Pablo Dema
Nací en General Cabrera, Córdoba, Argentina en 1979. Desde 1998 vivo en Río Cuarto, ciudad a la que vine a estudiar la carrera de letras en la UNRC . Después seguí estudiando a la vez que me iniciaba en la docencia, tarea a la que me dediqué siempre. En 2004 creamos con José Di Marco una revista sobre la literatura de Río Cuarto que devino editorial y difusora de escritores locales y, últimamente, de autores de otras latitudes. www.editorialcartografias.com.
En cuanto a la escritura, desde la adolescencia desarrollé proyectos en distintos géneros con resultados dispares. Escribí relatos, novela, guiones de audiovisuales, crítica, poesía. Esa producción se publicó parcialmente. Los relatos en antologías grupales, las más importantes son Diez bajistas. Antología de la nueva narrativa cordobesa (Alejo Carbonell Comp., EDUVIM, Villa María) y Es lo que hay. Antología de la nueva narrativa en Córdoba (Lilia Lardone Comp., Babel Editora, Córdoba). Otros cuentos se agruparon en cuatro libros: Fotos (Cartografías, Río Cuarto, 2005), Si nada permanece (Ed. Fundación Octubre, Buenos Aires, 2007), Hoteles (Cartografías, 2010) y La canción de las máquinas (Editorial Recovecos, Córdoba, 2014). Y está, también, publicada la novela breve: De piedra o de fuego (Editorial de la UNRC, Río Cuarto, 2009). En poesía la producción es más errática, hay cosas que salieron en revistas o antologías grupales (muchas perdidas, creo que bastante ilegibles hoy por hoy). En los últimos años sentí la necesidad de volver a incursionar con alguna continuidad en ese género. La buena fortuna quiso que diera con Griselda García en un momento dado y de allí salió mi único libro publicado en ese género: Filos (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014).
Filos. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2014.
Colecho
para Virginia
Sin despertar veo surgir el día.
En la cama de al lado
una sombra dormida solloza.
Aprendí una cosa durmiendo
en albergues y pensiones.
Intentamos en vano
que nuestro niño duerma solo.
No puede ser ya un hombre
porque un hombre es un niño
que ha perdido a su madre
y la persigue a ciegas
en sueños
para siempre.
Toneladas de barro había en mi corazón
No te dedico un poema
porque todo lo que sale de mí
está sucio de mí.
Ninguna palabra en la noche,
solo mis manos
edificando la muralla muda
por donde nadie pasa.
Y vos dormida al otro lado,
mitad materna del nido que somos.
No te dedico un poema
porque todo lo que sale de mí
está sucio de mí.
Toneladas de barro había en mi corazón.
Un amigo
No hay flechazo de la amistad, sino más bien
un hacerse paso a paso,
una lenta labor del tiempo.
Éramos amigos y no lo sabíamos.
Maurice Blanchot
1
Hablamos, hablamos,
pasan los días
y no nos hacemos amigos.
La llama del mechero
nos guarda en su círculo de luz,
cuando el sol agrande la cocina
no tendremos ya el mismo centro,
cada uno lo será
de un mundo grande
donde los dos estaremos solos.
2
Aparecen las manchas de humedad
en los altos muros de los diques interiores;
es la amistad que se filtra,
impregna la mampostería, hace olor,
crecen líquenes y hongos,
seres que viven en la felpa de la materia necrosada.
Hablamos, bebemos, reímos
y nos vamos haciendo amigos.
3
Hacer amigos
Hacerse amigos.
Un chico descubre que hay otro en el recinto,
de repente corre mirando al desconocido de soslayo,
el otro lo persigue,
ríen al mirarse de frente por primera vez:
son amigos
y vuelven a correr.
Fácil amistad,
tierna y dulce, pura amistad
que empieza de la nada
y termina sin dolor.
Una amiga
I
Pasé frente a tu edificio esta mañana
y vi la ventana del departamento
en el que solíamos estudiar.
Si vivieras allí todavía,
si te hubieras quedado,
serías una autora
con un par de poemarios buenos;
pasarías frío en el invierno,
trabajarías de cualquier cosa
porque te cuesta dar las últimas materias,
ganarías poco
y no mucho más que eso
sería tu vida.
Pero te fuiste como todas
las estudiantes pueblerinas
para habitar una casa
con calefacción central,
un marido algo recio pero bueno
y unos niños que son
la luz de tus ojos.
Notarás que no abro juicios
ni hablo de chatura.
La aplanadora del tiempo
nos pasa por encima a todos,
a los que somos
y a los que quisimos ser.
II
Querías ser Alejandra
pero el furor lírico
te duró dos cuatrimestres.
Si escribieras todavía
serías
la loca de la familia,
pasarías con tu estampa etérea,
un buzo arratonado demasiado largo
y el pelo cortado a lo garçon.
Serías invisible en la calle
y un par de críticos distantes
te habrían dedicado
una reseña favorable.
Nos veríamos de vez en cuando
comentaríamos con amargura el estado
calamitoso de la nueva poesía
aunque no sabríamos ni por asomo
de qué estamos hablando.
Serías ella,
serías por fin vos misma,
no serías nadie
y estarías sola
con la poesía.
III
Al llegar, un poco de Satie o Leonard Cohen,
un par de tomates, naranjas
y una botella de agua bebida del pico.
Tu flacura blanca
desparramada en la cama,
el cigarrillo y un libro de poemas.
Toda la noche
haciendo la noche,
sólo vos
y tu cuaderno de notas;
a veces
una amante furtiva
despedida al poco tiempo
para producirte una llaga que lamer
en los días siguientes.
Harías
una literatura salvaje
que haría
estallar tu antigua furia
contra los paredones del mundo.
Si fueras así,
fotofóbica y neurótica,
adicta al café y a Emily Dickinson
tendrías tal vez
noticias mías.
"Filos", poemario de Pablo Dema: una propuesta diferente
Por Luis Benítez
Breve pero conciso, Filos, de Pablo Dema, posee una fuerte impronta narrativa (recordemos que el autor también cultiva esta categoría literaria), corroborando, por una parte, el borroso límite actual entre géneros, así como la destreza del autor para contar hechos y circunstancias desde su propia sensibilidad, mostrándose tan distante de la concreta prosa como de lo que se da en llamar “poemas en prosa”. La conciencia de lo poético en Pablo Dema va más allá de las formalidades de género, pues sabe introducir al lector en el meollo de una visión inefable –terreno por lo habitual estrictamente abordado por la poesía- haciendo buen uso de lo que aparentemente está contando: una historia breve, una instancia situada en lo temporal y espacial, para proyectarnos hacia otras realidades donde el hecho exterior establece nexos palpables con el universo propio del autor. Así, a lo largo de Filos, empleando imágenes directas y un lenguaje engañosamente simple, sutilmente Dema desliza las claves que le permiten al lector acceder a otras posibilidades del texto. Sin abusar del minimalismo que tantos estragos ha hecho antes en la poesía argentina, por mal leído y peor interpretado, Dema combina en sus versos lo mejor de una y otra ribera –lo real y lo imaginario, así como lo objetivo y lo sensible- para darnos un poemario sólido y bien vertebrado, con una estructura que sale airosa después de varias relecturas, confirmando las llamativas posibilidades del estilo que ha elegido. Un autor para seguir leyendo, en su progreso dentro de una variante del abordaje poético que configura una propuesta original e interesante.
En el aire
Nos contaste que en Nantes
una chica te sirvió un crêpe de naranja.
Cuando lo dejó sobre la mesa,
le acercó una chispa con su encendedor
y la golosina ardió un instante ante tus ojos.
Brillaba, comenzando a derramarse, el almíbar tibio.
Fue tan hermoso, dijiste,
que no pude contener las lágrimas.
Estabas solo.
Tu esposa en un continente,
tu madre enferma en otro
y tu padre ya en ninguno.
En los días que compartimos
varias veces hablaste de la soledad.
Al despedirnos nos dimos un abrazo
y dijiste la palabra amigo.
A todo esto lo escribo en el aire,
ese lugar donde las cosas se vuelven
más intensas, más hermosas, más frágiles.
Nacimiento
para Ana y Eva
Dos corazones
del tamaño de una almendra
imitan, en su latido,
el sonido de la nieve
cayendo sobre un lago nocturno.
Lo que acontece en secreto
siempre adquiere el ropaje del milagro,
como un paisaje nevado
descubierto en la mañana
como las dos almendras rosadas
titilando calladas en la noche.
Lo demás,
las cosas, el mundo, nosotros,
¿cómo saldremos del asombro
de sentirnos engendrados por lo que nace?
El universo confluye, de repente,
en esa doble hendija de luz
que son las recién nacidas;
y todo lo que de ellas viene, a su vez,
queda teñido del brillo inaugural
todavía difuso pero esplendoroso
de su mirada.
Poemas (inéditos)
Prendas
1
No las conservo por nostalgia
ni las oculté por temor a que se volviesen alimento
de una memoria amenazante.
Estaban en el estante y se mudaron conmigo porque las usé siempre,
porque me gustan, porque me sirven y por costumbre.
Estás lejos, acaso sos feliz o perdiste cosas no sé, no lo pienso tanto.
Te habrá mojado como a todos la lluvia de la vida;
habrás visto tu risa en otro cuerpo, en tu palma casi,
para hacerte inmortalmente feliz en un instante;
te habrá quemado ya el rayo de la muerte
no del todo todavía como a los tuyos, los primeros.
De verdad que no lo sé, no pienso tanto en eso,
solo uso tus prendas viejas, estiradas,
suavizadas por el tiempo,
llevo algo tuyo en el cuerpo
cada día en la piel después de todo.
2
É muito difícil esconder o amor
Murilo Mendes
En medio de la noche me despierta el sonido de una sirena.
Enciendo el televisor y aparece un hombre respondiendo una pregunta.
No sé qué pregunta le hicieron, no sé quién es el periodista ni conozco al entrevistado.
El hombre estaba diciendo:
Y yo quedé prendado, era como si tuviera encendido un fuego en la cavidad del tórax. Una hoguera que nunca se extinguía. Entonces a la noche (era invierno), yo salía de la parroquia y bajaba al río.
El director ha abierto el plano un instante.
Se ve al periodista de traje azul, anteojos de montura al aire y un bolígrafo en la mano.
El entrevistado tiene un pullover marrón de lana que se ve muy pesado, tal vez porque le queda grande. Se notan sus infantiles incisivos separados cuando vuelven a hacerle un primer plano.
El pelo ralo. La mirada humedecida de emoción.
Bajaba al río y entraba desnudo en el agua, sigue diciendo.
Me ponía contra la corriente y tomaba el agua helada sumergiendo todo el cuerpo. Y allá abajo gritaba sacudiendo la cabeza.
¿Lloraba?, pregunta el periodista.
Sí, la llamaba a ella en realidad.
Sonaría como el último estertor de una turbina muerta.
Los poemas de William Grove
Hell
No es la enfermedad terminal
ni la ruina económica
ni la guerra que se avecina.
Es descubrirte cada noche pensando
que tu vida sería mejor
si alguien que has amado
-y no me refiero a cualquiera:
hablo de tu padre, tu hermano, tu hijo-
estuviera por fin muerto.
Conduciendo en medio de la noche
Ahora que el coche comienza a hacer un ruido raro
y el agua está llegando a la altura de las luces que vacilan
comprendo cuántos errores he cometido en las últimas horas.
No presté atención al alerta que daban en la radio cuando partí por la mañana.
No le hice caso a mi amante
cuando me dijo que no me largara a la ruta con esta tormenta.
(Ella ya no quiere saber nada conmigo,
pero hubiera preferido que pasara la noche en el sofá).
No quiero recibir un llamado a medianoche avisando que te hiciste papilla, dijo.
Pero hasta un cobarde como yo es temerario cuando se siente despechado.
Ahora la lluvia arrecia
y sólo circulan de frente los camiones de gran porte.
Lejos de mejorar, la situación empeora cuando bajo la cuesta
y después de un último parpadeo las luces se apagan.
Alrededor todo es oscuridad y agua que golpea.
Salir fue un error,
volver fue un error,
seguir fue un error.
Me pregunto si esta evaluación
no se aplica también a lo que hice en el día de ayer,
a la última semana,
al mes, al año entero
y al resto
de mi vida.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario