miércoles, 30 de julio de 2014

LEANDRO HERNÁNDEZ GÓMEZ [12.573]



Leandro Hernández Gómez 

(Osorno, Chile 1970)
Profesor de Castellano,  con estudios de Magíster en Literatura en la Universidad de Chile. Actualmente reside en Santiago. A lo largo de más de veinte años ha participado en diversas lecturas públicas y publicaciones colectivas, como Maestranza. Antología Incompleta (Roneo 750 Ediciones 1995). Algunos de sus textos han sido publicados en medios electrónicos e impresos, como The Clinic, Crítica.cl, Párrafo Izquierdo y Cinosargo.cl . En 2010 Das Kapital Ediciones publicó Umo, su primer libro y el 2013 la plaquette Pato Nietzsche, selección de textos, por ediciones Andesgraund.


soy un experto en pastillas

Pato Nietszche es un voraz
que se alimenta de bebidas
discusiones lecturas escrituras

soy experto en pastillas dice
y cuenta sus experiencias con los desbutales
con los reinoles los tonariles las chicotas
y todas las pepas que se pueden conseguir

en una ocasión consume artanes
dentro de una fábrica de guaipe abandonada

se toma al menos cuatro pastillas 
tendido en medio de los montones de hilachas

todos los hilos de todos los guaipes son culebras 
se acercan y le suben al pecho y a la cabeza
se introducen en los bolsillos del bluejeans 

sus gritos de terror resuenan amortiguados en su cerebro
nadie más los escucha a esa hora en la fábrica vacía

las culebras le gritan versos 
poemas enteros que luego olvida





el mantel

celebración de un cumpleaños

discute con otros invitados
alrededor de una mesa
llena de vasos y aceitunas

como si esa mesa fuera 

una antología de poetas 
chilenos del momento

toma el mantel y lo tira

todo lo que hay 
cae

ruido de los vasos quebrándose
exclamaciones de sorpresa 

el dueño de casa le dice que debe irse
la cagaste nunca más con vos

se va dando un portazo
se escuchan sus pisadas bajando las escaleras

suena el portón eléctrico
desde el balcón lo ven salir del edificio 

grita algo que no le escuchan

camina por Santa Rosa 

descansa en la barra de La Holandesa






Me tiro al río con Catulo

petaca tras petaca 
han entibiado varios escaños
de la plaza Camilo Mori

desde fuera del Galindo
Pato grita este bar ya no es lo mismo
ahora está lleno de huevones snobs

los parroquianos y los garzones
miran y no le entienden lo que grita

frente a la Escuela de Derecho
Pato grita todos los que estudian aquí
serán luego testaferros y leguleyos
que con suerte habrán comprendido “La república”

Pancho lleva libros en la mano 
y en los bolsillos de su paletó

mientras cruzan el puente Pio Nono
Pato le arrebata uno y lo lanza 
a las aguas del Mapocho

pero qué huevá has hecho dice Pancho

Floridor Pérez vale callampa dice Pato

Lo que tiraste al río es un libro de Catulo

media huevá Catulo también vale callampa
y me culeo a Lesbia cuando quiero





aperitivo

cuando otros cenamos Cinzano
o pasamos la tarde junto a señoritas
que nos buscan porque les encanta
la mezcla de vino blanco y néctar de damasco

Pato Nietszche desayuna Booth´s





abstinencia

después de mucho tiempo sin saber de él
me llama un día antes de mi matrimonio
Pancho le había contado que me casaba

cuando contesto se confunde de apellido
y dice el nombre completo del otro Leo

me dice
somos del FBI
y estamos llamando
porque hemos descubierto
que usted está relacionado
con los grupos de Osama Bin Laden

cuando termina de decirlo
lo descubro y le digo Pato Nietzsche
cómo estás

me cuenta que se ha casado
que está abstemio

pero que recién ha tenido 
una discusión con su señora
y ella se ha enojado y ha salido

pero estoy tranquilo me dice
aquí tomándome una cerveza






Umo, por Leandro Hernández Gómez

Editorial Das Kapital. 62 páginas. 1ª edición de 2010.

Para compensar el exceso de populismo de la entrada anterior –hablar de Libertad de Jonathan Franzen, una novela que venden en las librerías en montañas, y que lleva varias semanas en nuestro país como número uno de ventas- voy a hablar hoy de un poemario inencontrable en España, Umo, de Leandro Hernández Gómez (Osorno, Chile, 1970); un poemario chileno que posiblemente tampoco se pueda encontrar con facilidad en las librerías de Santiago, puesto que lo ha sacado a la luz, en octubre de 2010, la pequeña editorial Das Kapital, en una cuidada, pero diminuta, tirada de 150 ejemplares.

Soy amigo de Leandro Hernández Gómez desde hace al menos cinco años, aunque nunca nos hayamos visto en persona. Nos conocimos en un foro literario en el que se hablaba sobre todo de la obra de Roberto Bolaño, pero también de otros escritores. Después, él ha participado en este blog más de una vez, nos hemos intercambiado correos electrónicos, enlaces de facebook, y, cuando a los dos nos han publicado algo, libros propios.
Y no he conocido aún a Leandro en persona, pero este verano pude quedar con uno de sus amigos de la infancia, de la ciudad de Osorno, de paso por Madrid, camino de Santiago, y a él le di mi poemario recién publicado, Siempre nos quedará Casablanca,  para que unos días después se lo pudiera entregar a Leandro. Y así, en una cafetería del centro de Madrid, pude hablar de la reciente política y situación chilena con el amigo de un amigo al que realmente nunca he visto en persona. Internet y la globalización era esto.

Entre los poemas de Umo, una aparente apología del hábito de fumar, Leandro Hernández va tomando citas del cuento Humo de William Faulkner, convirtiendo las frases del norteamericano en poemas integrados en su texto. Nos encontramos así con este poema, prestado del cuento de Faulkner, en la página 13 de Umo:




Mississippi/w.f. imported tobacco

hablando una vez más
del hábito de fumar:

la gente
no disfruta
verdaderamente
del tabaco
hasta que
comienza a creer
que le hace daño




Leandro, con sus versos, parece querer, en primera estancia, plantear un desafío a lo políticamente correcto, a la publicidad de lo sano impuesta por el Estado y destinada a una colectividad inocua. El poeta se plantea la aceptación del hábito de fumar como la toma de conciencia de su voluntad individual, como el sarcasmo del que sabe que va a morir tanto por el tabaco como por cualquier otra causa, y decide seguir su propio destino.

En numerosas ocasiones la acción de fumar, y sus aledaños (el humo, la ceniza…) es nombrada en los versos de este poemario:



“intento señales / con la ceniza esparcida / sobre la mesa” (pág. 14)
“el humo llena el departamento / es mi niebla  mi chimenea / mi pequeño incendio que emerge” (pág. 14)
“me acompaña el humo” (pág. 17)
“fumo y hago argollas” (pág. 21)
“yo enciendo mi tercer cigarrillo” (pág. 27)
“paso a comprar cigarrillos a un bar” (pág. 29).


Fumar es el acto que da unidad temática al libro, pero, como he apuntado antes, si en primera instancia este verbo parece representar una toma de conciencia descreída e individualista frente al mundo; la fuerza del poemario reside en el simbolismo otorgado al hecho de fumar, que podría concretarse en tres ideas:



1) Fumar es un hecho tan individual y autodestructivo, un placer tan absurdo y personal como el vicio de escribir. Fumar y escribir se confunden más de una vez en Umo:
“intento escribir / con lo que fumo” (pág. 14)
“el cigarrillo / el que entusiasma mi caricatura / el soplido  el aliento de mis letras” (pág 15)
“fumo y hago argollas / vocales y palabras” (pág. 21)
“creemos que la poesía importa”, escribe Leandro en la página 31, descreído, aburrido, como si estuviese escribiendo versos como el que fuma cigarrillos y no espera nada más del mundo.

2) El cigarrillo inhalado, convertido en humo y en ceniza representa también el paso efímero del tiempo y de la vida.
“es el moho que llena de artritis las bisagras / cuando lo que nos duele realmente nos duele fumamos mucho más” (pág. 38)
“ciertamente escribo fumo y bebo / trinidad de vicios que nada engendran / salvo cenizas resacas dolores” (pág. 41)

3) A través de la transformación del cigarrillo en humo y ceniza el poeta asiste a una mínima descomposición, o movimiento, de los objetos que le rodean. En muchos poemas se hace hincapié en lo cotidiano y anodino de la presencia de los objetos: cafeteras, ventanas, mesas… y el poeta los enumera, y en su enunciado se cifran las claves de la repetición aburrida de los días; la ausencia de grandes temas poéticas sobre los que posar la mirada.
“también hay cola fría una botella / de cerveza a medias / un plumón para pizarra blanca / un descorchador la cajetilla / un paquete roñoso con dos pañuelos desechables” (pag. 45)
“me he sentado a teclear un rato / sobre lo que en la cocina sucede / es el agua sobre el fuego que ebulle / mezclando oxígeno y café” (pag. 56).



Umo como objeto es un bonito y cuidado libro, de una poesía, la chilena, con una gran tradición. Me han gustado estos poemas, como me ha gustado haber podido leerlos en un banco del Retiro de Madrid, a miles de kilómetros del lugar donde fueron editados los 150 ejemplares que componen su edición mínima. Y tener en mis manos, dedicado por un amigo al que nunca he visto, este librito, entre los árboles otoñales del parque madrileño, me ha parecido un privilegio.

Dejo aquí dos de los poemas que más me han gustado, donde además de lo comentado anteriormente se filtra también la idea del amor:


lo que nos duele

a Marcia Ravelo

es una tristeza que de pronto asoma
una marea que viene a mojar los zapatos
que humedece el empeine y se trepa
hasta el bolsillo perro

se guarece ahí y espera
para asaltarnos cuando
tenemos la guardia baja

es un peso, es una sombra
que te atrapa y entonces
estás opacamente bella
y tan cauta tan asustada
como escondida tras los juncos

es un frío que por las hendiduras se cuela
y viene a aterirnos al desayuno
mientras nos aburguesamos cubiertos
a salvo con nuestros chalecos

es un suspiro desganado una exhalación de hastío
(un texto de Bernardo Soares)
un escupitajo en la solapa
del traje nuevo de lino con estilo
una rajadura en el pantalón
un billete que se cae por un tubo
un almuerzo que se enfría y forma
nata cuajada sobre la salsa blanca

es el moho que llena de artritis las bisagras

cuando lo que nos duele realmente nos duele fumamos mucho más





un café para adolfo couve

me siento a observar la cafetera
sobre la llama azul de la cocinilla
con el agua limpia calentándose
como la posa al sol energúmeno

miro sus gorgoritos
que salen a flote
como los ahogados
después de ocho días

el agua caliente se introduce en el filtro
como cuando el sudor traspasa nuestras camisas
moja el café molido y lo decora
le roba el pigmento y el agua
se va ensuciando como el lavatorio
en el que se lavan las costras
que se diluyen
como los reflejos de los cuervos
al caer una piedra sobre el estanque

gotas de café van cayendo una tras otra
y dos o tres a la vez como tus lágrimas
van manchando el agua como la tinta
que se lava del pincel o el dedo
que pinta tres o cuatro tazas

las gotas del café son las gotas de sangre
del pincel que limpia sus naturalezas muertas

corto el gas a la cafetera
lleno una taza recién pintada
y como el vampiro me bebo el café
de un solo sorbo con cuidado
de no ensuciar mi blanca camisa

TEXTO SOBRE HUMO,  POR DAVID PÉREZ VEGA





Siempre volverás a tu barrio: «Ovejería» de Leandro Hernández Gómez
Leandro Hernández Gómez. Ovejería. Das Kapital, 2015. Poesía. 315 págs.

Por Nicolás Meneses
Publicado en http://www.colera.cl/

Lo primero que llama la atención de Ovejería  es el grosor de su lomo: se trata de un libro de trescientos poemas, que al no ser extensos, abarcan casi la misma cantidad de páginas. Lo segundo es el título, que sugiere un abultado y lento viaje pastoril, a la usanza de Garcilaso de la Vega.

Ovejería  tiene muy poco de poesía bucólica, tal vez solo lo que se halle en el mapeo que oficia Hernández Gómez de un barrio sureño llamado Ovejería, cercano a Osorno. Un mapeo multidimensional, que no solo incluye geografía y demografía sino que indaga en su memoria y construcción. Porque el libro se trata de eso: reencontrarse en el barrio de infancia, sabiendo que «nadie puede pasar dos veces frente a la misma casa» (pág. 12). Lo que se instala frente al lector son tragaluces de una infancia acaecida en los años ochenta: los grandes rituales de la niñez y la juventud vividos con el grupo de amigos, el origen del barrio, el oficio de los padres y vecinos, los avatares económicos y climáticos y sobre todo la voz de los que aún viven, habitan y conservan parte de la arquitectura afectiva de este pueblo.

La mayoría de los poemas son cortos, parejos y transparentes: microhistorias, a la manera de las remembranzas, que el autor deja caer como pequeñas gotas de un gran lago, un tintinear de personajes, escenas y costumbres que no intentan abarcar ni reconstruir un lugar por completo. Poemas que evitan quedarse en el registro anecdotario enraizándose en imágenes, dichos y voces que brotan limpio con cada detalle, que se funden y reviven con la cotidianidad del barrio o población, en este caso, de las zonas rurales de Chile que emergieron a partir de tomas de terreno e inmigraciones forzadas por el auge de la explotación legal que el régimen de trabajos agrícolas y ganaderos levantó en gran parte de las localidades sureñas desde principios del siglo XX.

El hablante no solo se vale de su costal de recuerdos para entablar este diálogo con su barrio de infancia, también acude a notas periodísticas, testimonios de vecinos y fotografías que intenta bautizar en conversaciones con los amigos: «esta foto podría titularse/ ‘obreros con sus choqueros’/ o/ ‘bigotes alrededor del torno’/ se la muestro a René Ravelo/ le pregunto si reconoce el torno» (pág. 59). Ovejería trata sobre todo de la memoria colectiva, aunque esta parta de la propia, pues sus evocaciones son cuadros de una comunidad que no solo se conforma por los muertos como en Spoon River, también por los vivos, por los que decidieron no irse y cultivar su biografía en una sola tierra.

A pesar que los referentes sugieran de este paisaje una lectura generacional, también puede leerse en ellos el efecto de lo cíclico y del cambio, pues el hablante al situarse marca el contrapunto entre las ruinas y lo nuevo, tanto en lo urbano como en lo social. Golosinas como «los Kelicos las Rubias/ las Negritas los Topogigios/ luego los John Travolta» (pág. 111), pueden leerse hoy como los tabletones, los traga-traga, los sapitos, los chubi o los petazeta. Y también se distingue con nitidez el contraste que genera el fenómeno de las tomas de terreno y la rebeldía de los tupamaros, con el actual «ocaso de una inocencia/ de una pobreza desenmascarada// el alba de una novísima clase media/ que suele votar por la UDI» (pág. 305).

Más que las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Fink, el tesoro que se encuentra en Ovejería está sembrado en el afecto y la imposibilidad de sacudirse la tierra del barrio que nos vio nacer, crecer y pintar las señales de los años de formación. Aunque la exploración y el vértigo pudieron llevar a más de un amigo a ahogarse en el río, perderse en el alcohol o a sufrir el escarmiento de los matones de barrio, la tragedia se asume como parte del viaje a Ovejería: un recorrido que enuncia con banderas la máxima de Kavafis: que tu ciudad te seguirá donde quiera que vayas.







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