PABLO ROMERO
Pablo Romero (Prov. de Tucumán, Argentina, 1999) es un joven poeta –si cabe esta denominación– con una calidad y solidez deslumbrantes. Con sus dieciséis años, su voz poética se levanta por encima de las nuevas promociones, siendo la voz más interesante de la nueva poesía argentina.
Autor de Días de Babel (Stillnes & Blood Press, México, 2015; reedición Editorial Buena Vista, Córdoba, 2016) e Introducción al fuego (inédito). En 2014 dirigió la revista digital por qué tiemblan (http://porquetiemblan.blogspot.com.ar) y lleva a cabo el proyecto Poesía F5 o la arquitectura del cómo (http://poesiaf5.blogspot.com.ar). Compiló junto a Rosa Berbel, la antología Orillas –una muestra de poesía joven argentino-española–.
Sus poemas aparecen en numerosas revistas digitales e impresas, de Argentina y del exterior y lleva adelante su propio blog llamado Retrato incendiario, http://retratoincendiario.blogspot.com.ar/p/sobre-mi.html
Estaba al borde. Lo juro. Casi imperceptible,
atento a la ruina como a punto de darse muerte
como sabiendo el lugar exacto dónde hacer fuga.
Estaba al borde.
Tuve un amor alguna vez. Era como vivir de la sed,
darse contra el mar hasta romper el cuerpo.
Pero no era mi cuerpo lo que se fragmentaba
en la caída,
no esta vez. El vaso caía por el peso de su nombre,
dije vidrio y no necesité más para cortarme.
La poesía hace estas cosas.
APARTADO SOBRE LA ATROCIDAD
a Lucas
El niño dice tiempo y le sangra la boca
grita como queriendo arrancar de golpe
el gesto muerto de un dolor
demasiado inútil
la columna torcida de sostener
el peso de otros años
unas manos donde nadie espera
para la terrible ceremonia de mirarlo caer
no debería el miedo caminar descalzo
un paso y otro a la intemperie,
descenso transversal al agujero de los días.
el niño dice tiempo y le sangra la boca
un romperse contra toda luna
contra toda intensidad
QUE EL ÚLTIMO APAGUE LA LUZ
Oh, ser un capitán de quince años
Pere Gimferrer
Sin fuerzas de pertenecer un poco al mundo
cuando es la vida me dejo caer:
acá empieza mi nombre y termina mi sombra
hallarse de pronto con el cuerpo tendido
tu nombre en el lugar de la conciencia
contar uno a uno los años en el pecho,
de golpe, sin pedir permiso a la muerte.
Esto es la clemencia. Escribo porque
me ahogo y ya no sé quién soy
porque soy el mismo, todavía.
¿Qué se sentirá escribir una victoria,
tener las manos llenas?
Digamos que me voy.
Este es el exilio que hace de mi cuerpo
una luz enorme donde enceguecer la vida
una tumba azul para velar
lo que fue arrancado, a tientas,
de la tierra
(De Los días de Babel, Stillness & Blood Press. México 2015)
Poema
Escribir es deplorable, Cuerpo.
Pretendemos encontrar haciendo pérdida.
Inútiles. Adoramos la poesía porque no es.
Nos odiamos porque somos. Escribir
es un parto porque siempre hay un hijo
y siempre uno es padre aunque nunca se sabe:
querido hijo dos puntos. Acá tienes el mundo.
Es la hiedra que calo entre tus huesos.
Niño y luna
«Había un lugar hermoso porque era mío».
CRISTINA RIVERA GARZA
Están sentados. Uno al lado del otro, corazón adentro.
El amor arde porque está vivo y el cuerpo es el martirio
de un cáncer insufrible, precioso. No hay fuerza para mí
en las palabras incapaces de condenarnos
a la pérdida o al olvido.
Están sentados.
El niño dirá una palabra para temblar la noche: su nombre.
Va a escribirlo en una piedra.
Con el tiempo a eso va a llamarle perdurar, sin percatarse
de que todo se borra, incluso este recuerdo.
Sin entender que crecemos
en la medida en que aprendemos a no morir
y que ninguna palabra basta para plantarnos de cuajo
en la memoria.
Un día están sentados.
Al siguiente nunca más.
LA MEMORIA
Alcanzo a atrapar fragmentos de la historia que tu cuerpo va dejándome,
intermitencias feroces como piedras. Cuando el viento es bueno las palabras
se escriben solas. Cuando el viento es bueno sabe arrancarte: desconocimiento
después, no saber dónde se está, cómo colocar las manos.
De repente estamos lejos y camino es una palabra que no sé transitar,
hay que arrancarse los ojos para ver aquello que el filo esconde
detrás de las cosas.
Y sin embargo escribe como si la escritura pudiera devolverte a ese lugar.
Como si arrancar bastara.
Niño y dialectica
a Claudia Masin
Me arranco vivo en el gesto de permanecer. Yo quedé pensando
que quedarse no es persistir, que la historia de la casa comienza
cuando se vacía, que el primer recuerdo es siempre después.
No escribo esto como quien se va sino como quien nunca supo irse.
Como quien descubre, por las malas, que la belleza lastima
casi tanto como la sed.
¿Construir una casa nos hubiera salvado de nosotros? Ni vos ni yo
quisimos nunca una casa pero la escribimos, escribimos
hasta hacer una casa el llanto y hasta pareciera que correr la herida basta
para no morir demasiado.
Los niños sentimos cuando llega el olvido. Sabemos el momento exacto
en que la niebla comienza a partirnos. Esto es también la inocencia,
decir la palabra incorrecta en el momento adecuado:
el niño murió de escribir el fuego que lo hizo trizas.
La luz recuerda el dolor que ocupamos.
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