martes, 23 de octubre de 2012

VERÓNICA PÉREZ ARANGO [8.175]


Verónica Pérez Arango 

Nació en 1976 en Buenos Aires, Argentina. Es Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y actualmente cursa la Especialización en Procesos de Lectura y Escritura en la misma casa de estudios. También realizó cursos de teatro y dramaturgia, actividades con la que continúa, participando en distintos colectivos artísticos.


Publicó la plaqueta la desdentada (Casa de la Poesía de Buenos Aires, 2002), Camping (Bahía Blanca, Vox, 2010) y Un dibujo del mundo (Buenos Aires, El Ojo del Mármol, 2014; Ediciones Liliputienses, España, 2015). Participó de las antologías Lo que la perdiz opina de los finales felices (Ediciones Liliputienses,  España, 2015), El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014),  Exit 75 (edición a cargo de Germán Weissi, Alejandro Parrilla y Laura Mazzini, 2014) y Quedar en lo cantado. Poesía argentina y dominicana (El fin de la noche, 2009). 


Este año saldrá La vida en los techos por Colectivo Semilla de Bahía Blanca. Trabaja coordinando junto a Flor Defelippe el ciclo de poesía “El bosque sutil” y como docente en escuelas secundarias y talleres de lectura y escritura.



Los bebés no creen en dios

es predecible el domingo 
cuando el bautismo llega 
desde atrás
nosotros nos reímos de los fieles y robamos
el diezmo y los jazmines frescos.

el padre que cura acaricia a los primogénitos 
sin buenas intenciones mientras receta 
tipos convenientes de comportamiento
y los salva del mal por siempre.

todos repiten el estribillo

renuncia al placer ante todo
cree en dios todopoderoso y soberano de la tierra
renuncia al demonio y al error contrario a la verdad.

el padre que cura explica cada palabra 
como un semiólogo divino educa y nos libra
del mal
del mar 
del más allá.

la fe de los chicos pagada con débito automático 
alumbrado por un cirio pascual o signo 
del Cristo resucitado 
desde atrás
nosotros rogamos que la luz se apague
oh sí que la luz se apague que la luz se apague
porque confiamos en la oscuridad.

los bebés rosados como pollos crudos
levantados por manos lavadas 
con alcohol son trofeos ganados a la fuerza
de siglos 
de ignorancia.

los bebés rosados como cielos atardecidos
llegan alto, hasta las hélices de los ventiladores
que bañan de aire caliente a los fieles
sí creemos en todos lo que nos proponen.

al acabar 
el padre que cura pide limosna 
y que todos seamos muy generosos. 


Caja negra 

hay noches en que la razón es nuestro naufragio
terremoto y tormenta sobre una balsa 
de gomaespuma floreada
mis extremidades 
imitan a las víctimas del avión que se desarma en el cielo

el caos de la pieza 
no alcanza para alterar los lugares de cada uno
en la cama
la tele irradia su espejo 
sobre los pechos quietos y plateados

¿dónde estarán 
las valijas
los asientos 
los regalos
las hélices
la comida
las turbinas
la ropa 
los pilotos
toda la 
sangre?

las olas del mar
no alcanzan para tapar la materia
la pequeña turbulencia que experimentás
la capa de nubes como un techo helado
y la temperatura que cae 
más lentamente de lo previsto
igual a la velocidad cero de tu alma
sin datos ni dirección.



Alzheimer

la masa blanda
                                    la masa gris
                                   la masa para hacer comida de domingo
                                   sobre el mantel la casa dibujada con birome 
la llegada tardía de una carta anónima disfrazada de cuento 
para pedir la lista de regalos

la anciana no recuerda el instante 
la noticia que escucha por la radio como si 
fuera la primera vez de todo
                                   quiere conocer la hora  del tiempo 
a la mitad de la noche 
explota la bengala que el padre no les dejó usar
por miedo a la destrucción del mundo 
                                   las plantas los animales los hombres
que crean
las plantas los animales los hombres
que comen 
recuerdos en platos caros
                                   y de postre 
se miran al espejo

la anciana se caga encima y pregunta 
cuándo va a gatear 
por las dudas compra salvavidas absorbentes 
y los usa en la pileta familiar 
hace la plancha y tararea un jingle bells
el sol violeta de mañana no la matará de cáncer

antes de todo hay una pregunta que sale
como humo translúcido de la casa 
sin renos ni chimenea
a la hora de la cena el tiempo muerto
los cubre de lenta salsa rosa y ensalada rusa 
están preparados para tomar burbujas
            que estallen en las bocas 
           que murmuren 
disculpas por abrir los regalos antes de las doce

al alba el álbum 
                                   familiar derramado en el suelo
                                   estampas de bautismo europeo
                                   sobre telas con pespunte
encajes puntillas carreteles
la santísima trinidad de ribetes blancos en sus mejillas

                                   la abuela alimentada por goteo y excesos de azúcar 
cabezas pequeñas como 
pastillas y extremidades no aptas para el vuelo nocturno
al ritmo de tres rosarios incompletos
                                         luciérnagas 
de la familia que trasciende el entendimiento.



Numerología

sube la demanda 
sube el agua
sube el hielo.

como platitos de café o pelotitas de golf
no cascotes ni tampoco mandarinas
un día cae el hielo perfecto:
blanco, esférico, tan nórdico.

los habitantes de mi barrio cubren sus cabezas
con baldes sus autos con rezos 
de refugiados de una guerra 
días después y por semanas, en perfecta simetría, 
cada casa tiene en el jardín 
de entrada un lego de tejas
para amar y armar vidas nuevas de estratega.

los habitantes de mi barrio tienen vergüenza
de la falta que cubren con nylon o láminas plateadas
el futuro translúcido cada vez más lejano
un punto achicándose en el espacio.

son preferibles los destrozos concretos 
que se cuentan al día siguiente de la tragedia 
cifras que predican en competencias de estadísticas televisadas
que los relatos sin adjetivos en cámara lenta.

Quien da más pena.
Quien sufrió más.
Quien salió indemne.

tajos en los vidrios
ampollas en la chapa
moretones en las puertas de madera
en cada casa y corazón hay tejas estalladas.

sube la demanda 
sube el agua
sube el hielo.


Aviones sobre la siesta del perro

Los ecos de los perros en una quinta a la noche.
El perro ladra y su voz rebota en las otras casas.
Casas.
Casas.
Casas.
Me vuelve tartamudo
el perro caminando bajito y avergonzado de ser
todos los perros del mundo a la vez:
amarillos, rojos y negros flamean en la tierra.
Esa voz familiar como si fuera miles llega
deformada por la lejanía más chiquita y cruel
sin la siesta ni el paseo que le prometieron esta tarde recién ida.
Espero sentada en una silla sin patas, disfrazada de vos,
me hago la que miro pero no no no,
no tengo ojo ni oído ni voz, acá nada más escribo.
Un cielo invadido por aviones
audaz se eleva:
más gente que se va sin saludar,
la tierra de oportunidades del otro lado del océano
ensaya historias de vida que ahorcan el tamaño del paisaje.
Espero sentada en una silla sin patas, disfrazada de vos,
Mientras escucho los murmullos y cuento
las arrugas de mis dedos.


Detalle

Igual que una sonámbula sin pasado ni conciencia
me visto con ropa de calle
y me pinto los labios de risa.
Recorro la zona de ambulancias y cuento
los grillos en la maleza de varias cabezas enfermas
a saltos agigantados
practico la zona muerta,
la mala suerte escondida
o como le llamen en el barrio de insultos,
la musiquita quieta del pasto
la caca o la doble cara de las piedras.

Hay unos pastos
que cortan en la entrada de mi casa.
No quiero entrar.
Nadie puso un cartel de cuidado cerca perro suelto.

A mi regreso
los insectos afiebrados asechan
como en un velorio iluminado.

Al final siempre hay perros, muchos perros.



del libro Camping (Vox, 2010)

Quince días descalza.
Quince noches en medias de lana.
El arco tenso de los grados inflama
la subsistencia de las manadas.

Afuera del lago
las uñas delineadas de negro repasan
el orden dentro de la carpa y después de la nada
las velas se apagan
y a falta de leña
quemamos las guitarras.

Acá no hay música
ni luz artificial.
Hay fantasmas.





Los loritos abaniquean con sus colas el cielo
población de nubarrones
dan órdenes desde el ramaje antiguo
y se creen superiores.

Adentro de la carpa 
detrás del mosquitero
las copas verdes opacan su cielo
y yo pienso en un poema que sea
una lista de objetos que ocupen el mundo entero.

A la hora de nacer
las voces cada vez más quietas de los pájaros 
atropellan la manera 
de no hacer 
ni ser 
nada.






Suena el desconcierto
Los campamentistas más prolijos lavan sus autos
dentro del lago
abren la ventanilla para que los peces los asalten
como sonámbulos 
la frente en alto y escopeta en mano.

Los campamentistas menos arriesgados permanecen quietos
en sus trincheras de arroz blanco
esperan que no los tape la niebla 
de los sueños 
que no los tape
inmaculada la visión 
de lo que se mueve por tierra.

Más acá
cerca mío 
hay más de lo mismo.

Espesas formas del verano 
alejándose.





Aunque no lo veamos 
a falta de mosquitos 
el sol picotea mi piel sesenta y cinco veces.

Pasan las últimas lanchitas.
Pasa el silencio.
Miro el cielo y me acuerdo del poema de las rocas
desde las rocas,
un invento de espuma entrando por tu boca,
el goteo sobre una espesa hoja.

La niebla se disipa como un sueño al mediodía
la tregua dura más de lo previsto cuando dormimos la siesta 
sobre la arena brillantes como como recién nacidos.


¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨


Preparo café
para no dormir
otra vez
las manos tibias
rodeando la noche
en porcelana
y el reloj de pared
indiferente
a su movimiento perpetuo.
Las risas, las voces
a un volumen
exagerado
mis hijos resuenan
en otro barrio
que conozco.
Como si los viera
a través de una bola
de cristal un poco
opaca y antigua.
Las veinte cuadras
que me separan
son un viaje
de larga distancia
cada vez que intento
un llamado por teléfono
“te extraño y espero
que sueñes
cosas hermosas esta noche.”
Lo que pueda decirles
es mínimo no
alcanza nunca
para llegar a tocar
las fibras tiernas de sus cuerpos.
Hoy no soy responsable
del cuidado, lo aparto
atolondrada
como una tarea
que no comprendo
del todo. Hoy no soy
responsable
de lo que pueda pasarles.
Hoy de nuevo
no dormir
y mirar la noche.



*



Un hombre murió
envuelto en una manta
enrojecida
¿Qué habrá soñado esa noche
las lenguas ardientes mezclándose
con la música que hacían
los pequeños animales
en los huecos de su cabeza?
¿cómo entró el calor, lo imborrable
a esa vida reposada sobre el agua?





*



Perdón por irme
y dejarte en la casa
incendiada de culpa
la espada cortó el cielo
en dos la tormenta
terminó con mi cuerpo
qué soy y dónde
te dejé esta mañana
que ahora no te encuentro
y las flores escondidas
dónde quedaron
que todavía siento
un olor dulce
a podredumbre.



*


Alan saldrá
mañana de viaje
y yo voy a quedarme
inmóvil en el verde jardín
mientras en la pieza
las noticias de la tele
entran en una ebullición
tornasolada.
Confundo lo que pasa
en distintas partes del mundo
el derrame del dólar
con la crisis individual
el hambre en Suecia
con los niños de Haití
comiendo orgánicos
los países en guerra
con la búsqueda
de la paz mundial.
Me sobresalto
como un animal
que ha estado
toda su vida
en cautiverio.
Escucho
la pronunciación
monocorde
del periodista
NUEVO
RECORD
ESPACIAL
letras de neón
parpadeantes igual
que viejos planetas
extinguiéndose
en la soledad de la noche.
¿Qué vas a meter
en tu valija
interplanetaria
y transparente
acaso hay algo
que tenga el espesor
de tu indiferencia
un cuerpo
narcotizado
desde el origen
de los tiempos?
Mi bello durmiente
no te has dado
cuenta de nada.

*Todos los poemas de esta selección permanecen inéditos.




Cuando escribo un poema trato de escuchar el ritmo que aparece en los primeros versos y, en el mejor de los casos, me dejo llevar por esa música inicial como si estuviera bailando un poco inconsciente una melodía que no entiendo del todo pero confiando en que, al seguir el ritmo, voy a descubrir algo. En ese sentido, el poema me va pidiendo qué hacer, cómo “bailarlo”, cuál es la siguiente palabra que necesita o la intensidad pedida. La gran dificultad entonces se plantea a la hora de escuchar a esa otra que soy yo cuando escribo, sin trampas ni demasiado artilugio. No siempre sé escuchar y la sordera a veces puede llevarnos a escribir versos “de mentira”, o a usar de más el intelecto, a “pensar” el poema. 

Culebras y sapitos

dejar 
a los hijos hoy
que busquen comida
en el fondo de la casa
que no pidan 
nada a nadie
solos
aprendan a cazar 
pequeños animales
algo fácil
una laucha por ejemplo
culebras y sapitos
después de pasar 
todo el día agazapados
en el filo del sol
casi invisibles ya
de tanta blancura 
radiantes
abandonar el cuidado 
dejar lo conocido
que suceda 
la maleza
lo oscuro sin sentido
que crezca 
del lado de los malos
como charcos 
en el patio
llenándose de agua 
cuando llueve 
o quizás no


Después está el paisaje que inevitablemente siempre me influencia, creo que casi todo lo que escribo muchas veces ocurre como una chispa durante los recorridos, que son viajes en miniatura, mínimos: no necesito cruzar al otro lado del mundo para encontrar “paisajes” porque caminar, andar en colectivo o dormir en una carpa modifican mi percepción del mundo sí o sí y me estimulan y me abren al  deseo de pensar el universo con otros ojos:


Quince días descalza.
Quince noches en medias de lana.
El arco tenso de los grados inflama
la subsistencia de las manadas.

Afuera del lago
las uñas delineadas de negro repasan
el orden dentro de la carpa y después de la nada
las velas se apagan
y a falta de leña
quemamos las guitarras.

Acá no hay música
ni luz artificial.
Hay fantasmas.

Me es muy difícil escindir lo que leo, miro, escucho o sueño, de mí y mi escritura. En definitiva, estamos armados de todos esos fragmentos. Me parece que en cada uno de esos actos nace un mundo paralelo increíble que nos sostiene y nos da vida y hace desear. Y ese deseo se derrama en el acto de escribir.

Declaración de amor

no quiero esa parte de vos
no quiero verte entrar 
al cuarto donde dormís 
solo sin otros olores 
que completen el tuyo
quiero un paisaje 
de gestos en miniatura
parecidos a las marcas del agua 
que quedan en los vidrios después de llover
no tu practicidad diaria 
que todo lo puede
quiero volverme 
vieja y fea a tu lado
no saber bien qué soy
entre mis pliegues de materia humana
no quiero esa parte de vos
quiero no resistirme 
al trote de los caballos 
que empujan adentro mío 
al manojo 
de llaves sonoras 
de pájaros salvajes 
haciendo nido en una fogata 
invencible
a prueba de cualquier viento 
cambiar de idioma 
como si un barco equivocara el rumbo
viajando a favor de la corriente 

No podría decir que “investigo” sobre un tema porque eso sería emparentar mi poesía a un costado científico o enciclopédico que claramente no poseo. Pero sí puedo leer mucho sobre algo específico que algún proyecto me demande. Por ejemplo, en este momento estoy trabajando en una serie poética de ciencia ficción basada en un hecho real, así que hace años que colecciono o guardo noticias referidas a descubrimientos de planetas, misiones espaciales y extraterrestres, que después leo, modifico, reversiono:

Mi nombre es Alan Estauce y nací para viajar 
más rápido que el sonido. Cuando era chico 
solía jugar en el patio trasero de la casa. Tenía 
herramientas de distintas formas y materiales.
En invierno escondía liebres muertas debajo de la nieve. 
Muchas veces creí que la luz que salía del hielo al derretirse 
era El Señor con un mensaje, me susurraba al oído 
mientras el agua helada de las plantas iba cayendo en gotas 
sobre el piso de hierba. Desde entonces creo 
que voy a fundirme con el aire. El viento va a descomponerme 
en moléculas. Mis brazos, mis piernas, la barba y 
el corazón, las costillas y el hígado, mi estómago 
y el pene, disueltos entre el olor de las estaciones: el invierno
de chocolate; la vejez monocroma del otoño; el sexo 
en primavera; el derroche del ocio en verano.
Nadie podrá ver al hombre si desaparezco. Ahora mismo 
corre por el patio de atrás una pequeña liebre dorada.


Cuando escribo, uso mis ojos y las manos, y también la espalda apoyada en la silla. Parece una obviedad esto que digo pero no está de más recordar que antes de traducir la escritura al cuerpo, de “pasar” las letras a mano o con el teclado, escribimos en la cabeza, en la memoria y el pensamiento. Siento que al menos en mí funciona de ese modo, algo al principio poco reconocible se arma en mi cabeza, va levando con el tiempo hasta que sus burbujas estallan y ¡paf! Manchan las hojas del cuaderno. Identifico entonces bien dos momentos: primero una instancia en la que la escritura es más impalpable porque no interviene el cuerpo sino el pensamiento, una esfera más borrosa donde hay ideas, palabras que aparecen, imágenes que se van armando y que después sí se convierten en palabra escrita. Ahí nace el segundo momento como si fuera de traducción, en el que la palabra cobra vida concreta, va “tomando cuerpo” y por eso mismo toma al cuerpo y baja directamente a la mano que escribe, a los dedos. Me pregunto ahora si la electricidad que siento en la punta de los dedos cuando estoy muy concentrada escribiendo no tendrá que ver con eso. Es un recorrido hacia abajo: cabeza-mano. Y en el hilo que une ese díptico también hay otros órganos que me involucran: el estómago: se revoluciona y abre al escribir, en los momentos de descubrimiento y de entender de qué va la cosa que escribo, siento una felicidad enorme y excitada, a la manera de los chicos que experimentan algo por primera vez y escuchan sus tripas moverse. De nervios lindos. Y el otro órgano es el corazón: late a toda velocidad. Si escribo de noche, tarde cuando todos duermen en casa, aprovechando el cansancio extremo para tener las defensas bajas y no poner “filtros”, escucho el tic tac de mi corazón a todo lo que da y después quedo insomne de alegría. 

Hay un poema bellísimo de Natalia Leiderman que me interpela porque habla de la escritura y el placer de escribir que hace nido en el cuerpo. Dice así:

los mejores poemas 
los poemas pensados un segundo antes 
de dormirme
de acabar
de morir
seguro fueron los mejores

los poemas que arremetieron
insectos salvajes 
cuando menos lo esperaba

me cruzaron el cuerpo 
de lado a lado
me abultaron la carne

me inquietaron:
un gusano brillante en el cerebro
la eléctrica voz de un condenado

me dijeron estás viva
y después plop
se disolvieron furiosos en el aire.

Verónica Perez Arango





La vida en los techos, Colectivo Semilla, Bahía Blanca, 2016.


Culebras y sapitos

dejar
a los hijos hoy
que busquen comida
en el fondo de la casa
que no pidan
nada a nadie
solos
aprendan a cazar
pequeños animales
algo fácil
una laucha por ejemplo
culebras y sapitos
después de pasar
todo el día agazapados
en el filo del sol
casi invisibles ya
de tanta blancura
radiantes
abandonar el cuidado
dejar lo conocido
que suceda
la maleza
lo oscuro sin sentido
que crezca
del lado de los malos
como charcos
en el patio
llenándose de agua
cuando llueve
o quizás no



Hiedra japonesa

Al comenzar la primavera
plantamos una hiedra japonesa
un plantín chico
de nervaduras fosforescentes
medio triangulares
que tímidamente
se pegaron a la pared.

Tiempo después perdimos
el control de su crecimiento
el follaje tomó las medianeras
trepó por los caminos de techos
formando ramificaciones infinitas
una red vegetal enorme
terminó de capturar el barrio entero.

Las hojas y los zarcillos se movían
con el viento
entonces las paredes eran un mar
suave y ondulado
que nos unía a los vecinos
a la pintura descascarada de los muros
al tanque de agua
y las ventanas de la habitación.

Ahora es junio
el cielo del otoño
vibra al caer las hojas
pequeñas fogatas incendian el jardín
manos rojas
que nos atrapan de repente
en el dormitorio

hasta esconderse entre las sábanas.



Declaración de amor

No quiero verte entrar
al cuarto donde dormís
solo sin otros olores
que completen el tuyo
quiero un paisaje
de gestos en miniatura
parecidos a las marcas del agua
que quedan en los vidrios después de llover
no tu practicidad diaria
que todo lo puede
quiero volverme
vieja y fea a tu lado
no saber bien qué soy
entre mis pliegues de materia humana
quiero no resistirme
al trote de los caballos
que empujan adentro mío
al manojo
de llaves sonoras
de pájaros salvajes
haciendo nido en una fogata
invencible
a prueba de cualquier viento
cambiar de idioma
como si un barco equivocara el rumbo
  viajando a favor de la corriente



Augurio

Son las seis de la tarde: miro por la ventana
abierta y veo las nubes rosadas de domingo
bajar hasta mi casa. Ellas cantan
en el idioma de mi madre lo que será mañana.
Rosso di sera buon tempo si spera
lo que hará el nuevo día con nosotros.
¿Seremos más generosos más valientes?
¿Podremos por fin cuidar del otro?
Tengo una hija que sabe sonreír
y ahora descansa abrigada al lado mío
como si la hubiese rescatado 
de un naufragio. Miro su cuerpo pequeño
le toco las manos y escucho su respiración.
Corroboro el letargo milagroso.
Una brisa mueve las cortinas y el cielo
cada vez más rojo se espesa.
El futuro está cerca. Me pregunto
si habremos de tener miedo.




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