miércoles, 21 de abril de 2010

SANTIAGO MONTOBBIO [136]



SANTIAGO MONTOBBIO


BARCELONA. ESPAÑA
Licenciado en Derecho y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de ESADE y de la UNED. Publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en mayo de 1988. Al recibir Hospital de Inocentes , en 1989, Juan Carlos Onetti escribió: "Muy pocas veces me produce alegría contestar a los autores que me envían sus obras. Este es un caso distinto. Me hace feliz escribirle porque su libroHospital de inocentes es muy bueno y de manera misteriosa siento que coincide con mi estado de ser cuando estoy escribiendo". También mereció el reconocimiento espontáneo de otros ilustres autores, que destacaron la belleza, fuerza y hondura de esta poesía: así, Camilo José Cela encontró "tan hondos y hermosos" los poemas, y esto escribieron Ernesto Sabato ("Son magníficos"), Miguel Delibes ("Envidio la fuerza de su verso") o Carmen Martín Gaite ("salen de un pozo muy oscuro y verdadero"). Ha publicado también Ética confirmada (Madrid, 1990), Tierras (Francia, 1996),Los versos del fantasma (México, 2003) y El anarquista de las bengalas (Barcelona, 2005), finalista del Premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de sus socios. Sus textos en prosa se han editado en El Norte de Castilla por decisión de Miguel Delibes. Ha publicado igualmente un libro de arte junto al pintor Lluís Ribas, Los colores del blanco (2008). Ha colaborado en las primeras revistas de España y América, como El Extramundi y los Papeles de Iria Flavia, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica o Casa de las Américas, y ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano, rumano, danés y portugués. Se han editado versiones de sus poemas en París (Passage d'encres, La voix du regard), Bruselas (Le Journal des Poètes), Roma (Pagine), Londres (The Review,International Pen), Dublín (Carte allineate), Porto (O Primeiro de Janeiro), Nueva York (Terra incognita). Se ha publicado una antología de su poesía en Francia, Le théologien dissident (2008).



EN EL ORDEN QUE PREFIERA

A veces empiezan bien mis sueños, y entonces
pueden llegar a ser playas de África
o improbable pasajes de avión hacia el deseo.
A veces empiezan bien mis sueños, a veces me recuerdan
lugares que no he visto y en los que fuimos tan felices,
lugares anónimos, antiguas cartas, aventuradas huidas
y si hay suerte pueden llegar a ser incluso
unas cuerdas vocales que afinan su voz
entre unas piernas.
Porque a veces empiezan bien mis sueños.
Pero otras se despistan, por lo común se cansan y así
suelen acabar teniendo el mismo rostro
que la casa Batlló, pues ociosos y torpes se recuestan
en demasiados bares, en demasiadas tardes,
estúpidamente llenos de Rambla Cataluña y Paseo de Gracia,
hasta batiendo palmas los benditos
mientras ni pueden evitar que de las gabardinas
del fracaso y del alcohol les crezcan
abatidos pájaros
que vagamente me recuerdan
a la hirsuta soledad
de la que no he conseguido salir nunca.

Quizá en esta tierra el hombre sólo puede amarse y detestarse,
amarse y detestarse, sucesivamente, en el orden que prefiera.
Pero esta materia da apenas para un cuento,
y además creo que ya Borges —un fastidio—
escribió mejor de todo esto.



EL MENDIGO

Al pie de una cuesta olvidada o llovida,
al pie de una ajena infancia acaso, detrás de la tierra
y muchísimos años después de que tuviera nombre todo
olvidado o llovido sólo pide en su entierro el mendigo
que en monedas le sean dadas las limosnas, pocas o muchas.
En monedas. De cobre o de espanto y, a veces, con el sonido
de los abrazos perdidos, en monedas siempre, en monedas raídas.

Pues si alguien se olvidó de los relojes
y otra noche aquí aún llega
se las pondrá en los ojos, para no ver,
una por una. Para no ver —noche vacía—,
para no ver o para recordar saberse
tan muerto como su sonido.


Historia verdadera

Bajé del sueño, del sol y el miedo.
Bajé y seguí bajando. No había nada.
Deseé volver. Pero en el descenso
había olvidado cómo a la infancia
del primer verso trepar de nuevo.
Y así (niños y niñas) me quedé solo,
de ninguna parte rey y en mi noche
por nadie abandonado. Y esta sola
historia verdadera es el poeta.


¿FÁBULA Y SIGNO?

Como jamás habíamos pensado que Dios podía ser tan pequeño
como para dudar de su propia existencia
nos sorprendió encontrarlo con los dientes desnudos
en las orillas del frío.

Dichosos por saber que lo teníamos dentro,
lo tendimos al sol, como si fuera una fiesta.




COMO TÚ BIEN DICES

Como las antes tan respetadas plañideras
han sido prohibidas en los días y en los cuadros
—pues cada vez se hizo más persistente el rumor
de que su oficio hacía cosquillas a los muertos—
quizá sí podría asegurarles que nunca como ahora
estuvo tan en suspenso el mundo. Y como acaso
también es verdad que ya hemos pasado todo
el miedo que nos dijeron
que tendríamos que pasar
y como puede que también sea cierto
que por las rendijas de una tarde
por fin llueva ya otro tiempo
como llueve un duelo o llueve un beso
tímidamente ahora se me ocurre
que tú y yo podríamos jugar
a parchís con el silencio
obligando a nuestro amor
a que hiciera de tablero.
Pero no. Es verdad: no estoy seguro,
no me atrevo. ¿Qué quieres? Como tú
bien dices, alguien puede
estar mirando.


CONFESIÓN ÚLTIMA

De entre la mentiras una de las que prefiero
es la luna. Antigua o perdida, ni los locos
la creen, y con sus torpes palabras pueden
fabricársele torpes vestiduras. Porque
el poeta —gata falsa— a veces no está
para cielos o pájaros es por los que os hago
una confesión última. De la noche
no hablo. Porque sin engaño o niño
cómo osar decirte
que la noche es mentira.



DETRÁS DEL CRISTAL

Pero se ve, pero se mira e, incluso,
aunque sólo sea sombra, se respira.
Lo sé al compás del silencio y con madre lluvia.
Lo sé y lo sé dormido. Detrás del cristal, de nuevo alcohol
los astillados ojos y siendo otro en un bar gris
o absurdo: ahora es otro nombre de nunca,
ahora te lo regalo, ahora es mentira,
acaso para mí ya no tú sino nadie abraza
y aunque ceniza es cada amor, cada palabra,
aún se ve o se mira, se ve, mira, se mira
y acaso mañana descubra similares castigos
en la infamia de una vida
que incansablemente
me atardece.



EL ANARQUISTA DE LAS BENGALAS

Yo soy el anarquista de las bengalas,
el anarquista único, el que permanece y pasa:
he tenido nombres en los que dormían las frutas
de los corazones raros. A todas horas trabajo,
y en especial cuando la gente afirma
que no hago nada. Sé lavarme el alma
sobre papel y nada, colocar bombas de relojería
en las ciudades que siento en las espaldas,
buscarle y con olvido las cosquillas a un amor
que prefiguro con distancia y a través de todo eso
seguir estando en todas partes habiéndome
marchado.
Porque yo soy
el anarquista de las bengalas. Cada vez
que enciendo una tu corazón
y mi corazón se apagan.


EL DÍA MENOS PENSADO

Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas
pero sí me has oído decir con insistencia
que el día menos pensado voy a procurar
olvidarme la inocencia y la ternura
sobre el mostrador de cualquier casa de empeño.
Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho.
Porque sabes que soy terco y mucho más
en lo que concierne a mis defectos.
Entre esos dos aún sigo viviendo.




EL TEÓLOGO DISIDENTE

No existe la muerte, no ha existido nunca.
Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,
en su mentira, no existe la muerte, no existe,
y si adivináis tras la luna el exacto rostro
de la ausencia, si con olvido miráis
la pupila oscura de la espera
entenderéis que no existe, que de verdad no existe
y que cómo iba a existir ella y qué nombre
hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.


ESCENA

Nosotros esperábamos jinetes, jinetes no sabíamos de quién,
jinetes quizá de nadie. Alguien tenía que enviar jinetes,
eso nos dijeron, por eso los esperábamos. En calmar llagas
con vendas de silencio
matábamos el tiempo. Así
esperábamos jinetes. Pero
ya no esperamos. Porque en esto
se nos fue la vida, pueden
reírse, en esta escena.
Todo
era un engaño.



EX-LIBRIS

No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta.
El papel sigue siendo el asesino —el asesino de ti—
y quizá es mejor que la sombra y que sus dagas
por antiguas voces descalzas vayan. Por antiguas voces,
muy lejos del número y sus cárceles, entre nieblas
olvidadas. Pero también pienso que con todo esto
tal vez puedas hacer algún día un cuadernillo;
que con todo esto —rojos, nieblas y niños
que se dicen adiós por las esquinas— quizá sí puedas
reunir unos ilegibles pedazos de diario
para con paciencia zurcirlos, tarde adentro,
hasta que torpemente formen un libro hecho de frío.
Y quizá sobre sus grises tapas de lluvia
puedas tú poner también mi nombre antiguo
y, justo debajo, las sabidas fechas
de mi nacimiento y muerte. Y entonces
mi nombre pequeño allí, mi nombre —pobre—
que no sé ya si da pena o si da risa
así grabado en unas tapas
ante las que puedas abrazar las evaporadas siluetas
de unos tristes fantasmas sentimentales que no soy
pero que los viejos papeles tercamente dicen que sí fui.



HIRIENTE Y ABSOLUTA

En la soledad hiriente y absoluta a la que no he conseguido
nunca darle nombres y entre
sus sábanas que tantas veces
recuerdo son del miedo hay
todavía una arrolladora, inexplicable, casi
vergonzosa ternura que creo
que me asalta los ojos y quizá
en ellos me devora. Pero me es difícil su sonido,
por profundo. Nació acaso en mi luz primera
y sé que estará también en mi noche última:
luz y noche, esos polos simples del rincón
estúpido que es mi vida, luz, noche y torsos
sin cuerpo y con ternura
que es quizá recuerdo
de la que por ella tuve y de la que por mí
quizá ella tuvo, este quedo alambre sobre el tono
de una roñosa canción de radio o a través
de los silencios que en los versos se respiran
luz y noche y la enfermedad extraña
que en mis ojos nacen telares sin sonido
y por la que jamás me bastó el mundo
y por la que siempre estuve
como suspenso en vida.



HISTORIA GRIEGA

Noche ni con más noche se consuela. Después
que un árbol arrancado probó a con sus
sombras congraciarse ofreciendo a las pequeñas,
diarias muertes caramelos exilio
de nadie se ha hecho el verso:
hasta el estúpido oficio de leerle al tiempo
las líneas crueles de su mano se ha perdido.



LA INDUSTRIA DEL CORAZÓN

¿Un hombre decente qué legión
de exilios no puede llegar
a ser capaz de padecer
sin salir jamás de casa?



LA CALIGRAFÍA DEL AMOR

La caligrafía del amor está hecha de mariposas y de sangre,
mientras se redondea una o masculla un lobo, en el palito de la «t» un tonto jazmín suspira,
y asimismo hay que decir que la caligrafía del amor se parece a la de la vida
porque es bastante más que extraña, que la caligrafía y el amor
son peores que la tristeza y que la lluvia, mucho peores, sí,
y que ningún destino es tan horrible y tan hermoso
como el de quienes se envían sueños de pechos y cinturas
aprisionados bajo sellos de diecisiete o sesenta y pico pesetas
—eso depende de la urgencia, también del sitio—
y que en los abortados celofanes del adiós y sus distancias
con gran terquedad fingen creer que para cosas como éstas
aún resulta mínimamente útil el correo.

Desde luego: la caligrafía del amor está hecha de mariposas y de sangre,
mientras se redondea una o sí que más de una vez masculla un lobo, etcétera.
Pero no me habléis de eso, de eso no me digáis nada, por favor,
nada de nada. Porque en tiempos como ése yo llegué a estar muerto
varias veces en un día, y por otra parte muy bien sé
que no existe mayor ruina
que la de saberse condenado al extrañísimo oficio
del ir sin ningún eco levantando
innumerables actas de cómo
tu propia vida te fracasa.



LO DIJO EL POLICÍA

Las memorias se venden bien, pero su precio oscila.
Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia,
columpios o lunas, algo que se llamó ideales
y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas.
Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos.
Y para poco gasto tenemos las de algunos que sólo cuentan
tiempos perdidos y que a los sumo fingen
llagas de sombra con rostros de tarde o de tortuga.
Nada es. Pero alcanza a cualquier bolsillo.
Yo ya siempre lo había dicho: las memorias
de los poetas castrados
nunca valdrán un duro.


MANIFIESTO INICIAL DEL HUMANISTA

La causa de las palabras, que para nada sirven,
o para vivir tan sólo, es una causa pequeña.
Pero si cada día sabes con mayor certeza
que no sólo repudias las coronas
sino que cada vez te dan más asco;
si en verdad no quieres hacer de tu ya arruinada inteligencia
una prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma
a cualquier hijastro del dinero o si, sencillamente,
poco necesitas y tan sólo te importa soportar
con dignidad la vida y sus tristezas
mejor será que asumas desde ahora
la inevitable condena de la soledad y del fracaso
y que como luminoso o ciego abandono de estrellas
a esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces,
que del todo lo hagas y que en tu habitación vacía
las palabras del fuego sean ceniza, que se asalten
y persigan, que tengan frío, en su noche
a solas, por decir tu nombre.


PARA SUPLIR UN ENVÍO

Pero si yo fuera aún más torpe
y un torpe poema te enviara
quizá sí conseguiría explicarte
por qué sólo creo en quien fracasa,
en el hombre pequeño que no sabe,
en el triste hombre que es el miedo
y también frío, en aquel que no halla
sino nada y que si su nombre dice —un sol barrido—
se ríe en su vacío. Y es que si yo fuera ún más torpe
y realizara un envío sí que te hablaría del que no odia
y del que teme y también del que cuando repasa
las inútiles sombras de su vida sabe
que la soledad es una mordaza única, que en ella
nunca fue mucho más que despedida y que a pesar
de haber olvidado las ventanas
a través de papeles y otros atentados diminutos
aún recobra y muerde el rostro
de aquel antiguo amor ridículo.



PARA UNA TEOLOGÍA DEL INSOMNIO

Minuciosamente sueño a Dios durante el día
para por la noche poder creer que me perdona.

Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido,
desencuaderno mis ojos huecos y de sobras sé
que no dormir es un rastro del infierno.


PÓSTUMO

De todos mis amigos
yo tuve la muerte más extraña:

con el alma dislocada
fui silencio por la página.



PRAGA

Yo nunca he estado en Praga, pero le sueño jardines,
escaparates llenos de temblorosos misterios y también
que los tranvías se alejan justo con la extraña forma
que cursi como soy siempre me ha hecho
llorar por los falsos recuerdos.
Si llega la noche populoso soy y la atravieso
o me pierdo en una fiesta y no entiendo
por qué estoy ante las ventanas
que se esconden en las anónimas piernas
preguntándome con insistencia cómo fue
que le crecieron a nuestro amor tantos nenúfares
y a la vez dándome por fin perfecta cuenta
de que la soledad siempre ha sido una flor seca
que alguien se dejó olvidada en un ojal.
Y es que aunque yo nunca he estado en Praga
le sueño —ya lo ves— jardindes, tranvías,
baile y despedida y cosas parecidas;
y sueño también que con tan frágil materia
un día hago un poema, que tú lo lees
y que con cualquier motivo me traes —sorpresa—
dos billetes de tren para el sitio
que me ha dado por llamar de esta manera
y que entonces yo tengo que aúnar
afecto y paciencia para decirte aquello
de no despertéis al amor con vuestros pasos,
aquello que no sé ahora quién lo ha escrito
pero sí que dice distinto según el ánimo o el día
y que quizá simplemente es —¿lo entiendes
ya, estúpida mía?— aquello mismo.


SÓLO UN NOMBRE PODRÍA LLEVAR LA DEDICATORIA

Supongo que por ser casi lo único que estaba abierto los domingos
en el acuario municipal que están estos días derribando
habíamos pasado no sé qué desmesurado número de tardes,
y recuerdo cómo sólo llegar nos dirigíamos
a saludar a tío Alfonso convertido en un besugo,
aquel besugo afable, exacto a él y que creíamos
que a la fuerza tenía ya que conocernos.

El tiempo del que hablo era entonces tan extraño
que aún no se habían inventado
esas modernas variantes de los parkings
que creo que se llaman guarderías, y si me esforzara
podría de mañanas y tardes trazar un prolija geografía
—la catedral y los paseos, la feria de belenes y de libros,
jardines cerca de las autopistas o autos de choque
o museos infinitos: calles, rosas y cuadros
probablemente más hermosos pero también
un poquitín más aburridos que el besugo—.
Pero no me interesa y entonces no me esfuerzo.
Porque más que eso son los pequeños y diarios infiernos
que salpican lo que se dice una vida de familia,
ese modo de estar siempre un cazador oculto y fiero en casa
y los insoportables ritos de la estupidez y de la histeria
de los que muy pronto tuve que aprender
a huir íntimamente, para seguir viviendo,
lo que siempre recuerdo y lo que me hace pensar siempre
que puede no haber modo más titánico de ganarse a pulso el cielo
ni oficio más gravoso que el buen oficio de ser madre
y pensar también que cuando pienso eso mejor es que me calle
sino quiero acabar enhebrando una con otra las cursilerías
y más que nada estar convencido de que si algún día consiguiera
cifrar en un cuadri, en media página o en cualquier otra
imposible forma del tiempo o de la música
alguna sombra de mi despedazada vida
sólo un nombre podría llevar la dedicatoria.


SOMBRA

Tras los llantos o el último gesto del sol
nada queda. Nada tras los llantos, los versos,
los retratos. Y una sombra dice que fue ella.
(Las sombras, ya se sabe, no quieren tener la culpa
de ser sombras y por eso buscan amantes, asesinas).
Una sombra dice que fue ella, sin cesar lo dice.
Al mismo sol, al papel mismo, a quien lo escuche.
Pero quizá no fue nadie y quizá fue nada.
Tras los llantos, versos y retratos quizá
fue sólo eso. Un nombre triste que se hizo pequeño.
Un nombre sin padres a quien extravió la vida.
Un nombre solo, no vaya a preocuparse nadie,
si fue la sombra de un nombre, la pobrecita,
la sombra de la nada aquella. Mas si nada fue,
y lugar no tuvo, dice que no quiere últimas patrias,
hechas con epitafios de yeso, la sombra ésta.
La sombra que en cada espejo con mi rostro aún veo,
la pobre y ésta que aborrece los epitafios y el yeso,
la que nada fue y la que nada pide. Nada.
Sólo nada. ¿No lo oís? Dejadla quieta.



ÚNICA EDAD

Porque alguien fue un instante hermoso
y de antiguos, nunca escritos libros rescató
palabras parecidas a piedad —o casi tan extrañas—
ante la impasibilidad estéril de los muros
como en un final cualquiera comprendimos
que la única edad del hombre es la que calla.



URBE

Me han dicho que por aquí vive un poeta
que a fuer de humano ha llegado a celestial, dije.
Y añadí: si cree que es broma, ahora viene lo bueno:
lo digo totalmente en serio. En antiguas hojas
crepitaba el silencio. Completé rompiéndolo:
nombre no tiene, porque vive
precisamente en su busca. ¡Ah, ese!,
contestó el mesonero. Dicen que se hizo unos andamios
con sonetos celestes, pero la verdad es que nadie
sabe bien dónde para. Probaré si hay suerte, dije.
Y así vi sujetos, telarañas trenzadas por ellos
con sus misterios y cómo entre todos reunían
la leña de los verbos para irse juntos
al fuego del Gran Verbo. Pero no. No
he podido verlo: está ya muy lejos,
y ha llegado a ciudad extraña, una ciudad
fundada por él o sus sueños y donde
yo me pierdo porque en ella las calles
trazan su cara. Algunos sí que tienen
buenas artes poéticas, pensé al saberlo,
y al pensarlo sentí al momento
que a mí me quedaban derrotadas
las noches, sus imbéciles desiertos.



VIDA SENTIMENTAL

Demasiados modos de interpretar la lluvia
ofrecen las películas; demasiados modos, demasiados ojos
y del todo excesiva esa facilidad como de postal ridícula
con que a medias entre copa y cigarrillo
los maquillados gestos de una imagen
sopesan, trituran, absorben y administran
distancia de muchacha; excesiva y también ridícula, eso,
más o menos eso es lo que me digo
cuando repaso el manual de adioses de mi vida
y desde él comprendo que es del todo cierto aquello
de que no suicidarme es algo que siempre me dio mucho trabajo,
que no suicidarme —ausencia, clínica y demás patéticos
retratos desbocados— en verdad ha sido para mí
la diaria gran tarea
y que por causa del afónico equipaje
que ha tenido a bien irme imponiendo el tiempo
a estas alturas ya sólo podría doctorarme
con una absurda colección de vaguedades que intentara hacer ver
a qué ruinosos extremos puede llevarnos la torpeza
si desde siempre ha dominado
la expresión de los afectos.


VUELTA

Crepusculaba amenazas y con fingidos jazmines
carne daba a miserias o batallas
por conseguir ponerse nombre
a través de papeles o misterios sepultados:
cinturas con livianas mordeduras de hambre,
martillos, rojos, clavados adioses y ojos
con demasiadas tortugas como para ser fotografiados:
crepusculaba, del cielo precisamente huérfano
nostalgias de sí o de nada
crepusculaba.








Santiago Montobbio.
Hasta el final camina el canto.
El Bardo. Barcelona, 2015.

Tras veinte años de silencio, Santiago Montobbio escribió en 2009 una asombrosa cantidad de poemas: cerca de mil textos acumulados compulsivamente como un poseído por la palabra y el ímpetu creativo, en un proceso de escritura febril que había empezado en primavera y se repitió en el verano y el otoño hasta casi completar ese millar de poemas del que este tercer volumen recoge una cuarta parte, la que se compuso entre el 31 de julio y el 17 de agosto. 

Publicados ya dos tomos bajo el título La poesía es un fondo de agua marina y Los soles por las noches esparcidos, esta tercera entrega -Hasta el final camina el canto-  recoge casi doscientos cincuenta textos de esa escritura torrencial y volcánica, unidos con los anteriores no sólo porque responden a un mismo momento creativo y a idéntico ímpetu, sino porque insisten en la exploración de temas y actitudes que Santiago Montobbio había mostrado en ellos.

Por ejemplo el equilibrio entre la mirada exterior y la interior, que se anuncia como resumen y obertura en los primeros versos del libro:

No hay casi biografía. Todo
sucede por dentro.

Y  a partir de ahí, una serie de líneas de fuerza que vertebran temáticamente el libro: la perplejidad de la mirada ante la irrupción del misterio, el destello de la revelación en el paisaje, la evocación del pasado y el constante discurrir de lo exterior a lo interior, de la reflexión personal al diálogo con los otros, de las playas y los pinares a la conciencia de la temporalidad o al sentido revelador del lenguaje y la reivindicación de la poesía como forma de consuelo y de conocimiento, como actitud interrogativa ante el mundo en textos como este:

¿ADÓNDE LLEGO? ¿ADÓNDE VUELO? 
¿Adónde soy? Adónde, a nada, 
a nadie, al todo hecho astillas 
en que canto y en que me vivo. 
Llego, vuelo y soy. Arribo, alcanzo. 
Hiero. Tiemblo. Y pueblo el mundo 
de adioses y miradas 
y enredaderas que trepan por la nada 
adonde me cifro y llego, en donde 
soy respiro y aliento íntimo 
de una herida última 
en la que la palabra germina. 
Su desierto me nombra y me calcina. 
Por él yo avanzo. Y mientras ando 
o canto me deshago. Así 
te llegan mis huesos, o así 
te los entrego. Un firmamento 
de misterios. 

Tiempo y verso como ejes que se anuncian desde el mismo título con el final y el canto. Lo resume así el poeta en su nota introductoria:

“Porque está el final con esta conciencia y de este modo, como ha de estar en la poesía: como horizonte y anhelo, como búsqueda infinita y que no termina y que por eso mismo hasta allí va y camina, hasta el final, la raíz o la fuente, que es también el fondo de agua marina que dice que es la poesía el primer libro y los soles por las noches esparcidos de los poemas el segundo, y tras ellos y para completarlos y continuarlos solo decir y añadir con ello una verdad: Hasta el final camina el canto.”

Así el canto de camino hasta los versos que cierran el libro:

No vuelven las sombras. Con los días y los poemas 
se van, y vienen otras. Son también sombras, 
pero otras. La música de las palabras 
las retrata, y se suceden como un río 
cuya agua es una soledad en la que canta.

Santos Domínguez









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