Janice Winkler
Argentina. Nací en 1980 y tuve la suerte de ser adolescente en los noventa, de volverme loca con Tarantino y recorrer galerías hasta encontrar The bends, de Radiohead, y canjearlo por la campera que tenía puesta. Escribí siempre, pero más a partir de la facultad. Soy traductora literaria en inglés. A veces traduzco por dinero; otras, just for fun. De los dieciocho a los veintidós, trabajé en el primer bar con onda que se abrió en Almagro. Los Redondos eran habitués y una vez nos regalaron un recital privado. Mi otra gran anécdota cholula es que hice una traducción de y para Paul Auster. Cuando estábamos en tratativas, le mandé una foto de sus libros subrayados y llenos de post-its. En 2012 publiqué mi primer poemario Un sánguche de amor (Sacate el saquito, Mar del Plata) y este año, Burbuja negra, por la editorial Modesto Rimba.
janisgw@gmail.com
I.
Las viejitas
pacientes de mi jefe
me matan de amor,
las quiero adoptar a todas.
Hay una que es mi preferida,
y que también me mata de tristeza.
Es canosa, flaquita;
usa vestidos livianos
con flores;
está toda encorvada, jorobada,
parece un caracol.
Cuando yo sea vieja,
si llego,
creo que voy a ser así
(menos lo de flaquita).
Y si eso sucede,
espero que alguien me adopte
y me consiga un peyote asesino
que asesine.
I. (con final alternativo positivo)
Las viejitas
pacientes de mi jefe
me matan de amor,
las quiero adoptar a todas.
Hay una que es mi preferida,
y que también me mata de tristeza.
Es canosa, flaquita;
usa vestidos livianos
con flores;
está toda encorvada, jorobada,
parece un caracol.
Cuando yo sea vieja,
si llego,
creo que voy a ser así
(menos lo de flaquita).
Y si eso sucede,
espero que alguien me adopte,
me consiga una droga poderosa
y yo alucine juventud.
II.
Hoy, después del café con leche medialunoso,
decidí almorzar algo liviano;
una ensalada de verdes,
de frutas,
de cosas frescas de verano.
Entré en el lugar de todos los días,
el rico, bueno, barato.
Compré tirabuzones
con salsa de champiñones;
venían con un pelo
negro espeso duro
cortito;
lo miré con sorpresa.
Pensé que estaría bien sentir asco,
volver al lugar,
devolver la bandeja de plástico transparente;
vomitar tirabuzones
o vomitar enojo;
que realmente ese pelo era un despojo
y que podía venir tanto de arriba,
como del medio,
como de abajo;
que me lo podría haber tragado
y que posiblemente me haya tragado otro,
o una parte.
Agarré el tenedor blanco berreta,
saqué el pelo,
lo dejé volar.
Vi un champiñón con pinta de hongo de cuento.
Tenía una droga que cruzó el aire.
Me llamó,
me tentó,
seguí comiendo.
III.
La recepción está llena de cucarachas,
hay de distintos tamaños.
Las chiquititas, que son bebés, no me enternecen.
Una me subió por la camisa.
Sentí algo extraño y le pegué.
Cayó viva en el piso.
Se cruzó con otra,
una más rechoncha y negra.
Jugaron a algo
y se escondieron en el zócalo.
Se ponen de novias así como así,
no dan vueltas.
Cuando venga el fumigador
les va a echar veneno
en su casa de madera,
cables y clavos.
Y ellas, antes de morir,
se jurarán amor eterno.
De Un sánguche de amor
Estrella herpes
El señor sentado al lado
tiene herpes zoster.
Lo conozco
lo re-conozco
es como si tuviera
una estrella de mar
en el ojo, derramada
que poco a poco
se va a estirar y
nadar en un mar de moluscos.
Eso pica, debe de picar un montón.
Sólo el que lo tiene
sabe cuánto.
El tipo se rasca
y después se rasca el otro ojo
el sano.
¡Mal! Te vas auto-contagiar, pienso.
Respiro para decírselo en voz alta
para explicarle
pero una yo muy chiquita
con hoyuelos
me ata las cuerdas vocales
porque “no se habla con extraños”.
Se lo explico mentalmente:
Mirá, tu ojo ahora es como
una isla de leprosos
a la que sólo llegan
médicos buenos
como el Che.
Tenés que discriminar
una porción
de tu propio cuerpo.
Yo estoy vestida de médica
pero no soy.
Mis amigas dicen
que me queda sexy.
Trabajar en la clínica
me dio anticuerpos especiales
el herpes no me ataca.
Puedo darle la mano a este señor
voy a hacerlo.
Seguro que hace mucho
nadie quiere estar con él
ni saludarlo
como si fuera un zorrino
o un desodorante
de flores artificiales.
De Burbuja negra
Ayer visité a mi tía
Está deprimida, no come
sólo quiere dormir.
Le llevé un budín de manzana
y se lo di de a poquito
como a un pato que recién se inicia
en el nado de laguna.
Ella me dijo te quiero mucho
y yo le perdoné una vida de ausencia.
El saco gestacional
es una burbuja negra dentro de mí
y el bebé, que en la pantalla
resalta blanco
es más chiquito que el gesto
que se hace en cualquier bar
cuando se pide un cortado.
Horrible
Anoche soñé que adoptaba un bebé
y que después, no me acordaba
qué nombre le había puesto.
Cada vez que quería llamarlo
la mente se me ponía en blanco.
Él andaba desnudo por todos lados
ni pañal usaba.
Era como un animalito a la deriva
con una madre depredadora.
Anoche soñé, también
que éramos judíos del Holocausto
que nos hacían trabajar en un campo
frío
y se nos caía el pelo mal cortado
y que, de vez en cuando
nos fusilaban.
No hay madre
A los costados de la ruta 2
los perros mueren.
No hay madre.
Tenés que pisarlos
si los esquivás, podés provocar
un choque en cadena.
No hay madre.
Vi un cartel que decía “conejos”.
Qué tierno, pensé. Después vi:
“Productos elaborados con carne de conejo”.
No hay madre.
El vecino del Sexto D nos da miedo
por su boca siempre abierta
su baba y su joroba.
No hay madre.
Los bichos voladores estallan contra el parabrisas
y nos reímos.
Su único resto es la sangre violeta en polvo.
No hay madre.
A los costados de la autopista
la villa crece.
No hay madre.
Ojo que cuando pasás
te tiran piedras.
Historia de la amistad
La luna está a un salto de distancia
da para abrazarla y ayudarla a conducir la marea.
Hay un grupo de pibes y de pibas, amigos.
Saltan sobre una tarima en la playa
y rapean poemas.
Sus versos vuelan millones de años luz
y salpican estrellas.
Un día, un chango en tapa-rabo le dijo a otro:
Vení, acompañame a cazar un jabalí.
Y así fue cómo empezó todo
cuando el otro dejó de ser una amenaza
y se convirtió en compañía.
Dos personas se conocen y por alguna razón
pegan onda.
Por ejemplo, con Luli hicimos click
cuando nos dimos cuenta de que ninguna
había trabado la puerta del baño.
¡Wow! ¿Vos también sos claustrofóbica?
Sí, re.
A mí lo que más miedo me da es tener mucha sed
y nada de agua.
Pero en ese caso, podrías tomar del inodoro
que es agua infinita
como el mar.
Los amigos en la playa lanzan sus palabras al horizonte
las olas les rugen.
La historia de la poesía es la historia de la amistad.
Te invito a desordenar este poema.
Recortá sus palabras y volvé a combinarlas
a tu gusto o mejor
a su gusto, que ellas te dirijan.
Los amigos y las palabras nos trascienden.
Nutrias rusas
La pelota de tenis apenas pica, es un objeto muy usado.
Acá hay muchas cosas heredadas
un cuarto repleto de antigüedades.
Los binoculares de guerra con aumento
te acercan al futuro
extendido mil metros al otro lado del campo.
Me los calzo, no hay soldados.
Hay una familia de nutrias. Son grises y
aunque el aumento me marea
puedo diferenciarlas de las liebres
porque son mucho más lentas
y tienen las orejas más chicas.
Además, allá hay un lago, tiene sentido.
Cómo aparecieron ahí es un misterio.
Son cuatro nutrias
me gustaría nombrarlas aunque no me pertenezcan.
Los nombres rusos son los mejores.
No sé si un ruso estará de acuerdo conmigo
porque un ruso no encuentra en los nombres en ruso
ningún sonido especial.
Las voy a llamar: Volodya, Zinaida, Yuri y Yegor
y voy a volver a visitarlas a la distancia
desde este campo amigo
en la batalla por ganar la vida pura y poética.
Voy a volver a contarlas.
Espero que estén todas y nadie las haya cazado.
Me lo dijo Chris Hadfield
Un astronauta en misión
no puede llorar.
No es cuestión de protocolos.
Simplemente, las lágrimas no caen en el espacio
se acumulan en los ojos del astronauta triste.
Al astronauta triste
los ojos se le saltan
como si se les hubiera inyectado
tres barriles de hormona tiroidea.
Al astronauta triste
los ojos se le salen de sus fosas
se escapan, flotan
se vuelven satélites.
Si estás harto de ver tu dolor
y querés estallar
unite a la NASA.
No hay madre
A los costados de la ruta 2
los perros mueren.
No hay madre.
Tenés que pisarlos
si los esquivás, podés provocar
un choque en cadena.
No hay madre.
Vi un cartel que decía “conejos”.
Qué tierno, pensé. Después vi:
“Productos elaborados con carne de conejo”.
No hay madre.
El vecino del Sexto D nos da miedo
por su boca siempre abierta
su baba y su joroba.
No hay madre.
Los bichos voladores estallan contra el parabrisas
y nos reímos.
Su único resto es la sangre violeta en polvo.
No hay madre.
A los costados de la autopista
la villa crece.
No hay madre.
Ojo que cuando pasás
te tiran piedras.
Historia de la amistad
La luna está a un salto de distancia
da para abrazarla y ayudarla a conducir la marea.
Hay un grupo de pibes y de pibas, amigos.
Saltan sobre una tarima en la playa
y rapean poemas.
Sus versos vuelan millones de años luz
y salpican estrellas.
Un día, un chango en tapa-rabo le dijo a otro:
Vení, acompañame a cazar un jabalí.
Y así fue cómo empezó todo
cuando el otro dejó de ser una amenaza
y se convirtió en compañía.
Dos personas se conocen y por alguna razón
pegan onda.
Por ejemplo, con Luli hicimos click
cuando nos dimos cuenta de que ninguna
había trabado la puerta del baño.
¡Wow! ¿Vos también sos claustrofóbica?
Sí, re.
A mí lo que más miedo me da es tener mucha sed
y nada de agua.
Pero en ese caso, podrías tomar del inodoro
que es agua infinita
como el mar.
Los amigos en la playa lanzan sus palabras al horizonte
las olas les rugen.
La historia de la poesía es la historia de la amistad.
Te invito a desordenar este poema.
Recortá sus palabras y volvé a combinarlas
a tu gusto o mejor
a su gusto, que ellas te dirijan.
Los amigos y las palabras nos trascienden.
Nutrias rusas
La pelota de tenis apenas pica, es un objeto muy usado.
Acá hay muchas cosas heredadas
un cuarto repleto de antigüedades.
Los binoculares de guerra con aumento
te acercan al futuro
extendido mil metros al otro lado del campo.
Me los calzo, no hay soldados.
Hay una familia de nutrias. Son grises y
aunque el aumento me marea
puedo diferenciarlas de las liebres
porque son mucho más lentas
y tienen las orejas más chicas.
Además, allá hay un lago, tiene sentido.
Cómo aparecieron ahí es un misterio.
Son cuatro nutrias
me gustaría nombrarlas aunque no me pertenezcan.
Los nombres rusos son los mejores.
No sé si un ruso estará de acuerdo conmigo
porque un ruso no encuentra en los nombres en ruso
ningún sonido especial.
Las voy a llamar: Volodya, Zinaida, Yuri y Yegor
y voy a volver a visitarlas a la distancia
desde este campo amigo
en la batalla por ganar la vida pura y poética.
Voy a volver a contarlas.
Espero que estén todas y nadie las haya cazado.
Me lo dijo Chris Hadfield
Un astronauta en misión
no puede llorar.
No es cuestión de protocolos.
Simplemente, las lágrimas no caen en el espacio
se acumulan en los ojos del astronauta triste.
Al astronauta triste
los ojos se le saltan
como si se les hubiera inyectado
tres barriles de hormona tiroidea.
Al astronauta triste
los ojos se le salen de sus fosas
se escapan, flotan
se vuelven satélites.
Si estás harto de ver tu dolor
y querés estallar
unite a la NASA.
Burbuja negra, Janice Winkler, Modesto Rimba, 2016, 60 págs.
Por Adriana Santa Cruz
“El poeta no es un alquimista / El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro: / Un constructor de puertas y ventanas”, así define Nicanor Parra al poeta. Esta tradición poética de una escritura sencilla, cotidiana, pero sin dejar de lado la metáfora es lo que caracteriza a Janice Winkler y a su libro Burbuja negra.
Todo buen libro suele tener un buen prólogo, y este no es la excepción. Ana Claudia Díaz hace un recorrido muy poético en sí mismo y nos habla de poemas como una serie de microhistorias cotidianas. La familia, la amistad, la infancia, el embarazo se despliegan en narraciones poéticas, en momentos que el poema cristaliza como si fueran fotografías donde la palabra tiene la función de eternizar lo común y sencillo de todos los días, como en “Ayer visité a mi tía”: “Está deprimida, no come / sólo quiere dormir. / Le llevé un budín de manzana / y se lo di de a poquito / como a un pato que recién se inicia / en el nado de laguna. / Ella me dijo te quiero mucho /y yo le perdoné una vida de ausencia”.
El poema para Janice se presenta, entonces, como una manera de mirar la realidad: un buen poeta es también un buen observador, alguien que es capaz de transformar lo cotidiano en material poético: “Se me compensó / por la falta de cortinas /en el departamento: / anoche vi una estrella fugaz. / No en campo abierto. / No en el Desierto de Uyuni. / Fue acá, en mi cama, entre edificios” (“Meteoro”). Cualquier objeto se eleva, se llena de connotaciones, se hace poema: una foto, un libro, las paredes de un hospital, un traje.
Si lo cotidiano es narrado, en esa narración poética el lenguaje acompaña desde un registro sencillo, ya sea reproduciendo el habla de determinado grupo como en “Historia de la amistad”: “¡Wow! ¿Vos también sos claustrofóbica? / Sí, re”; o utilizando un recurso simple como la comparación que se destaca dentro de la escritura de Janice. Hay un propósito de crear comparaciones nuevas, originales, que llevan al plano estilístico todo lo trabajado desde lo temático: “Subo como gotita de limón al ojo / Bajo como manzana sobre Newton / Subo como acidez de berenjena y mate amargo /Bajo como ficha” (“Sobre la ley de gravedad”).
Volvamos al comienzo. “La poesía tiene que ser esto: / Una muchacha rodeada de espigas / O no ser absolutamente nada”, dice también Nicanor Parra. Burbuja negra es una muchacha rodeada de espigas, es todo lo que nos rodea, lo que no siempre miramos y lo que constituye la materia con la que trabaja el poeta.
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