jueves, 24 de marzo de 2011

MARTÍN PALACIO GAMBOA [3.639]


Martín Palacio Gamboa




Poeta uruguayo, nació el 5 de junio de 1977 en Montevideo. Vivió viajando de una punta a otra del Uruguay hasta dar con la frontera brasileña, a pocos kilómetros del mar. Desde diciembre del 2005 reside en Buenos Aires. Es ensayista y traductor. Sus traducciones del portugués pueden encontrarse en varias publicaciones electrónicas (Agulha, Palavreiros, Malabia, Escáner Cultural, etc.) y en revistas impresas (Hermes Criollo, Iscariote, La Guacha, Heterogénesis); como así también en la compilación que realizó de una frondosa antología de poetas brasileños contemporáneos, donde escribe estudios críticos que funcionan como introducción a la obra de cada autor.




Estos son sus blogs: 
http://desdelatierramedia.blogspot.com/ y http://lacanciondeltrasgo.blogspot.com/


Si fuera


Si fuera la reanudación de los caminos o
si fuera la envergadura croma de algún cerro
aquí a la vuelta
con su destello brusco y su rastrillaje.

Si fuera mirando el mar o la estría en la vidriera
sin recordar la dura fibra,
todavía sangrando, de los cuervos y el desaire.
Si fuera este café de lunería.

Si fuera yo la vida eterna
y no su eterno ardor,
si fuera la nervadura de un corazón transgénico y vulturno,

me volvería a hundir
-oscuramente-
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

(Inédito)




LECCIONES DE ANTROPOFAGIA. 
MARTÍN PALACIO GAMBOA

I

Roberto Piva

Mi hermano concibe la irradiación de los museos en cada silogismo, 
enfrentándolo al graznido de un pato o de una .puerta.
Su atributo es el fragmento. Vigila las anémonas en serie, 
sondea los talones en el momento justo que suenan los chasquidos 
de un revólver.
Golpea como al acecho la espalda de las estatuas, abre y habita 
el vientre de los pájaros.
Es el príncipe que rige los detalles hasta espantar el signo de los ciclistas 
en conserva y los carteles de fisiología.
Mi hermano describe el equinoccio nacido de una higuera, 
causando hendiduras 
en el glaciar que lo aprisiona;
hereda las inclusiones más allá de las imágenes: el movimiento continuo, 
cualquier intento de aprehensión, revela la estática que subyace detrás 
de las monedas.
Ramifica una paloma estrangulada,
diagrama el limbo menguante de una boca de tormenta.
Los relojes escampan el suero de su corazón confundido con el polvo.
Albañiléase ciego este volumen de sordera incrustada por el llanto, él, 
que nunca se negó a la saturación del intenso diferido, 
que vive su tobillo en construcción geológica de nieblas con la gillet 
rasgándole la altura.
Un martes de carnaval le descorchó la línea de un dos que clama por su 
diptongo diurno.
Mi hermano estalla en férulas,
en un soberbio pedo de su culo sangrante por donde escupe el universo.


II

ombreH,
el exceso de nuestros nueve sentidos no siempre reflejan la corteza 
errante de lo táctil.
Navegan los extraños, y la erección asertiva de una fecha y otra fecha 
palpan el útero canjeable por la veracidad de tu espinazo;
hombre, siéntate o acuéstate de perfil con el derrumbe
ahora que no hay derrumbe ni redes que impugnen su total ausencia 
de aporía.
ombreH, tú y yo en el centro, hocico cárdeno.
Hilar la nieve supone desenredar el ánimo en cursiva, pormenorizar 
el grito al igual que un síndrome repartido a cicatrices.
El cenit nunca traiciona. Cuídate
del paladar sin su placenta, del caballo trastornado en fricativa. 
Remítete a lo invisible al aportar el cero su metáfora de acoso.
Ignoro el apócrifo y el canon apelmazando el barro. Tenemos la misma 
hechura, disecada en órbitas difuntas por una gran raíz en trance de otra.
También el espesor de un magma trazando nuestros tímpanos;
los cerrojos socavan el incesto de una estaca con el frío ante un asedio 
que deviene  fábula:
sólo los cometas se incendian el ombligo con una ecuación de segundo 
grado, dejando que las cornisas se vuelvan antesalas de crematorios 
turbios.
ombreH,
gotízate en el vuelo de un deslumbre
pues bajo el blanco espurio de los huesos que reaccionan en cadena
se queda nuestro signo entrelazando karmas y adn`s, se espera otras 
combustiones y pócimas preparadas.
Carécete de espinas y tendones, de espacialidad pensante: se dice 
que allá en Praga cayó sobre un rabino esa hipertrofia 
de salmodias y contactos;
también se dice que navega huérfano de estrías por sitios porno en busca 
de sótanos y bodegas.
ombreH, 
proyecto de perífrasis vacía, decantación de lo divino en damajuana rota: 
un bosque de hierros retorcidos preanuncian líquenes en el bolsillo 
izquierdo de mi smoking;
platonizando almenas entre el cerrojo gris del aguacero 
y mi hemorragia seminal de
varios meses, el nueve y su destierro cátaro desata un cosmos de estraza
que absorbe calambres repentinos, metástasis de auroras encharcadas 
anteun par de grietas en el suelo. 
ombreH,
un rey de bastos se vuelca en la te plena de aullidos. 
Cuando la genealogía de la carie
mira al cielo y las calandrias entonan su antífona medusaria, de a poco 
se empala el llanto detrás de la cal de las paredes.
Verdaderamente, alguna mazurca suena para dos piernas de plomo.
Llego de un dolor extremo a la azotea y, sin embargo, el azar muestra 
sus treinta tajos:
el infinito no es un freno sucesivo, es una sien concéntrica 
expandiéndose de buitres.


III

Observo la vinagrera
y mido en ohmios la estatura de los duendes.
Retomo como al descuido
el silabario del gallo visigótico.
Gira un río naciente del muñón,
durmiéndose ante un violín de advertencias luminarias.



V

 a Gustavo Espinosa

Tengo, descarnándose a destiempo, la ley del resplandor afuera 
que los viernes dirimirán entre alambres de púa y muñecas 
de porcelana; tengo también un
talón que desdibuja el paso que conduce a Esciros, allá como 
quien sueña con caballos de madera;
almanaques y transatlánticos virtuales dejan este olor a plástico 
quemado, prendiéndosenos como un jirón de crujidos descompuestos;
ninguno invocaría el diluvio ante el Cebollatí o el Barrio Samuel 
adentro: la redención
existe en cuanto la escarcha exista, en cuanto amenace el plomo tenso 
de una .tachadura simultánea, así deambulemos solos bajo el ritmo de una
cumbia tecno o nos precipitemos rumbo a esa suela feraz de tristísima
hojarasca;
sobre los dogmas de un acto cualquiera y la digitación inaceptable 
de un carbunclo, se enferma de ectoplasmosis el cuarto rostro de mi
cuarta cara.
Por eso no se asusten si un fósforo consume otras exequias 
y chasquea su hocico
radiactivo, alargándome sus flancos;
no se asusten si acelero los espejos, rascándome carnívoro.
Poco importa sus biselaciones y el punzado si mis dientes 
denuncian la cuchara en que me sirvo; cuando una bolsa de arpillera 
se exima de ser la delicia
obligatoria o nos proponga su aspereza de forúnculo kantiano, saldré 
de los bestiarios y propagaré un catálogo de páncreas y tornillos;
catástrofes celestes saciarán su metro cúbico de estuarios, 
redactándose igualmente la exaltación de las bisagras si piensan 
dejar el trazo, sin saber que el mar acepta hasta donde 
sea posible la enumeración de sus demiurgos.
Obsérvenme tranquilos, asúmanme que soy lo que un lenguaje 
construyó sobre su ausencia: escatológico al fin, devengo 
indecidible, resquebrajando el magma carcelario de las morgues;
claro está que, entre dos pausas, los lirios recuperan su estatura 
y que nadie emprende la ascensión cauterizándose dos tibias. 
La espera de quien roza cañerías en desuso (pues, según dicen 
los putos, es fácil descubrir su crasa teología en
dos fascículos) puntualiza la merma de una tenia, su ceniza de gripes
envejecidamente bolivianas;
los perros ladran calle abajo, haciéndonos perder este gemido astral 
de treinta pesos; los diccionarios destejen nuestra iconografía, 
refractarios a esta arborescencia
de sí mismos, de túneles, eclipses; un saurio samurai invade el habla.
Preferiría salir al cruce de la errancia, tantear los quicios de la
transubstanciación, decantar en la redoma el nadir homúnculo de la
contingencia;
la muerte del sujeto ha muerto. Lo advierten las terrazas que no 
conocen los mormazos de noviembre: los retrovisores 
buscan congelar su instancia, porque el
Génesis se quedó en abreviatura de atopías; los grabados de viejos textos
demonológicos darán razón de lo disperso, de esta llovizna de coágulos
negruzcos. Bela Lugosi .ha muerto, espantando las últimas rendijas 
de las cloacas.






Poema V de “Nigredo”


a Gustavo Espinosa

Tengo, descarnándose a destiempo, la ley del resplandor afuera que los viernes dirimirán entre alambres de púa y muñecas de porcelana; tengo también un talón que desdibuja el paso que conduce a Esciros, allá como quien sueña con caballos de madera;
almanaques y transatlánticos virtuales dejan este olor a plástico quemado, prendiéndosenos como un jirón de crujidos descompuestos;

ninguno invocaría el diluvio ante el Cebollatí o el Barrio Samuel adentro: la redención existe en cuanto la escarcha exista, en cuanto amenace el plomo tenso de una tachadura simultánea, así deambulemos solos bajo el ritmo de una cumbia tecno o nos precipitemos rumbo a esa suela feraz y su daath de tristísima hojarasca;

sobre los dogmas de un acto necrofílico y la digitación inaceptable de un carbunclo, trascendemos cualquier tsunami de galactofagias compulsivas mientras se enferma de ectoplasmosis el cuarto rostro de mi cuarta cara.

Por eso no se asusten si un fósforo consume otras exequias y chasquea su hocico radiactivo, alargándome sus flancos;

no se asusten si acelero los espejos, rascándome carnívoro.

Poco importa sus biselaciones y el punzado si mis dientes denuncian la cuchara en que me sirvo; cuando una bolsa de arpillera se exima de ser la delicia obligatoria o nos proponga su aspereza de forúnculo kantiano, saldré de los bestiarios y propagaré un catálogo de páncreas y tornillos;

catástrofes celestes saciarán su metro cúbico de estuarios, redactándose igualmente la exaltación de las bisagras si piensan dejar el trazo, sin saber que el mar acepta hasta donde sea posible la enumeración de sus demiurgos.

Obsérvenme tranquilos, asúmanme que soy lo que un lenguaje construyó sobre su ausencia: escatológico al fin, devengo indecidible, resquebrajando el magma carcelario de las morgues;

claro está que, entre dos pausas, los lirios recuperan su estatura y que nadie emprende la ascensión cauterizándose dos tibias. La espera de quien roza cañerías en desuso (pues, según dicen los putos, es fácil descubrir su crasa teología en dos fascículos) puntualiza la merma de una tenia, su ceniza de gripes envejecidamente bolivianas;

los perros ladran calle abajo, haciéndonos perder este gemido astral de treinta pesos; los diccionarios destejen nuestra iconografía, refractarios a esta arborescencia de sí mismos, de túneles, eclipses; un saurio samurai invade el habla. Preferiría salir al cruce de la errancia, tantear los quicios de la transubstanciación, decantar en la redoma el nadir homúnculo de la contingencia;

la muerte del sujeto ha muerto. Lo advierten las terrazas que no conocen los mormazos de noviembre: los retrovisores buscan congelar su instancia, porque el Génesis se quedó en abreviatura de atopías; los grabados de viejos textos demonológicos darán razón de lo disperso, de esta llovizna de coágulos negruzcos. Bela Lugosi .ha muerto, espantando las últimas rendijas de las cloacas.



Poema VI de “Nigredo”


a Lorena Pradal


Ayúdenme a cavar esta penumbra que invade por igual plazas y mamposterías; aquellos que bordeen la latitud más próxima a un cangrejo o piensen insistentemente en la teleología del archivo, tendrán la acidez del mosto como quien prevé la diseminación de las escalas; verán la insinuación de la ceguera, la recurrencia a un claustro oximorónico de arañazo eléctrico.

No hace mucho hablábamos de la saga anacrónica del trasgo, de la homologación de códigos que ensambla la menopausia con el piercing frente al advenimiento de la nieve. Y la luna, que hasta entonces los astrónomos habían calculado abstrusa, derrama sobre la pisada de un hijo de familia su quimioterapia arcaica, pregunta por qué la sangre sabe a aguarrás vencido y en qué se consume el silencio de los frigoríficos cuando se despeña sobre el marrón y el gancho los voltajes de un tubolux a punto de quemar algún fusible.

Quisiera una fracción inevitable, un videoclip semiótico experto en desatar el pus de sus treinta hiperentropías sígnicas. Un rimmel cyberpunk revierte su póstuma abstracción, hace proliferar la espina allí donde el territorio se .exprime en simulacros de zarzas pixcodélicas; piensen, además, que toda esta filiación disociativa entre las guadañas y los misales no dejará de lado los letreros de los hipermercados, ni tampoco escatimará esa extrema suspensión de criogénesis para tanta épica inscrita en los códigos de Matrix: tan sólo afirma la disolución total, sosteniéndose en su propia emergencia indeclinable. Que un injerto de cartílagos se ensamble con el vértigo temprano de los patios: la compulsión delata otras consistencias, otras cartografías, pletóricas de cianosis y de náuseas no sartreanas.

Irremediablemente, el acento me pende del zapato. Al igual que un repliegue de acrónimos y averías, la claudicación del logos desciende de un gemido al margen seco, omite negociaciones con el polietileno oral de los martillos. Propongámonos, entonces, un diafragma en donde encallen cetáceos lautréamonts, esófagos y espadas sin diámetros centrales; no salga a la intemperie el grado cero de un umbral, mesando su escarlata genital de dos esquinas. Nada hay tan monstruoso como esa transparencia, como esa claridad de fármaco y prospecto.

Gramática desviante, gremlin de crasa evanescencia tautológica: cadáveres y espejos se insertan en su función de orujo, dan a conocer una serie de epidemias asombrosamente medievales, blues sinfónicos, pólipos malignos o retrovisores de máquinas mutantes que ejercen su metonimia atroz de cólicos y androides. Cualquier consagración fortuita del exceso derrama su viscosidad de alienígena extirpable, un murmullo de imágenes y episodios de partícula, a salvo de las distracciones del olvido.

Asómense a las amatistas silenciosas que se acumulan en los escritorios, dispongan de los anacoretas que viven en el segundo cerro de más atrás: una configuración de sótano y binario se desvirga en baños públicos, las auras más infames irrumpen desenfrenadamente sobre lo que se ordena y se pronuncia. Sé que el pómulo derecho asiente la fugacidad de los relatos, y el cuerpo no anticipa la unidad del hombre y su carcoma: nos faltan amperímetros y esperas, un purgatorio acrílico que nos re-escriba desde su más delgada línea rizomática. Sé que por entre mis lenguas el sol también da su luz negra, esa luz que desgarra la garganta de los ángeles y cubre de musgo seco la huella de los tractores. El bufón entona su alabanza cortándose la encía. Paso segregando trapos sucios, el fiel escupitajo de quien perdió su sombra en el retorno.



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