ADRIANA DÍAZ ENCISO
Nació en Guadalajara, Jalisco, México, 26 de febrero de 1964.
Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en el ITESO, Guadalajara.
Ha colaborado en más de 30 publicaciones mexicanas, entre ellas Vuelta, el diario La Jornada y su suplemento La Jornada Semanal, revistas Milenio y Viceversa, periódico Milenio, suplemento El Ángel del diario Reforma, suplemento Sábado del diario unomásuno, suplemento El Semanario del diario Novedades, Revista de la Universidad de México, Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Letras Libres Interactivas (página de internet), Pauta, Switch, La Mosca en la Pared, Replicante, además de la revista Lateral, de España, y las revistas Poetry London y Wormwood en el Reino Unido.
Libros publicados
1987 Sombra abierta (Open shadow), poesía/poetry, Departamento de Bellas Artes del Gobierno de Jalisco.
1992 Pronunciación del deseo (de cara al mar), poesía, Universidad Autónoma Nacional de México, col. El ala del tigre.
1997 Hacia la luz (Towards the Light), poesía/poetry, Ditoria
2001 La sed (The Thirst), novela, novel, Colibrí
2003 Puente del cielo (Bridge to Heaven), novela/novel, Random House/Mondadori.
2004 Estaciones (Stations), poesía/poetry, Colibrí
2005 Cuentos de fantasmas y otras mentiras (Ghost Stories and Other Lies), cuento/short stories, Editorial Aldus.
Becas y otros reconocimientos
1991-1992 — Beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, en el área de poesía
1994-1995 — Beca del Centro Mexicano de Escritores
1997 — Finalista en el concurso internacional La Sonrisa Vertical, convocado por Tusquets, España, con la novela Puente del cielo (entonces titulada ¡El amor!)
2006– Semifinalista del premio internacional Herralde de novela
La noche
La noche
rompe la piel delgada que me envuelve
Es mi desnudez
entonces absoluta
Si me tocas no voy a abrir los ojos
No voy a abrir jamás los labios
por no dejar que escape el beso
por no dejar que la noche se diluya
Guardo tus manos dentro de mi cuerpo
Guardo una caricia oscura de cada noche que se
ha abierto
sobre mi vientre abierto
sobre esta inevitablemente abierta desnudez
Bebo los nombres
los silencios que me tocan
cuando el tacto hace a la noche
Guardo tus dedos en mis venas
como guardo ortigas de otro aleteo nocturno
como guardo retratos en la lengua
Recojo celosa cada astilla de tu cuerpo
todos los caracoles de mis mareas soñadas
Me construyo dentro todo lo que se rompe
todo lo que dejas
cuando cierras persianas en mi rostro
para ser otra palabra de memoria
Guardo todos los vocablos
para la vista ajena que me mira sin recuerdo
para que me crea el cristal si digo que soy yo
la misma desnuda de la noche
que agota el amor en su boca.
Y que haya cuerpos
Y que haya cuerpos. Vivos, abiertos yacientes y ávidos aún entre la bruma de la melancolía. Que haya siempre cuerpos, en habitaciones suaves que respiren, en calles arboladas y entre flores. Cuerpos capaces del desnudo completo, limpio, perfecto. Manos con ganas de viajar por los cuerpos. Labios que húmedos se comuniquen las últimas noticias de la espera. Húmedos cuerpos que respiren y duerman en calma profundísima junto al deseo que duerme, y que en el deseo despierten y se muevan suaves en la oscuridad lo mismo que en la más clara luz.
Que ya la soledad deje de ponerle candados a los cuerpos y el frío no nos reseque más la piel y las ganas y la entrega fragilísima.
Que no quede nadie ignorante de su cuerpo, con el vacío en el alma y la amargura de la piel intacta en la mirada. Que nadie se confunda ni confunda la vida con su ansia oculta, insatisfecha del amante.
Que no quede un solo cuerpo indigno del amor, ni un solo freno para el cuerpo amoroso y su bellísimo despliegue de sombras en vaivén.
Y que pueda yo andar con mi cuerpo por la calle, y nada en mí ni en mi ropaje me oculte con mi cuerpo para nadie, y que nadie se sorprenda ni se ensucie ni se ofenda por mí, por mi orgullo de mi cuerpo ni por mi andar de entrega. Que podamos andar y rozarnos al andar en el silencio, brazo con brazo y con mirada.
Que haya cuerpos, que las tristezas caigan rodeando nuestro abrazo como un mar oscuro que protege. Que el dolor de estar vivo no nos duela en el cuerpo. Que esta sorpresa de criaturas sobre el mundo sea luminosidad de azoro en las miradas de cara hacia la vida, de frente a nuestros cuerpos, y que sea inmenso y amoroso el beso que nos salve del miedo espeluznante ante la muerte.
Mujeres de carne y verso. Antología poética femenina en lengua española del siglo XX.
Edición de Manuel Francisco Reina. La esfera literaria. 2002
Una rosa
Ediciones Sin Nombre
México, 2010.
FRAGMENTOS:
Ilumina y consume
de nosotros algo que, estando dentro, desconocemos;
un cristal ardiente o flor o joya que no sabemos nunca
quién sembró, por qué
queda fuera del alcance de nuestras
manos. Nada tiene que ver con nuestra historia
y somos su contorno,
materia envilecida, sólo redimida cuando la anima la
llama que ignoramos.
Yo llevo una flor abierta así en el alma que todos
pueden ver y por eso está oculta: el secreto de mi amor
no derramado, amor no traicionado, ni nombrado,
roto, nunca roto por nada, que no consumió el fuego ni
recuerdos de largos, muy largos años de silencio en que
yo misma he ignorado su presencia, amor agazapado,
amor dormido, formas líquidas cambiantes mojándose
en mi sangre, amor callado deslumbrante hecho de un
licor anterior al deseo, pintado en cúpulas más altas
que el deseo, amor sigiloso como animal nocturno que
se aparece en sueños, su carne piedra de revelaciones
como un libro azul entre los dedos que imaginan el
deseo porque una flor se abre, porque un árbol florece.
Dentro un torrente
de sangre, y fuera un río azul de luz y aire, voces que
sólo el corazón escucha, pasión que no es pasión porque
no se extingue cuando las voces duermen, porque la
vida azarosa y en su vaivén brutal no la extingue.
Un río de revelaciones
un ojo, por ejemplo, un
ojo como una mancha de humedad pero en verdad un
ojo mirándome desde el ladrillo pardo en la ventana,
ventana tapiada asomando a ningún sitio una mañana
gris, serena húmeda triste, una visión temblando en la
orilla del aire antes de la migraña y luego el río
el río desatado de palabras.
Es la única cuerda que permanece tensa, intacta, entre
yo y la que fui. Me dice lo que no he dejado de ser
nunca, me dice que soy yo, que sigo siendo.
Duerme, se oculta
guarda silencio en mis tragedias, se calla cuando me
hieren los filos brutales de la vida; me deja a solas en
el lado mortal del camino, aquí donde todos los
amantes son mortales y su rostro que no se descifra nunca
se deshace entre los dedos implacables del tiempo.
En donde todo es, donde todo se toca y se deshace,
Calla.
Este resplandor que nos vuelve vasijas transparentes,
este sabor de gloria, esta tragedia. Nada en el amor ni
en el deseo se sustrae de su fuerza terrible de creación,
de su simple inocencia.
Me besas, o te beso, en la esquina de Chancery Lane.
Nos besamos porque es hondo el silencio y la calle es
nuestra y nadie nos ve. La dulzura parece arrancarte de
un sueño y te detienen, parece que quieres irte mientras
ciegamente guardo tu mano entre las mías, y en lugar
de irte me vuelves a besar. Yo te devuelvo con mi dulce
silencio nuestros labios; nuestros pasos por calles y
jardines, te lo devuelvo todo envuelto en mi ternura, en
mi feliz asombro de ser de nuevo parte del fluir denso
de la vida, turbia como es, así, inflamada de calor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario