LUISA MARTA CÓRICA
Luisa Marta Córica nació en 1944. Estudiaba Filosofía en la Universidad de La Plata, trabajaba en el Senado de la provincia de Buenos Aires y en el Hipódromo, donde la habían elegido delegada. También era actriz y había hecho una escena con Alfredo Alcón en la película Boquitas Pintadas. Cuando fue secuestrada en la estación de trenes y asesinada por la CNU tenía treinta años. Su cuerpo apareció ese mismo día en Los Talas, Berisso. Andrea tenía ocho años y se acuerda como si fuera hoy de estar en el velorio mirando fijo a los ojos de su madre, esperando que los abriera y despertara de una vez.
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Pasaron cuarenta años desde el domingo 6 de abril de 1975, cuando Luisa Marta Córica fue a trabajar y al cruzar a la estación de trenes para encontrarse con su hijo mayor la intercepta un grupo de personas entre quienes estaban Carlos “El Indio” Castillo, uno de los jefes de la CNU que pronto se sentarán en el banquillo de los acusados para enfrentar a la justicia. En el libro La CNU: el terrorismo de Estado antes del golpe, de Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal, cuentan que uno de los integrantes de la patota se quejó del blanco que le “marcó” Castillo: “Uy, che, ¿a esta mina vamos a matar?”.
El recorrido fue letal. “La subieron a un auto y a la madrugada llamaron a la casa de mi abuela para avisar que habían encontrado un cuerpo en la costa de Berisso. Los pescadores escucharon detonaciones y luego encontraron el cuerpo. Mi tío reconoció el cuerpo en la morgue”, recuerda Andrea. Y completa: “Fueron tres días, repetía mi abuela: el domingo que la matan, el lunes la encuentran y el martes la velan y la entierran”.
A partir de allí, Andrea y sus dos hermanos fueron a vivir a lo de sus abuelos paternos. Les dijeron que Luisa había tenido un accidente en un taxi. “Al tiempo, uno o dos años encuentro una caja con fotos y allí un recorte del diario El día que decía que habían encontrado muerta a una mujer en Los Talas. Por los datos me doy cuenta que es mi mama y ahí tengo una charla con mi papá y mi abuela en donde me lo confirman. En mi familia en particular se silenció la militancia de mi madre. Yo empiezo a reconstruir la historia, a mis 28, 29 años. Me acercaba a la edad de mi madre cuando la matan”, relata.
“Quiero reivindicar a mi madre desde lo más íntimo, lo más singular de ella”, dice Andrea. “Si analizamos las primeras reivindicaciones, fueron por los treinta mil, algo colectivo. En un primer momento no se nombraba a las organizaciones donde ellos militaban, ni se particularizaba: eran siluetas negras. Fueron etapas todas necesarias. Cuando nace H.I.J.O.S. nosotros ponemos las fotos de nuestros padres, el nombre de la organización a la que pertenecían, hacemos una resignificación. Se fue de lo general a lo particular. Y lo singular de mi madre, lo particular, está en estos poemas. Lo más íntimo, lo más propio, lo más privado, está en esto, cuando se sentaba a escribir”, reflexiona.
Trabajando juntas
“El libro lo experimenté como una temporada con mi mama, trabajando juntas”, recuerda. “Me encuentra como una mujer, adulta, alejadísima de esa nena de ocho años y medio a la que le mataron la mama. Me produjo un cimbronazo pensar que podía concretar un proyecto con mi vieja y trabajar juntas, ayudarla a que pueda publicar sus poemas y también trabajar junto a mi hijos que me ayudaron a transcribir las poesías”, explica.
La publicación y presentación de La niña que sueña con nieves es un acto contra el olvido. Como define su hija, “Es cambiar los verbos: antes era separarnos, exterminar, desaparecer, omitir, silenciar, olvidar. Ahora es contar, reivindicar, decir, acompañar, reencontrarnos, juntarnos, buscarnos”. Es también la materialización de un sueño en el que los roles se invierten: “Soy la hija ayudando a su mamá a concretar sus sueños”, dice.
“Después de cuarenta años, ver el libro de mi madre es como que ella vuelve en un cuerpo de palabras. Cuarenta años es casi como la mitad de la vida. Yo era una niña, ahora soy una mujer. Qué maravilla, sigo esperando sorpresas: ahora sé que pueden pasar veinte, treinta o cuarenta años pero algo va a volver”, dice con alegría Andrea Suárez Córica. “El libro me llena de esperanza y de futuro. Va a trascender y seguramente viajará como lo hicieron sus poesías: de mano en mano, de lugar en lugar, con todos los sentidos de alguien que luchaba por un país mejor. Alguien que amaba, que se enamoraba, que sufría, que tenía desamores, amores rotos, desilusiones, tristezas. Una mujer, entera, apasionada, amante de la vida y de la sensibilidad. Vuelve en una nueva belleza de esta militante y poeta”, completa.
Hoy Luisa Marta estará, en palabras y en canción, nuevamente en la facultad donde estudiaba.
LUISA MARTA CÓRICA La niña que sueña con nieves
LUISA MARTA CÓRICA nace en La Plata el 26 de agosto de 1944. Madre de Ariel, Andrea y Cristian, ya separada, decide terminar la escuela secundaria e ingresa en el colegio Normal 2, donde comienza su militancia en el peronismo. En 1970 sufre el primer allanamiento y detención. Luego, ingresa a la carrera de Filosofía (UNLP) y plasma su militancia en la JUP. Trabaja en el Hipódromo de La Plata como brazal donde es delegada del Sindicato de Empleados por Reunión. También trabaja en la Cámara de Diputados de la Provincia. En cine, realiza un “bolo” junto a Alfredo Alcón en la película Boquitas Pintadas (Leopoldo Torre Nilsson, 1974). La leyenda cuenta que en los últimos tiempos se encontraba trabajando en la novela Luis, ¿y la revolución? El 7 de abril de 1975, a los 30 años, es secuestrada de la estación de trenes de La Plata y asesinada por integrantes de la CNU en Los Talas, Berisso, donde su cuerpo fue encontrado horas más tarde. Hoy Luisa es abuela de cuatro nietos: Paloma, Margarita, Rocío y Juan Manuel.
Luisa Marta Córica
La niña que sueña con nieves
Libros de la talita dorada
Colección Los detectives salvajes / 19
City Bell: De la talita dorada, 2015
(…) En todos estos años he nombrado a Luisa de muchos modos: como trabajadora, estudiante, militante, madre de tres hijos, actriz. He recuperado sus poesías en 1994. Sin embargo, nunca la he nombrado como poeta. Como si hubiese sido presa, yo, de un mandato que me hacía reivindicarla por donde “correspondía”: su militancia, su trabajo, su estudio, su maternidad. Por el lado del “deber”. Hoy me resulta tan sorprendente como injusto haber silenciado su oficio de poeta. Como si hubiese sido cómplice involuntaria de algún canon o academicismo. Luisa se había autorizado a sí misma a escribir poesía. Se había declarado a sí misma poeta. Y ninguna omisión de ningún tipo podrá desautorizarla. Luisa era lo que hacía. Era, es y será, en consecuencia, una poeta. Y sus palabras, como una marea, llegan hoy a nosotros, con toda su intensidad. Con toda su joven frescura.
Andrea Suárez Córica
La Plata, noviembre de 2014
20
Intento
a veces...
escribir en versos,
escribir
mis versos
calientes
de espera.
Transcribir intactas
mis
excitaciones.
Las palpables muestras
de mis
negligencias
afloran entonces
y
caigo en despliegues
azarosos
de incoherencias.
Busco en mi intención.
Palpo
en mi
inconsistencia.
No
existen
no
emergen
no
quedan.
Abandono el lápiz.
Naufrago.
Me
llevan.
23
Acaricio un clima
desgastado
por el
tiempo
y me
anochezco
en lo
incoherente
de la
espera.
Mas no gradúo
mi dosis
de aprehenderte.
Pertenezco
al planeta de lo incorporal
lo
intransitable
y,
sin embargo,
he ahí lo tremendo:
me sé
humana.
23
Adentro
del vaso
el hielo cruje
embebido por el whisky.
Detrás del vidrio
mis ojos
embeben
el gris del cielo
el gris
del agua
del Río de la Plata.
Yo
palpo
a
tientas
mi
desconcierto.
Trato
de
adecuar
en mis manos
el calor de mis venas,
y
adormezco
la
espera.
.
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