viernes, 24 de julio de 2015

CLAUDIA NOGUERA PENSO [16.619]


Claudia Noguera Penso 

Caracas (Venezuela), 1963.
Formó parte de los Talleres de poesía con Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata; crónica con Rafael Osio Cabrices, narrativa y periodismo con Milagros Socorro. Ha publicado Nada que ver (1986), Ultimo trecho (1998), El viaje (2001). Caracas mortal fue expuesto en una instalación gráfica en la Galería Hotel Paseo Las Mercedes, (2009). Sus poemas están en las antologías Voces nuevas Celarg,1991; La Maja desnuda XII Aniversario, 2002; 102 poetas Jamming Oscar Todtmann Editores, 2014; Fervor de Caracas. Una antología literaria, Fundavas Ediciones, 2015. Poemas, crónicas, entrevistas y traducciones han sido publicadas en periódicos, revistas y portales. Fundó, en 1996, la Editorial Cincuenta de Cincuenta. Su libro Ultimo Intento obtuvo Mención honorífica en la VII Bienal Literaria Ateneo de Calabozo “Francisco Lazo Martí” (1997).




Hay mucho de melancolía en los recuerdos
fui, era, estuve
¿en dónde?

ahora después de tantos días
los recuerdos se quedan escondidos
en un recodo, en esa esquina,
la que recibe los desechos y el polvo.
Y mi sueño sólo sabe disiparse como que huyera
feroz y contento
a ese espacio
en donde es tan fácil el olvido.





Hay mucho de nostalgia en la memoria
mucho empeño por la oscuridad
demasiado dolor por los instantes
buenos o malos.
Insistimos tanto como los años
hurgamos sin compasión o cuidado.
Para sentirnos de nuevo el corazón.





Hay mucho de horror en el olvido
en esa insistencia
de protegernos la piel
por vaciarnos y volvernos a llenar
con lo feliz que fuimos algún día.
Ese recuerdo vago
condenado a no volver
porque pena en el desacierto.
Porqué erró el blanco.
Cúal blanco.







Venimos de tan lejos
para encontrarnos aquí.
Yo venía de detenerme
de espaciar latidos
para volverlos lejanos, inofensivos
quedarme sentada en lo olvidado
con el corazón detrás de la ventana,
duro, de pura piedra.
Yo quería salvarme y arder
le puse tu nombre.

Te llamaba desde siempre
y escuchaste.







Me siento a escribir
y no me responde el vacío
me hurgo el lado que duele
y huye.
No hay mal presentimiento, ni irse.
Le espanta que remonte la ternura.
Y que siempre piense en ti.






Te abrazo, desdibujo, convierto,
te armo, te desarmo, te rearmo, te amo
te miro, de frente, de reojo, de lado
te vuelvo a mirar.
Me asusto, huyo, corro, escapo
vuelvo
a tu abismo
tropiezo
caigo
suave.
Dulcemente






Mi soledad no se parece a la de nadie
no a la de mi perro que descansa
a mi lado
ensimismado
como un caracól
Mientras la gata.
observa a través de la ventana
un paisaje libre que no conoce.
Voltea y me mira
se siente sola.
La nostalgia la abraza
y nos hunde.

Del libro: Bajo infinito




Los poemas aquí presentados son de su libro Caracas mortal, publicado en 2015 por Oscar Todtmann Editores.

Sobre este libro, Héctor Torres escribe:

«Las ciudades propician ritos para hacernos sentir que nos entendemos con ellas, siquiera de forma ilusoria. Dicen que nombrar es poseer. Tras una búsqueda, no ya de poseer, sino acaso de asirse, Claudia Noguera Penso nos sumerge en esta bitácora de un viaje errante por su Caracas íntima, un mapa bosquejado por unas coordenadas escritas por el miedo, el desconcierto, la sorpresa, el anhelo, la rabia, el recuerdo, el desamor y la nostalgia, que es una forma lánguida del despecho.

Los textos que componen Caracas mortal conforman un catálogo de postales que atizan sus opuestos como un método de sobrevivencia. Irnos para encontrarnos. Quedarnos y aún así perdernos. Una ciudad donde el amor siempre parece huir para mantenernos despiertos. Este compendio de las ciudades que viven dentro de la Caracas de Claudia Noguera Penso, afronta el camino con los ojos abiertos, como su último y más sagrado privilegio».





Por más golpes que recibe esta ciudad no cae, ni se derrota, siempre se levanta. No sabemos cómo, en las noches se nos tiende compasiva, en paz, con la libertad de reconstruirse a si misma, tapando sus heridas, dejándose ver limpia y justa menos mortal.

Yo trato de mirar entre tanta bruma, en tan poca distancia. Mis pulmones se llenan de palabras inciertas, mis manos contienen tu rostro y siento como si la ciudad me hubiera atrapado en su desasosiego, abandonándome a la suerte, perdida en las ganas, en la oscuridad de la miseria (de la tuya o de la mía).


=


En medio de la ciudad respiro profundamente, hundo mi existencia, acabo con las horas de tedio.
La ciudad engulle y vomita su cotidianidad para que vayamos acostumbrándonos a lo que viene, sólo espero en el fondo en donde estoy un ademán que me salve del pantano que me está comiendo los pies.

El ruido de tu voz me arrastra mientras espero que me devuelva esa palabra, la que indefectiblemente me mantiene girando en tu centro.


=


Así que podría irme, amanecer en otra ciudad, creer que respiro otro aire, cambiar de atuendo, gustos, colores y palabras, variar las salidas, pasar desapercibida, leer de otros muertos, que me importen menos, de otras guerras y atrocidades. Cambiar los hábitos, beber otra marca, comer con menos especias, no caminar y no leer el periódico. Las ciudades me llaman, me susurran vida nueva y otras delicias, a veces siento el gusto de la distancia y del extranjero en mi lengua, pero esas ciudades no nos contienen, ni conocen, no saben quienes somos.
Esa indiferencia me retorna a mi eje.

Me levanto en la mañana y el vaso donde te bebo, aun continua lleno.


=


A veces cuesta levantarse en esta ciudad. Salir por cualquier puerta o resquicio puede significar el camino a la muerte, bajo el brazo inclemente de la miseria o simplemente del aburrimiento.
Pero también la ciudad puede ser amable y tierna, porque sé, con certeza, que estarás allí, ese espacio que ocupas me devuelve la calma y me prepara el camino para otros días de ausencia.
Así es esta ciudad, vive su vida, tuerce voluntades, nos atornilla a su destino. La contemplo y me doy cuenta que no tengo adonde ir, Caracas nunca pierde, no deja de latir (aun cuando tenga el pecho abierto y se esté desangrando).
En ocasiones cuando te vas siento que caigo, pero la ciudad me recuerda que estamos hechos a su imagen y semejanza.


=


Ayer rodé por la ciudad, se sentía el olor a piña, lechoza, mango, guayaba.
A verdura fresca.
A sol y verdes de todos los tonos.

Esta ciudad, inevitablemente nos abraza y anuda.
Ejerce su derecho de pertenencia.












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