Fotografía de Alejandro Elías/Ediciones SM
Diana Briones
Nació en Buenos Aires en 1960. Desde entonces vive en Quilmes, una localidad del conurbano bonaerense, donde también trabaja. Es docente de EGB, maestra de música y autora de libros para docentes de Nivel Inicial y EGB.
Ha publicado:
• Con papel de chocolate, Editorial: AZ Editora, 2014
• Caligramas, publicado por editorial AZ, 2013.
• Mundo en miniatura, de Diana Briones y Nora Hilb, ilustraciones, Ed. AZ. Bs. As. 2009
• Casas y Cosas, de Diana Briones y Nora Hilb, ilustraciones, Ed. AZ. Bs. As. 2009
Diana Briones
Caligramas
Gata y espejo
Todas las tardecitas, mi
gata mira,
sentada en la ventana, a
su nueva amiga.
Pero ella no imagina que
hay un espejo,
ni sabe que esa gata... es
su reflejo.
Un pez cegado de luna
El cielo dibuja, enorme,
una luna bien redonda.
Tiembla en el mar su reflejo.
Tiritan frescas las olas.
Y un pez, cegado de luna,
del reflejo se enamora.
La mariposa
Revolotea,
inventa rulos.
Traza en el aire cien mil dibujos. Buscando
flores…
La mariposa: bella, liviana, de mil colores.
Un sueño
Sueño que sueño un sueño
dentro de un sueño.
Un sueño en el que, dormido, sigo despierto...
Cinco limericks con animales *1
Felipe es un gatito diminuto
que tiene fama de ser muy astuto.
Pero adiviná qué:
si come consomé,
se cae dentro del plato en un minuto.
II
Si ves acelerar a una tortuga
y por su gran velocidad aun más se arruga,
no corre una carrera,
ni un tortugo la espera:
de un cucharón de sopa ella se fuga.
III
No creas que no sufren los cangrejos
que por miedo los miren desde lejos.
A uno conocí
que apenitas lo vi
se me arrojó a los brazos como tejo.
IV
No supe hasta que tuve uno delante
lo seca que es la piel del elefante.
Así que ni dudé:
con paciencia le unté
dos toneladas de crema humectante.
V
Si un sapo te quiere robar un beso
y de tus encantos jura que está preso,
empezá a desconfiar.
Lo que quiere lograr
es convertirte en sapa y sólo eso.
*1 El dibujo es de Ximena Carreira
Sueño de gatos *2
El gato sueña. La gata sueña.
Él, que la mira.
Ella, que vuela.
El gato sueña. La gata sueña.
Él, que suspira.
Ella, que espera.
El gato sueña. La gata sueña.
Él, que la busca.
Ella, lo encuentra.
El gato sueña. La gata sueña.
Él, que la abraza.
Y ella... lo besa.
Sueño de gatos que no despiertan:
sólo dormidos
ellos se encuentran.
*2 Ilustrado por Pablo David Sánchez
Conversaciones acerca de "Casas y Cosas"
y "Mundo en miniatura"
Por Verónica Lichtmann y Mercedes Colombo
De nuestra última charla nos quedamos con ganas de más poesía y esta vez nos sentamos a leer y a charlar alrededor de dos libros de poesía para los más chiquitos, ellos son:
• Mundo en miniatura, de Diana Briones y ilustraciones de Nora Hilb, Ed. AZ. Bs. As. 2009
• Casas y Cosas, de Diana Briones y ilustraciones de Nora Hilb, Ed. AZ. Bs. As. 2009
V: Me parece que ambos libros traen una propuesta súper interesante de acercar la poesía a los más chiquitos, tanto desde el formato –el que sea en cartoné- que ya te marca que el destinatario es un nene más chiquitín, como desde la propuesta de la poesía y la ilustración. Me parece que es realmente un primer acercamiento a la poesía de lujo!
M: Sí, porque no hay una fuerza preponderante de la rima. No es que uno diga “Ah! Es poesía porque rima”. Hay un trabajo con lo poético sin que esté tan marcado el tema de la rima. Hay un juego con la rima, pero no se propone en primer lugar. Hay una propuesta de juego con la palabra…
V: Si, yo creo que es muy original como primer acercamiento a la poesía. En general el primer acercamiento a la poesía uno tiende a asociarlo a una rima híper sencilla y a una poesía narrativa, donde claramente se cuenta una historia. Acá te pintan mundos. Son claramente entradas a mundos: a un mundo en miniatura y al mundo de las casas de animales y de las cosas. La poesía no aparece desde el contar una historia en forma de rima, si no que aparece desde un nivel de evocar sentimientos, de evocar mundos posibles, de evocar otras miradas mucho más que desde contar una historia rimada.
M: Es muy interesante esto que decís. Por ejemplo, en Mundo en Miniatura (a partir de ahora: MM) se recorre un camino de la parte al todo, se va construyendo un escenario. Mientras lo leía me hacía acordar a las secuencias de la serie Gastón Ratón y Gastoncito de Nora Hilb; esto de ir mirando algo que después se transforma en otro objeto. Este juego, como decís vos, que no es la entrada a la poesía típica, si no que es una propuesta más desafiante también desde la ilustración, en MM construyendo un mundo y en Casas y Cosas (a partir de ahora: CC) más desde la pregunta aislada, desde la imaginación y el pensamiento, desde las preguntas que un chico se puede hacer sobre las cosas.
V: A mí me hizo acordar a las preguntas de Neruda. Y es esto, todo el libro de CC son preguntas.
M: Y no hay respuestas.
V: No. Sin respuestas. Y el dibujo desde ahí es un desafío a la ilustración, porque ¿cómo hacer para no dar la respuesta desde la ilustración pero a la vez ilustrar esa poesía?
M: Sí. Ilustrar la pregunta que está en la imaginación del chico. Y es interesante cómo lo resuelven. Cada grupo de preguntas ocupa una doble página. Por un lado, en una de las páginas está el chico que se pregunta y en la otra está la imagen de lo que él o ella se está preguntando.
V: Sí. En la página de la izquierda está el mundo real del chico y el chico que se hace la pregunta y en la página derecha está ilustrado el mundo por el cual se pregunta.
M: Y hay elecciones desde la ilustración y la edición que apoyan esta construcción de dos mundos: la elección de diferentes trazos y grosores en las líneas de una y otra página, también la elección de diferentes colores para el fondo de una y otra y la decisión de situar las preguntas en la página de la derecha, en el mundo real del chico.
V: Sí, y que en la página de donde aparece el mundo por el cuál se pregunta los dibujos no están terminados, está el lápiz –pareciera de la ilustradora- completando la ilustración, está por completar el dibujo. Claramente es un mundo que está creándose, un mundo en creación. Que el chico puede seguir creándolo a través de seguir buscando respuestas a las preguntas o pensando en nuevas preguntas.
M: Sí. La ilustración en este sentido en ambos libros es muy interesante, porque en MM también el lector está construyendo constantemente. Uno se pregunta, cuando empezás a mirar… hay cosas que están por la mitad: un medio círculo constante, parte de un círculo, parte de un caracol, parte de una abeja, unas antenas….
V: Sí, siempre está el círculo y hay una intención de que se vea que es un círculo porque el resto de la página está en blanco. Entonces viene el ¿por qué?, ¿qué será ese círculo? Y a la vez es lo que le da unidad a una página con la otra. Porque desde el texto en sí, cada verso es diferente. Uno es
Gotas de rocío
Brillan como perlas;
Una hormiga corta
Hojitas de menta.
Y después pasás a
Caracoles grises
Por la hiedra trepan.
Una araña teje
Su encaje de seda.
Cada estrofa te mete en otro mundo.
M: Sí y eso es interesante para los más chiquitos. En cada doble página es un lugar donde uno puede reposar y quedarse. No es que necesitás el verso/página anterior o posterior para disfrutar y comprender cada verso en MM y cada pregunta en CC. Uno se puede detener y leer una doble página y ese puede ser un momento de poesía en sí, un momento que empieza y cierra en sí mismo.
V: Así es!. Cada doble página es un mundo en sí mismo y además hay un hilo que atraviesa y da unidad a todo el libro. Entonces se lo puede ver como un conjunto o se lo puede ver a cada doble página como un poema en sí mismo.
M: Y las últimas dobles páginas retoman todo y hacen como un cierre totalizador.
V: Sí, en los dos libros se da esa misma estructura.
M: En la ilustración y en la poesía. Los poemas que aparecen en la última página cortan con la estructura que se venía repitiendo en cada página. En MM cada verso se centraba en algún animal y lo que estaba haciendo y el verso final aparece como integrador de todas esas cosas distintas que fueron siendo nombradas:
¡Parece mentira
(me dice mi abuela)
todo lo que viste
con tu lupa nueva!
V: Y es la primer página que está ilustrada completamente, porque en las otras era la ilustración solo de lo que se veía con la lupa. Entonces recién en esta se integra la lupa a toda la ilustración y le da sentido a lo anterior y uno empieza a entender por qué la ilustración era un círculo.
M: Y en esta última página de MM uno reconoce todos los lugares donde el chico fue mirando con la lupa. Entonces todas las páginas anteriores las reconocés acá.
V: Exacto! Si uno pone una lupa en la ilustración de la última página puede ver las distintas ilustraciones anteriores.
M: Y en la última doble página de CC todos los chicos que se fueron haciendo las distintas preguntas están reunidos en la misma página y están mirando el mismo libro CC en su totalidad.
V: Y tienen como CASA ese mismo libro que están mirando y que nosotros estamos leyendo.
M: Si! Fascinante! Es decir que la propuesta desde la ilustración y desde el poema, cómo va construyendo de forma sistemática en cada página y en la última página se integra todo es muy interesante y es algo que une a los dos libros.
V: Tienen la misma estructura.
M: Y me gustó cómo en CC es va subiendo en grados de abstracción en las preguntas.
V: Sí, las preguntas sobre las casas de otros parece que surgen de la actividad que hace el chico que se pregunta: mientras se baña se pregunta por cómo vivirá una ballena, mientras anda en triciclo se pregunta por cómo será la casa de una tortuga y después apuesta un poco más y se deja a los animales y mientras la chica escribe se pregunta por cómo será la casa de un cartero para terminar en
¿Cómo será la casa
de estas palabras?
¿Cantarán desde un libro,
cuando lo abras? (…)
Como que cada vez se va a mundos más abstractos.
M: Sí, pasamos de los animales, al marciano, a las personas, para terminar en el mundo de las palabras. La propuesta de pasar al mundo de las palabras, me parece que es bellísima.
V: Sí, el final muy lindo.
M: Y las ilustraciones y los colores que utiliza Nora Hilb son increíbles.
Y también es interesante la elección de mostrar de cuerpo entero sólo a los chicos en la última doble página de MM y que al adulto no se lo vea entero, se lo ve de la cintura para abajo, como que es el mundo de los chicos.
V: ¡Es un mundo en miniatura!
¡Y no se pierdan observar en ese Mundo en Miniatura cómo unos animalitos marcan el paso del tiempo! ¡Si lo descubren nos escriben y lo compartimos con los demás!
El tiempo vuela
(Fragmento)
por Diana Briones
Me corrió un escalofrío por la espalda, como me pasa con algunas películas de terror, y bajé para encender la tele y ver la hora en alguno de los canales.
Puse directamente Noticias TV porque a veces mi papá me pide que me fije la hora ahí para poner en hora su reloj de pulsera, que siempre atrasa. Me quedé con la boca abierta cuando, después de pasar por Noticias y por todos los otros canales de noticias, por los de deportes, por los de dibujitos, por los aburridísimos canales llenos de mujeres cosiendo o cocinando, en la pantalla no había más que lluvia, rayas y ese ruido yyyyyyy, en todos todos los canales. El ruido me enloquecía, así que bajé el volumen del todo y decidí dejar la tele encendida para ir viendo qué pasaba. "Tal vez se cortó el cable", pensé, algo aliviado. Me fui corriendo al fondo, ya que vivo en una esquina y el cable viene de un palo que está a la vuelta de mi casa. Abrí la puerta esperando, como siempre, tener que atajar a Crash, nuestro perro. Crash me recibe siempre en el fondo saltándome al pecho con tanta alegría, que más de una vez me tiró al piso y ahí nomás se dedicó a lamerme la cara con esa lengua húmeda, blanda y tibiecita que me gusta pero me da un poquito de asco. Pero no: abrí la puerta del fondo y nada, ni noticias de Crash. Lo busqué en el vivero... bah, los restos del vivero que una vez mi mamá había hecho y que después quedó como cucha para el perro; inspeccioné entre los álamos y el roble pellín del fondo, y también bajo las largas ramas de los abedules, detrás de la parrilla de mi papá, debajo del auto… Y nada. Ahí sí me preocupé. Nada de lo que pasaba me asustó tanto como la ausencia de mi perro, ya que no había forma de que saliera de la casa. El portón de madera que da a la calle lateral está siempre cerrado y no se abre más que para sacar las bicis nuestras o el auto, que estaba en su lugar. ¡El auto! Pero si estaba el auto, ¿cómo se habían ido a lo de la dentista? Es cierto que el pueblo no es tan grande y se puede ir caminando a cualquier lugar, pero papá no es precisamente alguien a quien le guste caminar. Y ni hablar de Andrés, que cuando hay que caminar mucho se pone caprichoso y pretende que tomemos un taxi o un remís hasta para ir a cinco cuadras. Y encima el hospital está a más de quince.
Cuando entré en casa de nuevo, ya ni me acordaba del cable, hasta que vi la pantalla del televisor. Seguía igual: lluvia, rayitas y nada más.
Asustado, desanimado y sin saber qué hacer, me desplomé en el sofá en donde siempre me siento a mirar tele y casi me pongo a llorar; entonces el sonido del teléfono me sobresaltó. ¡Por fin! Salté del sofá y atendí esperando escuchar la voz tranquilizadora de mi papá diciéndome que no me preocupara, que ya estaba volviendo, que lo perdonara por no haberme llamado antes, etcétera, etcétera. Me sorprendió un horrible silencio del otro lado de la línea, contestando a mis "¡Hola!, ¿¡Papá!?", repetidos y repetidos hasta quedarme afónico, mientras sollozaba sentado en el piso y me iba acurrucando contra la pared con el teléfono pegado a la oreja.
*
Me quedé dormido. Siempre que lloro mucho me quedo dormido, aunque casi siempre lo hago en la cama y no en el piso, así que cuando desperté me dolía todo. Me costó un ratito entender qué estaba haciendo yo ahí, acostado sobre los mosaicos y aferrado al teléfono. Algo me molestaba en el bolsillo del pantalón y al sacarlo fue que me acordé de lo que estaba pasando: era el reloj. El maldito reloj que ojalá nunca hubiera encontrado y que seguía marcando las ocho y media, y seguía haciendo tic tac, tic tac sin importarle mi cara de pánico ni el nuevo golpe que recibió cuando lo tiré contra el piso sin pensar. Salí corriendo como loco, a la calle. Mi primer impulso fue ir a buscar a Tuti, mi amigo.
Tuti vive a dos cuadras, así que llegaría enseguida a su casa, sin necesidad de sacar la bici. La mamá de Tuti es muy buena, se llama Julia, me quiere un montón y me cuida casi como me cuidaba mi mamá. Además, la quiero porque fue mi maestra de tercero y me tuvo muchísima paciencia cuando mamá murió, me mimaba y me entendía cuando yo le contaba las cosas que nadie me creía, y también cuando no podía quedarme quieto ni un momento. O me dejaba tranquilo cuando se me daba por llorar solo en el baño de la escuela y me quedaba ahí sin salir casi ni para los recreos.
Bueno, entonces corrí a lo de Tuti, y cuando lo llamé gritando como hacía siempre, ni siquiera me di cuenta de que su perro no había ladrado. Entonces, como estaba cerrada la puerta del frente, pegué la vuelta (él también vive en una esquina; el nuestro es un barrio en que todas las casas son casi exactamente iguales) y espié entre las maderas del portón, pero no había nadie. Recién ahí me avivé de que Traful no estaba. Traful es un gran danés enorme, negro e impresionante, que parece un pony. Cuando éramos chicos lo montábamos y él se dejaba conducir por todo el fondo con una soguita que le había puesto el papá de Tuti. Por suerte lo tienen muy bien educado; me imagino si saludara como Crash: me aplastaría y me empaparía con su saliva. ¡Puaj, eso sí que me daría asco!
La cosa es que en lo de Tuti tampoco había nadie. O no me escuchaban. Así que decidí saltar el portón y revisar, a lo mejor estaban en el galpón del fondo. A Julia le encantan las plantas y pasa muchas horas armando macetas, cambiándoles la tierra y probando gajitos a ver si prenden, y Tuti se queda con ella ayudándola o jugando cerca.
Después de buscar en el galpón, de entrar en la casa por la puerta de atrás, buscar en todas las habitaciones y asegurarme de que no se hubieran escondido en el ropero para hacerme una broma como suelen hacer a veces, me tuve que convencer de que no estaban. Así que me fui caminando despacito para casa, esperando que al llegar todo estuviera como debía estar.
Por supuesto, nada de eso pasó. En casa todo seguía mal: el teléfono descolgado, la tele encendida y con las rayitas, un silencio que metía miedo y la puerta de calle abierta tal cual yo la había dejado. De repente, me entró como un pánico incontenible que me hizo salir a la calle de nuevo: acababa de darme cuenta de que no me había cruzado con ninguna persona, ni a la ida ni a la vuelta de lo de Tuti. Nadie; ni hombre, ni mujer, ni chico, ni siquiera un perro o un gato. Y en mi barrio siempre anda alguna mascota deambulando: está el perro lanudo y sucio de mi vecino de enfrente, que duerme en la puerta de su casa llueva o truene; también anda la gata gris mimosa y maulladora que me viene a saludar por la ventana del living cuando miro tele tirado en el sillón. O las gatitas gemelas de mi vecino de al lado: son siamesas y les ponen un moño rojo en el cuello, y maúllan casi siempre a coro. Pero nada. Ni siquiera un gorrión.
Me senté en la parecita de mi casa a pensar. Después de todo, siempre me dicen que soy un chico inteligente, y esta era una buena ocasión para poner a prueba mi supuesta capacidad. Pensé, pensé, pensé y pensé, y lo único que se me ocurrió fue que estaba soñando. Entonces, sin volver a pensarlo dos veces, hice lo que vi hacer un montón de veces en la tele: me pellizqué para despertarme.
*
La verdad es que no se me ocurrió ninguna otra idea, así que después de masajearme el brazo pellizcado como me hacía mi mamá cuando yo me caía o me golpeaba, no supe qué más hacer. Me sentía desconcertado, confundido, asustado y hambriento… Podía entrar, buscar algo para comer en casa y sentarme a almorzar. Después de todo, ya debían ser más de las doce. Miré para adentro y se me estrujó el estómago, no sé si de miedo o de hambre. No, no podía entrar, no me atrevía. Así que decidí caminar. Iría a la casa de mi tía Laura, en el barrio al pie del cerro, apenas a ocho o nueve cuadras de casa. Ella me daría de comer y seguramente me explicaría qué estaba pasando.
Caminé rápido pero observando cuidadosamente todo, en busca de alguien conocido. Toqué el timbre o golpeé en todas las casas desde que salí de la mía. Nadie salió de ninguna.
En una esquina me trepé al cerezo que estaba cargado de frutas y me comí unas cuantas de las que estaban bien maduras, como hago siempre, y esperando que la dueña del árbol me gritara como de costumbre: "¡Bajate, Joaquín, o le digo a tu papá!"; pero nada. Nadie me retó, ni me habló, ni apareció ahí ni en todo el trayecto hacia la casa de mi tía. Ni siquiera cuando entré en el quiosco…
Camino a la casa de tía Laura hay un quiosco. Cuando pasé por delante, una fantasía me cruzó por la cabeza como una flecha: ¿y si ahí tampoco había nadie? La idea me pareció brillante y entré pateando un bollito de papel que había en la puerta, con las manos en los bolsillos como si nada, saludando como siempre lo hacía, pero esta vez en voz bien alta como para que me escucharan desde adentro de la casa, si es que había alguien (aunque esta vez, en realidad, deseaba fervientemente que no hubiera nadie).
—¡Hola, doña Enrica! ¿Me da un naranjú?
Silencio.
—¡Hola, doña Enrica! doña Enricaaa… ¿hay alguien? ¡¡Hola!!
Ni una voz me respondió. Solo se oía el ronroneo del motor del freezer en el que doña Enrica guardaba los naranjú y los… ¡helados! Los helados, sí, los helados ahí, solitos, sin su fiel guardiana cuidándolos celosamente de los chicos entrometidos, que se quieren servir ellos solos abriendo la tapa transparente que deja ver palitos de agua y de crema, tentadores vasitos, cucuruchos enormes, bombones helados riquísimos, mmmm. No me pude resistir, no lo pensé ni un segundo más: abrí la puerta corrediza y saqué uno, el que estaba más a mano, que abrí y me comí enseguida, apurado, todavía pensando ingenuamente que alguien podría verme y retarme. Mientras lo estaba terminando empecé a sacar más y más helados y a guardarlos en los bolsillos de mi pantalón, sin poder creer todavía lo que estaba pasando. Cuando se me helaron las piernas, descubrí que no era muy inteligente llevarse helados, y los volví a colocar dentro del freezer, antes de que se derritieran. Pero adentro me esperaba todo un quiosco, lleno de esas golosinas que siempre quise comer con las dos manos, sin pensar en el dolor de panza, en las caries o en el bolsillo de papá que casi siempre está vacío. ¡Todo para mí! ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Pero todavía estaba a tiempo. Elegí varios chocolates, unas cuantas barras de cereal, chupetines de distintas formas y sabores, caramelos de todos los colores y marcas, dos o tres helados, chicles, confites y algunas otras cosas de las que ya no me acuerdo, las puse en un par de canastitas de las que doña Enrica nos da para que elijamos y carguemos los caramelos que ella después nos cobra, y me senté cómodamente en el cordón de la vereda, a la sombra del fresno inmenso, porque era pleno mediodía y estaba haciendo muchísimo calor. Despacito y con paciencia saqué uno por uno todos los envoltorios, para poder cumplir mi sueño de comer sin control, con las dos manos, eligiendo las golosinas sin ningún orden, de puro glotón. Llegué a comerme apenas algo más de la mitad de lo que había cargado, y ya no podía más. Me daba bronca tener tanto y no tener más ganas así que me propuse comer por lo menos un ejemplar más de cada cosa de las que tenía allí. Estaba muy entretenido y no prestaba atención a nada, pero estoy seguro de que nadie pasó, ni persona ni animal. De golpe, empecé a sentirme mal, descompuesto, y empezó a dolerme la panza con unos retortijones furiosos que me hicieron lagrimear. Necesitaba un baño y mi casa estaba muy lejos. No me quedaba otro remedio que entrar en la casa de doña Enrica.
Despacio, un poco por miedo y otro por el dolor de panza que iba y venía, entré por la puertita del fondo del pequeño negocio, que daba a una cocina (ahí me expliqué el olor a milanesa, a tortas fritas, a sopa que siempre hay en el quiosco), a la que me asomé temeroso. Tenía que encontrar el baño urgente. Corrí a abrir todas las puertas que daban a la cocina, hasta que encontré lo que buscaba. Cuando estaba saliendo, me di cuenta de que al entrar ni siquiera había cerrado la puerta. Me sentía observado, como si alguien (o algo) estuviera espiándome. De golpe me invadió un terror que me hizo salir corriendo, llevándome por delante una silla, la mesa, una jaula con un pájaro raro de color anaranjado, que aprovechó para escaparse cuando su cárcel se cayó y se abrió, una maceta que estaba en una mesita baja y alguna otra cosa que no pude registrar por la velocidad de mi huida.
En dos segundos estaba afuera, agitado pero más tranquilo. En la vereda se amontonaban los papelitos de las golosinas que acababa de comer, como pruebas irrefutables de mi vergonzoso acto. Sí, me sentía culpable porque, aunque no había nadie, era como robar. Inmediatamente junté todos los papeles y los tiré en el tacho que doña Enrica siempre tiene en la puerta del quiosco. Sintiendo todavía que alguien me espiaba, decidí retomar el rumbo hacia lo de mi tía Laura. Estaba impaciente por llegar. Cuando doblé la esquina, el pájaro volaba por encima de mi cabeza y se dirigía graznando hacia los cerros. Al ratito se convirtió en un brillante puntito naranja y después desapareció. De repente entendí: ese pájaro era el único ser vivo que veía desde que me había levantado esa mañana.
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