martes, 16 de marzo de 2010

BENJAMÍN PRADO [091]


Benjamín Prado

Benjamín Prado (Madrid, 13 de julio de 1961) es un novelista, ensayista y poeta español. Ha recibido diversos premios, entre los que se encuentran el Hiperión, el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, el Premio Andalucía de Novela y el Generación del 27. Su obra ha sido traducida en numerosos países, entre ellos Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Dinamarca, Bélgica, Grecia, Estonia, Letonia o Hungría, y publicados también en Argentina, Cuba, Colombia, Chile, México, Perú y El Salvador.

Obra

Narrativa

Su primera novela, Raro (1995), se distribuyó en España y Latinoamérica, obteniendo una buena acogida en México, Argentina y Colombia. En 1996 publicó Nunca le des la mano a un pistolero zurdo y Dónde crees que vas y quién te crees que eres. Esta última obra, destinada a un público juvenil, fue considerada un paradigma de la metaficción.6 Después llegaría Alguien se acerca (1998), en la que indaga en el tema de las personas que desaparecen para cambiar de vida;7 y No sólo el fuego (1999), inicialmente titulada «Zona Roja», que se alzó con el XIV Premio Andalucía de Novela, y con la que inicia una indagación de algunos de los capítulos de la historia de España que proseguirá en libros futuros. En el año 2000 publica La nieve está vacía, una novela de género negro.

Ya en el año 2006 ve la luz Mala gente que camina (2007), que habla del robo de niños por parte de la dictadura a los republicanos. En 2011 se publica Operación Gladio, una novela de espías en la que se indagan algunos de los sucesos más oscuros de la Transición española.

Fuera del ámbito de la novela ha publicado el libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo (2004), en el que contó con autores invitados en algunos de los cuentos: Juan Marsé, Javier Marías, Almudena Grandes y Enrique Vila-Matas.

Poesía

En el ámbito de la poesía, el estilo de Prado ha sido considerado cercano al culturalismo, y ha sido incluido en la denominada Generación del 99 junto a otros autores como Aurora Luque, Amalia Bautista o Vicente Gallego.

Sus primeros cinco libros de poesía, Un caso sencillo (1986); El corazón azul del alumbrado (1990); Asuntos personales (1991); Cobijo contra la tormenta (1995, Premio Hiperión) y Todos nosotros (1998), están reunidos, junto con numerosos inéditos que van incrementándose en cada una de sus ediciones, en el volumen Ecuador (2002). Después ha publicado Iceberg (2002, Premio Internacional Ciudad de Melilla) y Marea humana (2007, Premio Internacional Generación del 27), que en sus segundas ediciones incluyen numerosos poemas nuevos.

Tras 8 años, regresa con Ya no es tarde (2014).

Ensayo y biografía

También es autor de los ensayos Siete maneras de decir manzana (2001), una defensa del género lírico, y Los nombres de Antígona (2001) en el que traza retratos de cinco escritoras, Anna Ajmátova, Marina Tsvetáyeva, Carson McCullers, María Teresa León e Isak Dinesen, y por el que recibió en 2002 el Premio de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset. También es coautor, junto a Teresa Rosenvinge, de la biografía Carmen Laforet (2004) y de los tomos autobiográficos A la sombra del ángel (13 años con Alberti) (2002)20 y Romper una canción (2010); así como de los tomos de aforismos Pura lógica (2012),22 Doble fondo (2014) y Más que palabras (2015).

Colaboraciones con músicos

Ha coescrito con el cantante Joaquín Sabina varias canciones, entre ellas todas las del disco Vinagre y rosas (2010). Tras la grabación del disco, ambos artistas han seguido colaborando esporádicamente.
Participó junto al grupo Pereza en la clausura de la VIII edición del Premio Internacional de Poesía de Granada. Uno de los miembros de Pereza, Rubén Pozo, también participó (junto a Paco Cifuentes y Marwan) en la presentación de la reedición de la novela de Prado, Raro.
Ha colaborado en diversas ocasiones con el músico Coque Malla.

Bibliografía

1986 Un caso sencillo Poesía
1991 El corazón azul del alumbrado Poesía
1992 Asuntos personales Poesía
1995 Cobijo contra la tormenta Poesía
1995 Raro Novela
1996 Nunca le des la mano a un pistolero zurdo Novela
1996 Dónde crees que vas y quién te crees que eres Novela
1998 Todos nosotros Poesía
1998 Alguien se acerca Novela
1999 No sólo el fuego Novela
2000 La nieve está vacía Novela
2000 Siete maneras de decir manzana Ensayo
2001 Los nombres de Antígona Ensayo
2002 Ecuador (poesía 1986-2001) Poesía (recopilación)
2002 Iceberg Poesía
2002 A la sombra del ángel (13 años con Alberti) Memorias
2003 Jamás saldré vivo de este mundo Relatos
2004 Carmen Laforet (Escrito con Teresa Rosenvinge) Biografía
2006 Marea humana Poesía
2006 Mala gente que camina Novela
2009 Romper una canción Ensayo biográfico sobre la composición de las canciones del disco Vinagre y rosas junto a Joaquín Sabina
2011 Operación Gladio Novela
2012 Pura lógica Aforismos
2013 Ajuste de cuentas Novela
2013 Qué escondes en la mano Relatos
2014 Doble fondo Aforismos
2014 Ya no es tarde Poesía
2015 Más que palabras Aforismos

Antologías

Mi antología. Biblioteca de poesía española. Universidad de las Américas. Puebla, México, 2007.
Aquí y entonces. Embajada de España en Cuba. La Habana, Cuba, 2008.
No me cuentes tu vida. Editorial Mesa Redonda. Lima, Perú, 2011.
Si dejas de quererme lo sabrá este poema. Ediciones La Fragua. San Salvador. El Salvador, 2012.
Yo sólo puedo estar contigo o contra mí. Círculo de Poesía. México, 2012.


De "Un caso sencillo", 1986



XI

Mi amor, este poema
es para que lo leas cuando no esté a tu lado,
cuando no pueda ya cuidar de ti.

No te conformes nunca con alguien que no piense
que tu eres una llama más antigua que el fuego,
que tú eres su razón para vivir.

Aprende a no querer a los que no te quieran
y elige bien a qué le tendrás miedo:
no habrá sombra que oculte lo que tú temas ver.

Escapa del que piense
que el aire es la pared de lo invisible
y huye de aquel que crea
que es más feliz quien menos necesita,
porque ése no podría necesitarte a ti.

No te rindas, no olvides jamás que la tristeza
sólo es la burocracia del dolor.
Y si sientes que el mundo se derrumba,
no intentes abrazarte
a otro que esté cayendo a la vez que caes tú,
como yo hice contigo.

Algún día
tendrás que despertarte para salvar tus sueños.
Algún día sabrás que en las promesas
hay siempre un cristal roto
en el que aúlla el viento frío de la mentira.

Recuerda todo eso.
No escondas lo que sientes por miedo a ser frágil,
como aquellos
que por guardar tan bien lo que más les importa,
lo pierden para siempre.

Recuerda que no hay nada que no pueda
ocurrir cualquier día.
No olvides que esta obra ha terminado.
No olvides que le hablas a un teatro vacío.



El Viajero

para Javier Egea

Te acompañaban siempre los violines.
Tus poemas estaban en ti como los peces
en el fondo de un río.

Eso es lo que vi en ti:
peces en el desierto,
música amenazada.
Te vi hacer bosques y subir montañas,
te vi cavar abismos con tus manos.
No supe dónde ibas.

Te vi buscar la sombra entre la luz,
te vi buscar la muerte entre la vida,
y no pude entenderte.

Yo no sé qué has ganado, pero sé qué has perdido:
tu música,
tus peces,
tus montañas azules.

No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida.



La dulce vida entre la hierba verde

                                                                (Garcilaso de la Vega)

Hay un silencio, abajo, de estatuas destruidas.
Amanece.
                     Recuerdas
el amor con su ambiente de barco amotinado,
la vida como un sueño con tesoros y mapas,
el rocío y su lava de cristal.

Amanece. Recuerdas.
Los caballos rompieron la lluvia con sus cascos;
las torres eran parte de tu sangre,
tu muerte se añadía a las campanas.

En su memoria azul,
río abajo, las aguas te recuerdan ahora;
te apoyas en un muro matizado de hiedra,
el carbón de la vida
                                         se consume en tus ojos
y la nieve
sofoca el fuego de tus manos.

No preguntaste entonces quién movía las águilas,
quién juntó las tinieblas y los lobos
quién sembró la semilla del árbol del ahorcado.

Cuando ardía el laurel y se quebraba el hielo.
Cuando tu corazón se asociaba a la escarcha.
Cuando la luz fue parte de la noche.

Cuando el sol extendía su óxido por la arena
alguien te vio dejar,
perdida junto al cisne redondo de la luna,
la dulce vida entre la hierba verde.




Mara

Mara, fantasma azul de mis dieciséis años,
tú que fuiste una vez todo la que perdí
y la que nunca tuve.

Mara, labios de fruta,
igual que la vidriera monopoliza el sol,
te quedaste una tarde con mi vida.

Mara, almendra del mundo, yo acaricié tu piel,
supe que en ti empezaba un continente,
vi minas de oro,
                                  campos de fresas,
                                                                         arrecifes;
vi montañas y bosques donde vivir contigo.

Mara,
              tú fuiste el centro de mis ojos,
el corazón del mar,
                                         la llave de los días,
la mismo que la vela es el núcleo de la noche,
el eje de los vientos.

Mara,
            cómo juntar
tus diecisiete años y un cementerio oscuro,
lleno de cruces blancas clavadas en la luna.

Mara,
            cereza dulce,
                                       ecuador de las cosas,
tú encontraste la muerte cuando ibas a buscarme.

Mara abismo, Mara veneno rojo,
Mara jardín desierto,
rosa bella y terrible cortada de mi vida.




Noche nupcial

Este mundo con trenes que, al alejarse, dejan
como un escalofrío recorriendo el paisaje.
Este mundo con hadas y unicornios
que gobiernan mi piel y viven en tus manos.

El mundo que no existe.

Hoy duermes junto a mí y brillas en la noche,
estatua blanca en el jardín de un sueño.

Mañana no estarás o serás otra.
Mañana, cuando mates ángeles y sirenas.
Mañana, cuando quemes nuestros bosques.

Yo me esconderé en ti como un centauro herido:
El último centauro, el que recuerda
su mundo azul desde una gruta oscura.

Quién será esta mujer a quien hoy doy mi vida.




Historia de Isabel

I

Era esta misma casa. Eran calles de junio,
casi azules;
muros ensimismados,
plata líquida,
lentas persianas del atardecer.

Qué raro este silencio,
la niebla deambulando por las habitaciones.
En el jardín,
                          las hojas de otoño son cometas
que giran en la órbita de algún sol extinguido.

Qué raro el corazón a la intemperie,
el corazón en vilo,
la luz descarrilando en los cristales,
qué raro el corazón.


II

El viento agita un sauce
que ahora es seda rasgada,
                                     surtidor de leones,
río del cielo.

Hay nubes que parecen,
algodón escarlata,
humo o sangre vertida.

Me buscaron por toda la ciudad.
'Yo veía
descuajados los árboles,
detenidas las hojas.
                                         Yo recuerdo
autobuses vacíos, callejones sin nadie
y tormentas azules que ponían
lluvia lenta de níquel dentro del corazón.

Una mujer tatuada sobre la mano de alguien
bailaba entre las tazas de café.


III

Mientras la luna elige sus ciudades
y despierta a sus lobos;
lentamente,
cuando la tinta tiende su emboscada
a la memoria,
he vuelto
una vez más
por esta misma casa de entonces, medio en ruinas.

La oscuridad oculta duros bosques de ébano
y el aire lee el Corán de las enredaderas.

Acuérdate: una noche rompimos un espejo.
Otra noche pasaron cinco años.
Cuando te dije adiós, tuve que preguntarte
de dónde habías venido
y quién eras.


IV

Aún estás a mi lado.
Camino tras tus pies
                                            y la ciudad
desemboca en un río,
un bosque,
una verbena.

Los recuerdos reúnen su mercurio en mi frente
y las tardes se acaban
lo mismo que se rompe un dios de arcilla.

Abro los ojos:
fuera ya no hay nadie.
Los letreros eléctricos van anunciando el frío
y en cada ventana se suicida una estrella.



En el camino

Han pasado diez años y es un día de invierno.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.

No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.

Recuérdalo, hubo un río.
                                                    Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.

Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.

Aún estamos aquí.
                                      Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.







De "Cobijo contra la tormenta" 1995


4 de octubre en Landmark Hotel

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas. y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.




De "Asuntos personales" 1991


VII - Una noche te dije...

-Una noche te dije: -Quien no tiene secretos
nunca tendrá piedad.
Llovía, pero abriste una ventana.
La tormenta era azul dentro del bosque.
La mancha roja de las rosas
se extendía
por el corazón de los jardines.
y el mundo era un mundo de otra época:
como la vez que estábamos en una casa abandonada
viendo un incendio antiguo.


IX - Conduciendo bajo la lluvia...

Conduciendo bajo la lluvia,
la luna es del color de los coches que pasan.
Atrás queda el pequeño
hotel de carretera junto a un bosque.
Conduciendo bajo la lluvia,
en los jardines públicos brillan ángeles fríos.
Atravesando calles
tranquilas,
soledad edificada.
Conduciendo de vuelta hacia nosotros mismos.
La última frontera es nuestro corazón.


Fragmentos de un jardín  II

Esconde un trazo
de paloma agrupada
la rosa blanca.

¿En qué consiste
un jardín? Luz confusa,
flores concretas.

Era un extremo
visible del olvido:
eso era el moho.

Noche de viento.
Junto al estanque, un seto
suena a agua fría.

Es simple: el hombre
es la raíz y el fruto
es el poema.


Fragmentos de un jardín III

Un coche: el lento
oleaje de un tigre
salta el cercado.

Está el aroma
en la flor y no está:
luz sobre un vidrio.

El alba deja
los bosques planteados,
la luz vacía.

Mira las rosas
que la luna ha encendido,
más que a la luna.

Corta la flor
y que la noche caiga
sobre la noche.



De "Todos nosotros" 1998


Roto

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
-Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras 
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.



Tiempo muerto

Ha sido un día raro. Estás tumbada
junto a mí.
                     Casi puedo escuchar la marea
de la sangre en tu piel
y el deseo que llena tus manos de leones.
Luego, apagas la luz.
                                           La noche salta
como un pez de tu corazón al mío.

Y sin embargo hay algo.
                                                   En realidad
no sé qué es.
                          Pero aquí está.
                                                          Es extraño:
de repente, me digo: -Cada hombre
lleva una pala para cavar su propio Infierno.

Me pregunto qué he visto,
                                                     dónde estaba,
la razón; imagino
la tarde entera: el bar cerca de la autopista,
la ciudad
debajo de la lluvia igual que un barco hundido;
y algo que yo te dije
y algo que tú dijiste: -Si no sabes
por qué lo has hecho, nunca sabrás por qué ha pasado.

Pero no veo nada,
                                      ningún dato,
ninguna relación con el Infierno.
                                                                     Entonces
miro adelante, busco
las palabras que tienen lo que quiero decir.
Y ahí tampoco hay nada: 
Hay la azotea roja;
hay el gato que atrapa un pájaro y devora lentamente mis oj0s.

Tú sigues a mi lado.
Tu corazón golpea dentro de la mujer
dormida, igual que un perro ladrándole a las tumbas.
Me pregunto,
después de tantas cosas,
                                                   cuando cada hora quema
su selva entre mis manos,
                                                      me pregunto
qué es lo que sé de ti;
si tal vez, como dice Marianne  Moore, lo importante
de lo que vemos es lo que no vemos.

Y no encuentro respuestas.
                                                         Ni caminos
por qué volver.
                                 Enciendo
una luz,
                 abro el libro,
                                            cierro el balcón.
La noche
se reúne a sí misma, se marcha de nosotros
con su cielo vacío,
con su dios que se lleva
algo de nuestras vidas a su ciudad deshecha.

Abro el libro
mientras que en el tejado se mueve la serpiente
azul del agua
                            y sigues
                                              junto a mí
y por tu corazón se alejan los tambores
y escribo la palabra árbol y en ese árbol
crece
             tranquilamente
la palabra naranja.



Frío como el infierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                           Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                             lo mismo
que un oso en una jaula;
                                                 marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                            pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                                 La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                            Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                                   leo a Ungaretti,
                                                                     pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                                              Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                                   de repente
alargas una mano,
                                      buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,
                      yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.




Conversación en la isla

-Escribir un poema es intentar desatarse,
adivinar en qué mano está la moneda
-dije yo-. Tú mirabas
el sol igual que un fuego encima de la isla
y yo dije: -La poesía empieza
cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba
pero aún tienes miedo.
Yo veía
las torres blancas. Tú dijiste: -Es raro,
nos gustaría huir
pero nadie nos sigue.

Junto al agua,
partiendo nuestras vidas,
cortándonos las manos al coger los cristales,
tú dijiste: -La poesía es todo
lo que hay entre un disparo y el animal herido.
Parecías
tan lejos, tan a salvo
de ti y de mí;
distinta igual que siempre,
rota y vuelta a armar de una manera nueva.

El sol se fue. La noche
se acercaba y yo dije: -¿Recuerdas que jugábamos
a poner nuestros años
al lado de la Historia? Por ejemplo:
aprobaste Latín y Armstrong llegó a la luna...
Y tú dijiste: -El fuego
                                           de los días,
                                                                   la suma
de las horas,
las letras de "Armstrong llegó a la luna"...
Estábamos tan solos,
tan cansados,
como perros perdidos en medio de la lluvia,
como hombres mirando la noche desde una casa vacía.

Vi las últimas luces de la costa y el cielo
extraño encima de la playa. -A veces
-dije- no hay más que eso
y algún sitio donde ir pero ningún sitio donde quedarte
y palabras que son las piezas del abismo
y recuerdos igual que disparos en una diana.

Luego llegó la luz, el ruido azul
de la mañana,
mientras tú decías:
-Te di mi corazón y quisiste mis sueños,
te di mis sueños pero quisiste mi esperanza.
y yo dije: -Sí, es eso. Eso es todo:
una sola mujer y un millón de maneras de perderla.
Me miraste. Dijiste: -¿Y después? Y yo dije:
-Nada. Después no hay nada.
Después de eso
tenemos que estar juntos para siempre.

Nos quedamos callados,
junto al agua,
mientras la luz rompía el orden de la noche,
mientras el mar se estrellaba contra los nombres de las ciudades.
Mirando el sol sobre las torres blancas.
Cada uno observando su corazón moverse
lo mismo que un pez rojo en la oscuridad de un río.

La sombra de las torres se parecía a mi vida.

Cada uno protegido por su propio dolor,
como ángeles mirando una tormenta desde el fondo del cielo.





De "El corazón azul del alumbrado" 1991


Ecuador

Hace falta la noche para ver las estrellas.

Igual que ayer, hoy busco -lo dijo Juan Ramón-
una verdad aún sin realidad;
busco en la tinta verde de todo lo que escribo
un planeta sin nombre o una jungla perdida.

Y hace falta la noche.

Yo me siento en las sombras,
prendo un fósforo,
tallo mis esmeraldas, construyo mis panales.
Todo es igual y todo es diferente.

La vida,
que fue un río,
es ahora un océano,
el pasado es la arena y el agua es el futuro.

Hace falta la noche.

Todo está en mí
lo mismo que un clavo en la madera:
cada paso en la nieve,
cada luz apagada,
cada piel encendida.



El corazón azul del alumbrado

                                         W. H. Auden 1907-1973

Esta oscuridad tranquila de verano
-ríos de estaño suave, con la luna
sobre el capó de un coche
solitario y luz niquelada en las sombras
artificiales del jardín- descubre
casi siempre en nosotros cierta inclinación
a la melancolía.

Hay una calle larga,
helada por la nieve de los globos eléctricos,
que vuelve
                        y el latido
del frío entre los árboles
igual que un corazón disciplinado. 

Era mil novecientos
setenta y tres, septiembre con inmensas
tardes color de acero y la vida
en mis primeros años de estudiante:
                                                                              el sol
olvidado en el campo de deporte
hacia el final del día
                                          o la hermosura
incongruente del laboratorio.

Una tarde oímos la noticia
por la radio.
La ciudad extendía sus hospitales blancos;
las carreteras estaban vacías; 
                                                              lejos
de su muerte, el público llenaba los estadios
y reía en los cines.
Entre nosotros, alguien comentó las palabras
torpes del locutor:
                                       aquel poeta
norteamericano nacido en Inglaterra.

Con los años, querríamos
ocupar nuestro sitio en los poemas
suyos que nos estaban destinados,
por ejemplo En memoria de W. B. Yeats,
El escudo de Aquiles o Un paseo
después de anochecer .

Pero íbamos a hablar de la melancolía.
Cuando la claridad
suelta viejos leones dorados en la mente,
viejos leones tibios que cruzan con sigilo
el corazón azul del alumbrado.




Asomado al balcón que soy yo porque te amo...

                                                               Marsella, 1986

Asomado al balcón que soy yo porque te amo,
pasas por mis recuerdos
igual que se atraviesa una casa vacía.
Frente a mi soledad
se alza seriamente
un viejo panorama de edificios sin luna:
luces suaves
de esta madrugada
con gente triste y niebla en las glorietas.
Luces brillantes de la madrugada.

Te quedas en Madrid. A mí me esperan
casas cerca del mar,
ese cansancio azul de los hoteles,
los cuartos alquilados
donde alguien ha muerto alguna vez.
No pasarán,
                          los días,
                                            tan despacio.

Pero vendrán las lluvias,
la nostalgia creciendo
como crece el amor en épocas de guerra.
Alguien recordará, seguramente,
el largo invierno del ochenta y seis.




Del libro "Marea humana", 2006



XI

Mi amor, este poema
es para que lo leas cuando no esté a tu lado,
cuando no pueda ya cuidar de ti.

No te conformes nunca con alguien que no piense
que tu eres una llama más antigua que el fuego,
que tú eres su razón para vivir.

Aprende a no querer a los que no te quieran
y elige bien a qué le tendrás miedo:
no habrá sombra que oculte lo que tú temas ver.

Escapa del que piense
que el aire es la pared de lo invisible
y huye de aquel que crea
que es más feliz quien menos necesita,
porque ése no podría necesitarte a ti.

No te rindas, no olvides jamás que la tristeza
sólo es la burocracia del dolor.
Y si sientes que el mundo se derrumba,
no intentes abrazarte
a otro que esté cayendo a la vez que caes tú,
como yo hice contigo.

Algún día
tendrás que despertarte para salvar tus sueños.
Algún día sabrás que en las promesas
hay siempre un cristal roto
en el que aúlla el viento frío de la mentira.

Recuerda todo eso.

No escondas lo que sientes por miedo a ser frágil,
como aquellos
que por guardar tan bien lo que más les importa,
lo pierden para siempre.

Recuerda que no hay nada que no pueda
ocurrir cualquier día.
No olvides que esta obra ha terminado.
No olvides que le hablas a un teatro vacío.







De ‘Ya no es tarde’.  Visor, 2014


NUNCA ES TARDE

Nunca es tarde para empezar de cero,
para quemar los barcos,
para que alguien te diga:
-Yo sólo puedo estar contigo o contra mí.

Nunca es tarde para cortar la cuerda,
para volver a echar las campanas al vuelo,
para beber de ese agua que no ibas a beber.

Nunca es tarde para romper con todo,
para dejar de ser un hombre que no pueda
permitirse un pasado.

Y además
es tan fácil:
llega María, acaba el invierno, sale el sol,
la nieve llora lágrimas de gigante vencido
y de pronto la puerta no es un error del muro
y la calma no es cal viva en el alma
y mis llaves no cierran y abren una prisión.

Es así, tan sencillo de explicar: -Ya no es tarde,
y si antes escribía para poder vivir,
ahora
quiero vivir
para contarlo.




EL DÍA EN QUE DEJÉ DE QUERERTE

Sé que llegará el día en que deje de quererte.

Todo será tan rápido:
primero pensaré que la vida se acaba,
que nunca fui más lejos que al dejarte marchar;
después
vendrá el olvido.

Estos poemas
hablarán todavía de nosotros
pero de tí y de mí, ya no, ya nunca más.

Cuando África amanezca cubierta por la nieve
y en los cuadros de Goya luzca el sol.
El día en que las águilas se vuelen de los dólares, 
Pompeya se despierte
de su sueño a la sombra del volcán,
entonces, 
sólo entonces
dejaré de quererte.

El día que no acabe a las doce de la noche.
El día en que el cielo de Marte cubra el cielo
o Raskolnikov salga de ‘Crimen y castigo’
a poner unas rosas
en la tumba de Dostoievsky,
entonces
todo habrá terminado,
no te voy a querer.

Para hasta que eso ocurra,
sólo tú y yo
podríamos 
separarme
de ti.



SU VIVA IMAGEN

–Eres su viva imagen,  Me decían
sin sospechar entonces que esas cuatro palabras
iban a ser ahora mi condena.

No tengo dónde huir, dónde esconderme:
sus ojos están dentro de mis ojos;
su apellido en el mío
como el nombre de un barco en el fondo del mar.
Lo que ayer fue mi casa,
es la guarida de los tiburones.

Tú estabas a mi lado
y me has visto nadar en ríos de veneno;
has visto lágrimas
que eran cristales rotos, una lluvia de espinas,
cicatrices de agua que cruzaba la piel.

Miro su alianza de oro en mi dedo
y su rostro tallado sobre el mío,
mientas la vida sigue,
el aire mueve 
los árboles o el sol ilumina su casa
lo mismo que si no estuviera vacía.

El tiempo sólo cura aquello que se puede
sustituir y yo no siento nada
que no sintiese antes
cualquiera en cuyas venas ha bebido la muerte:
la grieta de la angustia,
la plaga de los verbos en pasado;
los recuerdos que buscan su lugar en la vida.

Es tan raro saber que no volveré a verla
y los demás
seguiremos entrando en restaurantes,
cines,
supermercados,
estaciones de tren...
Que no volveré a oír su voz pero a las nueve
será otra vez la hora de la cena,
los fines de semana iré al estadio,
mi coche rodará por la autopista
que ella escuchaba desde su jardín...

Pienso en su dios cruel, el dueño del dolor
y la mentira,
el cínico dice:
–Yo te destruyo para que descanses en paz.
Y ojalá fuese cierto lo que nunca he creído
y ella viera la soledad que deja,
cómo la echo de menos; cuánto me va a faltar;
lo que daría
por volverla a tener una vez más aquí,
un día más, tan sólo.

La mía es la tristeza del cobarde
que reúne para seguir en pie
el valor que no tuvo para ver la caída
de aquello que más quiso.

No tengo que explicártelo. Tú estabas con nosotros
y conoces
el dolor sin refugios,
las sábanas que acechan el cuerpo del herido;
conoces el enjambre feroz de las agujas,
las noches que no acaban cuando sale el sol.

Quien lo sabía todo de mí se ha llevado
el secreto a la tumba,
me he convertido en un desconocido:
el hombre que perdió el rastro de su sangre;
que se ha vuelto una sombra;
que no tiene a quién preguntar por él.

Ahora que mi madre ya no está –si eso es cierto,
si hoy no va a resolver un crucigrama,
ni a mirar los concursos de la televisión
como todas las tardes;
si ha caído en un sueño eterno del que nunca
vamos a despertar–,
guardaré sus palabras, custodiaré sus huellas;
y jamás voy a darla por perdida:
la memoria es el margen de error del olvido.

Le gustaban la nieve, los gatos, la familia;
el fuego,
cocinar,
los cumpleaños,
llorar con las películas románticas;
encender velas en las catedrales.
Le asustaban los médicos,
las llamadas nocturnas,
las tormentas,
el frío,
los reptiles...

Antes de las sirenas y las radiografías,
el miedo blanco de las ambulancias,
sus labios devorados
lentamente
por la carcoma de las oraciones.

Antes de los engaños piadosos,
el fuego amigo de las medicinas,
el esqueleto abriéndose paso hacia la luz.

Cómo puedo escribir lo inexplicable,
lo que no tiene nombre,
lo que todos callamos porque la vida sigue
y junto al cementerio hay tiendas y mercados,
jóvenes que adelantan con sus motocicletas
a los furgones fúnebres,
y avanzamos de espaldas a lo que nos espera
y llamamos silencio 
a todo lo que nadie quiere oír.

Le gustaban las fiestas,
los océanos
y creer que su dios no le daba los golpes
sino la fuerza para soportarlos.
Temía la vejez y al abandono:
pensaba que la forma más triste de marcharse
es no tener a alguien que te diga adiós.

La imagino en la época en que yo no existía,
haciendo cosas
que nunca le vi hacer: enamorarse,
bailar, romper las reglas, ser feliz;
y a veces me pregunto
si fue siempre la misma mujer que conocíamos,
tuvo tan claras sus obligaciones,
dónde estaba su sitio,
de qué infiernos no era decente escapar.

Le gustaba que habláramos
de su salud,
del clima,
de su infancia en los años de la Guerra Civil.
Le asustaban los cambios y las banderas rojas,
la libertad y el paso de los días.

Antes de la morfina y el delirio,
de que fuera quedándose sin caminos de vuelta,
sin puentes que cruzar,
sin esperanza.
No sé cómo explicarlo:
los recuerdos te siguen; pero cuando te vuelves,
nunca están ahí.

Ahora que ya se ha ido,
sólo será posible querernos a escondidas,
fingir ante los otros que no me habla por dentro,
que todo ha terminado entre los dos.
Las cosas no se pierden cuando desaparecen,
sino cuando las dejas de buscar.

Miro su anillo;
miro sus fotos
y soy yo:
puedo ver nuestra cara, nuestras manos...
Y eso que era mi orgullo, ahora es mi condena:
ser hoy que ya no está su viva imagen,
ser su eco,
su huella
el fantasma
de María Ángeles Prado, la mujer de mi vida.






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