María Josefa Acevedo De Gómez
Poetisa, escritora moralista y de costumbres nacida en Bogotá, enero 23 de 1803 y muerta en Pasca, enero 19 de 1861. Josefa Acevedo era hija de José Acevedo y Gómez y Catalina Sánchez de Tejada, oriundos de las parroquias de Monguí y Páramo (jurisdicción de la villa de San Gil) y miembros de familias de fortuna e importancia local, entre cuyos ascendientes se citan conquistadores, encomenderos y funcionarios del gobierno colonial, de las cuales surgió un grupo de partidarios y activistas de la Independencia. Entre éstos se destaca su padre, el "Tribuno de 1810", muerto en 1817 en una región selvática del sur de Colombia cuando intentaba escapar de la reconquista española. Tales circunstancias y otras relacionadas con las guerras de Independencia y las incertidumbres políticas propias de esos años, afectaron la vida de la escritora y de sus compañeros de generación y retornan como temas de su obra.
Posiblemente influidos por la educación de su madre, cuya cultura y conocimientos fueron superiores a los de las mujeres de la época, los Acevedo Tejada alternaron su participación en la vida política y militar de la República, con su interés por la ciencia y las artes. Ello contribuye a explicar porqué Josefa Acevedo fue la primera mujer escritora de la época republicana; ella rompió el prolongado silencio femenino del período colonial, durante el cual sólo una voz, la de la madre Francisca Josefa de Castillo (1671-1742), desde Tunja, tuvo un eco en la literatura nacional. Josefa Acevedo también fue la primera escritora civil de nuestra historia y, por consiguiente, sus asuntos, en contraste con las ansiedades místicas de la monja tunjana y de otras religiosas de tono menor, están referidos, dentro de las tendencias de la época, al amor filial, al amor romántico, a la moral social, la historia y las costumbres nacionales.
Su matrimonio con un primo hermano de su padre, el abogado Diego Fernando Gómez (San Gil, 1786 - El Chocho, Fusagasugá, 1850), hombre inteligente e instruido, pero irascible y violento, colaborador cercano de los gobiernos del general Francisco de Paula Santander, influyó no sólo en el transcurso de su vida sino en el desarrollo de su obra. Una vez casada se instaló en la hacienda El Chocho, en Fusagasugá, donde vivió durante once años, conformada la familia por un hijo de su esposo y dos hijas de ambos, Amelia y Rosa, casadas después con Ruperto Ferreira y Anselmo León. La vida campestre, la administración del hogar, las oportunidades de alternar con personajes rústicos o notables contribuyeron a la formación de la escritora. Dentro del círculo de los amigos más cercanos e influyentes estaba el supuesto conspirador y médico francés Juan Francisco Arganil, de cuyos documentos personales fue depositaria. Josefa Acevedo de Gómez fue la primera mujer que asumió en Colombia, dentro de una forzosa apariencia de modestia, el oficio de escritora; obtuvo por ello el reconocimiento de ver publicada una parte importante de su producción.
La primera edición de su Ensayo sobre los deberes de los casados fue hecha en Bogotá, y existen otras ediciones no documentadas, posiblemente hechas en el exterior, entre ellas una en París. En la Biblioteca Nacional de Colombia se encuentra la quinta edición de esta obra (Bogotá, Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1857, 106 páginas), en la cual por primera vez se da crédito a la autora. Se trata de una serie de consejos dirigidos a los esposos, cuyo contenido ordenado en dos partes de seis capítulos cada una, se refiere a las virtudes que deben cultivarse para lograr la armonía conyugal. Este ensayo constituye una interesante aproximación a la mentalidad de la época en lo referente al matrimonio y a los roles masculino y femenino dentro de la pareja.
Su Tratado sobre economía doméstica para el uso de las madres de familia y de las amas de casa, fue editado en Bogotá, en la Imprenta de José A. Cualla, en 1848 (87 páginas), sin el nombre impreso de la autora. El ejemplar consultado se encuentra en la Biblioteca Nacional de Colombia. En el Tratado, Josefa Acevedo divide el tema en tres capítulos: primero, "Economía del tiempo"; segundo, "Economía del dinero"; y tercero, "Economía de joyas, vestidos, muebles y provisiones", los cuales desarrolla mediante una introducción teórica, a la cual sigue un episodio novelado que ilustra sobre las consecuencias que se derivan de atender o no los preceptos expuestos. Como el anterior, el Tratado es una guía de comportamiento.
Sus Poesías de una granadina (129 páginas, sin pie de imprenta) datan de 1853. Este libro recoge la producción poética de Josefa Acevedo, quien en una "Advertencia inicial" explica:
<<Mi educación se resintió de la época en que nací: entonces no había casas de educación para mujeres y nos criábamos sin saber ni los primeros rudimentos de la lengua>>.
Contiene poemas escritos desde 1823, fecha de "Una tumba en los Andaquíes", dedicado a la memoria de su padre y que junto con un soneto titulado "Santa Helena", hecho para poner al pie de un paisaje representando la tumba y la sombra de Napoleón fundamentan, según Antonio Gómez Restrepo, su nombre de poetisa. El conjunto de su obra en verso, aunque de desigual calidad, constituye un recorrido a través de la vida emocional de la autora. El ejemplar existente en la Academia Colombiana de Historia de Biografía del doctor Diego Fernando Gómez (Bogotá, Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1854, 37 páginas) está dedicado por la autora y su yerno, Anselmo León, a otro escritor, Domingo A. Maldonado uno de los amigos del biografiado. Recoge las vicisitudes de la carrera del eminente jurista, destaca rasgos de su inteligencia y patriotismo, y asume una actitud solidaria con un esposo de quien estuvo separada por más de veinte años. En la Biblioteca Nacional de Colombia puede consultarse la segunda edición de Oráculo de las flores y de las frutas acomodado a su lenguaje y con doce respuestas en verso, para cada una de las cuarenta y ocho preguntas importantes que contiene, sobre la suerte presente y futura de los curiosos (Bogotá, Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1857), que consiste en una variante de un juego de salón en verso cuya redacción fue una de las formas de inicio de la literatura femenina en varios países de la América española. Las preguntas que el oráculo ha de responder señalan las dudas que atormentan a las jóvenes románticas: ¿Tendré alguna celebridad?, ¿Cuál de mis amigos es más sincero?, ¿Iré a baile este año?, ¿Será dicha amar?
Josefa Acevedo escribió también varias biografías breves: la de su padre, calificada como una de las piezas ejemplares del género en Colombia; la de su hermano José; la del doctor Vicente Azuero; la de su primo hermano, el escritor Luis Vargas Tejada; y una autobiografía redactada poco antes de su muerte, ¿para reconocer mis obras e impedir que se me atribuyan otras o se me nieguen éstas?, en la cual se refiere a varios manuscritos inéditos, entre ellos ¿muchos romances y un drama? que, según lo informa su nieto Adolfo León Gómez, no se hallaron dentro de sus papeles.
Finalmente, Cuadros de la vida privada de algunos granadinos copiados al natural para instrucción y divertimento de los curiosos (Bogotá, Imprenta de "El Mosaico", 1861) fue publicado después de su muerte, con un prólogo biográfico de José María Vergara y Vergara, y contiene, según los críticos, lo mejor de su obra en prosa agrupada en ocho "cuadros" bajo los siguientes títulos: "El triunfo de la generosidad sobre el fanatismo político", "El soldado", "Valerio o el calavera", "Anjelina", "La caridad cristiana", "El pobre Braulio", "La vida de un hombre", "Mis recuerdos de Tibacui". Son narraciones cortas que ilustran con precisión y amenidad trozos de la vida de diversos personajes colombianos, unos célebres y otros olvidados o ficticios. Este libro se ha reeditado en varias oportunidades y se cita frecuentemente la descripción de las costumbres de la Santafé colonial, primera parte del cuadro séptimo, dedicado a la biografía de Acevedo y Gómez. La obra completa (196 páginas), se puede consultar en el ejemplar de la Biblioteca del Instituto Caro y Cuervo. Para conocer la obra de Josefa Acevedo de Gómez es necesario remitirse a las ediciones originales. Su nombre se sostiene en la calidad de unos pocos textos y en su real vocación de escritora. Según Vergara y Vergara, le sobraba talento y le faltaban formación literaria, tiempo y ocasiones; pese a ello, obtuvo un lugar dentro de las letras colombianas que, según Rafael Pombo, comparte con Silveria Espinosa de Rendón (18151886) y Soledad Acosta de Samper (1833-1913) [Ver tomo 4, Literatura, p. 66 y tomo 5, Cultura, p. 267].
Una tumba en los Andaquíez
¡Su nombre y sus riquezas se acabaron!
¡Nada me resta de él sobre la tierra!
Ni la urna funeral donde se encierra
la ceniza de aquellos que finaron.
Esa arboleda enmarañada, espesa
que crece en la montaña silenciosa,
cubre la tumba donde en paz reposa
cubierta de hojarasca y maleza.
Su cadáver que un hijo desolado
cubrió de tierra, llanto y oraciones,
lejos de tumultuosas poblaciones
no será por los hombres profanado.
Nunca sobre el sepulcro solitario
la huella se estampó de paso humano:
jamás del hombre codiciosa mano
sembró sobre este suelo funerario.
No hay monumento, ni inscripción ni losa
de se eternice vanidad mundana,
pues que la omnipotencia soberana
cubrirlo quiso de una selva umbrosa.
Tan sólo se descubre en la enramada
una cruz de madera carcomida,
y el ángel compañero de su vida
vela sobre su tumba abandonada.
Amor y desamor en el matrimonio de Josefa Acevedo y Diego Fernando Gómez
Realizado por: Natalia León Soler Historiadora, Universidad Externado de Colombia.
La relación conyugal entre Josefa Acevedo y Diego Fernando Gómez tuvo sus particularidades. La notable vida política del ilustrado jurista y los méritos que ella recibió por el éxito de sus obras, estuvieron enmarcados en el desarrollo de las justas independentistas y en el establecimiento de la República. Fue un matrimonio donde primó la pasión mutua por la patria y estar en el hogar, se convirtió en un momento para el descanso y la ilustración. Mientras él se dedicaba a la tribuna pública, ella se consagraba a la educación y al cuidado familiar.
No se tiene un diario, una carta o algún registro que demuestre la pasión que se tenía el uno por el otro. No sabemos con certeza cómo Diego Fernando pide su mano El Chocho, Fusagasugá, 1856. Acuarela de Edward Walhouse Mark.en matrimonio, y cómo era el trato en una unión donde no primó el amor. Pero hay que considerar que, aunque cumplieron con los mandamientos del matrimonio, era de por sí moderno para la época, no solo por haber travesado un divorcio, sino que cada uno hizo, con cierta libertad, su trabajo. En sus libros se reflejan las prioridades que tuvieron en su ciclo vital y, entre líneas, advertimos algo de su vida privada.
Una familia virtuosa
Provenientes de una familia reconocida, con fortuna, que descendía de encomenderos y funcionarios del gobierno colonial, sus descendientes criollos hicieron parte del selecto grupo de ilustrados partidarios de la independencia. Los padres de Josefa procedían de Charalá y de San Gil, ellos fueron el ilustre José Acevedo y Gómez, el Tribuno del Pueblo, y Catalina Sánchez de Tejada y Nieto de Paz, quienes formaron con sus nueve hijos –Pedro José, Liboria, Josefa, Eusebia, José Prudencio, Juan Miguel, Alfonso, Catarina y Concepción–, un hogar en que imperaban los principios del amor a la patria y el rechazo al despotismo. La fatídica muerte del Tribuno del Pueblo a manos del ejército realista en 1817 fue una infausta noticia para la familia, y en especial para Josefa.
“La adversidad me separó muy pronto de mi adorado padre, que emigró a las montañas a la aproximación del ejército pacificador. Entonces mi sensibilidad se avivó. Empecé a llorar por él, por las Diego Fernando Gómez. Óleo de Constancio Franco Vargas, ca. 1880. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 248.desgracias de la patria y por la muerte de tantos amigos y deudos de mi padre que diariamente eran arrastrados al patíbulo”.
En El Tribuno de 1810, su nieto Adolfo León Gómez rescata la Autobiografía de Josefa en la cual relata esos tristes hechos, a la vez que dibujaba los horrores de las ejecuciones de los realistas, todo escrito en un diario del cual hay pocas noticias. Este hecho tuvo una honda repercusión en la vida y obra de Josefa: un tormento en la temprana adolescencia que la llevó a resguardarse en la escritura.
Oriundo de la villa de San Gil, Diego Fernando nació en 1786. A los 14 años, empezó sus estudios en Bogotá y gozó de la hospitalidad y protección de su hermano Miguel Tadeo y de su primo Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y permaneció cerca de 10 años en el estudio de la gramática latina, la filosofía, el derecho civil, público y canónico. Se convirtió, pues, en un hombre instruido que “pudo alternar con ventaja en la sociedad de los más distinguidos de su tiempo”.
Su exitosa carrera se inició en 1819 y duró hasta el día de su muerte. Fue senador y gobernador del Socorro, diputado de las Provincias Unidas, presidente de la Alta Corte de las Provincias Libres, diputado por el Socorro, Neiva y Mariquita, ministro de la Corte Superior de Justicia, consejero de Estado, ministro de hacienda, presidente del Consejo de Estado y de la Corte Suprema.
Un matrimonio sin amor
Apasionada a la lectura de novelas de amor, a sus 19 años Josefa recibió la propuesta de matrimonio por parte de Diego Fernando, aquel primo hermano de su padre, 18 años mayor que ella, padre de un niño que en ese momento tenía cinco años.
“Ni él ni yo teníamos amor. Él me estimaba y deseaba establecerse; yo agradecí su franqueza, correspondí a su estimación y quería ser jefe de familia”.
A pesar de la ausencia de amor, esta fue la oportunidad para que los dos se establecieran y conformaran una familia. Se casaron en Bogotá el 9 de abril de 1822 y el matrimonio duró “treinta y un años un mes y diez y nueve días”.
Instalados en su hacienda El Chocho en Fusagasugá, ella no descuidó sus obligaciones domésticas y mucho menos la educación del pequeño Joaquín. El saber de Diego Fernando fue favorable para Josefa, pues ella se convirtió en una alumna atenta y deseosa de ser la compañera inteligente y juiciosa. Dos meses después de casada, comprendió la importancia de este amor por él y lo apreció con toda su alma. Tuvieron tres hijas: Amalia Bárbara, que murió antes de cumplir dos años, Amalia Luisa y Rosa María. En sus años de casados no estuvieron exentos de las calamidades que producen las circunstancias políticas a las que el esposo y padre no podía ser ajeno.
Varias podrían ser las razones, pero no hay una precisa que indique que el amor de ella empezó a apagarse. Los enfrentamientos entre Bolívar y Santander, y en especial el exilio y la prisión del Hombre de las Leyes, por su presunta participación en la noche septembrina, separaron a Josefa y Diego Fernando después de once años de matrimonio. Este hecho, y otros sucesos familiares, la llevaron a ella a vivir en la soledad y el lamento. Él era estricto, enérgico, irascible y violento, características que se ven en sus escritos, sobre todo en sus poesías. Sin embargo, la relación se reanuda completamente con el nacimiento de la hija menor, Rosa María. Diego no deja de pensar en una infidelidad sucedida durante su exilio, según lo dice Isaac Holton en sus Memorias.
Los motivos reales no se conocen, pero debieron ser muchos por los que Josefa tomó la decisión de separarse, de enfrentar la sociedad y ser uno de los primeros matrimonios en separarse antes de proclamarse la Ley sobre el matrimonio civil y el divorcio. Josefa escribió el libro Ensayo sobre los deberes de los casados, Ayguals de Yzco, Wenceslao. La risa, enciclopedia de estravagancias. Bogotá, Imp. de Francisco Torres Amaya, 1852, que apareció por primera vez en 1845, y en el que dio algunos consejos que vale la pena resaltar:
“Otros no se separan; más, ¡qué triste es el cuadro que ofrece su vida en el recinto de su casa! riñas, celos, quejas, intrigas, engaños y desconfianzas. Cuanto desagrado puede producir la aversión y todos los desórdenes que causa la discordia, se reúnen dentro de esos muros en donde habitan la desgracia y la aflicción”.
Nunca ellos se volvieron a dirigir la palabra, y sus arreglos y acuerdos se hicieron a través de terceros. Antes de morir, Diego Fernando en su testamento la designó como su albacea y le dejó una pensión vitalicia para su subsistencia.
Diego Fernando Gómez. Litografía de José María Espinosa Prieto, ca. 1850. Colección particular.Josefa se separa en 1835 y se instala en la hacienda El Retiro. Diez años después viaja a Londres con su hija Amalia y su esposo, José Ferreira, y es testigo del nacimiento de su primer nieto. Este viaje contribuyó a desarrollar sus conocimientos adquiridos en las largas tertulias a las que asistió por años en Bogotá. Mientras tanto, Diego Fernando seguía con su vida pública. Había dejado la presidencia del Consejo de Estado, para posesionarse como juez de la Corte Suprema de Justicia y cumplía con el rol de padre, pues tenía a su cargo a su hija Rosa. A su regreso al país, Josefa volvió a hacerse cargo de Rosa, y Diego Fernando le proporcionó la manutención. Nunca ellos se volvieron a dirigir la palabra, y sus arreglos y acuerdos se hicieron a través de terceros. Antes de morir, Diego Fernando en su testamento la designó como su albacea y le dejó una pensión vitalicia para su subsistencia, “la honró hasta el último día con el manejo de sus intereses y con el encargo de que escribiese su biografía”. Él le entregó varios documentos, anécdotas y relatos para que cumpliera su última voluntad. Así, el 28 de mayo de 1853, en palabras de Josefa “…exhaló su último suspiro en los brazos de su yerno Anselmo León, rodeado y cuidado por sus dos amadas hijas…”
Entre 1848 y 1861, año de su muerte, Josefa publicó algunos de sus más reconocidos libros: Tratado de economía doméstica, Poesías de una granadina, Biografía del doctor Diego Fernando Gómez, Oráculo de las flores y de las frutas. Su obra póstuma fue Cuadros de la vida de algunos granadinos. Sus obras resaltan los rasgos más significativos de sus personajes; los pensamientos, sentimientos, alegrías, angustias amorosas y tormentos que la acompañaron a lo largo de los años, y uno que otro consejo a las mujeres que se dedicaban a la escritura durante la segunda mitad del siglo XIX en el país.
Antes de morir en su texto autobiográfico nos recuerda que, a pesar de no saber cómo ser una buena ciudadana, tuvo hijos útiles para la patria: Felizmente en mi familia encontrarán mis descendientes muy dignos modelos. Esta es una vanidad que no he podido arrancar de mi corazón. Espero pues que mis nietos y mi amado hijo adoptivo Joaquín Gómez harán por honrar mi memoria y la de mi esposo con sus virtudes”.
Bibliografía
Acevedo de Gómez, Josefa. Biografía del doctor Diego Fernando Gómez. Bogotá, Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1854.
León Gómez, Adolfo. El Tribuno de 1810. Bogotá, Biblioteca de Historia Nacional, 1910.
Martínez Carreño, Aída. “Josefa Acevedo de Gómez: su vida, su obra”, en Ojeda Avellaneda, Ana Cecilia et ál. Josefa Acevedo de Gómez. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2009, pp. 9-32.
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