lunes, 28 de julio de 2014

JOHN MILTON [12.522] Poeta de Inglaterra


John Milton

John Milton (Londres, 9 de diciembre de 1608 - ibídem, 8 de noviembre de 1674) fue un poeta y ensayista inglés, conocido especialmente por su poema épico El paraíso perdido (Paradise Lost). Políticamente fue una figura importante entre los reclutadores de la Guerra Civil Inglesa, ya que cuando ocupó el puesto de ministro de lenguas extranjeras bajo el mandato de Cromwell era el encargado de responder a los ataques a la república. Sus tratados políticos fueron consultados para la redacción de la Constitución de los Estados Unidos de América.

Poéticamente, Milton es una de las figuras más importantes del panorama literario inglés, siendo en ocasiones situado al mismo nivel que Shakespeare. La influencia de Milton en la literatura posterior es amplia y variada: se atribuye a la influencia de su obra la aceptación y difusión del verso blanco en poesía, y, especialmente durante el Romanticismo, las alusiones a su obra alcanzaron un nivel similar al gozado por las referencias clásicas. La propia personalidad de Milton ha sido en ocasiones debatida y criticada, en especial, la forma en la que se dibujó a sí mismo en algunas de sus obras, en especial en las «Defensio».

Oliver Cromwell, Lord Protector.

La reina Isabel I murió sin dejar descendencia, cesando así la dinastía Tudor, e iniciando la de los Estuardo, al pasar la corona a Jacobo I, que era también rey de Escocia e Irlanda; los protestantes comenzaron a preocuparse, pues le consideraban demasiado tolerante con el catolicismo. Con el ascenso al trono de su hijo, Carlos I de Inglaterra, las tensiones entre el parlamento y el monarca comenzaron a amenazar a la monarquía; Carlos I quería unificar los tres reinos (Inglaterra, Escocia e Irlanda) bajo un solo reinado, pero el parlamento temía que esto modificara las tradiciones de la corona inglesa, disminuyendo el poder parlamentario. El matrimonio del rey con una mujer católica también generó preocupación en los anglicanos, quienes temían que el futuro Príncipe de Gales fuera educado en el catolicismo. Por otro lado, Carlos I buscaba la gloria en las guerras Europeas, lo cual requería de fuertes tasas de impuestos que el parlamento se negó a permitir por más de un año. Las tensiones entre el rey y el parlamento se acrecentaron cuando éstos intentan procesar a su favorito, el duque de Buckingham, por lo que decide disolver el parlamento. Después de 11 años de tiranía, se inicia una revuelta en Escocia, que constituye el comienzo de las Guerras de los tres reinos. Después de la derrota en Newcastle, vuelve a convocar al parlamento, que se muestra más hostil de lo que había sido años atrás. Comenzaron a tomar medidas para subsanar la economía del país, que había quedado diezmada por las guerras en Europa y Escocia. El 3 de enero de 1642, Carlos envió al Fiscal General del Estado a la Cámara de los Lores para procesar por alta traición a varios Comunes. El intento de arresto precipitó la guerra civil: en Londres se produjeron manifestaciones y altercados públicos. En mayo, el Parlamento asumió el poder de realizar nombramientos militares. En julio, constituyó su propio ejército y en agosto el rey formó el suyo en Nottingham.

Después de esta primera guerra, Cromwell tomó poder en el lado parlamentario, sofocando sublevaciones e invadiendo a Escocia. Dentro del propio bando parlamentario muchos creían que se había ido demasiado lejos. Cuando el parlamento decide negociar con Carlos I, Cromwell inicia un golpe militar, separando así al bando parlamentario en dos e instaurando la Commonwealth. Carlos I de Inglaterra fue decapitado el 30 de enero de 1649, con lo que se inician los años de la república y el protectorado, hasta la Segunda Guerra Civil Inglesa.

Primeros años

John Milton fue el segundo hijo de John y Sara Milton. Su padre era un próspero escribano, realizando tareas que hoy consideraríamos notariales. Componía también música eclesiástica y tenía vínculos con el mundo del teatro, especialmente el Blackfriars Theatre; había sido desheredado por su padre, ferviente católico, por hacerse protestante. La familia vivía en «The Spreadeagle», su casa de Cheapside, cerca de la Catedral de San Pablo en Londres, en cuya escuela estudió Milton. Desde una muy temprana edad, Milton había comenzado a aprender las lenguas clásicas de la mano de tutores, entre ellos Thomas Young.

En 1625, fue admitido al Christ's College en Cambridge, donde comenzó a prepararse para entrar en la Iglesia de Inglaterra. Era muy buen estudiante, pero le gustaba discutir y fue expulsado temporalmente por reñir con su tutor, William Chappell, por lo cual a su regreso le fue asignado otro. Su profesor favorito fue Thomas Young (que ya había sido tutor suyo en Londres), el cual reaparecería en otros momentos de su vida desvinculados de la etapa de Cambridge. Se hace amigo de Roger Williams, teólogo disidente americano, al que enseñaría hebreo a cambio de lecciones de holandés. En este periodo compuso varios poemas, entre ellos On the Morning of Christ's Nativity. Sabemos que los primeros años de su estancia en Cambridge no fueron agradables. Milton se sentía alienado pues consideraba su intelecto superior al de sus compañeros y éstos, haciendo referencia a su pelo largo y rubio, y su aspecto afeminado le pusieron el apodo de «Lady of Christ's» (college). Sin embargo, es posible que una vez sus obras poéticas comenzaron a publicarse en los periódicos de la universidad, la situación cambió, como parece indicar su último escrito universitario, Oratorio pro Arte, que trata entre otras cosas de lo bello y valioso de una amistad entre iguales.

Estudio intensivo y viajes

En 1632, se graduó cum laude y regresó a Londres, donde se dedicó durante cinco o seis años al estudio intensivo y la composición literaria en su casa de Hammersmith. En esta época escribió principalmente poemas, como On Shakespeare, L'Allegro e Il Penseroso.

Contrario a la educación de Cambridge, que entonces se basaba principalmente en la memorización, Milton dedicó este tiempo a la lectura de las obras de los antiguos y los contemporáneos sobre teología, filosofía, historia, política, literatura y ciencia. Como guía para trazar los estudios a los que Milton se dedicó en estos años se recurre a su «commonplace book», algo así como su cuaderno de notas, que hoy puede encontrarse en la Biblioteca Británica. La educación de Milton fue amplia y variada; conocía el latín, el griego y el hebreo. Era un fluido hablante del francés, el español y el italiano, y se aplicó también en aprender inglés antiguo y holandés. Gracias a esta educación, Milton es considerado como uno de los escritores más instruidos de la literatura inglesa.

En abril de 1637 murió su madre, y unos meses después Edward King, amigo de Milton de la época de Cambridge, murió ahogado, por lo que sus compañeros decidieron escribir elegías en su honor. En noviembre Milton compuso Lycidas para añadir en esta colección en memoria de King, y ésta se publicó en 1638. Escribió también mascaradas como Arcades o Comus, las cuales compuso para John Egerton, primer conde de Bridgewater, al ser éste instaurado «Lord President of Wales» —los manuscritos de estas obras tempranas se conservan en el Trinity College de Cambridge, por lo que se conocen como «los manuscritos de Trinity»—.

Como era costumbre entre los jóvenes pudientes en la época, Milton emprendió un viaje por Europa en la primavera de 1638; fue a París y después a Italia, donde, durante su estancia en Florencia, muy probablemente conoció a Galileo Galilei, el cual se encontraba bajo arresto domiciliario por orden de la Inquisición. En Roma fue invitado por el Cardenal Barberini, sobrino del papa Urbano VIII, a visitar la Biblioteca Vaticana. Se trasladó a Ginebra, donde había ido con la esperanza de conocer al célebre teólogo calvinista Giovanni Diodati. Allí, tuvo que cancelar el proyectado viaje a Grecia al descubrir rumores cada vez más insistentes de que una guerra civil arreciaba Inglaterra y que un amigo suyo de infancia, Charles Diodati, sobrino del anterior, había muerto. Regresó a Inglaterra en julio de 1639, tras lo cual comenzó a escribir Epitaphium Damonis, un poema en latín en memoria de su amigo.

En Londres, estableció una especie de academia, a la que asisten sus sobrinos, Edward y John Phillips, y a la que acuden más adelante jóvenes de familias aristocráticas. La Guerra civil se estaba fraguando (su prefacio, las Guerras de los obispos ya se estaban librando). El rey Carlos I había invadido Escocia y disuelto el parlamento. Milton, activo en política, comenzó a redactar panfletos antiepiscopales —en esta época, política y religión estaban fuertemente enlazadas (el rey es la cabeza de la iglesia anglicana), algo que se puede apreciar en los escritos de Milton: Of Reformation, sobre la disciplina en las iglesias de Inglaterra; Animadversions, Of Prelatical Episcopacy (que es una defensa de Smectymnuus, una organización protestante liderada por Thomas Young) y The Reason for Church Government, en la que se sitúa en contra de la prelación (jerarquía) y ataca a la Iglesia alta, especialmente a su líder William Laud, Arzobispo de Canterbury—.

Primer matrimonio

En 1642, Milton se casa con Mary Powell, que tenía entonces 17 años. La relación no duró mucho, y poco después Mary le abandonó, regresando a la casa de sus padres en Oxford, pues Milton tenía un carácter huraño. Esta situación dio lugar a los famosos «Tratados sobre el divorcio», donde se argumentaba a favor del divorcio por incompatibilidad de personalidades: en 1643, publica la Doctrina y disciplina del divorcio y en 1644, El juicio sobre el divorcio de Martín Bucer. La publicación de estos textos causó un escándalo en el parlamento y entre el clero, que intentó censurarlos; a causa de esto, durante el verano de 1644 Milton escribió su Areopagítica, una apología de la libertad de prensa. Por otro lado, Milton, que había quedado en cierta medida desencantado de la educación de Cambridge, escribe Sobre la educación, un tratado que propone establecer un estudio riguroso para los jóvenes de Inglaterra. En 1645, se publican otras tres obras: Tetrachordon, Colasterion, y una colección de Poemas de Mr. John Milton, en inglés y en latín.

Alrededor de 1645 Mary Powell regresó al hogar conyugal y se reconciliaron, su primera hija, Anne nació al año siguiente. Cuando la guerra civil estalló, los Powell se declararon monárquicos, mientras que Milton era republicano. En Oxford, los monárquicos estaban siendo expulsados, así que la familia de su mujer se trasladó a la casa de Milton, en Hammesmith, Londres. En 1647 mueren su padre y su suegro. Un año después los Powell abandonan la casa, y nace su segunda hija, Mary Milton. El 30 de enero de 1649 el rey, Carlos I es ejecutado en una plaza pública, acto del que probablemente Milton fue testigo. Dos semanas después se publica El ejercicio de la magistratura y el reinado, que aborda cuestiones institucionales.

Ministro de lenguas extranjeras

Una vez establecida la Commonwealth tras la victoria parlamentaria, el gobierno de Cromwell hace de Milton ministro de lenguas extranjeras (marzo de 1649) y la familia se traslada a Westminster, donde nace su primer hijo, John. En los años subsiguientes Milton sería el encargado de traducir al latín las actas oficiales y responder a los ataques literarios contra la república; también serviría como censor y es muy posible que también redactara discursos para Cromwell. Con El ejercicio de la magistratura y el reinado defiende el republicanismo y al regicida, que estaba siendo atacado por los presbiterianos (principalmente escoceses) y los realistas. Entre sus tratados más notables se encuentra el Eikonoklastes (demoledor de imágenes), publicado en octubre de 1649 y que es una respuesta al Eikon Basilike (Imagen Real), un tratado muy difundido que se atribuía a Carlos I y que mostraba al rey asesinado como un mártir cristiano. Un mes después, los partidarios de Carlos II publican la Defensio Regia, escrita por el conocido orador Claudius Salmasius, a lo que Milton responde con Defensio pro populo Anglicano (o la Primera defensa), un texto muy cuidadosamente redactado, en latín, que sirvió para dar a conocer las facultades oratorias de Milton en la Europa continental.

En 1652, Milton pierde la vista, probablemente a causa de glaucoma, lo que le lleva a componer el soneto When I Consider How My Light is Spent. En mayo, su mujer, Mary muere por complicaciones en el parto y en junio, su único hijo, John, de quince meses, muere también.

En 1654 publica la Defensio Secunda, respuesta al Regii sanguinis clamor (Clamor por la sangre del rey) de Pierre du Moulin, en la que elogia a Cromwell, a la vez que lo exhorta a mantenerse fiel a los principios republicanos. Continúa trabajando gracias a la ayuda de Andrew Marvell, al que ha hecho su asistente, y dictando las líneas a amanuenses. Aun así, sus labores como traductor son ampliamente recortadas. Se modifica su sueldo (288£) a una pensión vitalicia de 150£.

Milton había atribuido el Clamor a Alexander More, por lo que éste respondió atacándolo en un escrito. En 1655, Milton publica Defensio Pro Se (Defensa de mí mismo), defendiéndose de éste ataque. En 1656, contrae nupcias de nuevo con Katherine Woodcock, con la cual tiene una hija, pero Katherine y su hija mueren en 1658, el mismo año en que también muere Oliver Cromwell. En memoria de su esposa Katherine, escribe el soneto Methought I saw my late espousèd saint.

Restauración

Con la muerte del Lord Protector Oliver Cromwell, la Commonwealth estaba condenada a caer; Milton, sin embargo, continúa aferrándose a los principios republicanos y a principios de 1659 publica A Treatise of Civil Power, tratado en que ataca la unión de Iglesia y estado, Considerations touching the likeliest means to remove hirelings, denunciando la corrupción en la Iglesia y una serie de propuestas destinadas a mantener la supremacía del parlamento sobre el ejército: A Letter to a Friend, Concerning the Ruptures of the Commonwealth (tras la disolución del Rump Parliament), Proposals of certain expedients for the preventing of a civil war now feared (cuando estaba a punto de restaurarse la monarquía Estuardo) y, finalmente, Ready and Easy Way To Establish a Free Commonwealth, una fútil reprimenda a los ingleses por flaquear en la causa de la libertad.

A causa de su trabajo como propagandista, Milton tiene que esconderse de los monárquicos, por miedo a una posible represalia. En enero, tanto la Defensio pro populo Anglicano como el Eikonoklastes fueron quemados públicamente. En octubre, Milton es arrestado y metido en prisión, aunque más tarde fue liberado por orden del parlamento gracias la influencia de algunos amigos ahora poderosos como Andrew Marvell.

En 1663, Milton se casa con Elizabeth Minshull, de 24 años, pese a la opinión desfavorable de sus hijas y vuelve a trabajar como tutor de jóvenes pudientes. Termina su obra épica El paraíso perdido. Por su ceguera, Milton componía los versos en su cabeza por la noche y los dictaba por la mañana a sus asistentes. El paraíso perdido se publicó finalmente en 1667, en diez libros, siendo ampliado en 1668 con material adicional. La obra fue un éxito instantáneo. En 1670 publica History of Britain y en 1671 El paraíso recobrado y Sanson Agonista, en 1673 Of True Religion and Poems, &c. upon Several Occasions. Y en el verano de 1674 aparece la segunda edición del El paraíso perdido, esta vez en doce libros.

Milton murió de fallo renal en noviembre de 1674, y se encuentra enterrado en la iglesia de St. Giles en Cripplegate; existe un monumento en su honor en la esquina de los poetas de la Abadía de Westminster.

La personalidad de Milton

La reputación de Milton ha estado en constante cambio, tanto en vida de éste como después. De la lectura de sus escritos políticos no podemos discernir un carácter amable, ya simplemente por la fuerza e intensidad de sus convicciones, y el destino particular de éstos (la propaganda política), que por fuerza requiere de cierta aspereza. Entre otras cosas ha sido acusado de ser políticamente oportunista, de ser inmoral (por los tratados sobre el divorcio, y sus tres matrimonios—que irónicamente, nunca acabaron en divorcio), y también de ser un clasicista arrogante con demasiada estima de su propio valor como poeta, — algo que, quizá puede legitimarse en declaraciones suyas de juventud, como la siguiente de la época de Cambridge, en la que tras observar a sus compañeros tratar de representar una comedia en el teatro de la facultad, comentó, más tarde: “Ellos se creían hombres galantes, yo les creía idiotas”. Más recientemente también ha tenido fuertes acusaciones de misoginia por parte del feminismo, tanto por los tratados sobre el divorcio como por la descripción de la poco redimible Eva de El paraíso perdido.

También se le ha acusado de no ocuparse de la educación de sus hijas como se ocupó de la de sus sobrinos y otros jóvenes. Su relación con ellas era, al parecer, bastante fría después de la muerte de su madre, especialmente cuando Milton decidió casarse por tercera vez. Las pocas referencias existentes sobre la vida familiar de Milton sugieren que éste ignoró las necesidades emocionales y educativas de sus hijas, las cuales, por su parte se sintieron explotadas por las necesidades de Milton, especialmente cuando se quedó ciego; conocida es la anécdota que cuenta cómo Milton enseñó a sus hijas a leer en alto el griego, pero sin enseñarlas a entender el idioma, por lo que pasaban horas recitando algo que no entendían.

Sus hijas Anne y Mary nunca hicieron las paces con su padre, pero Deborah —la más joven y más parecida a su padre— sirvió como fuente para las primeras biografías del poeta, y le describe como un hombre afable y excelente compañía. La rigidez y austeridad de sus costumbres, parece, han sido fuertemente exageradas posteriormente. Apreciaba pasear por los jardines, incluso después de quedar ciego, y también el tabaco y el vino moderadamente.

En cuanto a la opinión de los estudiosos de las épocas siguientes, cabe el ejemplo de lo proclamado por G. K. Chesterton, el cual llama a un contraste entre Milton el poeta y Milton el hombre: «me temo que el modo más corto y más satisfactorio de decirlo es que, una vez todo ha sido dicho y hecho, (Milton) es un poeta que no podemos dejar de apreciar y un hombre al que no podemos apreciar».

El propio Milton es la fuente más empleada para buscar información sobre su persona. Muy detallada es la información que se ofrece en la Defensio Secunda:

«Admito que no soy alto, pero mi estatura se acerca más a la mediana que a la pequeña... Tampoco soy especialmente débil... cuando mi edad y mi forma de vida lo requirieron, no fui ignorante en el manejo de la espada, y practicaba en usarla cada día... Ahora tengo el mismo espíritu, la misma fuerza, pero no los mismos ojos. Y sin embargo, conservan todavía la apariencia de unos ojos sanos, y son tan claros y vívidos, sin neblina alguna, como los ojos de aquellos que ven perfectamente... en mi rostro, del que él [Moulin] dice “jamás haber visto rostro con menos sangre”, todavía se percibe un color que es el exacto opuesto de lo pálido y sin vida, por lo que, aunque tengo ya más de cuarenta años, apenas hay alguien a quien no le parezca más joven en por lo menos diez años. Tampoco es cierto que mi cuerpo o mi piel se hayan marchitado».

John Milton, Defensio Secunda


Pensamiento político y filosófico

Las creencias idiosincrásicas de Milton tienen su base en gran parte en el mandato puritano de la inviolabilidad de la conciencia. El pensamiento de Milton puede estudiarse a través de dos fuentes, sus tratados, y sus poemas recogidos en Poems of Mr. John Milton both in English and Latin. Excluyendo los tratados sobre el divorcio, encontramos dos vertientes principales, por un lado la crítica al episcopalismo de la iglesia anglicana, y por otro la defensa del republicanismo.

Milton culpa a la iglesia anglicana, y en concreto a los obispos de haber provocado una guerra contra Escocia y de haber forzado a «ingleses libres, fieles y buenos cristianos a abandonar su hogar, sus amistades y las cosas que les son afines para buscar refugio en los salvajes desiertos de América». Por otro lado, la controversia suscitada por sus tratados sobre el divorcio y posterior censura provocaron que escribiera la Aeropagítica, una llamada a la libertad de expresión en la que Milton pide una mayor libertad constitucional, y que alberga una de sus frases más célebres: «Pues los libros no son en absoluto cosas muertas, sino que contienen un potencial de vida en ellos que los hace tan activos como el alma de la cual provienen; no, preservan como en un tubo de ensayo los extractos más puros del intelecto vivo que los engendró».

En filosofía, Milton fue un proponente de Monismo, o materialismo animista, esto es, la noción de que es una sola sustancia material, que es «animada, autoactiva, y libre», la que compone todo lo existente en el universo, desde las piedras, los árboles, los cuerpos y las almas a Dios y los ángeles.15 Milton prefiere de esta manera evitar el dualismo cuerpo-alma de Platón y de Descartes, así como el determinismo mecánico de Hobbes. Esta teoría puede encontrarse principalmente en El paraíso perdido, en la que Milton permite a los ángeles comer o tener relaciones sexuales (8.622-29).

Quizá mucho más conocida sea su faceta de defensor del republicanismo, que puede encontrarse en obras como El ejercicio de la magistratura y el reinado, Milton afirma en este escrito que los reyes obtienen su poder del pueblo, y por lo tanto, es el derecho de éste el destituirlo, encarcelarlo, e incluso condenarlo a muerte. En los siglos posteriores, comenzó a reconocerse a Milton como uno de los precursores del liberalismo.

Pensamiento religioso

La poesía y la prosa de Milton reflejan unas profundas convicciones religiosas, que a menudo chocan o son una reacción contraria a aquellas de sus contemporáneos. Como funcionario del gobierno de Cromwell y por su oficio de escritor no siempre podemos distinguir sus opiniones reales de licencias poéticas o intereses políticos (como ocasionar polémica).

A pesar de que podemos decir sin rodeos que Milton es claramente protestante, también muestra conocimientos en otras teorías políticas que lo separan de los cristianismos más ortodoxos; un ejemplo de esto puede ser el rechazo que profesa al concepto de la Santísima Trinidad al considerar que el hijo era subordinado al padre, una doctrina conocida como Arrianismo y que a su vez está muy relacionada con el Socinianismo (la creencia de que Jesús no tiene naturaleza divina, que hoy se puede encontrar en el Unitarismo). Otra de las opiniones «heréticas» de Milton, ilustrada en El paraíso perdido, es la creencia que el alma muere con el cuerpo.

Por otro lado, Milton abandonó su campaña de legitimización del divorcio después de 1645, aunque defendió la poligamia en De doctrina christiana, un tratado que no fue publicado y que expone muchas ideas heréticas.

Como muchos autores del Renacimiento, Milton integró la teología cristiana con los modelos clásicos. En sus poemas tempranos, el poeta-narrador muestra una tensión entre el vicio y la virtud, lo cual los relaciona fuertemente con el protestantismo. En la mascarada Comus Milton emplea la ironía para elevar las nociones de pureza y virtud sobre las convenciones cortesanas de fiesta y superstición. En los poemas posteriores, estas cuestiones religiosas se hacen más explícitas, así en On Reformation, Milton expresa su aversión hacia el catolicismo y especialmente hacia la jerarquía eclesiástica.

La obra poética y dramática de Milton

Las primeras obras poéticas compuestas por Milton son L'Allegro e Il Penseroso (1631), dos pastorales, que reflejan el disfrute de un día en el campo desde dos puntos de vista distintos: L'Allegro (El alegre) invoca la alegría de la diversión más pura, mientras Il Penseroso (El pensativo), refleja una diversión más melancólica, enfocada a la contemplación interior. Esta representación de opuestos sería luego retomada por poetas como William Blake, en obras como Canciones de inocencia y de experiencia, o El matrimonio del cielo y el infierno.

El nombre Lycidas, (el del protagonista del poema del mismo nombre), es típico de los pastores dóricos, por lo que Milton lo consideró apropiado para su elegía pastoral. En ella rinde homenaje a su amigo Edward King, que había muerto ahogado cuando el barco en el que viajaba se hundió cerca de la costa irlandesa. En este poema un pastor llora la muerte de otro pastor que ha muerto ahogado. Juega Milton aquí con la metáfora del pastor-poeta de las pastorales (pues King escribía también poesía) y la del pastor de almas, pues la muerte de un buen pastor causa una gran pérdida para el rebaño.

Milton escribió también una mascarada, Comus en la que hace honor a la castidad. En esta obra una joven es raptada y tentada por Comus, una versión parodiada del dios festivo griego del mismo nombre, pero la joven resiste a las proposiciones del dios, y finalmente es rescatada por sus hermanos. La obra fue representada en honor a John Egerton, como celebración tras haber sido éste proclamado Lord President de Gales.

El paraíso perdido

El paraíso perdido recupera los temas de la caída de Lucifer y de la desobediencia del hombre, y el posterior exilio de ambos (del Cielo para el primero o del Paraíso para los segundos), creando un equilibrio entre ambas, así como una serie de contrastes. Se trata de un poema épico en el que Milton trata de «justificar las acciones de Dios ante los hombres» y de revelar el mensaje esperanzador que trae el hijo de Dios tras la pérdida del paraíso. Tras la publicación de esta obra, Milton se dedicó a escribir El paraíso recobrado y Sansón agonista. A pesar de que el Paraíso recobrado es una secuela de la anterior, tiene más similitudes con Sansón agonista, pues ambas tienen un carácter menos épico y fueron publicadas en un mismo tomo en 1671. El paraíso recobrado trata el tema de la tentación de Cristo en el desierto, siguiendo el evangelio de San Lucas; mientras que Sansón agonista trata la angustia de Sansón tras haber sido condenado y haber quedado ciego por haber roto su promesa a Dios (al revelar el origen de su fuerza), y haber sido traicionado por Dalila.

Obras en prosa

Los escritos en prosa de Milton pueden dividirse en tres temáticas principales: los tratados sobre el divorcio, los escritos antiespiscopales y las defensas de la república.

Los tratados sobre el divorcio son cuatro, La doctrina y disciplina del divorcio, El juicio de Martin Bucer, Tetrachordon, y Colasterion, todos escritos entre 1643-45. En ellos Milton argumenta a favor de legitimar el divorcio en caso de incompatibilidad de personalidades. En La doctrina y disciplina del divorcio, Milton argumenta que Cristo no condenaba el divorcio, pues en Mateo: se está dirigiendo a un grupo concreto de fariseos, no a todos los discípulos. El juicio de Martin Bucer es principalmente una traducción de De Regno Christi, del reformista protestante Martin Bucer. Tetrachordon, y Colasterion fueron publicados a la vez. El segundo es una defensa de La doctrina y disciplina del divorcio, que había sido atacada en un panfleto anónimo. El tetrachordon (cuatro lazos) es un intento de unificar las posturas sobre el divorcio que aparecen en los cuatro evangelios, lo que hace de la obra una densa exégesis bíblica.

Estos tratados fueron muy controvertidos, y fueron duramente criticados en el parlamento, pues sus detractores querían censurarlos. El parlamento de Inglaterra aprobó una ley que permitía censurar los textos antes de publicarlos, la Licensing Order de 1643. Milton se opuso a ello publicando, en 1644, Aeropagítica, abogando por la libertad de prensa. Tomó el nombre de uno de los discursos de Isócrates con el que el orador griego perseguía restaurar el consejo del Areópago (éste es un monte ateniense sobre el que se celebraban juicios, tanto reales como mitológicos). Ese mismo año publicó Sobre la educación, obra en la que defiende una reforma en la educación que haga a ésta cubrir dos aspectos: educar al hombre para desenvolverse en la vida pública y privada, y enseñarle a “reparar los males de nuestros primeros padres mediante el conocimiento de Dios, y, por ese conocimiento, amar a Dios, tratar de ser como Él, porque así estaremos más cerca de poseer un alma verdaderamente virtuosa.”

Uno de los mayores detractores de Milton fue William Laud, Arzobispo de Canterbury. Dado que Milton estaba a favor de la reforma, que abolía la jerarquía eclesiástica, como puede apreciarse en sus escritos antiepiscopales, para Laud era una amenaza. On reformation es uno de los primeros ejemplos de las opiniones de Milton en esta área. La obra emplea un lenguaje lleno de latinismos, y recursos retóricos; opina Milton que la jerarquía eclesiástica es una corrupción de las prácticas igualitarias de la iglesia primitiva, que esto va en contra de las escrituras, y es además incompatible con la libertad civil. En On Prelatical Episcopacy, Milton retoma los mismos argumentos, refutando además los propuestos por los obispos Hall y Usher. Ese mismo año publicó The Reason of Church Government, que fue contestado por Hall con Defence of the Remonstrance, que a su vez Milton respondió con Animadversions. Este último se presenta como un diálogo y posee un carácter más satírico que ninguno de los anteriores. A principios de 1642 apareció una respuesta anónima a Animadversions: se trataba de A Modest Confutation of a Slanderous and Scurrilous Libel, en la que se instaba a no dejar impune el atrevimiento de Milton, pues merecía ser «lapidado hasta la muerte». Respondió a este abuso parcialmente en Apology for Smectymnuus, tratado en el que defiende al grupo presbiteriano al que pertenecía Thomas Young. A principios de 1642, la jerarquía eclesiástica inglesa fue abolida por el parlamento.

Milton escribió además dos obras defendiendo el regicidio de Carlos I: Eikonoklastes y El oficio de la magistratura y el reinado en las que defiende el derecho de los súbditos a condenar a muerte a un monarca al que consideran culpable. Este texto está muy ligado al origen de la Commonwealth, pues ilustra como las personas se unen para formar un gobierno, para el que eligen a un líder. Explica Milton cuales deben ser las obligaciones de este líder, contrastando éstas con los abusos de un tirano. Después de estos dos tratados, Milton comenzó a trabajar como propagandista para la república. 

Influencias en la obra de Milton

Los años invertidos en el estudio de la literatura de varios países y la amplitud de los conocimientos alcanzados por Milton hacen que los intentos de trazar los textos y escritores que le influyeron se desvirtúen centrándose en uno u otro aspecto. Es evidente que Milton conocía bien la Biblia, y especialmente los libros del Génesis, Job y los Salmos. Por su educación clásica conocía también las obras de Homero, Virgilio, y Marco Anneo Lucano, como puede entenderse de la producción de una épica moderna como es El paraíso perdido. Por otro lado, aunque su obra refleja más bien estos conocimientos clásicos, también podemos encontrar alusiones a otros autores más contemporáneos, como Giovanni Andreini, Phineas Fletcher, Thomas Heywood, George Sandys, Edmund Spenser, Philip Sidney, John Donne, o William Shakespeare.

Sin embargo, a pesar de todas las posibles influencias, cabe citar a Samuel Johnson cuando dice:

El mayor elogio al genio es la invención original. No se pude decir que Milton inventara la estructura de un poema épico, y por lo tanto debe reverenciar ese vigor y amplitud de mente a la que todas las generaciones están endeudadas en el arte de la narración poética, en la textura de la trama, en la variación de los incidentes, la interposición del diálogo, y todas las estratagemas que nos sorprenden y que encadenan nuestra atención. Pero de todos los que han tomado prestado de Homero, Milton es, quizás, el menos endeudado. Era de forma natural un pensador independiente, confiado de sus propias habilidades y desdeñoso de toda ayuda y entorpecimiento; no rechazaba admitir los pensamientos e imágenes de sus predecesores, pero tampoco los buscaba. De sus contemporáneos ni pidió ni recibió aprobación: no hay en sus escritos nada que pueda alimentar el orgullo de otros escritores buscando su favor, ni intercambios de alabanzas ni peticiones de apoyo.

Samuel Johnson, de Lives of the English Poets, Oxford: Clarendon Press, 1905

La influencia de Milton en la literatura posterior

Las obras de Milton, y particularmente El paraíso perdido tuvieron gran repercusión en la literatura de los siglos posteriores, lo que instantáneamente lo incluyó entre los grandes clásicos de la literatura inglesa, junto con Shakespeare. Las primeras notas de su influencia pueden verse en obras como el poema épico de Lucy Hutchinson Order and Disorder (1679), o la ópera de John Dryden The State of Innocence and the Fall of Man: an Opera (1677).

En 1787, Mary Wollstonecraft se queja de oír constantemente hablar de lo sublime de Milton «I'm sick of hearing of the sublimity of Milton», lo que nos puede dar una idea de lo extendido que estaba ya su reconocimiento como uno de los clásicos en el siglo XVIII. Según R.D. Havens, El paraíso perdido, El progreso del peregrino y la Biblia fueron los libros más leídos durante ese siglo. Extractos de El paraíso perdido fueron utilizados en panfletos y discusiones políticas para ilustrar puntos de vista a veces contradictorios. Por otro lado, con la naciente industrialización, las imágenes miltónicas del cielo y el infierno comenzaron a emplearse crecientemente como metáforas del «paraíso» rural frente al «infierno» de las ciudades. Milton era el tema favorito de discusión en los salones ingleses de los siglos XVIII y XIX. También se atribuye a la amplia recepción de la obra de Milton la gradual aceptación del verso blanco.

El estilo de Milton fue ampliamente imitado, especialmente en el Romanticismo, con mejores o peores resultados, mientras otros poetas le rendían tributo mediante alusiones. William Blake ilustra El paraíso perdido, y compone The Marriage of Heaven and Hell, que está fuertemente inspirado en el anterior. La obra de Mary Shelley, Frankenstein, tiene también fuertes influencias miltónicas. William Wordsworth, en el tercer libro de The Prelude nos cuenta las vivencias de un compañero de Cambridge que habita la misma habitación que en su día ocupó Milton. En esta obra Wordsworth quiere marcar su propia falta e mérito, lo indigno de su posición como heredero de Milton. Si bien esto no deja de ser una tendencia compartida también con sus contemporáneos, la fuerza de los elogios de escritores como Pope, que mantenía siempre una imagen suya, de Dryden y de Shakespeare en su lugar de trabajo, o Cowper que cuenta como una vez soñó con Milton, sintiéndose hacia él como un hijo hacia un padre afectuoso, han llevado a críticos como Harold Bloom, en The Anxiety of Influence, a pensar que la influencia de Milton puede verse como la de un padre que domina a sus herederos poéticos mediante el exceso de su influencia y de la dependencia de los otros.21 Esto parece corroborarse si analizamos el Hyperion de Keats; después de escribir On Seeing a Lock of Milton's Hair, Keats pasó por un proceso de creatividad durante el cual se dedicó a escribir Hyperión, a imitación de sus precursores; sin embargo, no pudo finalizarlo, en sus propias palabras por «el poder opresivo de la influencia miltónica».

También en ésta época se publicaron varias biografías de Milton, que en cierta manera contribuyeron a crear esta «deificación» de su persona poética, siendo la más destacable la Vida de Milton de Samuel Johnson. En 1747 Milton fue acusado por varios artículos de William Lauder de plagiar los contenidos de El paraíso perdido de Adamus Exul (1601) de Hugo Grotius, del Sarcotis (1654) de Jacob Masen (Masenius, 1606-1681), y de las Poemata Sacra (1633) de Andrew Ramsay (1574-1659). La lista de Lauder continuó extendiéndose hasta incluir casi una centena de posibles plagios. Sin embargo se demostró que toda la investigación había sido un fraude que Lauder pretendía demostrar insertando en sus citas fragmentos de una traducción al latín de El paraíso perdido.

La era victoriana muestra una continuación a la anterior en la influencia de Milton. George Eliot22 y Thomas Hardy en particular muestran su inspiración en la poesía y la biografía de Milton. Por el contrario, y quizá por las razones expuestas anteriormente sobre la opresión de esta influencia, a principios del siglo XX aparecieron nuevas críticas a la obra de Milton; Ezra Pound y especialmente T.S. Eliot fueron especialmente críticos con Milton. En 1941, C.S. Lewis publicó A Preface to Paradise Lost, con lo que trata de recuperar la deslustrada imagen de Milton. Responde especialmente en esta obra a las críticas vertidas por T.S. Eliot el cual creía que, aún siendo Milton un gran poeta, había causado una mala influencia. La poesía de Milton, dice Eliot, «puede solo ser una influencia negativa para cualquier poeta», «una influencia contra la que todavía tenemos que luchar». Más recientemente, el interés por El paraíso perdido ha recobrado fuerza tras la publicación de La materia oscura, de Philip Pullman, que está fuertemente basada en esta obra.

Los escritos políticos de Milton, como la Areopagitica fueron consultados durante la redacción de la Constitución de los Estados Unidos de América, y una cita de éste mismo libro: «A good book is the precious lifeblood of a master spirit, embalmed and treasured up on purpose to a life beyond life» («Un buen libro es la preciada sangre que palpita de un espíritu maestro, embalsamada y cuidada a propósito para tener una vida más allá de la vida») puede verse en muchas bibliotecas públicas anglosajonas, por ejemplo, en la Biblioteca Pública de Nueva York.

Milton en la literatura de lengua española

La recepción de la obra de Milton en la literatura en español fue bastante tardía. Hasta 1777 no se llevó a cabo la primera traducción, fragmentaria (sólo el Libro I), por parte de Gaspar Melchor de Jovellanos, de El Paraíso Perdido. La obra fue por primera vez traducida íntegramente al español entre 1802 y 1807 por Benito Ramón de Hermida. Esta traducción, en verso rimado, no se publicó hasta después de la muerte del autor, ocurrida en 1814. Se anticipó en la imprenta una traducción que, sin embargo, había sido realizada posteriormente, aparecida en Bourges (Francia), en 1812, obra de Juan de Escoiquiz. A diferencia de la anterior, esta traducción no fue hecha directamente del inglés, sino a partir de la versión francesa de Jacques Delille, publicada en 1805, y es bastante menos fiel a la obra original. Han seguido después otras muchas traducciones, algunas de ellas en prosa, como la que llevó a cabo en 1849 Santiago Ángel Saura Mascaró.

Ya a finales del XVIII se encuentran en España imitadores del poeta inglés. Menciona Esteban Pujals los casos de Félix José Reinoso y Alberto Lista, autores de sendos poemas que son claras imitaciones de la obra capital de Milton, titulados ambos La inocencia perdida. Otro destacado poeta neoclásico, Juan Meléndez Valdés, escribió un poema épico con evidentes huellas de lecturas del autor inglés, titulado La caída de Luzbel.

José Cadalso menciona a Milton en su conocida obra Los eruditos a la violeta, en la que exhorta irónicamente a aquellos que quieren exhibir un barniz de cultura a abominar de los poetas ingleses «diciendo que su épico Milton deliró, cuando puso artillería en el cielo, cuando hizo hablar a la muerte, al pecado, etc.».

Se ha señalado también una posible influencia del Lucifer de Milton en la configuración de personajes característicamente satánicos del primer romanticismo español, como el don Félix de Montemar de El estudiante de Salamanca de José de Espronceda.

En la segunda mitad del siglo XIX, Milton apareció como personaje dramático en una obra teatral, titulada El Paraíso de Milton (1878), de Francisco Pérez Echevarría y Arturo Gil de Santiváñez.

El argentino Jorge Luis Borges escribió un soneto titulado On his blindness (Sobre su ceguera), incluido en su libro El oro de los tigres (1972) en el que toma como referencia otro soneto de Milton del mismo tema y de idéntico título (aunque el soneto de Milton, que lleva el número XIX en su producción, es a menudo nombrado por su primer verso, «When I consider how my light is spent»). La analogía existente entre ambos sonetos refleja las similares circunstancias vitales con que ambos autores tuvieron que enfrentarse ya que ambos perdieron la vista en su ancianidad. Otro poema de Borges se titula Una rosa y Milton.

Obra

Veintitrés sonetos, escritos a lo largo de su vida.
On the Morning of Christ's Nativity (La mañana del nacimiento de Cristo) (1629)
Sobre Shakespeare (1630)
L'Allegro (1631)
Il Penseroso (1631)
Tiempo (1632)
Una música solemne (1633)
Arcades (1634)
Comus (1634)
Lycidas (1637)
Reformas de la disciplina de la Iglesia en Inglaterra (1641)
La razón del gobierno de la Iglesia (1641-1642)
Doctrina y disciplina del divorcio (1643)
Samson Agonistes (1671)
Areopagitica (1644)
Sobre la educación (1644)
El ejercicio de la magistratura y el reinado (1649)
Eikonoklastes (1649)
Sobre su ceguera (1655)
Sobre su esposa muerta (1658)
Tratado de poder civil en causas eclesiásticas (1659)
Paradise Lost (El paraíso perdido) (finalizado en 1667)
Paradise Regained (El paraíso recobrado) (1671)





El paraíso perdido (fragmento)

Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre.
Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar
Trajo la muerte al mundo y todos nuestros males
Con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,
Reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada.
En la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste
A aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey
Cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra;
Y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé
Que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios,
Allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto;
Que no con débil vuelo pretendo remontarme
Sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto
Que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.

Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres
A todos los templos un corazón recto y puro,
Inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio
Y desplegando como una paloma tus poderosas alas
Cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo,
Ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza
Para que desde la altura de este gran propósito
Pueda glorificar a la Providencia eterna
Justificando las miras de Dios para con los hombres.

Di ante todo, ya que ni la celestial esfera
Ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista,
Di qué causa movió a nuestros primeros padres,
Tan favorecidos del cielo en su feliz estado,
A separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición
Que les impuso siendo señores del mundo todo.
¿Quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión?
La infernal Serpiente. Ella con su malicia animada
Por la envidia y el deseo de venganza
Engañó a la Madre del género humano.
Por su orgullo había sido arrojada del cielo
Con toda su hueste de ángeles rebeldes
Y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar
La gloria de sus próceres, confiaba en igualarse
Al Altísimo si el Altísimo se le oponía.






El paraíso perdido 

¡Salud, mundo infernal! Y tú, profundo Averno,
Recibe a tu nuevo señor, cuyo espíritu
No cambiará nunca, ni con el tiempo, ni en lugar alguno.
El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo
Puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo.
¿Qué importa el lugar donde yo resida,si soy el mismo que era,
Si lo soy todo, aunque inferior a aquel
A quien el trueno ha hecho más poderoso?
Aquí, al menos, seremos libres,
Pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio
Para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él;
Aquí podremos reinar con seguridad, y para mí,
Reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno,
Porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo.
Pero, ¿dejaremos a nuestros fieles amigos,
A los partícipes y compañeros de nuestra ruina,
Yacer anonadados en el lago del olvido?
¿No hemos de invitarlos a que compartan con nosotros
Esta triste mansión, o intentar una vez más,
Con nuestras fuerzas reunidas, si hay todavía algo que
Recobrar en el cielo, o más que perder en el infierno?"






El paraíso perdido 

La potestad suprema le arrojó de cabeza, envuelto en llamas,
Desde la bóveda etérea, repugnante y ardiendo,
Cayó en el abismo sin fondo de la perdición,
Para permanecer allí cargado de cadenas de diamante,
En el fuego que castiga; él, que había osado desafiar
Las armas del Todopoderoso, permaneció tendido
Y revolcándose en el abismo ardiente, junto con su banda infernal,
Nueve veces el espacio de tiempo que miden el día y la noche
Entre los mortales, conservando, no obstante, su inmortalidad.
Su sentencia, sin embargo, le tenía reservado mayor despecho,
Porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo
Le atormentaba sin tregua.
Pasea en torno suyo sus ojos funestos, en que se pintan la consternación
Y un inmenso dolor, junto a su arraigado orgullo y a su odio inquebrantable.
De una sola ojeada y atravesando con su mirada un espacio tan lejano
Como es dado a la penetración de los ángeles, vio aquel lugar triste,
Devastado y sombrío; aquel antro horrible y cercado que ardía
Por todos lados como un gran horno.
Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles
Servían tan solo para descubrir cuadros de horror,
Regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo
No pueden habitar jamás, en donde ni siquiera penetra la esperanza.





El paraíso perdido. Libro segundo (fragmento)

En un trono de excelsa majestad, muy superior
En esplendidez a todas las riquezas de Ormuz y de la India,
Y de las regiones en que el suntuoso Oriente
Vierte con opulenta mano sobre sus reyes
Bárbaros perlas y oro, encúmbrase Satán,
Exaltado por sus méritos a tan impía eminencia;
Y aunque la desesperación lo ha puesto en dignidad
Tal como no podía esperar, todavía ambiciona mayor altura;
Y tenaz en su inútil guerra contra los cielos
No escarmentado por el desastre,
Da rienda así a su altiva imaginación:
"¡Potestades y dominaciones, númenes celestiales!
Pues no hay abismo que pueda sujetar
En sus antros vigor tan inmortal como el nuestro,
Aunque oprimido y postrado
Ahora no doy por perdido el cielo.
Después de esta humillación, se levantarán
Las virtudes celestes más gloriosas y formidables que
Antes de su caída, y se asegurarán
Por sí mismas del temor de una segunda catástrofe.
Aunque la justicia de mi cerebro
Y las leyes constantes del cielo me designaron
Desde luego como vuestro caudillo,
Lo soy también por vuestra libre elección,
Y por los méritos que haya podido contraer
En el consejo o en el combate; de modo que nuestra pérdida
Se ha reparado, en gran parte al menos,
Dado que me coloca en un trono más seguro,
No envidiado y cedido con pleno consentimiento.
En el cielo el que más feliz es por su elevación
Y su dignidad, puede excitar la envidia
De un inferior cualquiera; pero aquí,
¿Quién ha de envidiar al que, ocupando el lugar más alto,
Se halla más expuesto, por ser vuestro antemural
A los tiros del Tonante, y condenado a sufrir
Lo más duro de estos tormentos interminables?
Donde no hay ningún bien que disputar,
No puede alzarse en guerra facción alguna,
Pues nadie reclamará, seguramente,
El bienestar del infierno; nadie tiene escasa participación
En la pena actual, para codiciar por espíritu de ambición,
Otra más grande. Con esta ventaja, pues,
Para nuestra unión, esta fe ciega e indisoluble concordia,
Que no se conocerán mayores en el cielo,
Venimos ya a reclamar nuestra antigua herencia,
Más seguros de triunfar que si nos
Lo asegurase el triunfo mismo.
Pero cuál sea el medio mejor,
Si la guerra abierta o la guerra oculta,
Ahora lo examinaremos; hable quien
Se sienta capaz de dar consejo."






El paraíso perdido. Libro tercero (fragmento)

¡Salve sagrada luz hija primogénita del cielo
Ooh destello inmortal del eterno Ser!
¿Por qué no he de llamarte así, cuando Dios es luz,
Y cuando en inaccesible y perpetua luz tiene su morada,
Y por consiguiente en ti, resplandeciente
Efluvio de su increada esencia?
Y si prefieres el nombre de puro raudal de éter,
¿Quién dirá cuál es tu origen, dado
Que fuiste antes que el sol, antes que los cielos,
Cubriendo a la voz de Dios, como con un manto,
El mundo que salía de entre las profundas
Y tenebrosas hondas, arrancado
Al vacío informe e, inconmensurable?
Vuelvo ahora a ti nuevamente con más atrevidas alas,
Dejando el Estigio lago, en cuya negra mansión
He permanecido sobrado tiempo. Mientras volaba
Cruzando tenebrosas regiones y no menos
Sombríos ámbitos, canté el Caos y la eterna Noche
En tonos desconocidos a la cítara de Orfeo.
Guiado por una musa celestial, osé descender
A las profundas tinieblas, y remontarme de nuevo;
Arduo y penoso empeño. Seguro ya, vuelvo a ti,
Siendo tu influencia vivificadora; pero tú no iluminas estos ojos
Que en vano buscan tu penetrante rayo sin descubrir
Claridad alguna: a tal punto ha consumido
Sus órbitas invencible mal, o se hallan cubiertas de espeso velo.
Más alentado por el amor que me inspiran
Sagrados cantos, recorro sin cesar
Los sitios frecuentados por las Musas,
Las claras fuentes los umbríos bosques,
Las colinas que dora el sol; y a ti sobre todo,
¡Oh Sión!, a ti, y a los floridos arroyos
Que bañan tus santos pies y se deslizan
Con suave murmullo, me dirijo durante la noche.
Ni olvido tampoco a aquellos dos,
Iguales a mi en desgracia (¡así los igualará en gloria!),
El ciego Tamiris y el ciego Meónides,
Ni a los antiguos profetas Tiresias y Fineo,
Deleitándome entonces con los pensamientos
Que inspiran de suyo armoniosos metros,
Como el ave vigilante que canta en la oscura sombra,
Y oculta entre el espeso follaje hace oír sus nocturnos trinos.
Así con el progreso del año vuelven las estaciones.





El paraíso perdido. Libro cuarto (fragmento)

Mientras esto decía, ardían en enrojecido fuego
Los angélicos escuadrones, y desplegando en circular ala
Sus falanges, lo rodeaban, apuntándole con sus lanzas;
Como cuando en los campos de Ceres,
Maduras para la siega, se mecen
Las apiñadas espigas, inclinándose a uno y otro lado,
Según de donde se agita el viento,
Y el labrador las contempla con inquietud,
Temiendo que todos aquellos haces
En que cifra su mayor logro,
No vengan a convertirse en inútil paja.
Alarmado Satán en vista de aquella actitud,
Hizo sobre sí un esfuerzo,
Y dilató sus miembros hasta adquirir las desmedidas
Proporciones y fortaleza del Atlas o el Tenerife.
Toca su cabeza en el firmamento y lleva en su casco
El Horror por penacho de su cimera;
Ni carece tampoco de armas,
Dado que empuña una lanza y un escudo.
Tremenda lid se hubiera suscitado entonces,
Que no sólo el Paraíso sino la celeste
Bóveda hubiera conmovido en torno,
Y aún, puesto en grave conflicto todos los elementos
A impulsos de choque tan irresistible,
Si previendo aquella catástrofe no hubiera el Omnipotente
Suspendido en el cielo su balanza de oro,
Que desde entonces vemos brillar entre Astrea y el Escorpión.
En aquella balanza había pesado Dios todo lo creado;
La tierra esférica en equilibrio con el aire;
Y ahora pesa del mismo modo los acontecimientos,
La suerte de las batallas y de los imperios.
Puso a la sazón en contrapeso el resultado de la fuga y el del combate,
Y el segundo subió rápidamente hasta dar en el fiel que lo señalaba;
Y entonces dijo Gabriel a su Enemigo:
"Conozco, Satán, tus fuerzas como tú dices conoces las mías:
Ni unas ni otras nos pertenecen; Dios nos las ha prestado".





Paraíso perdido. Libro décimo (fragmento)

Súpose al punto en el cielo el acto de odio y desesperación
Consumado por Satán en el Paraíso, y cómo,
Disfrazado de serpiente había seducido a Eva,
Y ésta a su marido, para comer el funesto fruto,
Pues, ¿qué cosa puede ocultarse a la vigilancia
De Dios que lo ve todo, ni engañar su previsión
Que a todo alcanza? Sabio y justo el Señor
En cuanto dispone, no había impedido a Satán
Que tentase el ánimo del Hombre, a quien dotó
De suficiente fuerza y entera libertad para descubrir
Y rechazar las astucias de un enemigo o de un falso amigo.
Que bien conocían nuestros primeros padres,
Y no debieron olvidar jamás la suprema prohibición
De no tocar a aquel fruto, por más que a ello los incitaran,
Pues por desobedecer este mandato,
Incurrieron en tal pena (¿qué menor podían esperarla?)
Y su crimen, por suponer otros varios,
Bien merecía tan triste suerte.
Silenciosos y compadecidos del Hombre,
Se apresuraron a ascender desde el Paraíso
Al Cielo los ángeles custodios.
De aquel suceso colegían lo desventurado que iba a ser,
Y se maravillaban de la sutileza de un enemigo
Que así les había ocultado sus furtivos pasos.
Luego que tan funestas nuevas llegaron a las puertas
Del cielo desde la tierra, contristaron a cuantos las oyeron.
Pintóse esta vez en los semblantes celestiales
Cierta sombría tristeza, que mezclada con un sentimiento
De piedad, no bastaba, sin embargo,
A turbar su bienaventuranza. Rodearon los eternos moradores
A los recién llegados en innumerable multitud,
Para oír y saber todo lo acaecido; y ellos se dirigieron
Al punto hacia el supremo trono, como responsables
Del hecho, a fin de alegar justos descargos
En favor de su extremadavigilancia,
Que fácilmente podían probar; cuando el Omnipotente
Y eterno Padre, desde lo interior de su misteriosa nube,
Y entre truenos hizo así resonar su voz:
"Ángeles aquí reunidos, y vosotros Potestades
Que volvéis de vuestra infructuosa misión,
No os aflijáis ni turbéis por esas novedades de la tierra,
Que aún con el más sincero celo, no habéis podido precaver
Ya os predije no ha mucho tiempo lo que acaba de suceder;
Cuando por primera vez, salido del infierno,
El Tentador atravesó el abismo.
Entonces os anuncié que prevalecerían sus intentos;
Que en breve realizaría su odiosa empresa;
Que el Hombre sería seducido y se perdería,
Dando oídos a la lisonja y crédito a la impostura
Contra su Hacedor. Ninguno de mis decretos ha concurrido
A la necesidad de su caída; no he comunicado
El más leve impulso al albedrío de su voluntad,
Que siempre he dejado libre y puesta en el fiel de su balanza.
Pero al fin ha caído. ¿Qué resta hacer más que dictar la
Mortal sentencia que su transgresión merece,
La muerte a que queda sujeto desde este día?
Presume que la amenaza será vana e ilusoria, porque no ha
Sentido ya el golpe inmediatamente como temía;
Pero en breve verá que el aplazamiento no es perdón,
Lo cual experimentará hoy mismo.
No ha de quedar burlada mi justicia
Como lo ha quedado mi bondad.
Pero, ¿a quién enviaré por juez?
¿A quién sino a ti, Hijo mío,
Que en mi lugar riges el universo,
A ti que ejerces, transmitido por mí,
Todo juicio en los cielos, en la tierra y en los infiernos?
Con esto se persuadirán de que procuro conciliar
La misericordia con la justicia al enviarte a ti,
Amigo del Hombre, mediador suyo,
Designado para servirle de rescate
Y ser voluntariamente su Redentor,
Como estás destinado a convertirte en hombre
Y a ser juez de su humillación."






Soneto XIX. Cuando pienso cómo mi luz se agota

Cuando pienso cómo mi luz se agota
Tan pronto en este oscuro y ancho mundo
Y ese talento que es la muerte esconder
Alojado en mí, inútil; aunque mi alma se ha inclinado
Para servir así a mi Creador, y presentarle
Mis culpas y ganar su aprecio
¿Qué trabajo el mandaría ya que me negó la luz?
Pregunto afectuosamente. Pero la paciencia, para prevenir
Ese murmullo, pronto responde: "Dios no necesita
Ni la obra del hombre ni sus dones: quienes mejor
Soporten su leve yugo mejor le sirven. Su mandato
Es noble; miles se apresuran a su llamada
Y recorren tierra y mar sin descanso.
Pero también le sirven quienes solo están de pie y esperan.






Soneto XXII. Ciriaco, este día que dura tres años

Ciriaco, este día que dura tres años, estos ojos limpios
De mancha o impureza, para mirar hacia fuera;
Privados de luz, han olvidado la visión,
Y no aparece para estos perezosos la vista
Del sol, o la luna o las estrellas a lo largo del año,
O el hombre o la mujer. Aún yo no razono
Contra la mano del Cielo o su voluntad, ni disminuyo una pizca
De corazón o de esperanza; mas todavía navego con viento a favor y llevo
El timón derecho hacia delante. ¿Qué me sostiene, preguntas tú?
La conciencia, amigo, de haberlos perdido navegando con viento en contra
En defensa de las libertades, mi noble misión,
De la que habla toda Europa de costa a costa.
Este pensamiento podría conducirme a través de la vana máscara del mundo;
Contento aunque ciego, no tengo mejor guía.





On His Blindness

When I consider how my light is spent
Ere half my days in this dark world and wide,
And that one talent which is death to hide
Lodg'd with me useless, though my soul more bent
To serve therewith my Maker, and present
My true account, lest he returning chide,
"Doth God exact day-labour, light denied?"
I fondly ask. But Patience, to prevent
That murmur, soon replies: "God doth not need
Either man's work or his own gifts: who best
Bear his mild yoke, they serve him best. His state
Is kingly; thousands at his bidding speed
And post o'er land and ocean without rest:
They also serve who only stand and wait." 






Paradise Lost: Book 01

Of Man's first disobedience, and the fruit 
Of that forbidden tree whose mortal taste 
Brought death into the World, and all our woe, 
With loss of Eden, till one greater Man 
Restore us, and regain the blissful seat, 
Sing, Heavenly Muse, that, on the secret top 
Of Oreb, or of Sinai, didst inspire 
That shepherd who first taught the chosen seed 
In the beginning how the heavens and earth 
Rose out of Chaos: or, if Sion hill 
Delight thee more, and Siloa's brook that flowed 
Fast by the oracle of God, I thence 
Invoke thy aid to my adventurous song, 
That with no middle flight intends to soar 
Above th' Aonian mount, while it pursues 
Things unattempted yet in prose or rhyme. 
And chiefly thou, O Spirit, that dost prefer 
Before all temples th' upright heart and pure, 
Instruct me, for thou know'st; thou from the first 
Wast present, and, with mighty wings outspread, 
Dove-like sat'st brooding on the vast Abyss, 
And mad'st it pregnant: what in me is dark 
Illumine, what is low raise and support; 
That, to the height of this great argument, 
I may assert Eternal Providence, 
And justify the ways of God to men. 
Say first--for Heaven hides nothing from thy view, 
Nor the deep tract of Hell--say first what cause 
Moved our grand parents, in that happy state, 
Favoured of Heaven so highly, to fall off 
From their Creator, and transgress his will 
For one restraint, lords of the World besides. 
Who first seduced them to that foul revolt? 
Th' infernal Serpent; he it was whose guile, 
Stirred up with envy and revenge, deceived 
The mother of mankind, what time his pride 
Had cast him out from Heaven, with all his host 
Of rebel Angels, by whose aid, aspiring 
To set himself in glory above his peers, 
He trusted to have equalled the Most High, 
If he opposed, and with ambitious aim 
Against the throne and monarchy of God, 
Raised impious war in Heaven and battle proud, 
With vain attempt. Him the Almighty Power 
Hurled headlong flaming from th' ethereal sky, 
With hideous ruin and combustion, down 
To bottomless perdition, there to dwell 
In adamantine chains and penal fire, 
Who durst defy th' Omnipotent to arms. 
Nine times the space that measures day and night 
To mortal men, he, with his horrid crew, 
Lay vanquished, rolling in the fiery gulf, 
Confounded, though immortal. But his doom 
Reserved him to more wrath; for now the thought 
Both of lost happiness and lasting pain 
Torments him: round he throws his baleful eyes, 
That witnessed huge affliction and dismay, 
Mixed with obdurate pride and steadfast hate. 
At once, as far as Angels ken, he views 
The dismal situation waste and wild. 
A dungeon horrible, on all sides round, 
As one great furnace flamed; yet from those flames 
No light; but rather darkness visible 
Served only to discover sights of woe, 
Regions of sorrow, doleful shades, where peace 
And rest can never dwell, hope never comes 
That comes to all, but torture without end 
Still urges, and a fiery deluge, fed 
With ever-burning sulphur unconsumed. 
Such place Eternal Justice has prepared 
For those rebellious; here their prison ordained 
In utter darkness, and their portion set, 
As far removed from God and light of Heaven 
As from the centre thrice to th' utmost pole. 
Oh how unlike the place from whence they fell! 
There the companions of his fall, o'erwhelmed 
With floods and whirlwinds of tempestuous fire, 
He soon discerns; and, weltering by his side, 
One next himself in power, and next in crime, 
Long after known in Palestine, and named 
Beelzebub. To whom th' Arch-Enemy, 
And thence in Heaven called Satan, with bold words 
Breaking the horrid silence, thus began:-- 
"If thou beest he--but O how fallen! how changed 
From him who, in the happy realms of light 
Clothed with transcendent brightness, didst outshine 
Myriads, though bright!--if he whom mutual league, 
United thoughts and counsels, equal hope 
And hazard in the glorious enterprise 
Joined with me once, now misery hath joined 
In equal ruin; into what pit thou seest 
From what height fallen: so much the stronger proved 
He with his thunder; and till then who knew 
The force of those dire arms? Yet not for those, 
Nor what the potent Victor in his rage 
Can else inflict, do I repent, or change, 
Though changed in outward lustre, that fixed mind, 
And high disdain from sense of injured merit, 
That with the Mightiest raised me to contend, 
And to the fierce contentions brought along 
Innumerable force of Spirits armed, 
That durst dislike his reign, and, me preferring, 
His utmost power with adverse power opposed 
In dubious battle on the plains of Heaven, 
And shook his throne. What though the field be lost? 
All is not lost--the unconquerable will, 
And study of revenge, immortal hate, 
And courage never to submit or yield: 
And what is else not to be overcome? 
That glory never shall his wrath or might 
Extort from me. To bow and sue for grace 
With suppliant knee, and deify his power 
Who, from the terror of this arm, so late 
Doubted his empire--that were low indeed; 
That were an ignominy and shame beneath 
This downfall; since, by fate, the strength of Gods, 
And this empyreal sybstance, cannot fail; 
Since, through experience of this great event, 
In arms not worse, in foresight much advanced, 
We may with more successful hope resolve 
To wage by force or guile eternal war, 
Irreconcilable to our grand Foe, 
Who now triumphs, and in th' excess of joy 
Sole reigning holds the tyranny of Heaven." 
So spake th' apostate Angel, though in pain, 
Vaunting aloud, but racked with deep despair; 
And him thus answered soon his bold compeer:-- 
"O Prince, O Chief of many throned Powers 
That led th' embattled Seraphim to war 
Under thy conduct, and, in dreadful deeds 
Fearless, endangered Heaven's perpetual King, 
And put to proof his high supremacy, 
Whether upheld by strength, or chance, or fate, 
Too well I see and rue the dire event 
That, with sad overthrow and foul defeat, 
Hath lost us Heaven, and all this mighty host 
In horrible destruction laid thus low, 
As far as Gods and heavenly Essences 
Can perish: for the mind and spirit remains 
Invincible, and vigour soon returns, 
Though all our glory extinct, and happy state 
Here swallowed up in endless misery. 
But what if he our Conqueror (whom I now 
Of force believe almighty, since no less 
Than such could have o'erpowered such force as ours) 
Have left us this our spirit and strength entire, 
Strongly to suffer and support our pains, 
That we may so suffice his vengeful ire, 
Or do him mightier service as his thralls 
By right of war, whate'er his business be, 
Here in the heart of Hell to work in fire, 
Or do his errands in the gloomy Deep? 
What can it the avail though yet we feel 
Strength undiminished, or eternal being 
To undergo eternal punishment?" 
Whereto with speedy words th' Arch-Fiend replied:-- 
"Fallen Cherub, to be weak is miserable, 
Doing or suffering: but of this be sure-- 
To do aught good never will be our task, 
But ever to do ill our sole delight, 
As being the contrary to his high will 
Whom we resist. If then his providence 
Out of our evil seek to bring forth good, 
Our labour must be to pervert that end, 
And out of good still to find means of evil; 
Which ofttimes may succeed so as perhaps 
Shall grieve him, if I fail not, and disturb 
His inmost counsels from their destined aim. 
But see! the angry Victor hath recalled 
His ministers of vengeance and pursuit 
Back to the gates of Heaven: the sulphurous hail, 
Shot after us in storm, o'erblown hath laid 
The fiery surge that from the precipice 
Of Heaven received us falling; and the thunder, 
Winged with red lightning and impetuous rage, 
Perhaps hath spent his shafts, and ceases now 
To bellow through the vast and boundless Deep. 
Let us not slip th' occasion, whether scorn 
Or satiate fury yield it from our Foe. 
Seest thou yon dreary plain, forlorn and wild, 
The seat of desolation, void of light, 
Save what the glimmering of these livid flames 
Casts pale and dreadful? Thither let us tend 
From off the tossing of these fiery waves; 
There rest, if any rest can harbour there; 
And, re-assembling our afflicted powers, 
Consult how we may henceforth most offend 
Our enemy, our own loss how repair, 
How overcome this dire calamity, 
What reinforcement we may gain from hope, 
If not, what resolution from despair." 
Thus Satan, talking to his nearest mate, 
With head uplift above the wave, and eyes 
That sparkling blazed; his other parts besides 
Prone on the flood, extended long and large, 
Lay floating many a rood, in bulk as huge 
As whom the fables name of monstrous size, 
Titanian or Earth-born, that warred on Jove, 
Briareos or Typhon, whom the den 
By ancient Tarsus held, or that sea-beast 
Leviathan, which God of all his works 
Created hugest that swim th' ocean-stream. 
Him, haply slumbering on the Norway foam, 
The pilot of some small night-foundered skiff, 
Deeming some island, oft, as seamen tell, 
With fixed anchor in his scaly rind, 
Moors by his side under the lee, while night 
Invests the sea, and wished morn delays. 
So stretched out huge in length the Arch-fiend lay, 
Chained on the burning lake; nor ever thence 
Had risen, or heaved his head, but that the will 
And high permission of all-ruling Heaven 
Left him at large to his own dark designs, 
That with reiterated crimes he might 
Heap on himself damnation, while he sought 
Evil to others, and enraged might see 
How all his malice served but to bring forth 
Infinite goodness, grace, and mercy, shewn 
On Man by him seduced, but on himself 
Treble confusion, wrath, and vengeance poured. 
Forthwith upright he rears from off the pool 
His mighty stature; on each hand the flames 
Driven backward slope their pointing spires, and,rolled 
In billows, leave i' th' midst a horrid vale. 
Then with expanded wings he steers his flight 
Aloft, incumbent on the dusky air, 
That felt unusual weight; till on dry land 
He lights--if it were land that ever burned 
With solid, as the lake with liquid fire, 
And such appeared in hue as when the force 
Of subterranean wind transprots a hill 
Torn from Pelorus, or the shattered side 
Of thundering Etna, whose combustible 
And fuelled entrails, thence conceiving fire, 
Sublimed with mineral fury, aid the winds, 
And leave a singed bottom all involved 
With stench and smoke. Such resting found the sole 
Of unblest feet. Him followed his next mate; 
Both glorying to have scaped the Stygian flood 
As gods, and by their own recovered strength, 
Not by the sufferance of supernal Power. 
"Is this the region, this the soil, the clime," 
Said then the lost Archangel, "this the seat 
That we must change for Heaven?--this mournful gloom 
For that celestial light? Be it so, since he 
Who now is sovereign can dispose and bid 
What shall be right: farthest from him is best 
Whom reason hath equalled, force hath made supreme 
Above his equals. Farewell, happy fields, 
Where joy for ever dwells! Hail, horrors! hail, 
Infernal world! and thou, profoundest Hell, 
Receive thy new possessor--one who brings 
A mind not to be changed by place or time. 
The mind is its own place, and in itself 
Can make a Heaven of Hell, a Hell of Heaven. 
What matter where, if I be still the same, 
And what I should be, all but less than he 
Whom thunder hath made greater? Here at least 
We shall be free; th' Almighty hath not built 
Here for his envy, will not drive us hence: 
Here we may reigh secure; and, in my choice, 
To reign is worth ambition, though in Hell: 
Better to reign in Hell than serve in Heaven. 
But wherefore let we then our faithful friends, 
Th' associates and co-partners of our loss, 
Lie thus astonished on th' oblivious pool, 
And call them not to share with us their part 
In this unhappy mansion, or once more 
With rallied arms to try what may be yet 
Regained in Heaven, or what more lost in Hell?" 
So Satan spake; and him Beelzebub 
Thus answered:--"Leader of those armies bright 
Which, but th' Omnipotent, none could have foiled! 
If once they hear that voice, their liveliest pledge 
Of hope in fears and dangers--heard so oft 
In worst extremes, and on the perilous edge 
Of battle, when it raged, in all assaults 
Their surest signal--they will soon resume 
New courage and revive, though now they lie 
Grovelling and prostrate on yon lake of fire, 
As we erewhile, astounded and amazed; 
No wonder, fallen such a pernicious height!" 
He scare had ceased when the superior Fiend 
Was moving toward the shore; his ponderous shield, 
Ethereal temper, massy, large, and round, 
Behind him cast. The broad circumference 
Hung on his shoulders like the moon, whose orb 
Through optic glass the Tuscan artist views 
At evening, from the top of Fesole, 
Or in Valdarno, to descry new lands, 
Rivers, or mountains, in her spotty globe. 
His spear--to equal which the tallest pine 
Hewn on Norwegian hills, to be the mast 
Of some great ammiral, were but a wand-- 
He walked with, to support uneasy steps 
Over the burning marl, not like those steps 
On Heaven's azure; and the torrid clime 
Smote on him sore besides, vaulted with fire. 
Nathless he so endured, till on the beach 
Of that inflamed sea he stood, and called 
His legions--Angel Forms, who lay entranced 
Thick as autumnal leaves that strow the brooks 
In Vallombrosa, where th' Etrurian shades 
High over-arched embower; or scattered sedge 
Afloat, when with fierce winds Orion armed 
Hath vexed the Red-Sea coast, whose waves o'erthrew 
Busiris and his Memphian chivalry, 
While with perfidious hatred they pursued 
The sojourners of Goshen, who beheld 
From the safe shore their floating carcases 
And broken chariot-wheels. So thick bestrown, 
Abject and lost, lay these, covering the flood, 
Under amazement of their hideous change. 
He called so loud that all the hollow deep 
Of Hell resounded:--"Princes, Potentates, 
Warriors, the Flower of Heaven--once yours; now lost, 
If such astonishment as this can seize 
Eternal Spirits! Or have ye chosen this place 
After the toil of battle to repose 
Your wearied virtue, for the ease you find 
To slumber here, as in the vales of Heaven? 
Or in this abject posture have ye sworn 
To adore the Conqueror, who now beholds 
Cherub and Seraph rolling in the flood 
With scattered arms and ensigns, till anon 
His swift pursuers from Heaven-gates discern 
Th' advantage, and, descending, tread us down 
Thus drooping, or with linked thunderbolts 
Transfix us to the bottom of this gulf? 
Awake, arise, or be for ever fallen!" 
They heard, and were abashed, and up they sprung 
Upon the wing, as when men wont to watch 
On duty, sleeping found by whom they dread, 
Rouse and bestir themselves ere well awake. 
Nor did they not perceive the evil plight 
In which they were, or the fierce pains not feel; 
Yet to their General's voice they soon obeyed 
Innumerable. As when the potent rod 
Of Amram's son, in Egypt's evil day, 
Waved round the coast, up-called a pitchy cloud 
Of locusts, warping on the eastern wind, 
That o'er the realm of impious Pharaoh hung 
Like Night, and darkened all the land of Nile; 
So numberless were those bad Angels seen 
Hovering on wing under the cope of Hell, 
'Twixt upper, nether, and surrounding fires; 
Till, as a signal given, th' uplifted spear 
Of their great Sultan waving to direct 
Their course, in even balance down they light 
On the firm brimstone, and fill all the plain: 
A multitude like which the populous North 
Poured never from her frozen loins to pass 
Rhene or the Danaw, when her barbarous sons 
Came like a deluge on the South, and spread 
Beneath Gibraltar to the Libyan sands. 
Forthwith, form every squadron and each band, 
The heads and leaders thither haste where stood 
Their great Commander--godlike Shapes, and Forms 
Excelling human; princely Dignities; 
And Powers that erst in Heaven sat on thrones, 
Though on their names in Heavenly records now 
Be no memorial, blotted out and rased 
By their rebellion from the Books of Life. 
Nor had they yet among the sons of Eve 
Got them new names, till, wandering o'er the earth, 
Through God's high sufferance for the trial of man, 
By falsities and lies the greatest part 
Of mankind they corrupted to forsake 
God their Creator, and th' invisible 
Glory of him that made them to transform 
Oft to the image of a brute, adorned 
With gay religions full of pomp and gold, 
And devils to adore for deities: 
Then were they known to men by various names, 
And various idols through the heathen world. 
Say, Muse, their names then known, who first, who last, 
Roused from the slumber on that fiery couch, 
At their great Emperor's call, as next in worth 
Came singly where he stood on the bare strand, 
While the promiscuous crowd stood yet aloof? 
The chief were those who, from the pit of Hell 
Roaming to seek their prey on Earth, durst fix 
Their seats, long after, next the seat of God, 
Their altars by his altar, gods adored 
Among the nations round, and durst abide 
Jehovah thundering out of Sion, throned 
Between the Cherubim; yea, often placed 
Within his sanctuary itself their shrines, 
Abominations; and with cursed things 
His holy rites and solemn feasts profaned, 
And with their darkness durst affront his light. 
First, Moloch, horrid king, besmeared with blood 
Of human sacrifice, and parents' tears; 
Though, for the noise of drums and timbrels loud, 
Their children's cries unheard that passed through fire 
To his grim idol. Him the Ammonite 
Worshiped in Rabba and her watery plain, 
In Argob and in Basan, to the stream 
Of utmost Arnon. Nor content with such 
Audacious neighbourhood, the wisest heart 
Of Solomon he led by fraoud to build 
His temple right against the temple of God 
On that opprobrious hill, and made his grove 
The pleasant valley of Hinnom, Tophet thence 
And black Gehenna called, the type of Hell. 
Next Chemos, th' obscene dread of Moab's sons, 
From Aroar to Nebo and the wild 
Of southmost Abarim; in Hesebon 
And Horonaim, Seon's real, beyond 
The flowery dale of Sibma clad with vines, 
And Eleale to th' Asphaltic Pool: 
Peor his other name, when he enticed 
Israel in Sittim, on their march from Nile, 
To do him wanton rites, which cost them woe. 
Yet thence his lustful orgies he enlarged 
Even to that hill of scandal, by the grove 
Of Moloch homicide, lust hard by hate, 
Till good Josiah drove them thence to Hell. 
With these came they who, from the bordering flood 
Of old Euphrates to the brook that parts 
Egypt from Syrian ground, had general names 
Of Baalim and Ashtaroth--those male, 
These feminine. For Spirits, when they please, 
Can either sex assume, or both; so soft 
And uncompounded is their essence pure, 
Not tried or manacled with joint or limb, 
Nor founded on the brittle strength of bones, 
Like cumbrous flesh; but, in what shape they choose, 
Dilated or condensed, bright or obscure, 
Can execute their airy purposes, 
And works of love or enmity fulfil. 
For those the race of Israel oft forsook 
Their Living Strength, and unfrequented left 
His righteous altar, bowing lowly down 
To bestial gods; for which their heads as low 
Bowed down in battle, sunk before the spear 
Of despicable foes. With these in troop 
Came Astoreth, whom the Phoenicians called 
Astarte, queen of heaven, with crescent horns; 
To whose bright image nigntly by the moon 
Sidonian virgins paid their vows and songs; 
In Sion also not unsung, where stood 
Her temple on th' offensive mountain, built 
By that uxorious king whose heart, though large, 
Beguiled by fair idolatresses, fell 
To idols foul. Thammuz came next behind, 
Whose annual wound in Lebanon allured 
The Syrian damsels to lament his fate 
In amorous ditties all a summer's day, 
While smooth Adonis from his native rock 
Ran purple to the sea, supposed with blood 
Of Thammuz yearly wounded: the love-tale 
Infected Sion's daughters with like heat, 
Whose wanton passions in the sacred proch 
Ezekiel saw, when, by the vision led, 
His eye surveyed the dark idolatries 
Of alienated Judah. Next came one 
Who mourned in earnest, when the captive ark 
Maimed his brute image, head and hands lopt off, 
In his own temple, on the grunsel-edge, 
Where he fell flat and shamed his worshippers: 
Dagon his name, sea-monster,upward man 
And downward fish; yet had his temple high 
Reared in Azotus, dreaded through the coast 
Of Palestine, in Gath and Ascalon, 
And Accaron and Gaza's frontier bounds. 
Him followed Rimmon, whose delightful seat 
Was fair Damascus, on the fertile banks 
Of Abbana and Pharphar, lucid streams. 
He also against the house of God was bold: 
A leper once he lost, and gained a king-- 
Ahaz, his sottish conqueror, whom he drew 
God's altar to disparage and displace 
For one of Syrian mode, whereon to burn 
His odious offerings, and adore the gods 
Whom he had vanquished. After these appeared 
A crew who, under names of old renown-- 
Osiris, Isis, Orus, and their train-- 
With monstrous shapes and sorceries abused 
Fanatic Egypt and her priests to seek 
Their wandering gods disguised in brutish forms 
Rather than human. Nor did Israel scape 
Th' infection, when their borrowed gold composed 
The calf in Oreb; and the rebel king 
Doubled that sin in Bethel and in Dan, 
Likening his Maker to the grazed ox-- 
Jehovah, who, in one night, when he passed 
From Egypt marching, equalled with one stroke 
Both her first-born and all her bleating gods. 
Belial came last; than whom a Spirit more lewd 
Fell not from Heaven, or more gross to love 
Vice for itself. To him no temple stood 
Or altar smoked; yet who more oft than he 
In temples and at altars, when the priest 
Turns atheist, as did Eli's sons, who filled 
With lust and violence the house of God? 
In courts and palaces he also reigns, 
And in luxurious cities, where the noise 
Of riot ascends above their loftiest towers, 
And injury and outrage; and, when night 
Darkens the streets, then wander forth the sons 
Of Belial, flown with insolence and wine. 
Witness the streets of Sodom, and that night 
In Gibeah, when the hospitable door 
Exposed a matron, to avoid worse rape. 
These were the prime in order and in might: 
The rest were long to tell; though far renowned 
Th' Ionian gods--of Javan's issue held 
Gods, yet confessed later than Heaven and Earth, 
Their boasted parents;--Titan, Heaven's first-born, 
With his enormous brood, and birthright seized 
By younger Saturn: he from mightier Jove, 
His own and Rhea's son, like measure found; 
So Jove usurping reigned. These, first in Crete 
And Ida known, thence on the snowy top 
Of cold Olympus ruled the middle air, 
Their highest heaven; or on the Delphian cliff, 
Or in Dodona, and through all the bounds 
Of Doric land; or who with Saturn old 
Fled over Adria to th' Hesperian fields, 
And o'er the Celtic roamed the utmost Isles. 
All these and more came flocking; but with looks 
Downcast and damp; yet such wherein appeared 
Obscure some glimpse of joy to have found their Chief 
Not in despair, to have found themselves not lost 
In loss itself; which on his countenance cast 
Like doubtful hue. But he, his wonted pride 
Soon recollecting, with high words, that bore 
Semblance of worth, not substance, gently raised 
Their fainting courage, and dispelled their fears. 
Then straight commands that, at the warlike sound 
Of trumpets loud and clarions, be upreared 
His mighty standard. That proud honour claimed 
Azazel as his right, a Cherub tall: 
Who forthwith from the glittering staff unfurled 
Th' imperial ensign; which, full high advanced, 
Shone like a meteor streaming to the wind, 
With gems and golden lustre rich emblazed, 
Seraphic arms and trophies; all the while 
Sonorous metal blowing martial sounds: 
At which the universal host up-sent 
A shout that tore Hell's concave, and beyond 
Frighted the reign of Chaos and old Night. 
All in a moment through the gloom were seen 
Ten thousand banners rise into the air, 
With orient colours waving: with them rose 
A forest huge of spears; and thronging helms 
Appeared, and serried shields in thick array 
Of depth immeasurable. Anon they move 
In perfect phalanx to the Dorian mood 
Of flutes and soft recorders--such as raised 
To height of noblest temper heroes old 
Arming to battle, and instead of rage 
Deliberate valour breathed, firm, and unmoved 
With dread of death to flight or foul retreat; 
Nor wanting power to mitigate and swage 
With solemn touches troubled thoughts, and chase 
Anguish and doubt and fear and sorrow and pain 
From mortal or immortal minds. Thus they, 
Breathing united force with fixed thought, 
Moved on in silence to soft pipes that charmed 
Their painful steps o'er the burnt soil. And now 
Advanced in view they stand--a horrid front 
Of dreadful length and dazzling arms, in guise 
Of warriors old, with ordered spear and shield, 
Awaiting what command their mighty Chief 
Had to impose. He through the armed files 
Darts his experienced eye, and soon traverse 
The whole battalion views--their order due, 
Their visages and stature as of gods; 
Their number last he sums. And now his heart 
Distends with pride, and, hardening in his strength, 
Glories: for never, since created Man, 
Met such embodied force as, named with these, 
Could merit more than that small infantry 
Warred on by cranes--though all the giant brood 
Of Phlegra with th' heroic race were joined 
That fought at Thebes and Ilium, on each side 
Mixed with auxiliar gods; and what resounds 
In fable or romance of Uther's son, 
Begirt with British and Armoric knights; 
And all who since, baptized or infidel, 
Jousted in Aspramont, or Montalban, 
Damasco, or Marocco, or Trebisond, 
Or whom Biserta sent from Afric shore 
When Charlemain with all his peerage fell 
By Fontarabbia. Thus far these beyond 
Compare of mortal prowess, yet observed 
Their dread Commander. He, above the rest 
In shape and gesture proudly eminent, 
Stood like a tower. His form had yet not lost 
All her original brightness, nor appeared 
Less than Archangel ruined, and th' excess 
Of glory obscured: as when the sun new-risen 
Looks through the horizontal misty air 
Shorn of his beams, or, from behind the moon, 
In dim eclipse, disastrous twilight sheds 
On half the nations, and with fear of change 
Perplexes monarchs. Darkened so, yet shone 
Above them all th' Archangel: but his face 
Deep scars of thunder had intrenched, and care 
Sat on his faded cheek, but under brows 
Of dauntless courage, and considerate pride 
Waiting revenge. Cruel his eye, but cast 
Signs of remorse and passion, to behold 
The fellows of his crime, the followers rather 
(Far other once beheld in bliss), condemned 
For ever now to have their lot in pain-- 
Millions of Spirits for his fault amerced 
Of Heaven, and from eteranl splendours flung 
For his revolt--yet faithful how they stood, 
Their glory withered; as, when heaven's fire 
Hath scathed the forest oaks or mountain pines, 
With singed top their stately growth, though bare, 
Stands on the blasted heath. He now prepared 
To speak; whereat their doubled ranks they bend 
From wing to wing, and half enclose him round 
With all his peers: attention held them mute. 
Thrice he assayed, and thrice, in spite of scorn, 
Tears, such as Angels weep, burst forth: at last 
Words interwove with sighs found out their way:-- 
"O myriads of immortal Spirits! O Powers 
Matchless, but with th' Almighth!--and that strife 
Was not inglorious, though th' event was dire, 
As this place testifies, and this dire change, 
Hateful to utter. But what power of mind, 
Forseeing or presaging, from the depth 
Of knowledge past or present, could have feared 
How such united force of gods, how such 
As stood like these, could ever know repulse? 
For who can yet believe, though after loss, 
That all these puissant legions, whose exile 
Hath emptied Heaven, shall fail to re-ascend, 
Self-raised, and repossess their native seat? 
For me, be witness all the host of Heaven, 
If counsels different, or danger shunned 
By me, have lost our hopes. But he who reigns 
Monarch in Heaven till then as one secure 
Sat on his throne, upheld by old repute, 
Consent or custom, and his regal state 
Put forth at full, but still his strength concealed-- 
Which tempted our attempt, and wrought our fall. 
Henceforth his might we know, and know our own, 
So as not either to provoke, or dread 
New war provoked: our better part remains 
To work in close design, by fraud or guile, 
What force effected not; that he no less 
At length from us may find, who overcomes 
By force hath overcome but half his foe. 
Space may produce new Worlds; whereof so rife 
There went a fame in Heaven that he ere long 
Intended to create, and therein plant 
A generation whom his choice regard 
Should favour equal to the Sons of Heaven. 
Thither, if but to pry, shall be perhaps 
Our first eruption--thither, or elsewhere; 
For this infernal pit shall never hold 
Celestial Spirits in bondage, nor th' Abyss 
Long under darkness cover. But these thoughts 
Full counsel must mature. Peace is despaired; 
For who can think submission? War, then, war 
Open or understood, must be resolved." 
He spake; and, to confirm his words, outflew 
Millions of flaming swords, drawn from the thighs 
Of mighty Cherubim; the sudden blaze 
Far round illumined Hell. Highly they raged 
Against the Highest, and fierce with grasped arms 
Clashed on their sounding shields the din of war, 
Hurling defiance toward the vault of Heaven. 
There stood a hill not far, whose grisly top 
Belched fire and rolling smoke; the rest entire 
Shone with a glossy scurf--undoubted sign 
That in his womb was hid metallic ore, 
The work of sulphur. Thither, winged with speed, 
A numerous brigade hastened: as when bands 
Of pioneers, with spade and pickaxe armed, 
Forerun the royal camp, to trench a field, 
Or cast a rampart. Mammon led them on-- 
Mammon, the least erected Spirit that fell 
From Heaven; for even in Heaven his looks and thoughts 
Were always downward bent, admiring more 
The riches of heaven's pavement, trodden gold, 
Than aught divine or holy else enjoyed 
In vision beatific. By him first 
Men also, and by his suggestion taught, 
Ransacked the centre, and with impious hands 
Rifled the bowels of their mother Earth 
For treasures better hid. Soon had his crew 
Opened into the hill a spacious wound, 
And digged out ribs of gold. Let none admire 
That riches grow in Hell; that soil may best 
Deserve the precious bane. And here let those 
Who boast in mortal things, and wondering tell 
Of Babel, and the works of Memphian kings, 
Learn how their greatest monuments of fame 
And strength, and art, are easily outdone 
By Spirits reprobate, and in an hour 
What in an age they, with incessant toil 
And hands innumerable, scarce perform. 
Nigh on the plain, in many cells prepared, 
That underneath had veins of liquid fire 
Sluiced from the lake, a second multitude 
With wondrous art founded the massy ore, 
Severing each kind, and scummed the bullion-dross. 
A third as soon had formed within the ground 
A various mould, and from the boiling cells 
By strange conveyance filled each hollow nook; 
As in an organ, from one blast of wind, 
To many a row of pipes the sound-board breathes. 
Anon out of the earth a fabric huge 
Rose like an exhalation, with the sound 
Of dulcet symphonies and voices sweet-- 
Built like a temple, where pilasters round 
Were set, and Doric pillars overlaid 
With golden architrave; nor did there want 
Cornice or frieze, with bossy sculptures graven; 
The roof was fretted gold. Not Babylon 
Nor great Alcairo such magnificence 
Equalled in all their glories, to enshrine 
Belus or Serapis their gods, or seat 
Their kings, when Egypt with Assyria strove 
In wealth and luxury. Th' ascending pile 
Stood fixed her stately height, and straight the doors, 
Opening their brazen folds, discover, wide 
Within, her ample spaces o'er the smooth 
And level pavement: from the arched roof, 
Pendent by subtle magic, many a row 
Of starry lamps and blazing cressets, fed 
With naptha and asphaltus, yielded light 
As from a sky. The hasty multitude 
Admiring entered; and the work some praise, 
And some the architect. His hand was known 
In Heaven by many a towered structure high, 
Where sceptred Angels held their residence, 
And sat as Princes, whom the supreme King 
Exalted to such power, and gave to rule, 
Each in his Hierarchy, the Orders bright. 
Nor was his name unheard or unadored 
In ancient Greece; and in Ausonian land 
Men called him Mulciber; and how he fell 
From Heaven they fabled, thrown by angry Jove 
Sheer o'er the crystal battlements: from morn 
To noon he fell, from noon to dewy eve, 
A summer's day, and with the setting sun 
Dropt from the zenith, like a falling star, 
On Lemnos, th' Aegaean isle. Thus they relate, 
Erring; for he with this rebellious rout 
Fell long before; nor aught aviled him now 
To have built in Heaven high towers; nor did he scape 
By all his engines, but was headlong sent, 
With his industrious crew, to build in Hell. 
Meanwhile the winged Heralds, by command 
Of sovereign power, with awful ceremony 
And trumpet's sound, throughout the host proclaim 
A solemn council forthwith to be held 
At Pandemonium, the high capital 
Of Satan and his peers. Their summons called 
From every band and squared regiment 
By place or choice the worthiest: they anon 
With hundreds and with thousands trooping came 
Attended. All access was thronged; the gates 
And porches wide, but chief the spacious hall 
(Though like a covered field, where champions bold 
Wont ride in armed, and at the Soldan's chair 
Defied the best of Paynim chivalry 
To mortal combat, or career with lance), 
Thick swarmed, both on the ground and in the air, 
Brushed with the hiss of rustling wings. As bees 
In spring-time, when the Sun with Taurus rides. 
Pour forth their populous youth about the hive 
In clusters; they among fresh dews and flowers 
Fly to and fro, or on the smoothed plank, 
The suburb of their straw-built citadel, 
New rubbed with balm, expatiate, and confer 
Their state-affairs: so thick the airy crowd 
Swarmed and were straitened; till, the signal given, 
Behold a wonder! They but now who seemed 
In bigness to surpass Earth's giant sons, 
Now less than smallest dwarfs, in narrow room 
Throng numberless--like that pygmean race 
Beyond the Indian mount; or faery elves, 
Whose midnight revels, by a forest-side 
Or fountain, some belated peasant sees, 
Or dreams he sees, while overhead the Moon 
Sits arbitress, and nearer to the Earth 
Wheels her pale course: they, on their mirth and dance 
Intent, with jocund music charm his ear; 
At once with joy and fear his heart rebounds. 
Thus incorporeal Spirits to smallest forms 
Reduced their shapes immense, and were at large, 
Though without number still, amidst the hall 
Of that infernal court. But far within, 
And in their own dimensions like themselves, 
The great Seraphic Lords and Cherubim 
In close recess and secret conclave sat, 
A thousand demi-gods on golden seats, 
Frequent and full. After short silence then, 
And summons read, the great consult began. 






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