Manuel José de Lavardén
Manuel José de Lavardén (Buenos Aires, 1754 – Colonia del Sacramento, 1809), abogado, docente, dramaturgo y periodista rioplatense, destacado precursor de la Revolución de Mayo.
Su padre, Juan Manuel de Lavardén, era un abogado nacido en Charcas, jurisconsulto asesor de los virreyes Pedro de Ceballos y Juan José de Vértiz, además de ser uno de los responsables de la expulsión de los jesuitas.
Manuel José cursó estudios de leyes en las Universidades de Chuquisaca, Granada, Toledo y Alacalá de Henares. Sin embargo, nunca se recibió de doctor en leyes.
Regresó a Buenos Aires en 1778 y dictó cátedra de filosofía en el Real Colegio de San Carlos, donde era rector el canónigo Juan Baltasar Maciel, que lo admiraba como erudito, poeta y pensador. Fue miembro del Cabildo de Buenos Aires y de la Junta de Temporalidades, organización encargada de administrar los bienes de los expulsados jesuitas.
Su primer escrito notable fue una Sátira que ridiculizaba a los poetas limeños, en respuesta a uno de ellos, que había atacado a Buenos Aires. Pero lo consagró una tragedia en verso de 1786, Siripo, la primera obra de teatro no religiosa escrita en la actual Argentina, que cuenta la destrucción del fuerte Sancti Spíritu y la vida de la legendaria Lucía Miranda. La mayor parte de la obra se perdió más tarde, y sólo se conserva el segundo acto.
Ese mismo año se asoció a un capitalista para la administración de una estancia en la Banda Oriental, cerca de Colonia. Tras varios años en que intentó mejorar la ganadería de la zona, incluso traer ovejas merinas de España, se independizó de su socio y estableció un saladero. Un juicio por un sueldo atrasado lo llevó a la cárcel; se instaló nuevamente en Buenos Aires, donde se dedicó a trabajar como abogado y a escribir.
En 1792 anunció la presentación de otras dos obras, de contenido más clásico y europeo, pero el incendio del Teatro de la Ranchería impidió su representación y destruyó los originales. Por esa época escribió un poema, La Inclusa, que fue censurado por la Iglesia.
Su obra más conocida fue la Oda al Paraná, publicada en el primer número del Telégrafo Mercantil, periódico fundado por Francisco Cabello y Mesa en 1801, a instancias de Manuel Belgrano, y que fue el primer periódico de Buenos Aires. Era una composición netamente neoclásica.
Participó también de la fundación de una Sociedad Patriótica, que tenía por fin el estudio de las ciencias y su difusión entre los porteños ilustres de la época, además del sostenimiento ideológico y económico del Telégrafo Mercantil. Si bien la Sociedad murió poco después de fundada, continuó colaborando con el periódico; pero no como poeta, sino como periodista y divulgador de las ciencias y de conocimientos mercantiles y navales.
Durante la primera de las invasiones inglesas se unió al ejército que había reunido Santiago de Liniers en Montevideo como auditor de guerra. Se adelantó al desembarco de éste en Buenos Aires unos días, de modo que coordinó el ejército que venía de la Banda Oriental con los cuerpos de caballería de Cornelio Zelaya y Juan Martín de Pueyrredón. Tras la Reconquista, secundó en el Cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 la gestión de Martín de Álzaga y Joaquín Campana en favor de la suspensión del virrey Rafael de Sobremonte.
No hay constancia de lo que haya hecho durante la segunda invasión. Tras la victoria, asesoró literariamente al nuevo poeta favorito de Buenos Aires, Vicente López y Planes, y prácticamente le dejó el lugar de privilegio que tenía en el gusto popular. No volvió a escribir, e intentó seguir con el saladero de Colonia; el mismo que más tarde pasaría a manos de Guillermo Brown.
Tuvo serios problemas económicos en sus campos orientales, tal vez derivados de las invasiones inglesas, y se sabe muy poco de su último lustro de vida. Posiblemente sufrió un infarto a fines de 1808, que lo alejó de la vida social.[cita requerida] De modo que se instaló definitivamente en Colonia. Allí falleció en noviembre de 1809, unos meses antes de la Revolución de Mayo, que en cierto sentido, al menos el cultural, había anticipado.
Oda al Paraná
Manuel José de Lavardén (1754-1809)
Oda al Paraná
Augusto Paraná, sagrado río
primogénito ilustre del océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco,
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano;
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron, asustado,
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro,
De ondas de plata siempre rebosando;
Si las sencillas ninfas argentinas
Contigo temerosas profugaron
Y el peine de carey allí escondieron
Con que pulsan y sacan sones blandos
En liras de cristal, de cuerdas de oro,
Que os envidian las Deas del Parnaso;
Desciende ya dejando la corona
De juncos retorcidos, y dejando
La banda de silvestre camalote,
Pues que ya el ardimento provocado
Del heroico español, cambiando el oro
Por el bronce marcial, te allana el paso,
Y para el arduo, intrépido combate,
Carlos presta el valor, Jove los rayos.
Cerquen tu augusta frente alegres lirios
Y coronen la popa de tu carro,
Las ninfas te acompañen adornadas
De guirnaldas, de aroma y amaranto,
Y altos himnos entonen, con que avisen
Tu tránsito los Dioses tributarios.
El Paraguay, el Uruguay lo sepan,
Y se apresuren próvidos y urbanos
A salirte al camino, y a porfía,
Te paren en distancia los caballos
Que del mar Patagónico trajeron;
Los que ya zambullendo, ya nadando,
Ostentan su vigor, que mientras llegan
Lindos Zéfiros tengan enfrenados.
Baja con majestad, reconociendo
De tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
Dando socorro a sedientos campos
den idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
Deudor no se confiese. Tú las sales
Derrites y tú eleva los extractos
De fecundos aceites; tú introduces
El humor nutritivo, y suavizando
El árido terrón, haces que admita
De calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
Que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
Sirviendo de clarín, venga anunciando
Tu llegada feliz. Acá tu hijos,
Hijos en que te gozas, y que a cargo
Pusiste de unos hijos tutelares
Que por divisa la bondad tomaron,
Zéfiros halagüeños por honrarte,
Bullen y te preparan sin descanso
Perfumados altares, en que brilla
La industria popular, triunfales arcos
En que las artes liberales lucen,
Y enjambre vistosísimo de naos,
De incorruptible leño, que es don tuyo,
Con banderolas de colores varios
Aguardándote está. Tú con pala
De plata, las arenas dispersando
Su curso facilita. La gran corte
En grande gala espera. <ya lo sabios,
De tu dichoso arribo se prometen
Muchos conocimientos más exactos
De la admirable historia de tus reinos,
Y los laureados jóvenes, con cantos
Dulcísimos de pura poesía
Que tus melífluas ninfas enseñaron
Aspiran a grabar tu excelso nombre,
Para siempre, del Pindo en los peñascos,
Donde hoy más se cantan tus virtudes
Y no las iras del furioso Janto.
Ven sacro río, para dar impulso
Al inspirador ardor; bajo tu amparo
Corran como tus aguas nuestros versos,
Llevarás guarnecidos de diamantes.
No quedarás sin premio (premio santo!);
Y de rojos rubíes, dos retratos,
Dos rostros divinales, que conmueven;
Uno de Luisa es, otro de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
Transformará en un templo tu palacio;
Ves ahí para las ninfas argentinas,
Y su dulce cantar, asuntos gratos.
SIRIPO. UN TRÁGICO AMOR
Por: Roberto Antonio Lizarazu
Desde siempre se supo que el amor tiene oscilaciones extremas, que es ilógico e irracional; y que su devenir puede derivar en la gloria más excelsa –según opinión del exquisito poeta romántico mexicano, Manuel María Flores: Es tocar los dinteles de la gloria- o en una tragedia griega. Platón dedicó varios de sus diálogos al tema; y que otros autores, posteriormente, le pusieron letra.
En el caso abreviado de hoy no pretendemos meternos con los autores clásicos, Dios nos libre de esas alturas, sino comentar la tragedia que inmortalizara Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina, respecto a las vicisitudes del jefe timbú Siripo, a Lucía Miranda, y a su esposo el capitán Sebastián Hurtado. Esta sería la parte histórica, o por lo menos la más aproximada que conocemos, de la historia de los hechos.
La parte teatral de estos sucesos, ya es otra cosa, se lo debemos al primer dramaturgo argentino, nuestro Manuel José de Labardén, que escribe en 1786 la tragedia en versos, SIRIPO. Nacido en Buenos Aires en 1754 y fallecido en la Colonia del Sacramento en 1809. (1)
Por otra parte este argumento, que hechó profundas raíces en la mitología guaraní, dio pié para la realización, además de la obra de Labardén, de dos operas. La primera de ella del compositor Felipe Boero con libreto de Luis Bayón Herrera, y que fuera presentada el 8 de junio de 1937 en el Teatro Colón. Y la segunda es una obra lírica de Gilardo Gilardi (25.05.1889-16.01.1963) con libreto de José Oliva Nogueira, denominada La Leyenda del Urutaú. El argumento de esta Leyenda del Urutaú, la de Oliva Nogueira, difiere sustancialmente de la conocida de manera tradicional, y que se atribuye originaria de raíces guaraníticas paraguayas. Es otra leyenda completamente diferente.
Síntesis del argumento de la obra teatral de Labardén,
Reiteramos, que este argumento de Labardén está basado en la Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, de Ruy Díaz de Guzmán, editado en 1612. En su Libro I, Capítulo VII, De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido. Pero de ninguna manera, ni contando con la mejor buena voluntad, puede considerase una crónica histórica.
Acto 1
Trata de uno de los primitivos dramas del Río de la Plata, y revive la época del Siglo XVI. La acción se desarrolla a orillas del Río Paraná, en el exterior del fuerte Sancti Spíritu, fundado por Gaboto c. 1500. Los españoles que han quedado de guarnición al mando de Nuño de Lara ven transcurrir los días monótonos y sin alternativas de ningún género, pues los indios timbúes se presentan mansos y obedientes a todas les exigencias de los conquistadores.
Pero el odio al invasor germina en el seno de la tribu, azuzada por Siripo, hermano del cacique Marangoré. Este en cambio se muestra irresoluto y dispuesto a claudicar, porque se halla perdidamente enamorado de Lucía Miranda, esposa de Sebastián Hurtado, a quien ha acompañado en la aventura y temeraria expedición. Siripo consigue decidir a Marangoré y resuelve atacar a los españoles por sorpresa, con la condición de apoderarse de Lucía sin causarle daño alguno.
Nuño de Lara, jefe del destacamento español, resuelve enviar, bajo el mando de Hurtado, una parte de sus tropas a bordo de un velero, para remontar el Paraná y conseguir víveres, que ya no se puede requerir a los timbúes, y ésta es la oportunidad que elige Siripo para penetrar en el fuerte con mentidas muestras de amistad y exterminar durante la noche a los españoles. Entre el fragor de la lucha y el incendio que provocan los timbúes, Marangoré muere y Siripo se apodera de Lucía, reclamando el exterminio de los conquistadores para vengar la muerte de su hermano.
Acto 2
En el campamento de Siripo a orilla del Paraná, Siripo ha heredado de su hermano Mangoré, el cacicazgo, y así mismo, aumenta la pasión avasalladora por la mujer blanca, que fue la causa de la perdición del cacique timbú. Lucía y su padre, don Diego de Miranda, cautivos de Siripo, esperan todavía la liberación con la llegada de Hurtado y los españoles. Entretando, Yara, la india favorita de Siripo ve con terror aproximarse el día de su repudio, (2) pues Lucía finge no ser indiferente a los requerimientos del cacique, y opone el reparo de la religión que los separa, para ganar tiempo.
Llega Hurtado, ocultando su nombre, como emisario de Nuño de Lara; viene a proponer la paz a cambio del sometimiento de la tribu, o la guerra y la venganza en caso contrario. Con gran asombro, Hurtado encuentra a Siripo dispuesto a someterse y hasta a abrazar la religión cristiana si los españoles perdonan a los timbúes su traición. Cuando Siripo le revela que el amor por Lucía, a quien Hurtado cría muerta en la destrucción del fuerte, es la causa de ese cambio tan inverosímil. Hurtado se niega a creerlo, pero luego, ante la seguridad de Siripo, se indigna y duda de su mujer. Quiere verla e interrogarla a solas. Aparece Lucía y todo se aclara en un tiernísimo diálogo que interrumpe Hurtado quien se dispone a partir de inmediato para cumplir con su deber de emisario y volver luego a rescatar a Lucía por la fuerza; pero ya es tarde.
Siripo sabe que Hurtado es el marido de Lucía, y comprende que ha sido engañado. Ordena a Lambaré que alcance al fugitivo. Lucía, en un arranque de indomable fiereza, apostrofa al cacique, desafiándole a que la hiera en pleno pecho, pues allí encontrará con seguridad a su esposo, a quien no dejó de amar un solo instante. Siripo ciego de ira, va a herirla con su lanza, pero se detiene; su amor por la mujer blanca es más poderoso que su indignación y su dolor.
Acto 3
En un claro en el monte, Lambaré, el hermano Yara, ha muerto en la lucha sostenida con Hurtado y los suyos. Se encienden hogueras en el bosque, alrededor de las cuales danzas rituales de los timbúes, alejan al muerto los malos espíritus. Yara intenta atraer, con sus apasionados recuerdos, al cacique, cada vez más triste y enamorado de la mujer blanca. Hurtado prisionero del cacique, será víctima de la venganza que Siripo prepara para castigar a Lucía, quien al ver el peligro que corre su esposo, promete nuevamente amar al salvaje, y no ver más a Hurtado, quien a su vez elegirá nueva mujer entre las más bellas de la tribu.
Hurtado comprende el terrible sacrificio de Lucía y queda anonadado cuando Siripo parte llevando a su esposa desvanecida, ante la desesperación de Yara y el asombro de los timbúes, que ven en tal actitud un presagio de grandes males para la tribu. Pero Cayumarí, el timbú fiel a los españoles, desde el momento en que Lucía curó piadosamente sus heridas, vela atento. Cayumarí hará que Lucía pueda escapar y llegar con Hurtado, por un oculto sendero hasta el barco español que vigila las costas del río.
Escena final
Cuando ya suponía Hurtado que habían terminado tantas desventuras, la despechada Yara (2) los descubre, y acuden los timbúes acribillando a flechazos la infeliz pareja. Siripo al ver caer a Lucía, no puede contenerse y sollozando exclama “Matadme a mi también, Matadme a mi con ella”. Cae el telón.
Observaciones
(1) Manuel José de Labardén o Lavardén como lo rebautizaron en 1947 los cuidadosos puristas de nuestro idioma.
En relación a las imprecisiones de los nombres y apellidos de nuestros notables, es todo un tema clásico que ya hemos visto en numerosos Apuntes. Pero el de Labardén o Lavardén, alcanzó niveles de preocupación de estado. Hasta 1940 era Labardén y punto. Los teatros que se erigieron en varios sitios de nuestro país, los institutos educativos, las calles en Buenos Aires (Parque Patricios) y de otras ciudades de nuestro país, incluso la manera que el propio autor rubricara su apellido, era Labardén.
Ramón Castillo asumió la presidencia argentina en 1942 y fue derrocado por Pedro Pablo Ramírez el 4 de junio de 1943. Con Castillo ya asomaba la punta de ese elemento de corrección, de cuidado, de control de nuestro idioma. Al pretender controlar el idioma, alcanzaba los medios escritos, educativos, literarios, radiales, teatrales; y dentro de la palabra radial, las letras de lo que se cantaba. Por supuesto lo que más se cantaba en ese momento eran tangos y canciones criollas. Mencionaremos solamente dos paradigmáticos ejemplos de letras modificadas.
El clásico Mano a Mano de Esteban Celedonio Flores.
Rechiflao en mi tristeza/ Hoy te evoco y veo que has sido/ en mi pobre vida paria/ solo una buena mujer.
Reemplazado por:
Te recuerdo en mi tristeza / y al final veo que has sido / en mi existencia azarosa / más que una buena mujer.
El tango De barro, de Piana y Manzi,
Este tango fue editado por la Editorial Julio Korn el 9 de abril de 1943 y la portada registraba la obligatoria frase de Aprobación de Radiocomunicaciones para su libre difusión. Sin embargo finalmente no pudo ser emitido por radio porque en sus versos se incluía la palabra pucho. La cual los censores de turno interpretaban como un vocablo del bajo fondo. Pero hasta para ser censor hay que ser letrado. La palabra pucho es quechua y significa nada más que eso: El resto de un cigarro.
Muchos más debieron modificar sus letras para adaptarse a la Censura Radial. Además de los ejemplos mencionados cayeron Cambalache, Mala Junta, Boedo, Los Mareados y otros.
Pero una de las retrógradas facetas más peligrosas del golpe militar de 1943, que pretendía resguardar nuestra pureza idiomática y enderezar las desviaciones filológicas lunfardistas y de mal gusto; y ni que decir de las malas palabras, fue una suerte de denominada Censura radial, al pretender modificar o corregir los apellidos de las personas, las que por diferentes motivos o costumbre habían adoptado. Por supuesto sobre esta Censura Radial, los gobernantes que eran autocráticos pro fascistas pero no tontos, no dejaron ni una coma escrita; y menos firmado algo respecto de esta censura.
Pero se hace muy difícil mantener criterio propio cuando el sostenimiento de las academias son efectuadas por el gobierno de turno y para 1945 las más importantes de las academias ya habían sufrido ese estatal cambio de estado.
Hasta que la mismísima Academia Argentina de Letras intervino en esta polémica, que hasta ese momento no lo era, en consonancia con la tara de purismo idiomático que el gobierno nacional impusiera prohibiendo entre otras cosas, el uso de palabras de uso común, en letras de canciones y varios tangos malhablados, hasta que el apellido de nuestro primer dramaturgo cayera en el tumulto, dejando por escrito y firmado el dislate en cuestión. Había que cambiar el plebeyo Labardén, por el distinguido y monárquico Lavardén. Siempre se atribuyó que la familia Labardén eran descendientes de la casa francesa del Marqués de Lavardín, con i latina.
Similar dislate hubiese sido si la Academia Nacional de la Historia hubiese pretendido la modificación del apellido de Juan Manuel de Rosas por el de Juan Manuel de Rozas, que era el apellido de su familia, o el de Leandro N. Alem por el de Leandro N. Alen, por similar motivo. Los ejemplos podrían ser decenas.
Por medio de un Acuerdo acerca del idioma, que se registra en el volumen 1 de Actas de 1947, dictaminó que: Como se ha generalizado en el público el error de designar al poeta Manuel de Lavardén, precursor de las letras argentinas, con el nombre de Manuel José de Labardén, error que se ostenta, además, en las calles que llevan este nombre en la ciudad de Buenos Aires. Por todo ello, se declara que el verdadero nombre del mencionado poeta es el de Manuel de Lavardén, y se resuelve dirigir una nota al señor intendente municipal de Buenos Aires para su oportuna corrección. (Páginas 57 y 58 del acta mencionada)
Como es de rigor, cuando el estado pretende regir hasta los giros idiomáticos y precisar cuales son las buenas y las malas palabras, o como se deben escribir los apellidos de las personas, todo dura un suspiro. En el país nada se modificó. Si hay que reconocer que en la ciudad de Buenos Aires, se cumplimentó la censura de 1947 y oficialmente, la calle en Parque Patricios se denomina Lavardén, siendo la misma calle límite del Barrio con su nombre con v corta. Lo irónico es que ese mismo gobierno, de la misma ciudad dirige desde 1913, el Instituto Nacional de Arte Manuel José de Labardén, con b larga. Si alguien entiende del tema, ruego tenga la amabilidad de explicarme.
(2) Los guaraníes no tenían Divorcio, pero sí el expeditivo Repudio. Una de las acepciones más comunes de Yara en tupí-guaraní es: Señora de la casa.
Bibliografía general
Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, de Ruy Díaz de Guzmán, editado en 1612. En su Libro I, Capítulo VII, De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido. Se registra en la Colección Pedro de Angelis. Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata. Tomo I. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, agosto 1969.
Guillermo Furlong. Historia Social y Cultural del Río de la Plata. Tomo El Transplante Social. TEA, Buenos Aires, 1969.
Sitio Oficial Teatro Colón. Bases de datos de todas las óperas representadas en el Teatro Colón de Buenos Aires, desde 1908.
Boletín del Instituto histórico de la ciudad de Buenos Aires. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Nº 7 Buenos Aires, 1980.
Poema Siripo (Escena XIII) Miranda- Lucía
de Manuel José Lavardén
Siripo (Escena XIII) Miranda- Lucía
MIRANDA: Basta, hija. Tú deliras, ¿quién te ha visto
descomponerte así?
LUCÍA: ¡Cielo Sagrado
¿Qué es lo que me sucede? ¡Ay infelice!
¿Hurtado es tan funesto desamparo
me abandona? ¿Podrán otros respetos
ser antes que mi amor? ¿Podré yo acaso
posponerle a mi vida? ¿Pues mi esposo
no está ligado con iguales pacto.
¿Para esto le seguí? ¿Y así me paga?...
Lo entiendo a mi pesar. Él se ha vengado.
Y ¿dónde iré yo sola, mujer débil?
¿Qué gruta será fúnebre reparo
a mi triste orfandad? ¿Los fieros tigres
socorro me darán? Sí, serán mansos
cuando un amante, un padre y un esposo
su fiereza les roban despiadados.
¿Pero de quién me quejo? ¿Su venganza
no he provocado yo? ¿No es justo pago
aqueste de mi crimen¿Yo no he sido
quien con ojos risueños ha mirado,
infiel, a un nuevo amante que tejía
con alevosas y sangrientas manos
la guirnalda nupcial, que coronase
mi crimen y mi boda? Es necesario
que la muerte le lave. Morir debo.
Yo de mí misma juez pronuncio el fallo.
El honor lo aconseja, amor lo manda.
MIRANDA:¿Tantas penas no bastan? ¿Mis quebrantos
quieres aumentar, hija? No apresures
los males que vendrán mal nuestro grado.
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