ANTONIO COSTA GÓMEZ
Nació en Barcelona en 1956, pero se crió en Galicia. Estudió Filología Hispánica e Historia del Arte. Es profesor de Literatura en enseñanza media. Hizo viajes por numerosos países del mundo entero.
Publicó libros de todos los géneros : “Revelación “, “El delirio del fuego”, “El tamarindo”, “Las campanas”, “La reina secreta”, “La seda y la niebla”, “Las fuentes del delirio”, “La calma apasionada”, “Mateo, el maestro de Compostela”. También aparece en antologías: “Poesía española última”, “Elogio de la diferencia”. Ganó diversos premios: “Estafeta Literaria” 1976, Ministerio de Cultura en Madrid 1981, Amantes de Teruel 1985, etc Con “Las campanas” llegó a la última votación del Premio Nadal 1994 y del Premio Planeta 2001.
Ha colaborado en más de treinta diarios y revistas, entre ellos “La Voz de Galicia”, “ABC”,”Córdoba”, “El Correo Gallego”, “La Estafeta Literaria”, etc
Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto.
Ha viajado por Francia, Italia, Alemania, Portugal, República Checa, Irlanda, Gran Bretaña, Dinamarca, Noruega, Suecia, Rusia,. Turquía, Irán, Egipto, Marruecos, Croacia, India. Japón, Estados Unidos, Cuba, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Ecuador, Bélgica, Holanda, Suiza, Hungría, Rumanía, Polonia, Grecia, Finlandia, Estonia, Georgia, Armenia, Albania, República de Macedonia, Bosnia, Serbia, Kosovo, Luxemburgo.
He llevado una perla
a través de las noches,
la he limado con palabras,
la he pulido con adioses,
he pedido a príncipes extranjeros que le echasen su aliento,
le he rogado a muchachas que la besasen,
la he tirado a algún lago,
se la he dado a gaviotas,
se la he dado a los amantes para que la quemasen en la noche,
la he arrojado a los palacios derruidos,
la dejé con la nieve,
la recordé algún invierno,
estuve mirándola mientras tocaba al piano
melodías ya póstumas,
la olvidé para siempre,
la admiré con mi infancia,
puse en ella toda mi pasión,
todo mi abandono,
ahora sólo podría
ofrecértela a ti.
Cuántos sobres de sopa podrás tomarte aún
mientras esperas a que la vida te secuestre y de deje.
Cuántas salchichas freirás
antes de que un amante te estropee la colcha
con las colillas sin apagar,
antes de que te digan que ha sido aquella rosa
que se pudrió en el vaso y tú no viste.
Cuántas veces aún vas a fregar los platos
con el estropajo Scotch-Britte
antes de que digan que la vajilla pálida
está irremediablemente rota,
y venga tu abuela coja a decirte que has fallado,
que has olvidado desplegar las sábanas,
antes de que ese whisky que tomas al crepúsculo
tenga sabor a muerte y a ausencia sin remedio,
y que las manos se hayan ido,
y el cuerpo deje un fantasma pesado e interminable
con el que tropiezas en todas las esquinas,
antes de que olvides ponerte el camisón
y te duermas desnuda en las baldosas
y salgas al balcón como una novela mal escrita.
Cuántas fregonas aún utilizarás en tu suelo
Hasta que no haya nada que limpiar porque no veas nada,
porque se han llenado de lluvia tus ojos ateridos
y los amores como mondas queden bajo los muebles.
Ocurre todo y no ocurre nada,
somos una mancha y un desgarrón en la vida,
somos un grito y un hueco interminable,
somos la lluvia y las pisadas de los caballos,
somos un eco en el bosque y algún crimen,
somos un plato vacío,
somos una rosa que se pudre en un armario,
somos una prenda tirada, somos un adiós,
una puerta rota, un delirio,
hemos puesto el rostro, hemos arañado los muros,
nos hemos quedado igual que las palomas,
no tenemos nada y un montón de papeles,
nos quedamos sin boca y lo besamos todo,
recibimos todas las cartas
y nos tragamos los inviernos,
somos extraños entre las galerías,
calentándonos con historias y muecas,
patéticos fantasmas que se palpan,
que buscan en los graneros
un corazón sellado,
como un arca que tiene la cosecha escondida,
no tenemos cielo pero lo devoramos,
con angustia al atardecer
somos estampas que se ensucian,
somos cuadernos que quedaron en los cajones,
no ocurre nada y ocurre todo.
Mis manos solitarias y tibias,
los cuerpos que fluyen incesantes,
las sombras aliviadas que se encuentran,
la huella del deseo en las mejillas,
el destello en la copa callada,
la convicción profunda de los árboles,
la ausencia que medita sobre el rostro,
el sol que se hace tibio en los adverbios.
Mis manos solitarias y dulces,
triviales y posesas en la noche,
los días leves que alguien reconoce,
los susurros desnudos entre el humo,
las olas que se rompen en Big Sur,
el cosmos que es un sexo interminable,
la gigantesca ola que nos lleva,
los seres que se beben en lo oscuro,
la taza de oricalco que he pedido,
una mujer que sabe entre la lluvia.
Mis manos tenues y agitadas,
un ser que tuvo celos del océano,
alguien que amó a Anais Nin entre las décadas,
un nombre que se pierde entre los cuartos.
Mis manos errabundas y tristes.
¿Qué hacer con el amor
si pone azules los bosques,
si vierte noche en los labios,
si hace callar a las ciudades extáticas?
¿A dónde llevar los labios
si no pueden cargar la ausencia,
si no saben fermentar la nostalgia?
¿Dónde poner los ojos
si todo tiene espuma y adiós?
¿Qué hacer con las palabras
si todo está lleno de fiebre, de olvido,
si todo cuanto puede decirse estalla en las tardes,
si noviembre es un hálito que huye?
¿Qué hacer con el mar
si todo el entusiasmo sube en las olas,
si toda la gloria baja con la arena,
si todos los naufragios han sido ardientes?
Barquitos con cirios
en mitad del estanque.
Un humilde reverberar de cirios en el agua,
un secreto fantasear de luces en el lago.
Sombras fugaces de seres queridos en el agua,
un dulce aliento que apenas si se nombra.
Como luces en mitad de un sueño,
una fiesta callada entre la noche.
Sombras de sueños en el agua,
ecos de luces en el agua.
Es el viento,
siempre es el viento el que trae todos los recuerdos,
el que llena los cuartos con las hortensias rotas del pasado,
el que invade los ojos de pianos y tormentas,
el que azota con dudas las gafas de los abuelos.
Es el viento
el que se insinúa como si estuviera soñando en el desayuno de los amantes,
el que desordena todas sus caricias.
Es el viento
el que volvió locos a todos los niños en las buhardillas,
el que llenó de pólen callado las ventanas,
el que trajo bajo las puertas los susurros de las damas de entonces.
Es el viento
el que hizo moverse todos los libros,
pasó todas las páginas y desconcertó a los insomnes.
Es el viento
el que trae las hojas del abandono,
el que cubre de arena los labios más escondidos,
el que mete nostalgia bajo las camisas,
el que mueve las aguas,
el que arrastra los mensajes absurdos por los callejones.
Es el viento
El que por fin te encontrará
Han ocurrido tantas cosas:
han pasado pájaros,
se han abierto cielos,
han parido noches.
Los rostros se han transformado,
las uvas se han escondido,
los días se han vuelto verdes.
Han entrado los ángeles en los sueños,
han quedado sin mondas los armarios.
Han llovido adioses,
han crecido setas en la ausencia,
se han desmayado las ventanas.
Los extraños se han perseguido por las callejuelas,
las muchachas se han escapado por los espejos,
los pianos se han tragado a los niños.
La vida se ha caído al mar,
la ciudad se ha vuelto de seda,
los sótanos se han llenado de nostalgia.
El silencio ha criado flores,
han bajado surcos grises por los rostros,
ha estallado el crepúsculo en la distancia.
El mar lo ha comentado todo,
las olas han pulido el amor,
los labios se han llenado de noche.
La Historia se ha metido en el vino,
la vida se ha quedado en los versos,
las tormentas han ahondado a las amadas.
Millones de lluvias verdes
cayeron sobre las ciudades
y me empañaron los ojos.
Cantidades incalculables de tiempo
hicieron el amor con los muebles
y los dejaron extenuados.
Por los cuadros pasó un vendaval
de estertores y chillidos de ansia
que los dejó enronquecidos.
Millones de figuras blancas
entraron en los salones y se perdieron en los pianos.
La noche se replegó
con sus bailes y sus hombros violeta.
Eternidades de sueño
se dejaron consumir de desolación en las copas.
Los fantasmas escaparon por las paredes.
Multitud de poemas pasaron por las habitaciones
y las dejaron vencidas por todas las palabras.
Las calles se volvieron tímidas
y escondieron sus silencios en sus rincones más pálidos.
Cantidades feroces de paciencia
embalsamaron los árboles.
Ahora mis ojos solo tienen la bruma y lo que queda
después de sufrirlo todo.
Acariciaré de nuevo, con siglos de manos, los bordes
de la aurora en la pérgola y esperaré el sonido,
aguardaré a los pianos con toda la sien
desde el fondo de mis inmensas noches.
Suenan como ecos de monstruos
amables u olvidados.
Como rosas paranoicas,
como noches sin fin o sin salida.
Como tardes sin fondo,
como amapolas borrachas.
O labios cayendo de los sauces
o la tristeza metida en las orejas.
Mientras me llueve el tiempo sobre los cabellos
y universos y vinos.
Y echo el ancla en un lugar sin nombre
de esta noche sin rostro.
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