PEDRO JOSÉ MORILLAS ROSA
Pedro José Morillas Rosa (Mancha Real, Jaén, 1984) es poeta, pintor, ingeniero de telecomunicación (UPM) y profesor de Matemáticas y Física y Química en la academia CEPN que dirige en Madrid. Empezó a publicar su obra en el periódico adolescente La Palabreja de su instituto y, ya en la capital, continuó la andanza poética asistiendo y delegando el aula de literatura del Colegio Mayor Fundación SEPI. Ha ilustrado la revista Al otro lado del espejo y expuesto sus cuadros al aceite de oliva en centros culturales y salas de exposición de Madrid, Bilbao, Cáceres y Granada. Gracias a eso y a los recitales desde Poesía Joven de la Comunidad de Madrid, conoció al grupo de poetas vallecanos Poekasdel Centro Cultural Paco Rabal, del que forma parte. Ha sido locutor de radio en el programa de poesía Houston, tenemos un poema (2009-2011).
HA PUBLICADO:
Somos atentado, Lastura (2013).
Descubrimiento
A todos los microscopiolopithecus,
científicos economoglobales,
ácidodesoxirribonucléicamente ciegos
en el abarrotado tren de la dislexia
yo os digo que
en el aire
ni nitrógeno
ni oxígeno
ni anfígeno que se precie
ni gases con nobleza
ni regla con tabla
ni electrónica
configuración.
En el aire: Isel
iselando los iseles
iselubres,
Isel ante toda
preposición.
Isel
en todos
los elementos.
Isel.
A vosotros coleccionistas
de estudios univerparasitarios,
preparados para no saber
absolutamente nada,
cíclopes arponados, víctimas
de la aloepecia,
contenedores de títulos
y diplomas rancios
colgando de vuestras paredes
de liso papel acartonado
enflorecido en balcones
de apariencia
yo os digo
que la vida
ni seis mil euros menstruales,
ni coche de banda
por cañones cien,
ni chalé en las afueras
donde no mezclaros
con la inmensa
y humana
disolución.
La vida: Isel,
la casa: Isel,
iselásticamente iselada,
iselóbregamente iselgura.
Y a vosotros
funcionarios del Estrado,
sillafantes aburridos,
comatosos del meñique
que garzoneáis a la injusticia
aposentados en vuestras vitrinas
donde parecieron prohibiros
mover las falanges
yo os digo
que en el mundo
ni política,
ni enconomía,
ni defensa
ni enmienda
ni liberación.
En el mundo: Isel,
en el rifirrafe: Isel.
Iseluro de iselhidrógeno,
iselóxido perisélico,
ácido hiposilesoso,
trinitroiselodueno.
En verdad os digo: Isel,
Isel! En verdad os digo.
Os felicito, a mis treinta
A los treinta
la tristeza de amplios
ventanales
con impecables
vistas al ocaso
ha encontrado
al fin
el interruptor.
Sólo
cuanto escribo
me justifica
y el albornoz
todavía húmedo
de Isel
que se acaba de ir
al engaño.
Me he contado las
décadas
y me han compensado
sus risas,
lo demás ha sido
un olivo puesto
al lado de otro olivo
y así
hasta
las aceiteras.
Me he querido tanto
y me he dañado tanto
que he alcanzado
la mentira
de todos
los equilibrios.
Estoy hecho de la fruta
de los carnavales,
estoy hecho de velas
de extensos navíos
cinglando el ombligo
de las ceibas.
Tengo un monstruo
que huye despavorido
de nada
con el que Isel
juega
al trampantojo.
Y, en verdad os felicito,
porque me gusto,
porque con ella
está la calle
hasta arriba
de mermelada
y me escurro dulce,
como nunca,
en mis caídas.
Miedo
Tengo miedo
de que se me salgan
las órbitas
de los ojos.
Miedo
de no romper
el himen
de los deseos.
Miedo
de las aleatorias
legiones
conformes
con ir
hacia nada.
Tengo miedo del trabuco
puesto en el hambre
de los supermercados.
Miedo del colapso
de las vidrieras
de las que ha huido
el color.
Tengo miedo de crear
una imagen
que signifique algo
en la doblada esquina
de los vertederos.
Tengo miedo
de ser arista sin plano,
miedo de no entender
a una enclenque
fila
de bibliotecas.
Tengo miedo de confundir
el ritmo
con el diapasón,
de tener
que subir la altura
para saberme
escalera.
Tengo miedo
de que nunca
vuelva el eco
de mi grito
más callado.
Miedo de tragarme
las raspas
y se me quede
la guerra
cruzada en
la entrada
del esófago.
Tengo miedo
de un día
no saber llevar
la bicicleta
de mis vuelos;
de no saberme
avestruz
con la cabeza
metida
en los planetas.
Tengo miedo
del despegue
de la bandada
de parches
que me conforma.
Miedo de que
me cuelguen la risa
en los altos
tendederos
donde no se seca
nada.
Tengo miedo
de hacer las maletas
para ir a mi cuerpo
y que permanezca
el vuelo
cancelado.
Pero ya no tengo
miedo
de mí
ni de mi sombra
que tiene miedo
de su propio
espionaje.
Isel
me ha
separado.
Mi padre
Mi padre:
escrupuloso fortín
de ramas cortadas
por la hoz.
Mi padre:
colorín, colorado,
esto no ha hecho
sino empezar.
Mi padre
de palabras cuentagotas,
detallista sólo
con el campo.
Mi padre grande
como un hemisferio
lleno de olivos
recién arados.
Mi padre
que suelda
con los ojos
y las manos
y entiende
con precisión
al animal.
Mi padre
que quisiera
en los poemas
instrucciones;
exagerado
como un andaluz
a contraluz
de viento.
Mi padre
maravillado
ante su propio
ego;
rotundo
como una retina
sincerada.
Mi padre:
ateo penitente
para el que no está mal
lo demasiado.
Mi padre
chapado
a la anterior;
sincronizado
por un batallón
de impulsos;
memoria
de imposible
estraperlo.
Mi padre
amaestrando
a su dueña,
encogido
el corazón.
Mi padre
diciéndonos algo
en mitad
de la cerveza.
Mi padre con los ojos
rellenos
de albuferas,
las albuferas rellenas
de salitre,
el salitre relleno
de hierbajos,
los hierbajos rellenos
de mochilas
de curar.
Mi padre
que vive en el holoceno,
que duerme con el oído
pegado
a la aceituna,
que tiene un cántaro
donde nadie
ha llorado
jamás.
Mi padre
de irrompible
alabastro,
cavadora
de ortigas,
de sí mismo
campeón.
Mi padre
que me ha dicho
tantas cosas
sin decir,
que ha despertado
al gallo de los días
antes de que saliera
su nombre
por entre
las montañas.
Mi padre
que es yo
y mi consecuencia,
que tiene las duras
manos
hechas de todo
menos de piel.
Mi padre
parecido al tuyo
sólo que tú crees
que el tuyo
es mejor
y te equivocas.
Mi padre
incapaz de darse
pero dando a entender
su colchonería,
leñador de los brazos
del olivo,
jupiterino
contador
de anécdotas
hinchadas
por el silencio.
Mi padre
atento a la cinética;
ladrido contra
el presente,
huérfano de todos
menos
de él.
Mi padre
que ni un abrazo
ni un beso
ni la más mínima
felicitación;
mi padre
al que no le ha
hecho
falta
tanta
tontería.
Mi padre
que me pare
cada día
cuando
no me lo dice
pero
me piensa.
Génesis
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
tuvieron frío los piroclastos,
se equivocaron los pájaros
de meteorología,
perdió la cuenta
la belleza.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
se miró el agua en el agua
y creyó tener una visión,
se miró el fuego en el agua
y se quemó la ira,
se miró el espejo en el espejo
y empezó la vista
a tener
caducidad.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
se sintió satisfecha la geometría,
saltaron las combas
estampidas de niños,
se abrió en canal Tegucigalpa
y estaba la guerra
jugando
al escondite.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
vio Dios que todo estaba bien,
esta vez,
en serio;
y yo tenía dos años y noté,
de repente,
cómo mi esperanza
de vida
se disparó.
Ese día,
para sorpresa de todos,
pidiendo perdón al sol
miró fijamente el girasol
hacia Honduras
y sonrió
en plenitud
su ceguera.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
es el año cero
del infinito relevo
del amor.
El día en que
todas las montañas
estaban encintas
y una ráfaga de calendarios
se desabrochaban
el tiempo.
Dieciseis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis:
el día en que Isel
me dio
a luz.
El sur
Le da el pecho
el sur
al abanico,
se peinan las mujeres
para sacar sus sillas
a la puerta
de la casta,
nadie sabe
lo que duerme
el agricultor.
Se miran los claveles
antiguos,
la montaña tiene
en su lecho
el galope de un poeta
recientemente
rutilado,
hace el viento
cabañas de cuentos
en los susurros
de las cantinas.
Verás como alguien
se ríe de repente
de una desgracia,
nada pasa en los destinos
para eso
ya está
Dios.
Los viejos hablan
de antes,
los niños hablan
de después
y está estancado
el ojo
del hombre
mediano.
Piensa quedarse el ajo
en la boca,
la poesía es
pura
guarnición,
los ancianos
se han reunido
para criticar
a la petanca.
Verás el brillo
que esa mujer
le saca
a la acera,
verás los pliegues
de la cal
de su fachada,
verás cómo
por esa calle
se pasea
el cocido
y hay una diadema
en la cabeza
de todos
los portales.
Le escribe el sur
a la ruina
una carta
de presunción,
hace cola
la ola
en la trenza
de la alegría,
sale la luna
entre el tomillo,
baila un fandango
el aceite,
la nieve se ha
quedado en lo alto
prendada
de la solera.
Si hay suerte
saldrá el pastoreo
con el cristo
de la legaña,
si hay suerte
izará su vela
el candil
más apagado,
si hay suerte
el arroz con
conejo
de la abuela,
si hay suerte
mastiquen
los niños
el chanchullo.
Está Hesíodo
en los bares,
ha lanzado
el vino
su cometa,
verás como
alguien
hace pomposa
la historia
más pequeñita.
En aquella esquina
la hazaña de una mujer
contra la lechuga,
en ese banco
lo gigante que era
el pescado
de la vacía cesta
de la mañana,
en aquella pancarta
la espantosa pelea
que nunca
sucedió.
Y así como los álamos
su sombra para el romero,
así la hermandad
de la virgen
de los tambores.
Le da el abanico
el pecho
al sur
y es este
sólo un punto
entre el levante
y el septentrión,
una espina
de la rosa
de los vientos,
no hace falta
ser augur
para verle
la castaña.
Otro día el norte
si eso,
otro día un
canto
de poniente;
pero hoy el sur,
los delfines
de Nemeyón,
ánsar
de mi pesebre,
empieza la vida
en su enagua
bruzando su orilla
los mares
de gaviotas.
El día Q
A mi padre
El día que
le salga musgo a las azoteas,
el día que
los osos entren en los teatros
y se salten los ciervos
los pasos
de peatones;
el día que
cuelguen las parras
de las altas oficinas
y miremos al pájaro
con ojos de pájaro
y nos vea el pájaro
como posible
volador.
El día que
sea el hambre un cuento,
sea la guerra un cuento,
sea la paz un cuento,
sea un cuento
toda
obstinación;
el día que
Isel no tenga que madrugar
para cuidar a los padres
de hijos desagradecidos;
ese día
que tengamos tiempo
de contar
alguna
estrella.
El día que
no seamos chinos ni españoles
ni franceses, ni alemanes,
el día que
simplemente
no seamos más
que nosotros mismos
y viajemos a nuestro
entorno
antes
de Marte.
El día que
tirarse al barro
sea literal
y trepen los koalas
por las estatuas
y jueguen los niños
con los mandos
de su imaginación.
El día que
seamos todos universo,
el día que
saltemos a la comba
con las lianas
y digamos:
hoy madrugué para ver
los peines
del agua,
hoy fui a contar
el verde,
hoy cacé al menos
sesenta y siete mil
sensaciones.
Ese día.
El día que
digamos con seguridad:
Mirad: esa llanura
no es de nadie;
atended: esa playa
no es de nadie;
fijaos:
ni un hombre
es de nadie.
El día que
viajar a Honduras
cueste un puñado
de narcisos
y el coche
último modelo
sea nuestros
propios
pies.
El día que no sea
anónimo
ni un
individuo
y crezcan salvajes
los niños
y hablen los niños
con los campos
de espinaca;
el día que
todo lo que estudiemos
sea universal
y haya contrabando
de conciencia
y la distancia
más corta
entre dos puntos
sea
la aventura.
El día
que miremos sin pudor
el escote de las montañas
y las dejemos
ser
corsé;
el día que
el GPS diga:
en la próxima rotonda
gire a la cascada,
falta treinta y dos
abrazos
para llegar
a su destino;
cambiando la ruta,
puede ir al multiverso
por cualquier sitio.
Ese día.
El día que los olivos
rejuvenezcan
y haya yo nacido
en una tierra sin nombre
donde se abran los
paraguas
de repente.
El día que
los tomates tengan
corazón
y vayan los campesinos
a preguntarle al aire
su precio.
El día que
bostecen los recuerdos
y tengan ausencia
de memoria
las palmeras;
ese día que Isel
se haya puesto
su vestido rojo
y deje al verano
la lascivia
cuando trepen
los conejos
por las montañas
de carne
recién
liposuccionada
y viertan al océano
cuatro mil millones
de toneladas
de
nada.
Ese día
la
poesía
no será
necesaria.
Llamamiento
A Ana Pérez Cañamares
Poetas de zumo en el pecho
asomaos ya a la ventana,
no es el tiempo de decir:
es la flor la vulva de la primavera,
ni tampoco:
de buena gana saltaría el amarillo,
no es el tiempo.
De cósmicas legañas, poetas,
traspasad la cerámica transparente
y sed sinceros:
ha salido tan inteligente el niño
que no te extrañe que sea terrorista,
todos los colores, todos,
cada vez se parecen más al gris.
También yo quiero estos gritos:
no hay nada como cinglar los pétalos
y hacer remolinos con el verde,
la velocidad del camino
es mi propia velocidad,
la voz del arroyo llena mi oído
de estalagmitas.
En cambio, digo a toda costa:
manipulada está la manipulación,
mienten mentiras los mentirosos,
de ser tan pacífico tengo en el
punto de mira a las azoteas.
Hoy no me acosté con la carne
por vuestra culpa,
hoy no me di cuenta de la luna
por vuestra culpa;
por vuestra culpa
no escribo tantos
poemas
de amor.
Vamos a romper las alambradas
con tanta poesía,
las vamos a romper de libertad
y saldremos intactos
de nuestros nichos.
¡Lo dicho!
¡Mirad, poetas,
mirad!
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario