lunes, 24 de octubre de 2016

SANTIAGO ELSO TORRALBA [19.357]


Santiago Elso Torralba

Santiago Elso Torralba nació en Pamplona en 1965. Es psicólogo, poeta y miembro del grupo de poesía "Ángel Urrutia" del Ateneo Navarro. Desde hace años elabora el blog "Ut pictura poesis" (poesia-pintura.blogspot.com). Ha colaborado en las revistas "Luces y sombras", "Río Arga", "Constantes vitales", "Una vez en Pamplona" y "Piedra del Molino", así como en la antología "Bilaketa de Poesía" y en el programa radiofónico de poesía "La Luciérnaga" en Radio Navarra. Resultó ganador del III Premio de Poesía "Amigos de La Herradura" en Almuñécar, Granada. Ha publicado el poemario: "Descripción de cuadros para Guillermo"



NOCHE DE LUNA EN EL DNIEPER 

Cuando cae la noche
y se abre el gran telón de nubes sobre el mundo,
yo bajo hasta ese río.

En la orilla del Dnieper me espera
la vieja barca de madera que me legaron.
Lo que se oye es sólo el chapoteo de mis remos,
y yo me siento como un poeta antiguo.

Silenciosamente
me deslizo por las aguas negras.
Mejor de espaldas para contemplar el cielo.
Saco mis pies por un costado
y los hundo en la pintura de un gran maestro.



Noche de luna en el Dnieper, 1880
Arkhip Kuindzhi
San Petersbugo, Museo Estatal Ruso 




HORIZONTE BOSCOSO

Llenan con su perfume los senderos de sombra
que los pinos te ofrecen, y así pueden vengarse,
pues la alquimia del bosque maduró sus venenos
y en sus ásperos troncos rezuman ya resinas
que marean y embriagan y aturden los sentidos.
¿Quién eres tú – te dicen– ascendiendo a los montes
en un alba de estío? ¡Cómo odiamos la escarcha
que humedece tu piel, o la roja tormenta
en tu pecho bramando, la luz de sus relámpagos!
Cuando exhausto te apoyas en sus duras cortezas,
el ámbar que destilan se te pega en las manos;
su resina dorada de soles y de siglos
se licua entre tus dedos y emboscado en su aroma
hay un hechizo cruel que siempre te devuelve
a la infancia. Así quieren que sepas lo fugaz
de tu vida los pinos que sin tregua te odian.
Te envidian, sí, pues viven sin entender que viven
y mueren sin saber que mueren para siempre.
Y nada sienten ellos, ni el agua que los cala,
ni el rayo que los hiere, ni el viento que los comba.
No saben cómo amar, ni como oír al pájaro
que canta entre sus ramas, o cómo huir del bosque
o alguna vez subir a la nevada cumbre.
Por eso es el olor de los pinos tan recio.
Llenan con su rencor los senderos sombríos
que te ofrecen, y en ti se vengan de los hombres:
recordándote el tiempo, confundiendo tus pasos.


De una tela de Ivan Shishkin








UN POETA CONTEMPLANDO EL DESHIELO DE LOS MONTES

Dulce arroyuelo de la nieve fría,
bajaba mudamente desatado
de Luis de Góngora


Aquí las cumbres, las laderas frente
a frente, aquí la noche que se embebe,
sucumbe, corre o cae por el relieve
hacia el profundo bosque; aquí el naciente
día, la luz que llega de repente
con un pianísimo gorjeo leve;
aquí el rosado mármol de la nieve
que el sol deshace y vuelve transparente;
aquí el arroyo anónimo que baja
por las vaguadas que el azar baraja
para él. Y tú, poeta, entre estas peñas
milenarias, aquí estás tú que sueñas
con comparar –de otros es la ideael
tiempo con el hielo que gotea.

Mas no, no escribas nada, sé modesto,
pues qué, sino silencio, frente al gran
deshielo puedes ofrecer. Tu afán
de describirlo es noble, por supuesto,
pero vano. Mejor tu mudo gesto,
tu rostro ensimismado y tu ademán
de asombro que unos versos nos dirán
que no hubo ni hay palabras para esto.
Y entiende que un poema enturbiaría
la límpida y solar caligrafía
que la nieve redacta con sus mil
regachos y cascadas en abril.
Abriste el gran cuaderno de este valle:
que lo dejes en blanco, es un detalle.


“Cascadas de Staubbach, cerca
de Lauterbrunnen, Suiza”
de Albert Bierstadt



HABITACIÓN AL MAR 

¿Pero qué lugar es este, señor Hopper,
qué refugio, qué frontera, qué dos mundos
enfrentados, por qué nos trajo aquí?

Qué desolación tan grande, señor Hopper,
esta habitación al mar
que con sus manos, que con sus botes de colores
ha pintado alrededor de nuestros pies.

Diga, ¿de pura lástima omitió ponernos?,
¿de pura compasión no quiso retratar
nuestra mirada absorta en el vacío?
¿Fue por piedad que puso un día luminoso?
Y esa cómoda, el sofá, ese cuadro,
¿fue para hacer más tolerable nuestro tedio?

En verdad, señor pintor, no es usted tan compasivo.
¿Qué puerta se abrirá sin que aparezca
la vasta latitud del mar; qué ventana
no dará a su calma sin mesura?
Por más que derribemos los muros 
de esta casa, faro, último recinto,
nada encontraremos que no sea
su azul indiferencia, su abrumador silencio.
No lo quiero, Señor Hopper,
renuncio a este lugar, a este espacio soleado,
a su quietud, a su espera resignada.

¿No es usted artista, no es un demiurgo?
Pues cree, invente, mienta,
pinte algo que no existe o que no está.

Ponga usted un puerto, un buque ultramarino,
un petrolero en lontananza,
para que podamos decir:
aún escucho de noche sus sirenas.

Ponga alguna costa, una gaviota,
algún bañista, las velas de un pesquero,
la estela de una nave, alguna arena
con las huellas de unos pasos,
para que podamos pensar:
no estuve solo.

Ponga un capitán en el bauprés
frente a una salva de cañones;
ponga una tormenta, un arrecife,
algún naufragio, al tripulante que nos cuenta
arrepentido la infame muerte del albatros;
ponga la balada del viejo marinero,
para que podamos sentir
que nuestro encierro no es en vano.

Ponga, haga el favor, sobre las olas
una botella de cristal con un mensaje dentro,
para que podamos creer, siquiera,
que alguien nos buscaba.

Ponga un viento de infortunio, se lo ruego,
un velero que desgarre este lienzo con su quilla.



Habitación al mar (1951)
Edward Hopper
Yale University Art Gallery. New Haven




EL FALSO ESPEJO -El milagro de tu pupila-

La luna ignora que es tranquila y clara,
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena que es la arena.
J.L. Borges


¡Contempla el cielo! Como si flotara,
más leve, más ligera va la luna
hacia tu íntima pupila, que una
brizna meciéndose en el agua clara.

Y piensa que la luna, que desfila
enorme y blanca, tiene ya una dueña
que la encierra: la oscura, la pequeña
y rara luna que es una pupila,

ese círculo escaso que captura
la forma, los contornos y colores
de los líquidos, cuerpos y vapores,
la endeble sombra y la materia dura

del pie, la mano, el hombro, el fino y terso
cuello amante, del árbol y la piedra,
de un muro inerte y de su viva hiedra,
de todo lo que ofrece el universo.

Se arremolina el mundo en su insaciable
negro centro que todo lo devora,
y en ella caen igual la inmensa aurora,
el monte ensangrentado por un sable

de luz, que la menuda y dócil rosa
que tinta algún jardín con su color.
En ella es una rama no menor
que un bosque entero con su numerosa

agitación, y alcanzarán un mismo,
un único destino hoja y fronda,
pues todo, enorme o párvulo, se ahonda
y se sumerge en el voraz abismo

sin fondo ni confín que es tu pupila.
Todo le pertenece: el amarillo,
el blanco y el azul, tamaño, brillo
y ser de cada objeto que vigila.

Un caudaloso río de despojos,
un fuego de sustancias ardorosas,
un corrimiento, un vendaval de cosas
desgobernadas entran por tus ojos; 

y allí, esas cosas, hallan a su orfebre:
tú, que unes cada una a su perfecto
nombre y les das su singular aspecto,
su molde, su razón, su afán, su fiebre.

No es en la tarde en donde el sol declina,
no es en la fuente en donde el agua mana,
no es en el aire en donde el ave gana
altura, sino en ti y en tu retina.

El mundo es tu mirada; así resulta
que tuyos son el mar, la flor, la roca,
la clara luz y aquello que ella toca,
y la sombra con todo lo que oculta.

En tu interior, el mundo sabe que es
el mundo, pues de selvas y de arenas,
de luna están tus dos pupilas llenas,
que son espejos para cuanto ves.

Tus ojos son de agua y son de fuego,
tus ojos son de tierra y son de viento,
ha recalado en ti cada elemento
para poder mirarse y no estar ciego.

Y no eres tú el que mira las estrellas,
el cielo, las mareas o la hierba;
cada cosa, a través de ti, se observa
y se contempla. No eres tú. Son ellas.



El falso espejo
René Magritte, 1928
Museum of Modern Art, New York, USA




SECO DE CARNES, COMO ESCRIBIÓ CERVANTES, PINTÓ
DORÉ A DON QUIJOTE VELANDO ARMAS

No de metal, ni de materia alguna,
sino del alma misma del hidalgo
copió la lanza. Flaco como un galgo,
a Alonso lo pintó bajo la luna.
Él no la ve, pues mira con empeño
-más alto, más arriba- otra cosa
más clara que la esfera luminosa
de ese cielo. Está mirando un sueño,
que estira y adelgaza su postura:
el de vivir, no aquello que el destino
y la rutina nos imponen, sino
la vida que uno inventa o se figura.
Un mozo, dos rameras y un ventero
le nombrarán, al alba, Caballero.




Quijote velando armas
(Ilustración de Gustave Doré)



LA CALUMNIA DE APELES

Para mi hijo Guillermo

 ¿Sabes, Guillermo, por qué admiro tanto esta pintura y la estimo muy por encima de otras que son más famosas incluso? Déjame –y así comprenderás el motivo- contarte su historia.

Un tal Antifilos, rival y envidioso de Apeles, el afamado pintor de Grecia, acusó a éste falsamente de conspiración ante el rey Ptolomeo. Cuando todo se hubo aclarado, Apeles pintó -para que quedara memoria de aquella maledicencia- un cuadro muy semejante a éste que ves. Aquella obra se perdió, pero de algún modo se conservó con la descripción minuciosa que de ella hizo Luciano en uno de sus admirables ensayos.
Siglos después leyó Botticelli ese texto y reprodujo fielmente aquella pintura según las palabras del escritor. No sabemos por qué lo hizo; quizás quiso así emular al maestro,  ya que también él fue blanco de críticas, como las del cruel Savonarola, un colérico fraile que, desde su púlpito, condenaba la sensualidad que emanaba de sus lienzos.

Ya ves que dos parecidas maldades ocurridas en siglos diferentes fueron la causa de tres obras distintas, aunque de alguna manera las tres fueran la misma; que, lo que fue una vez una pintura en Grecia, se convirtiera con el paso del tiempo en un libro de Roma, y éste, más tarde, en una tabla renacentista. La historia de Apeles iba y venía del cuadro al papel y del papel al cuadro a través de los siglos y, aunque las obras variaran en el material con que fueron creadas -pinturas, palabras, de nuevo pinturas-, concordaban en algo: su mensaje. Las tres tuvieron un mismo significado: “que no debe creerse con presteza en la calumnia”. Que eso se pueda ver pintado en un lienzo o se pueda leer en un libro, qué más da, Guillermo, qué importa que lo haya expresado un pintor o un poeta, si, gracias al uno, gracias al otro o a ambos, podemos al fin comprenderlo.

¿Quieres que vuelva otra vez la pintura a ser texto?, ¿que, como hiciera Luciano, describa de nuevo este cuadro para ti? ¿Quieres, Guillermo, que aquí nos detengamos y, como casuales testigos, contemplemos con calma este litigio? Lo que acontece bajo los tres arcos abovedados de esta logia merecerá tu atención y no ha de ser poco lo que aprendas. Atiende, pues, a mis palabras.

Esas que ves a un lado y otro del rey, susurrándole en sus orejas de burro, son la Ignorancia y la Sospecha. Acaso no alcances a oír qué le dicen y sólo escuches palabras entrecortadas. No importa, lo que ves aclarará lo que sólo percibes a medias. Tú mira el rostro de la primera, cuyas facciones denotan poca inteligencia; tú mira el amplio vestido de la segunda, que, pese a su holgura, no logra ocultar su retorcida figura; mira cómo ambas se inclinan sobre los hombros del rey y le atosigan, y cómo éste, aturdido, con la mirada perdida, extiende su brazo como queriendo huir de las dos consejeras.

¿Quién ha venido, quién solicita con ahínco justicia a este hombre enajenado? ¿Quién es, pensarás, ése cubierto con una capucha, vestido con ropas raídas, pálido y flaco, de torvo gesto y mirada espantosa con las cejas cargadas de astucia? Es Envidia la tenebrosa figura. Pisan sus pies la alfombra que llega hasta el trono del rey, y pareciera que asciende, igual que una sombra, su insidia, su negra intención por la regia túnica. Trae Envidia, cogida del brazo, a la Calumnia, cuyas ropas son, en cambio, suntuosas; y es en verdad muy hermosa la del fino cuello adornado con una gargantilla.
Te preguntas cómo puede ser bella la inicua Calumnia. Ay, hijo mío, ¿cómo conseguiría su mezquino propósito si no es atractiva a los ojos de otros? Sabe que pocos son los que no sucumben a los encantos de la belleza. Dos sirvientas, la Traición y el Engaño, engalanan su pelo con flores y cintas, ennoblecen el aspecto de la malintencionada. Pero observa que no hay compasión en su rostro cuando mira al joven que trae arrastrándolo del pelo, y advierte cuán engañosamente le acusa, pues que nada alumbra el fuego de la antorcha que lleva en la mano. Comprueba, Guillermo, qué vulnerable es la inocencia, que no se rebela, no lucha, sino que sólo junta sus manos como en una plegaria. Nada es más contrario a ella que el burdo aspaviento, ni siquiera cuando es tratada sin ninguna indulgencia. Dos mujeres cierran el cortejo, y dice Luciano que la negra figura es la Contrición o el Remordimiento. Más bien me parece a mí la Mentira: por su edad –es vieja como el mundo-, por su aspecto –muy ruin-, y por la recelosa mirada que lanza a la dulcísima presencia que cierra el séquito: su veraz, su esbelta, su deslumbrante adversaria.

Acércate, Guillermo, hasta el joven reo y aligera la carga de su pesar, y dile que esta aparición última no es un sueño, es real y verdadera; que desnuda y casi ingrávida ha acudido la Verdad a su rescate y sin mirar desafiante a las demás figuras, sino alzando sólo un dedo y la mirada hacia lo alto, aclara que siempre le ha vencido a la Mentira.

Me preguntas, hijo, dónde estamos, en qué lugar sucede lo que vemos. No es fácil ubicarlo. Bajo el cielo azul que se vislumbra entre la arcada, sólo hay -no amaba el pintor los paisajes- una tierra yerma, un espacio inconcreto. No obstante, nos lo dicen las columnas, los capiteles, los copiosos relieves. Tú mira cuán ricamente ornamentados están con guerreros, santos, poetas, filósofos y mitos. ¿No ves a Apolo desollando a Marsias o, más allá, persiguiendo a Dafne; no ves a Minerva y los centauros, o a Aquiles recibiendo las enseñanzas de Quirón? A muchos otros de la historia y de la fantasía de los hombres aquí hallarás. Atiende, pues, a mis palabras. Esta logia no se encuentra en un desierto, ni en ningún otro sitio, a decir verdad. Esta logia representa lo
que somos; es nuestra alma, hijo, pues estos son nuestros sueños, aspiraciones, deseos, pecados y esperanzas, nuestro afán, el desconsuelo, el odio o el amor que sentimos; este logia está en cada uno de nosotros. Esta galería con sus arcos abovedados, hijo, es nuestro corazón; y, lo que ves, no ocurre fuera, sino en nuestro interior.

Oh Guillermo, porque en tu vida muchos serán los talentos que de otros tendrás que admirar -y no han de ser pocos los tuyos que merezcan los mismo de ellos-, haz que en tu corazón haya siempre un juicio justo. Sé noble, sé digno cuando te toque ser rey; sélo también si eres el reo. No permitas la sospecha en tu oído, no toleres la calumnia en tu boca, no dejes anidar el odio en tus ojos. Ni envidies ni ames ser envidiado. Sé noble, se justo cuando te toque juzgar; sélo también cuando seas juzgado.

Del poemario "Descripción de cuadros para Guillermo"



La calumnia de Apeles, 1495
Galería Uffizi, Florencia
Sandro Botticelli






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