedica un soneto a modo de alabanza que Viana incluye al inicio de su obra. Además, el Poema de Viana servirá a Lope de inspiración para escribir su obra teatral Los Guanches de Tenerife, basándose principalmente en dos episodios legendarios: la aparición y milagros de la Virgen de Candearia y los amores de Dácil y del capitán Castillo. La crítica contemporánea reconoce y exalta la escena del encuentro entre la princesa aborigen y el conquistador Castillo como el gran logro del poema y de la comedia. Lope se percató enseguida del alto valor lírico y dramático de la escena del Canto V del poema de Viana, aunque intensificó el rasgo amoroso, pasional, de la pareja para producir el deseado clímax dramático, momento que ya Menéndez y Pelayo había denominado «égloga guanche».
Viana también conoció, durante una breve estancia en Gran Canaria, a Barolomé Cairasco de Figueroa, por el que sentía una profunda admiración tras leer su Templo Militante, admiración que se tradujo en la imitación que Viana hace de él en algunos versos. Como se ha insistido, el vate lagunero nombra con veneración a Cairasco al referirse a la Selva de Doramas en el Canto II de su Poema. Recíprocamente, en los preliminares de la obra de Cairasco, Templo Militante, el poeta y dramaturgo grancanario incluye un soneto de Viana.
Antigüedades de las Islas Afortunadas, también conocido como Poema de Viana, es una crónica versificada de la conquista de Tenerife, distribuida en dieciséis cantos, donde la recreación histórica y el lirismo épico lidian por la identidad de una obra, de cuya heterogénea naturaleza parece participar el autor, que no fue, estrictamente, ni historiador ni poeta. Escribió la obra por encargo de Juan de Guerra Ayala, con el objeto de dignificar su apellido y limpiar su genealogía, algo maltrecha después de que fray Alonso de Espinosa escribiese unas referencias nada beneficiosas de los ancestros del mecenas de Viana.
Antigüedades de las Islas Afortunadas es un poema apasionado, inspirado en el amor que Viana sentía por su tierra natal y que lo llevaba a celebrar, veces exageradamente, la cultura aborigen, mostrándolo como un modelo de virtudes y belleza, aunque, del mismo modo, Viana también presenta a lo conquistadores como dignos y generosos caballeros.
El hecho de haber escrito una sola obra literaria –también publicó dos libros de carácter científico– coincide con la singularidad de su gestación, ya que el joven poeta terminó de escribir esta magna epopeya cuando tan sólo contaba veinticuatro años de edad. La rareza es aún mayor teniendo en cuenta que la experiencia de la poesía épica no reaparecerá en su pluma ni, en rigor, en la de ningún otro poeta canario de los siglos XVI y XVII.
La primera edición del Poema data de 1602. Con posterioridad (1659) fray Juan de San Diego llevó a cabo una copia y sobre ésta el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife encargó otra, en 1834, a Sabino Berthelot. Ambas reproducciones han servido de base para las posteriores ediciones. Hasta el trabajo de Rodríguez Moure, en 1905, no disponemos de una edición cotejada sobre la original, gracias al ejemplar que este sacerdote disponía y que hoy está en manos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en La Laguna.
Viana convive con el historiador en una curiosa dinámica Antonio de Viana, Xilografía1604 (anonimo)conciliadora: la verdad falseada que intenta legitimar Viana parece estar, a priori, por encima de cualquier otra consideración y, sin embargo, el poeta se deja atrapar por la seducción del arte, para contemplar el pasado reciente con ojos de poeta. Los episodios de la conquista le venían servidos y fijados por la inmediatez temporal (cuando publica el poema han transcurrido poco más de cien años desde el final de la conquista de Tenerife), que no favorece, precisamente, ni la libertad ni la autonomía para modificar de forma visible la realidad. Las informaciones sobre la empresa conquistadora, aportadas por su mecenas y sus fuentes, representan una evidencia cristalina e innegable: la tarea del historiador supedita a la del poeta.
Por otra parte, el mundo aborigen que envuelve a la materia amorosa y humana del relato legitima el giro lírico y la incorporación de la visión imaginaria –e incluso «mítica»– de los pesonajes: el agorero Guañameñe, la “infantina” Dácil, los arrogantes menceyes, etc., los pares amorosos Ruymán-Guacimara, Rosalva-Guetón, Guajara-Tinguaro, etc., los valientes guerreros guanches viven en la veracidad de que los dota el amor a su tierra, a sus creencias, a su dama o a sus hijos; ellos, que se desplazan de la mera historia seca y árida, existen por y para la fantasía. Por tanto, el poeta subordina ahora al historiador. En cambio, los personajes históricos (los conquistadores castellanos o el mencey Bencomo, o Tinguaro) sufren la descaracterización por su entrega absoluta a la guerra, de modo que, reales en el acontecimiento histórico, no existen para la poesía.
Hay en el Poema de Viana una naturaleza mixta que se entrega, por una parte, con toda la fuerza de la pasión de su juventud a ofrecer una visión histórica arreglada y maquillada a la altura de los intereses familiares de los Guerra, aún a pesar de que el vate lagunero no pierde de vista la fuente histórica de Alonso de Espinosa, y, por otra, a dar sentido poético, fabulatorio, a los amores simbólicos entre vencedores y vencidos, entre guanches y castellanos. Como ha destacado la crítica, la fruición con Viana canta el mundo aborigen se asemeja con la que exalta los valores de la fe cristiana, todo lo cual produce la muestra y la contribución insulares a la épica hispana de los Siglos de Oro.
Significación y alcance de la obra de Antonio de Viana
Poema Antonio de Viana está considerado como el patriarca de la poesía tinerfeña. Aunque el Poema sea de desigual calidad, su importancia radica, entre otros aspectos, en que es el poema épico canario por excelencia, en el que se da continuidad a la mitificación iniciada por Cairasco de la historia precolonial. Pero la obra de Viana va mucho más allá en la indagación de la realidad por medio del lenguaje. Al poeta le gusta dar nombre a lo que está viendo y se aparta así de los estereotipos convencionales de la época, como lo demuesrta la gran cantidad de términos que inserta referidos a la realidad insular.
También es destacable la formulación de otro de los mitos de la literatura canaria: “el mito de Dácil”, que gira en torno a los amores de la heroína indígena Dácil con el capitan español Castillo. Según muchos estudiosos, la escena entre la princesa aborigen Dácil y el capitán conquistador Castillo es el gran logro del poema. En este sentido, Dácil se convierte en símbolo de diversas lecturas que han sido recogidas por la tradición literaria posterior, bien para celebrar el pasado idílico del mundo aborigen, bien para exaltar la condición mestiza y destinada a abrirse a exterior del ser insular.
Son muchos los estudiosos que se han dedicado al estudio de la obra de Viana. La historia del “vianismo” y el trabajo más completo sobre el Poema se deben a la célebre investigadora del médico-poeta, María Rosa Alonso, aunque no ha sido la única en visitar críticamente la “epopeya guanche”. Autores como Viera y Clavijo, Millares Torres, Sabino Berthelot, Menéndez y Pelayo o Millares Carlo lo han hecho. Además, el perfil biográfico y literario del autor y su obra se amplían en los trabajos de Valbuena Prat, Andrés Lorenzo Cáceres y Artiles y Quintana. Un capítulo aparte merecen los estudios de Cioranescu. Asimismo, el Poema también cuenta con un merecido lugar en diversas antologías, como las de Sánchez Robayna y Banco Montesdeca.
La obra de Antonio de Viana:
Antigüedades de las Islas Afortunadas, La Laguna, 1996; Antigüedades de las Islas Afortunadas, edición de María Rosa Alonso, Gobierno de Canarias, 1991; Antigüedades de las Islas Afortunadas, edición e introducción por Alejandro Cioranescu, Interinsular Canaria, 1986.
La obra dividida en cantos, empieza con una descripción de las islas en la que al paisaje de "tierra adentro", casi siempre idílico, se une el del mar, un mar que sirve de marco para el soliloquio de la princesa Dácil y por el que ha de venir su "amado forastero".
Las aguas apresura porque venga
con más presteza, mira que lo espero,
y es muerte el esperar, no lo detenga
tu inquieto movimiento, porque muero.
Aplaza ese rigor lo que convenga
y tráeme ya a mi amado forastero,
que lo desea y ama el pensamiento,
y amar y desear es cruel tormento.
Y añade después, como un suspiro prolongado:
¡Cuándo, cuándo
te veré, afable mar y en tu bonanza
seguro y quieto el bien de mi esperanza!
El tema central de la obra es la conquista de Tenerife, y sus momentos culminantes se desarrollan en tres batallas: la de La Matanza, la de La Laguna y la de Acentejo. La descripción de la lucha recuerda inevitablemente el realismo de algunos poemas épicos medievales. A este realismo feroz de los encuentros entre los guerreros se contrapone la sensibilidad y delicadeza de los personajes femeninos ( tres princesas guanches) que protagonizan las tres historias de amor que se hallan en el Poema: Dácil y el capitán Castillo, Rosalba y Guetón, Guacimara y Ruimán.
Es importante destacar también el contenido religioso de la obra, fundamentalmente en lo que se refiere a la Virgen de Candelaria (canto VI) y a las invocaciones que anteceden a otros cantos.
Y no sólo el mar lírico, enredado en amores, sino también el marmitológico, imitado de Cairasco, con nereidas, sirenas y amadríadas, con Eolo "impacíñco" y "Neptuno armado del "tridente y poderoso báculo"". O el mar afanoso, con trajín de marineros y soldados, como en este desembarco de tropas en que se logra un dinamismo sorprendente a base de la repetición anafórica'^;
A prisa marineros y grumetes,
a prisa los bateles y los remos,
a prisa desembarcan capitanes,
a prisa los alférez y sargentos,
y a prisa los soldados animosos,
siguiendo sus pendones y banderas,
a prisa tocan cajas, suenan pífanos
y retumban clarines y trompetas,
saltan en tierra, póstrense en el suelo
Los encuentros de la lucha se describen con un duro realismo que recuerda otras escenas de las gestas medievales. Tinpuarn, con un golpe de maza, divide en dos mitades la cabeza de su rival":
López de Aza, atravesado el pecho por un dardo, se lo arranca y da muerte a su enemigo"; Guadrafet. grueso y alto "como torre de carne", atravesado el vientre por la espada, echa por el ombligo "los intestinos con la sangre": Lope Hernández entra en el combate
"sembrando el suelo de difuntos muertos""; en medio de la batalla,
la muchedumbre de los cuerpos muertos
cubre del bosque las estrechas sendas,
y los peñascos que ruedan por la montaña, impulsados por los guanches,
deriban, matan, hieren y desriscan,
aplastan, rompen, despedazan, parten,
hunden y entierran vivos y difuntos.
No podemos omitir, por su importancia y por su frecuencia, el contenido religioso del Poema, en especial lo referente a la devoción y aparición de la Virgen de la Candelaria " en el canto VI y a las invocaciones que preceden a varios cantos. Y es de notar que, mientras Cairasco, en un poema estrictamente religioso como el Templo Militante, comienza muchos cantos con una invocación a los dioses de la mitología, Viana. en su poema de tema pagano, suele comenzarlos con invocaciones a la Virgen de la Candelaria.
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